miércoles, 23 de agosto de 2017

El anti-novelista

Camilo Lara tiene las manos ensangrentadas, y el cuerpo que yace en el piso más que atormentarlo, le incomoda. 

Lara es un no escritor de renombre. Nunca ha publicado una novela, pero siempre imagina entrevistas en las que le preguntan en qué está trabajando; “en mí próximo best-seller” les responde a esos periodistas imaginarios que lo acosan a la entrada de su edificio. 

A pesar de no haber publicado nada, está convencido que su primera novela va a sacudir los cimientos de la literatura, que va a ser un texto con todas las características de un clásico, pero al mismo tiempo una obra contemporánea, apta para todos los gustos. Lara está convencido de que su obra va a ser aclamada por diferentes públicos, críticos y esferas literarias. 

Cómo no-escritor, se ha hecho un nombre en redes sociales, y miles de personas siguen su futuro éxito. Algunos lo tildan de loco y otros tienen cierta curiosidad y especulan sobre esa obra secreta que lleva años no escribiendo. 

Lara, abogado de profesión, aunque no parezca, si tiene todas las intenciones de escribir una novela. De un tiempo para acá combate su proceso y renombre como no escritor y por fin cree que ha dado con un tema que le va a permitir comenzar a escribir. 

Hoy, en una reunión con unos colegas conoció a una mujer con la que conversó por un largo rato. 

Resultó ser que la mujer también era aspirante a novelista y, al igual que Lara, se encontraba escribiendo su primera novela. Lara, que se sentía bicho raro en esa reunión, entablo una rápida camaradería con la mujer, Carolina se llamaba, y finalmente decidió preguntarle sobre qué era su novela. 

A diferencia de él, la mujer no tuvo problema alguno, en contarle detalles de la trama, que consiste en un hombre que se encuentra encerrado en un cuarto, “¿un prisionero?” preguntó Lara. “Aún no he solucionado ese aspecto, primero quiero concentrarme en el personaje, cuando sepa quién es, qué le gusta, por qué actúa como actúa, la trama se ira desenvolviendo solita”, le respondió ella. 

El cuarto en el que se encontraba, o mejor se encuentra, pues Lara imagina que algunas páginas ya están escritas, el sujeto que protagoniza la novela de Carolina, está repleto de libros y la clave para su escape se encuentra en las páginas de diferentes clásicos de la literatura. Así le había dicho ella. 

Lara la escuchó con paciencia al tiempo que sentía como comenzaba a sudar frio. Después de un rato y a causa de varias copas de vino en la cabeza Lara le propone a la mujer que si van al baño. Ella, que primero se hace la difícil, finalmente acepta y lo sigue, pues Lara también le atrae y es de los pocos hombres que se ha aguantado la explicación de su novela. 

Ya en el baño comienzan a besarse apasionadamente, la mujer se quita todas las prendas superiores y deja al descubierto dos senos redondos que desafían a la gravedad. Lara la toma de la cintura y pone una mano detrás de su cuello, mientras se besan, Lara abre los ojos, traicionando ese acuerdo tácito de ojos cerrados entre dos personas cuando se besan, y se distrae con el reflejo de los dos cuerpos en el espejo que se baten en una lucha de pasión. 

Cuando Carolina comenzó a quitarse la falda Lara la toma por el pelo y estampa su cabeza contra uno de los lavamanos. Nadie en este mundo tenía derecho a robarle la idea para su primera novela.

martes, 22 de agosto de 2017

Tin Marin De Do Pingüe

En una feria del libro me topé, de pura casualidad, con la novela “El señor de los dados”. En esa ocasión leí la contraportada y un par de páginas, pero no me la compré, porque mis últimos cartuchos monetarios me los iba a gastar en los dos primeros libros de la saga de Juego de Tronos.  Unos meses después, con el libro aún dándome vueltas en la cabeza y en un momento de debilidad, mí personalidad de comprador compulsivo de libros se apodero de mi voluntad y lo compré.

