miércoles, 9 de agosto de 2017

Zoroca

Hace mucho sol. La mujer, una taxista, culebrea por entre el tráfico con agilidad mientras alega por el teléfono:

“Donde está, ¿En el hospital?” pregunta. La llamada se cae y, mal humorada, murmura un par de palabras hasta que el celular timbra de nuevo. Contesta: “Yo ya le compré el almuerzo, dejo una carrera y voy para allá. ¿Está con su mujer? Aghh, apenas llegue le timbro y baja para que coma algo, pero solo usted, ¿bueno? Ya nos vemos.”

“Es que me hijo está en el hospital, con el niño, pero está con la mujer” dice mientras nos mira por el retrovisor, como si le estuviéramos exigiendo una explicación. Quiere hablar. 

“¿Qué le paso a su nieto?”
“Le salió una bola, en la garganta, un turupe”. Se lleva una mano al cuello mientras lo estira, para indicarnos el lugar exacto.
“ ¿Cuantos años tiene?”
“Un año y dos meses. Si el niño está allá es por culpa de ella.” 

Lo que le pasó, en mis tiempos se les llamaba ganglios inflamados”, Afirma con seguridad. “Yo sé cómo curarlos”. Como el día que le dio estaba enferma, no me le pude acercar al niño, entonces ni modo. Es que mi nuera, no lo cuida, no hace nada, hace las cosas sin fundamento”, concluye.

“ ¿Cuántos hijos tiene?”
"5”
“¿Y es el único que tiene problemas?”
“Nahhh todos” responde al tiempo que ríe. “La única es la boyancese” dice, haciendo referencia a una de sus nueras. “Esa china si es bien juiciosa, estudió y tiene un jardín para niños”

“De mis hijos el más juicioso es el que está ahorita en el hospital. Es buen papá, buen hijo, buen esposo. ¿pero si ve? Nada es completo en la vida, cuando los hijos son juiciosos las mujeres les salen desjuiciadas, como esa zoroca.

“¿cuántos nietos tiene?”
“11. El mayor ya va a cumplir 18 años, y mi hijo el licenciado en lengua española, esposo de la boyancese tiene 2, una que es casi una mujercita y tiene trece años y un bebe de 2.” No cuenta nada sobre el resto de nietos.

“ ¿Y su esposo?”
“Por ahí anda borrachito. Mi hija me pelea que por qué no lo dejo, pero yo no le hago caso, Lo mejor es dejarlo por ahí quieto”.

martes, 8 de agosto de 2017

Marzo de 1941

En Marzo 8 de 1941 Virginia Woolf escribe su última entrada en el diario. Desde que comenzó a llevarlo, estaba convencida que el hábito de escribir, así sólo fuera para sus propios ojos, era una buena práctica que, sin importar las fallas y los tropiezos involucrados en el proceso, aflojaba sus ligamentos.

Disfruto escribir: Creo que soy una observadora honesta.”
Por lo tanto, el mundo continuará proporcionándome emociones
así pueda o no usarlas”.
El diario de un escritor 1918-1941

Ese día como en muchas de las otras entradas no tocó un tema preciso, sino que trato diversos temas. Citó, por ejemplo, la frase “observar perpetuamente” de Henry James y contó: “Mi propio cerebro, aquí, es un completo colapso nervioso en miniatura.”

Luego dice que, entre sus 50 y 60 años, escribirá libros muy peculiares, si llega a estar viva. Europa está en guerra y el estado de los eventos es algo que la ha afectado bastante. Woolf era brillante e imagino que si podía escribir con tanto sentimiento y lirismo era porque tenía una sensibilidad única, y la cotidianidad, buena o mala, la afectaba profundamente, pero ese ¿don, castigo?, pudo haberla conducido hacía su depresión.

