lunes, 21 de agosto de 2017

Apolítico

Felipe Osorio está aburrido. Está aburrido a pesar de que todos los presentes en la reunión hablan sin parar y ríen de comentarios que exudan seguridad, mientras, de vez en cuando, brindan, chocando sus vasos de forma mezquina. 

Alguien, difícil precisar quién y de qué manera, de pronto fue Camila cuando fracasó contando un chiste sobre comunistas, encarriló la conversación hacia la política, no sólo del país sino del mundo entero. 

Felipe siente cómo los ánimos poco a poco se caldean; voces, acompañadas de miradas cargadas de odio, que cobran fuerza y se estrellan con otras, antes de que las ideas terminen de exponerse en su totalidad, y que pisotean la camaradería del grupo.

Osorio está aburrido porque entiende muy poco de lo que hablan. Según él, el problema de la política, como muchos otros asuntos de nuestra vida, son sus extremos: Derecha e Izquierda. Lo de siempre blanco y negro, arriba, abajo; feo y bonito, etc. Esas dicotomías que nos complican la existencia.

Mientras sus amigos hablan, dibuja una línea en su mente y pone ambas palabras, derecha e izquierda, en los extremos que corresponden. Esos dos puntos, tan opuestos, sólo los conecta una línea, “El camino más corto para llegar de un lugar a otro, ¿no es así como dicen?”. Si son tan cercanos no deben ser tan diferentes.” Piensa. Le gustaría hablar, meter la cucharada, pero prefiere continuar callado y mirarle el escote a Patricia.

Su amiga lo pilla y Osorio dirige la mirada a un punto cualquiera de la pared del frente, ahora piensa en todos aquellos que no desean ser catalogados como pertenecientes a uno de los dos bandos. Se le ocurre entonces que los extremos están separados por 180 grados, y que cada uno de estos, a su vez, se puede dividir en cuantas unidades queramos imaginarnos, equivalentes, quizás, a las tonalidades de colores que se pueden encontrar en el universo, o el número de granos de arena en una playa.

“Cualquiera puede trazar una línea recta en determinado grado y arrancar a caminar en esa dirección”, piensa.

“Los socialistas eran, a su juicio, patanes e incompetentes; los nacionalistas, 
zafios y desconfiados; los comunistas, esquinados e hipócritas. De la derecha, mejor 
era no hablar: displicentes, resentidos y codiciosos. Sólo los anarquistas le parecían 
simpáticos, aunque irresponsables.”
- Mauricio o las elecciones primarias -

jueves, 17 de agosto de 2017

Café en la tarde

Un hombre canoso lleva puesta una cachucha y sudadera. Entra y ocupa una mesa de una esquina. Se sienta abre de par en par un periódico, recuerda algo y Sonríe.

En otra mesa una mujer alta y de figura estilizada, que lleva puesta una minifalda mitad azul, mitad blanca. Está acompañada por un hombre que cada vez que le habla se inclina hacia ella como en búsqueda de una muestra de afecto

“Tú sabes, eso de tener una buena cara ante los clientes y la sociedad cuando estás derrotada por dentro” dice la mujer

Su interlocutor no hace nada, no cuestiona, no mete la cucharada; asiente lentamente con la cabeza. Parece aburrido, cansado de un cortejo que no sabe si dará o no resultado. 

“No me involucro con una persona soltera que quiera tener hijos” dice ahora la mujer en un tono indignado “Porque él va para allá y yó para acá, ¿Si me entiendes?”.

Él hombre asiente de nuevo, “¿Así te guste mucho Marina?”por fin pregunta algo. Quiere saber cuál es el tipo de hombres que le gustan, ¿aplicará él?

La mujer, algo incomoda, aprovecha que ve a dos policías pidiéndole papeles a un motociclista en la calle, y le da un giro completo a la conversación.

“Uff esos policías si que son tenaces, el otro día me pararon y me toco llamar a mi hijo y a Andrés para que ambos me llevaran plata, pues una era para comprar el SOAT y la otra para los tombos”. Concluye su frase con otras palabras que hacen que su acompañante le responda: “! Que tierna!”.

Otro hombre cruza de largo la puerta del local y el viejito de la cachucha lo llama, se saludan a gritos y el que va por la calle entra, escanea la barra con la mirada, deja una bolsa en una silla y le hace señas al otro para que lo espere, que ya viene, que va a hacer algo.