La novela trata sobe un psiquiatra que, aburrido de las prácticas tradicionales de su profesión y, por qué no, de la vida, decide de un día para el otro, actuar de acuerdo al número en el que caiga un dado luego de su lanzamiento. 

Antes de tomar cualquier acción frente a una situación diaria, bien sea trivial o no, Luke Rhinehart, personaje y escritor, enumera 6 posibles caminos a tomar, teniendo en cuenta que por lo menos una de las opciones listadas debe considerarla como “mala conducta”. Así, por ejemplo, su nueva práctica le indica que debe violar a la esposa de un amigo, y desde ese momento se convierte en “El Señor de los Dados”

La teoría que expone el personaje, indica que, a la larga, muchas de nuestras acciones están basadas en parámetros preestablecidos, muy alejadas de nuestra voluntad.

“¿Por qué los niños parecen ser espontáneos tan a menudo y estar 
llenos de felicidad, mientras los adultos parecen
estar controlados, llenos de ansiedad y difusos?"
- El señor de los dados -

lunes, 21 de agosto de 2017

Apolítico

Felipe Osorio está aburrido. Está aburrido a pesar de que todos los presentes en la reunión hablan sin parar y ríen de comentarios que exudan seguridad, mientras, de vez en cuando, brindan, chocando sus vasos de forma mezquina. 

Alguien, difícil precisar quién y de qué manera, de pronto fue Camila cuando fracasó contando un chiste sobre comunistas, encarriló la conversación hacia la política, no sólo del país sino del mundo entero. 

Felipe siente cómo los ánimos poco a poco se caldean; voces, acompañadas de miradas cargadas de odio, que cobran fuerza y se estrellan con otras, antes de que las ideas terminen de exponerse en su totalidad, y que pisotean la camaradería del grupo.

Osorio está aburrido porque entiende muy poco de lo que hablan. Según él, el problema de la política, como muchos otros asuntos de nuestra vida, son sus extremos: Derecha e Izquierda. Lo de siempre blanco y negro, arriba, abajo; feo y bonito, etc. Esas dicotomías que nos complican la existencia.

Mientras sus amigos hablan, dibuja una línea en su mente y pone ambas palabras, derecha e izquierda, en los extremos que corresponden. Esos dos puntos, tan opuestos, sólo los conecta una línea, “El camino más corto para llegar de un lugar a otro, ¿no es así como dicen?”. Si son tan cercanos no deben ser tan diferentes.” Piensa. Le gustaría hablar, meter la cucharada, pero prefiere continuar callado y mirarle el escote a Patricia.

Su amiga lo pilla y Osorio dirige la mirada a un punto cualquiera de la pared del frente, ahora piensa en todos aquellos que no desean ser catalogados como pertenecientes a uno de los dos bandos. Se le ocurre entonces que los extremos están separados por 180 grados, y que cada uno de estos, a su vez, se puede dividir en cuantas unidades queramos imaginarnos, equivalentes, quizás, a las tonalidades de colores que se pueden encontrar en el universo, o el número de granos de arena en una playa.

“Cualquiera puede trazar una línea recta en determinado grado y arrancar a caminar en esa dirección”, piensa.

“Los socialistas eran, a su juicio, patanes e incompetentes; los nacionalistas, 
zafios y desconfiados; los comunistas, esquinados e hipócritas. De la derecha, mejor 
era no hablar: displicentes, resentidos y codiciosos. Sólo los anarquistas le parecían 
simpáticos, aunque irresponsables.”
- Mauricio o las elecciones primarias -

jueves, 17 de agosto de 2017

Café en la tarde

Un hombre canoso lleva puesta una cachucha y sudadera. Entra y ocupa una mesa de una esquina. Se sienta abre de par en par un periódico, recuerda algo y Sonríe.