20 días después de esa entrada en su diario le deja una nota a Leonard, su esposo:

"Me siento segura de que estoy enloqueciendo de nuevo. Siento que no podemos atravesar otro de esos terribles tiempos, y no me voy a recuperar en esta ocasión. Empiezo a escuchar voces y no me puedo concentrar. Así que estoy haciendo lo mejor que se puede hacer. Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido, en todos los sentidos. todo lo que cualquiera podría ser. No creo que dos personas podrían haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad llegó. No puedo pelear más. Sé que estoy estropeando tu vida, que sin mí puedes trabajar, y lo harás, yo sé. Ya ves, no puedo ni escribir esto apropiadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que debo toda la felicidad de mi vida a ti"

Que palabras tan tristes. Reflejan toda la lucha interna que libraba en su interior, toda la energía que utilizó para combatir su enfermedad.

Luego de escribir esa nota, Woolf salió a caminar, llenó con piedras los bolsillos de su vestido y se sumergió en un río. Su cuerpo fue encontrado tres semanas después.

Fue cremada y sus restos fueron enterrados debajo de uno de los dos olmos entrelazados en su patio, a los que ella había apodado “Virginia y Leonard”. Él marcó el lugar con una lápida en la que escribió las últimas líneas de su novela “Las Olas”: 

“¡Contra ti me lanzaré, entero e invicto, oh Muerte!»
Las olas rompían en la playa.”
- Las Olas -

viernes, 4 de agosto de 2017

Lugar Común

Ante el apremiante plazo de entrega, el reconocido periodista Darío Piñeros debe escribir un texto y enviarlo antes de la medianoche. Su reloj marca las 10:15 p.m. pero Piñeros prefiere leer 22:15, la hora militar, conducta que espera que le dé un poco de método o rigurosidad a su proceso de escritura, Le gustaría tener un general a su lado apurándolo, pendiente de que sólo se preocupe en escribir una palabra detrás de la otra. 

Escribir, en estos momentos, es lo último que Piñeros quiere hacer. Justo en este instante, mientras él escarba su cabeza para dar con algún tema medianamente interesante, todos sus colegas se encuentran en “Botella Rota”, su bar preferido, celebrando el cumpleaños de Martina, esa practicante altiva y condenadamente sexy que hace poco entró al periódico.

“Piñeritos, vas a ir a la celebración de mi cumple, ¿cierto?” le había preguntado ella después de la junta de redacción. “¿Cómo me lo voy a perder?, llego un poco tarde, pero allá estaré”.

22:24 “Firme mi coronel, ya me pongo a escribir” le dice mentalmente Piñeros a ese personaje de bigote y quepis que imagina a su lado. Escribe dos líneas, luego las borra para escribir otras 5, y las deja ahí en la pantalla como muertas. 

22:26 “¡Firme!”

Quiere que su texto sea original, pero ¿qué es un escrito original?”, que esté lo más alejado posible de clichés y lugares comunes, se responde. 

22:31 nada ocurre en su cabeza, el engranaje de la escritura está oxidado, trabado, o bien porque no tiene ganas de escribir, o porque a cada rato Martina se le aparece en su cabeza con esa faldita negra y diminuta que llevó hoy a la oficina, o bien porque cree que tiene hambre o, en su defecto, sed; ya va por el quinto vaso de gaseosa.

“¿Cuál es la maldita aberración a los lugares comunes?” se pregunta Piñeros. ¿Por qué no acudir a ellos cuando los necesitamos? ¿Cuál es ese maldito afán de ser originales? Se imagina un relato corto de no más de 500 palabras, en el que dos personas se encuentran y luego del saludo y las preguntas de rigor sobre sus familias y parejas, se ponen a hablar sobre el clima, luego de fútbol y por último de política, luego se despiden y ya, nada más, no pasa nada, “una especie de anti-relato” piensa.

22:51 “¡Señor si señor!” Luego de jugar con el cuento en su cabeza, de buscarle unos personajes y darles ciertos rasgos de personalidad, Piñeros concluye que los lugares comunes, si es que existen, están subvalorados, pues nos brindan puntos de conexión con el resto de la humanidad. Que los consideremos simples o tontos es otro cuento, pero no podemos pretender andar como filósofos por la vida, preguntándonos acerca de nuestra existencia y razón de ser a cada rato.