Al rato llega se sienta, cruza una pierna sobre la otra como un habilidoso contorsionista y le pregunta al barista si no han traído más María Luisa, la torta. “No señor, no han vuelto a traer”. “No, muy chimbo” responde el hombre indignado, “el martes fue la misma vaina. Cuando vean que se les va a acabar deberían llamar para que les traigan otra”. Luego de esto discute con su amigo sobre las políticas de reabastecimiento del café. Saca un brownie, su compra de la vuelta que hizo hace un momento.

Mientras esto ocurre la mujer de la minifalda y su conquista sostienen un diálogo en el que la palabra millones juega un papel importante, “si ese contrato es como de 500 millones” dice él. “Uff mucha plata” responde la mujer con un falso tono de sorpresa en su voz.

Otra persona entra al local; es un amigo de los hombres que ocupan la mesa en la esquina. Lleva una bolsita en la mano de la que saca trozos de pan que se lleva rápidamente a la boca. “Regáleme un perico”, “ ¿Grande o pequeño?” El recién llegado evalúa la pregunta, masticando con empeño un trozo de pan y con una mano en el mentón. “Grande” dice finalmente. Saluda a sus compañeros que ahora están enfrascados en una discusión sobre política.

El que come brownie les dice: “Y si saben la última, ¿no?. El de cachucha se apresura en responderle: “Si, la última es la Z” y es el único que ríe. 

Le suena el celular al contorsionista, un pensionado seguramente. Responde con displicencia y desgano; comienza a contestar las preguntas que le hacen “Vea, apartamentos sólo me quedan aparta estudios de 28 metros desde $700.000, los otros que usted vio son oficinas”. Cuelga, “Es que toca hablarles así, porque no entienden” les dice a sus amigos como si le estuvieran exigiendo una respuesta.

Alega que tiene que hacer una vuelta, paga y se despide, al rato el de la bolsa con trozos de pan lo sigue y el de la cachucha queda igual de solo que al principio. Pregunta que cuánto debe y el barista le dice que el de los apartamentos ya cancelo todo “¡Aghh! ese Carlos, ¿no le digo?. La próxima vez no lo deje pagar.”

El hombre con su periódico y cachucha deja el lugar al tiempo que entra una abuela con su nieta. Se sientan y la última pide un capuchino y una empanda de pollo. La abuela no quiere nada. Le pregunta al barista por Antonio, un conocido en común y este le cuenta que ya vino hoy, que viene todos los días. “¿Está muy acabado, cierto?” pregunta la mujer “Hoy lo vi muy bien, responde el joven”.

miércoles, 16 de agosto de 2017

Bullet

Bullet, es el seudónimo que escogió para firmar sus artículos. Hoy escribe uno que debe tener por lo menos 800 palabras. Lee las sus características: tono, punto de vista, entre otras, que debe tener. “¿Qué carajos voy a escribir sobre eso?” se pregunta. Cómo es costumbre, todo tipo de pensamientos cabalgan por su mente. Intenta aplacarlos con un pequeño monologo mental: ¿Por qué pienso tantas pendejadas?, concentrémonos”, que no le funciona.

Toma aire, estira los dedos y arquea la espalda; como última medida de procastinación se levanta de su escritorio y va a la cocina, ¿a qué? no lo sabe. No tiene hambre. Abre la nevera y sus ojos saltan de unos huevos al cartón de jugo de naranja, de unos tomates a unas salchichas, de una lechuga a una gelatina verde que quién sabe cuánto tiempo lleva ahí. La toca con la punta de un dedo y la masa se mueve, como molesta, de un lado a otro. “No estoy podrida déjeme en paz, ¿por qué más bien no se sienta a escribir?” le dice.

Jugando a personificar al alimento, crea esa pequeña línea de diálogo en su cabeza. No responde porque le parece muy loco hacerlo. Cierra de un portazo la nevera; decide tener sed y se sirve un vaso de agua a rebosar. camina resignado hacia su estudio, haciendo un esfuerzo exagerado de equilibrio para no derramar ni una gota. 

De repente una idea se le aparece y penetra su cabeza como una bala. Le sirve para desarrollar los 2 o tres primeros párrafos de su escrito: 286 palabras.

Algo bueno trae la potencia “destructiva” de ese pensamiento, pues remueve su conciencia despertando otras ideas- Luego de tamborilear un rato sobre la mesa y jugar a un timbalero frustrado, Bullet comienza a asociar ideas, a unirlas por extremos que en apariencia no cazan. El grifo de la escritura escupe palabras a un buen ritmo.