22:57. Lugar Común, es el título que le da a su artículo. Luego busca en internet “lugares comunes en la escritura” y da con un listado de 40 ejemplos: “A su mente acuden, Le asaltó una duda, Mar de dudas, El silencio sobrecogedor y Mirada cómplice”, entre otros. Se compromete a utilizar por lo menos 10 en su escrito, que ahora fluye como un río envuelto en un silencio sobrecogedor, o lo que sea que signifique eso. 

Piñeros teclea frenéticamente, ante el gesto satisfactorio y de aprobación de su general imaginario.

jueves, 3 de agosto de 2017

Realidad

“Que concepto tan complicado” piensa Camila, Camila Linares de Stein. ¿Es ella real sólo con su nombre o también necesita de sus apellidos, el propio y el posesivo de casada, para serlo?, pero ¿qué carajos significa ser real?, ¿Quién posee la verdad absoluta para determinarlo? Jodida cabeza que, de un momento a otro, la asalta con esos líos existenciales. “Suficiente tengo con intentar sobrevivir en esta jungla capitalina repleta de envidia y soberbia como para ponerme a pensar en callejones sin salida”.

“Ese es el problema” …piensa Camila, dándole cuerda al tema de la realidad, mientras sus ojos se acostumbran a la oscuridad de un cuarto que no es el suyo. “¿Qué hora es?”. Unas manos invisibles le oprimen su cabeza al tiempo que le clavan pequeños puñales. La boca pastosa y unas ganas increíbles de no hacer nada, no ser persona, de no ser real, confirman su realidad: Ayer se fue de fiesta y se pasó de copas, pero, de su sopa de recuerdos, no logra pescar las imágenes de lo ocurrido, “¿Ayer, hoy?”. 

Inhala y exhala profundo un par de veces; respirar de esa manera, según la sabiduría popular, parece ser tan curativo como tomarse un vaso de agua después de una fuerte sacudida emocional.

Se calma y apropia de sus sentidos. Su temperatura corporal le da una sensación de placidez. Nota que su muslo está más caliente que el resto de su cuerpo. Una mano descansa sobre él, una mano suave, que no es la del Sr. Stein.

Voltea la cabeza y ve su celular sobre una mesa de noche, al lado de un reloj despertador, una lámpara y una foto. Quiere alcanzarlo, pero sin despertar al sujeto que duerme a su lado. Prefiere continuar como una piedra por un rato. Imagina que se evapora, escapa de ese lugar sin nombre y se solidifica en la habitación de su casa. Abre los ojos y sigue ahí, real pero como muerta. Mira de reojo al hombre que duerme a su lado y considera que tiene un buen perfil, por lo menos el trago no la traiciono y se acostó con alguien que cumple con sus estándares de belleza. 

Rebobina lo que pensó y lo vuelve a reproducir con mayor fidelidad: “Ese es el problema, que los límites del significado de realidad son tan borrosos y se mezclan con otros temas igual de complejos como ser alguien y la verdad”.

Deja de ser una estatua y lentamente extiende una mano para Agarrar el celular, espicha una tecla. 8:17 a.m. La luz de la pantalla la ciega por unos segundos. Si no sabe dónde está, también tiene problemas para recordar qué día es. Espera que sea sábado o domingo, caso contrario debería dejar de disertar sobre la realidad y comenzar a elaborar una mentira creíble para su jefe, un viejo amigo que la rescató de un mar de desempleo y la llevó a trabajar como consultora externa a su empresa.

Sus ojos vuelven a posarse sobre la foto, conoce a las personas que salen en ella. ¿Dónde dejó las gafas? No las ve por ningún lado, estira nuevamente el brazo y pone la foto a una distancia en la que logra enfocar sin ayudas visuales. Ahí están sonrientes y, al parecer, felices Cecilia, su mejor amiga, con su esposo, que es su jefe, su amigo, su amante, un desconocido entre sábanas, prefiere pensar.