Sonrié, se detiene, vuelve a leer lo que lleva, añade comas, puntos; corta en dos o tres los párrafos que le parecen muy extensos, resultado: 759 palabras. 

Esas 41 palabras que le faltan que quién sabe dónde están escondidas serán las más difíciles de lograr.  

Ya cansado o aburrido, escribe un nuevo párrafo. Sus dedos funcionan más rápido que su mente o al contrario y escribe "abije" en vez de “viaje”.

Recuerda que Constaín narra en “El hombre que no fue Jueves” cómo en un aparte iba a escribir “agotados" pero hundió , al igual que él, mal las teclas y escribió ahotados, adjetivo arcaico que quiere decir “osado y atrevido”.

No descubre nada con su torpeza motriz, la palabra no tiene significado alguno; una cercana es abuje, un “Ácaro de color rojo que se cría en las hierbas” y otra, la que le sugiere el programa, que se le ríe en silencio, es “avine: arreglé, congenié, compuse. “Quizás es una de esas señales que nos manda el universo cuando más las necesitamos”. piensa.
 Desecha el pensamiento. No cree en esas estupideces. Ya habrá tiempo de componer el escrito, de avenirlo. Ya llegara ese instante en que las palabras correctas se apoderarán, como ácaros, de su cerebro para dar con esas palabras que le hacen falta.

martes, 15 de agosto de 2017

El cuento

Apenas pusieron la antena parabólica en mi casa me aficioné al Disney Channel. Aparte del amor platónico que sentía por Kelly de Saved by the bell, veía muchas caricaturas.

Recuerdo que a cada rato pasaban programas en los que mostraban tres pequeñas historias con los personajes clásicos: El pato Donald, Mickey, Goofy y, algunas veces, otros. 

Un día en el colegio, en clase de español, la profesora nos dijo que escribiéramos un cuento. El día anterior yo había visto una caricatura de unos renos, la cuál ya había visto varias veces y decidí contar esa historia tal cual sin cambiarle nada. Utilicé entonces los mismos personajes, misma trama, etc. y me esforcé en recrearla lo mejor posible en mis palabras.

Me tocó leerlo ante todo el salón y lo hice muy orgullosos, pues tenía el episodio fresco en la mente y sentía que me había quedado bien escrito.

Cuando terminé alguien dijo que había fusilado un episodio de las caricaturas de Disney y, al rato, otros más lo corroboraron. “Malditos, tienen envidia de que me quedó bien escrito” pensé.

Sabía que lo que había hecho no estaba del todo bien y la profesora me dijo lo mismo, que no debía copiarme sino inventarme una historia desde ceros.

Un tiempo después en la misma clase, otra vez nos pidieron escribir un cuento. Era la oportunidad perfecta para redimirme y alejar mi nombre de las garras del plagio. Esa vez escribí una historia sobre un arquero de un equipo de fútbol.

En esa ocasión otro alumno tenía que leer la historia y el que la había escrito debía, más o menos, representarla. Recuerdo que cuando pasé al frente adopté una posición de arquero y, hacía el clímax de mi cuento, me estiré para atrapar un zapato, que hacía sus veces de balón de fútbol.

lunes, 14 de agosto de 2017

(H)Elena

Hay días en los que la señora Cañizares firma con el nombre Helena. En esos días se siente “normal” si es que el término existe, es decir, actúa como otra las tantas piezas humanas perfectas del engranaje de la sociedad. 

En esas ocasiones madruga, medita, come comida saludable, va a misa, se confiesa, se viste con trajes elegantes pero discretos, esos que su madre llama “vestidores”, y se demora bastante arreglando su aspecto. Siempre parece que estuviera a punto de ir a una fiesta o coctel. 

Una vez sale a la calle, no para de sonreír y saludar personas, conversa con desconocidos, le da monedas, billetes algunas veces, a los indigentes y también se inclina para acariciar bebes de desconocidos adoptando un ridículo tono de voz, como si, no solo el niño sino también los padres, fueran unos perfectos tarados.

La señora Helena Cañizares actúa de esa manera porque siente que la letra H le da cierta elegancia a su nombre. Por alguna razón difícil de precisar, siempre ha sentido que la consonante le da cierto nivel a su identidad, lo que implica comportarse como una ciudadana de bien, una buena esposa, madre hija, etc. alguien que da exactamente lo que otros y, por qué no, la vida esperan de ella. 

El lugar está oscuro, y una vela vieja alumbra la mesa en la que están sentados. La llama, en medio de su danza, alumbra por breves segundos ambas caras.

El desconocido, un hombre que conoció por internet en una página de citas, la mira con morbo y sus ojos sólo destilan pasión, por ponerlo en términos amables. Por la mañana, antes de que su esposo se fuera al trabajo, ella le había dicho que hoy se iba a demorar. ¿Qué está haciendo? Siente un poco de remordimiento, pero al rato se lo pasa con un sorbo de whiskey. Suena una bachata, el hombre se pone de pie y le tiende la mano para sacarla a bailar una  a la pista de baile. 

Hoy se llama Elena.

domingo, 13 de agosto de 2017

Recuerdos

Hace un momento mientras mordía una tostada y pasaba el trozo de pan seco con un sorbo de café, recordó ese desayuno en la terraza de Le Café Qui Parle.

Ese día hacía sol y los rayos de sol se filtraban, como hilos de agua, por entre las ramas de los árboles. El lugar estaba a reventar y no se podía discernir bien entre los sonidos: cubiertos estrellando los platos, conversaciones risas y música, que conformaban la cacofonía del momento.

Más de 15 personas esperaban su turno en una fila con un ambiente alegre y lanzaban miradas poco cordiales a los comensales que, según ellos, se tomaban todo el tiempo del mundo para desocupar las mesas.

A su lado unas parejas con dos niños pequeños también desayunaban. Uno de los pequeños, una niña rubia con dos trenzas largas y pulcras, tenía un vaso de jugo de naranja a la mitad y varios trozos de comida esparcidos en su plato. Su interés en comer era mínimo y había sido rezagado por una de esas bombas alargadas de color amarillo y en forma de espada, que la pequeña blandía de un lado al otro.

Las meseras del lugar saltaban afanadas de la cocina a la mesas, de un cliente al otro, con bandejas llenas de platos bañados en salsas de color ocre de diferentes tonalidades, que humeaban y desprendían olores condimentados, que abrían el apetito.

A lo lejos, un grupo de niños jugaba a deslizarse por un rodadero y sus caras reflejaban, piensa ahora, una felicidad plena.

Recuerda muchas cosas, pero cree que son muy pocas, en relación con la infinidad de sucesos que ocurrían en ese lugar y momento.

“Ojalá tuviera la capacidad de captarlo todo, saborear hasta la última gota de los elementos que componen los instantes de mi vida”, piensa.

El reloj de su casa da una campanada que indica una media hora. El tiempo, como siempre, en contra de todo. Otra vez se le hizo tarde para llegar a la oficina.

viernes, 11 de agosto de 2017

Ser nadie

Hace más o menos un año, una amiga se enfrentó a un punto de trama, esos sucesos que ponen a girar una historia para dejarla encarrilada en cualquier dirección. Dicen, los expertos en teoría narrativa, que es importante aprender a identificarlos pues son los que nos ayudan a planear la trayectoria de las historias.

Ella llevaba más de 10 años trabajando en la misma empresa y ya no aguantaba más la presión de su trabajo, familia, pares, de todo y todos, así que decidió gastarse sus ahorros en un viaje.

Luego de unos breves mensajes en Facebook, iniciamos una comunicación epistolar lenta que, una de las partes aviva, más o menos, cada 3 meses. Aparte de los variados temas que tocamos, siempre incluimos recomendaciones de películas, videos, libros, series, etc.

En su último E-mail me me recomendó leer a  un filósofo de la India que se llama Jiddu Krishnamurti. 

Descargué un documento titulado “El libro de la vida”, en el que, a lo largo de un año, escribió cada día una pequeña reflexión. Krishnamurti dice, por ejemplo, que todos vivimos inmersos en una lucha continua y queremos pasar de un estado a otro indefinidamente: Si somos pobres, queremos ser ricos, desempleados - empleados, feos- atractivos, etc. y que esa actitud sólo nos genera sufrimiento. 

Elena Ferrante, una, ¿escritora?, ¿escritor? que podría gozar de esos estados que tanto queremos alcanzar intenta ser nadie, en un mundo que a cada rato nos exige ser alguien, aplausos para ella.

“No me arrepiento de mi anonimato. Descubrir la
personalidad de quien escribe a través de las historias
que propone, de sus personajes, de los objetos y
paisajes que describe, del tono de su escritura,
no es ni más ni menos que un buen modo de leer.”
—Elena Ferrante—