Todo parece real, pero Camila desea hacer parte de una de esas películas en la que la vida de las personas transcurre en una maqueta que maneja otra persona, un ser superior que los mueve, como fichas, a su antojo.

miércoles, 2 de agosto de 2017

Bienestar

Llego al consultorio.

“Buenas tardes, vengo a ver al doctor Cáceres”
“ ¿Tiene cita?”
“No, es personal.”
“Mmm , qué le digo” murmura con molestia la recepcionista, “Siéntese y ya lo llamo” termina su frase con desesperanza, como convencida  que sin cita no hay chance alguno de que el doctor  me atienda.

Me siento y envío un mensaje al doctor: “Acabo de llegar”. Las palancas y sus ventajas.

Al rato, sale de su consultorio, despide a un paciente y hace entrar a otro, de los legales, con cita. Hay 3 personas más en la sala. Creo que la espera va a ser larga. Pienso en ponerme a leer una novela, pero una revista médica con Margarita Rosa de Francisco en la portada junto a un titular que dice: “Se aprende más de las derrotas que de los aciertos” me llama la atención.

La abro y comienzo a pasar las hojas de atrás hacia adelante y en el proceso me encuentro con un artículo titulado “No estoy acá”. Leo unas primeras líneas que dicen: “Contactamos al escritor argentino Pedro Mairal para que nos cuente qué es Bienestar.

A Mairal le hicieron un encargo específico: escribir sobre bienestar. Pienso, a mí que me gusta escribir, que texto podría producir si el encargo estuviera a nombre mío. De primerazo no se me ocurre nada. Me frustro ligeramente.

Cómo es una revista médica pienso que el escrito de Mairal va a ser aburridor, pero algo, quizás el título, me atrae y, afortunadamente, continúo con la lectura.


"Nos prestaron por una semana esta casa en el campo. Es pleno verano,
unos días de vacaciones. Pero no estoy.” 

Son las líneas con las que abre el artículo. Estas junto al resto de la introducción me atrapan por completo. Tiene un ritmo agradable, junto con unos visos de humor e intimidad que prometen un gajo de realidad, un momento de bienestar.

Cuenta entonces Mairal quedebe cuidar a su hija y como ella tiende una manta sobre el pasto para hacer una “cama de nubes”, pues es  obvio, para ella y su padre, no para nosotros, simples mortales, que “a la noche hay cama de estrellas y de día cama de nubes”

Mairal recrea la escena con una sensibilidad y habilidad increíble y suelta unos párrafos líricos, con justas dosis de figuras narrativas y descripción, para transmitir lo que sintió en ese momento.

No menciona nada sobre bienestar explícitamente, pues es el subtexto de su escrito, hasta que parte la palabra en dos bien/estar y mezcla el concepto con la escritura:


“Escribir me ayuda a estar, a estar bien, pero bien significa estar presente,
Estar bien ahí, bien plantado, estar muy, estar plus, estar más, hiper estar.

Bienestar. Escribir me ayuda a estar acá, a ubicarme en el tiempo: ni

desfasado hacía atrás pensando en lo que fue o lo que pudo 
haber sido, ni inclinado hacia adelante ansiando lo que
vendrá en un mañana mejor.”
— Pedro Mairal, No estoy acá —


Quiero ponerme de pie y aplaudir a Mairal, quien comprueba que no sólo escribir sino también leer, son sinónimos de Bienestar.

Léanlo.

martes, 1 de agosto de 2017

Objetos

Le gusta cuando le toca tomar el ascensor sólo, ese espacio en el que tan cerca están unos de otros y, paradójicamente, al mismo tiempo quieren que el viaje se acabe lo antes posible. Definitivamente es un lugar en el que no tiene idea cómo comportarse, si sonreír, clavar la mirada en sus zapatos o hacer cara de mal genio, para que nadie se le ocurra dirigirle la palabra, pues siente que entablar una conversación en un ascensor, se sale de todo protocolo social; De ahí su gusto de poder viajar sin nadie a su lado que investigue su mirada como intentando adivinar en que está pensando o para hacerlo caer en la trampa de un saludo, que todos saben que nadie espera ni muchos menos necesita en esos espacios. 

Esta en el conjunto de Carla, una vieja amiga del colegio que se niega a dejar de estar en contacto con su grupo de amigos de la infancia, ese típico personaje que le imprime una nostalgia exagerada a las viejas épocas.

En la mitad del corto viaje da media vuelta y repara en uno de esos boletines de conjunto residencial, pegado sobre una de las paredes. Es una fotocopia donde en la que el administrador del conjunto le informa a los residentes qué objetos se ha encontrado el personal de vigilancia y aseo en las zonas comunes. Decide leerlo, con el fin de tener un atisbo del estilo de vida de las personas que comparten conjunto con Carla.

Entre los objetos se encuentran: Un muñeco Azul C. América, Una pistola de agua color azul, blanco y naranja, un botilito color naranja, una salida de baño blanco con rosado y amarillo, dos pelotas plásticas pequeñas, un bikini talla 21, una chaqueta aguamarina con capota de peluche, entre otros. 

“Son muchas cosas que de un momento a otro han desaparecido de la vida de las personas. Parece que vivieran cerca a la plata” piensa. Le intriga pensar en el dueño de un “tarro plástico con 5 carros”. Seguramente es un niño que quién sabe cuántas veces ha llorado por perder sus carros o por el regaño que le dieron sus padres al hacerlo. Pero como nada es una certeza absoluta, cree que el tarro también le puede pertenecer a un adulto, un coleccionador de carros en miniatura. 

El ascensor para en el piso indicado y las puertas se abren. Camina unos metros y timbra en el apartamento de su amiga, al rato le abre y se la imagina en la salida de baño. 

Le da un beso en la mejilla y entra, convencido de que al terminar la reunión va a darse un paseo por las zonas comunes a ver que otros objetos se encuentra.

lunes, 31 de julio de 2017

Kentag Azeg!

El supermercado está a reventar. Pasado un rato Carlos Paz se acopla al caos y cacofonía del lugar: pitos de las cajas registradoras cuando las cajeras pasan los productos sobre el lector óptico; cientos de conversaciones que ocurren en un mismo instante; ruido de bolsas y paquetes en los que las personas hurgan, buscando quizá algo que llevarse a la boca; la voz de una mujer que sale de varios parlantes, repite promociones sin cesar, y se impone sobre todos los sonidos del lugar. Cuando la mujer deja de hablar, de los parlantes también sale una música como de consultorio que trata de apaciguarlo todo.

La experiencia en su totalidad doblega lo poco que le queda de su apellido. Camina de afán, esquivando personas hábilmente, por los corredores que arman las estanterías. Lleva un aguacate y un rollo de papel en sus manos. Mira los objetos por un segundo; son, al parecer, distantes, pero quién sabe de que maneras misteriosas se conectan, piensa por un momento hasta que una viejita que va adelante frena en seco y él debe hacer lo mismo, al tiempo que arquea su cuerpo hacia la derecha para no llevársela por delante.

Luego de su maniobra corporal sube la cabeza por un instante y ve a dos asiáticas que caminan en sentido contrario. Hablan muy duro; parece que acentuaran tanto las vocales como las consonantes de su idioma. Cuando se cruzan, escucha lo que una le dice a la otra: “Nazhi oto wuo” a lo que su compañera responde: “Kentag Azeg!"

Eso fue lo que creyó escuchar luego de decir mentalmente las frases en español. “Kentag Azeg!", ¿qué será?”, se pregunta. Las posibilidades son infinitas, desde el nombre de un emperador hasta Crema dental o “Mire a ese bobo con un aguacate en la mano.”

Camino a su casa fantasea con las palabras y se imagina en un viaje al Asia en el que no se cansa de repetirlas. Se siente bien con esa experiencia que recrea en su mente, pues todas las personas parecen entenderlo y todo lo que desea lo puede solucionar con ese combo de palabras, que son, al parecer, un comodin del lenguaje al que pertenecen. Ojalá las personas lo entendieran así de claro en su idioma nativo. "Kentag Azeg!" piensa, luego sonríe.