En otra mesa una mujer alta y de figura estilizada, que lleva puesta una minifalda mitad azul, mitad blanca. Está acompañada por un hombre que cada vez que le habla se inclina hacia ella como en búsqueda de una muestra de afecto

“Tú sabes, eso de tener una buena cara ante los clientes y la sociedad cuando estás derrotada por dentro” dice la mujer

Su interlocutor no hace nada, no cuestiona, no mete la cucharada; asiente lentamente con la cabeza. Parece aburrido, cansado de un cortejo que no sabe si dará o no resultado. 

“No me involucro con una persona soltera que quiera tener hijos” dice ahora la mujer en un tono indignado “Porque él va para allá y yó para acá, ¿Si me entiendes?”.

Él hombre asiente de nuevo, “¿Así te guste mucho Marina?”por fin pregunta algo. Quiere saber cuál es el tipo de hombres que le gustan, ¿aplicará él?

La mujer, algo incomoda, aprovecha que ve a dos policías pidiéndole papeles a un motociclista en la calle, y le da un giro completo a la conversación.

“Uff esos policías si que son tenaces, el otro día me pararon y me toco llamar a mi hijo y a Andrés para que ambos me llevaran plata, pues una era para comprar el SOAT y la otra para los tombos”. Concluye su frase con otras palabras que hacen que su acompañante le responda: “! Que tierna!”.

Otro hombre cruza de largo la puerta del local y el viejito de la cachucha lo llama, se saludan a gritos y el que va por la calle entra, escanea la barra con la mirada, deja una bolsa en una silla y le hace señas al otro para que lo espere, que ya viene, que va a hacer algo.

Al rato llega se sienta, cruza una pierna sobre la otra como un habilidoso contorsionista y le pregunta al barista si no han traído más María Luisa, la torta. “No señor, no han vuelto a traer”. “No, muy chimbo” responde el hombre indignado, “el martes fue la misma vaina. Cuando vean que se les va a acabar deberían llamar para que les traigan otra”. Luego de esto discute con su amigo sobre las políticas de reabastecimiento del café. Saca un brownie, su compra de la vuelta que hizo hace un momento.

Mientras esto ocurre la mujer de la minifalda y su conquista sostienen un diálogo en el que la palabra millones juega un papel importante, “si ese contrato es como de 500 millones” dice él. “Uff mucha plata” responde la mujer con un falso tono de sorpresa en su voz.

Otra persona entra al local; es un amigo de los hombres que ocupan la mesa en la esquina. Lleva una bolsita en la mano de la que saca trozos de pan que se lleva rápidamente a la boca. “Regáleme un perico”, “ ¿Grande o pequeño?” El recién llegado evalúa la pregunta, masticando con empeño un trozo de pan y con una mano en el mentón. “Grande” dice finalmente. Saluda a sus compañeros que ahora están enfrascados en una discusión sobre política.

El que come brownie les dice: “Y si saben la última, ¿no?. El de cachucha se apresura en responderle: “Si, la última es la Z” y es el único que ríe. 

Le suena el celular al contorsionista, un pensionado seguramente. Responde con displicencia y desgano; comienza a contestar las preguntas que le hacen “Vea, apartamentos sólo me quedan aparta estudios de 28 metros desde $700.000, los otros que usted vio son oficinas”. Cuelga, “Es que toca hablarles así, porque no entienden” les dice a sus amigos como si le estuvieran exigiendo una respuesta.

Alega que tiene que hacer una vuelta, paga y se despide, al rato el de la bolsa con trozos de pan lo sigue y el de la cachucha queda igual de solo que al principio. Pregunta que cuánto debe y el barista le dice que el de los apartamentos ya cancelo todo “¡Aghh! ese Carlos, ¿no le digo?. La próxima vez no lo deje pagar.”

El hombre con su periódico y cachucha deja el lugar al tiempo que entra una abuela con su nieta. Se sientan y la última pide un capuchino y una empanda de pollo. La abuela no quiere nada. Le pregunta al barista por Antonio, un conocido en común y este le cuenta que ya vino hoy, que viene todos los días. “¿Está muy acabado, cierto?” pregunta la mujer “Hoy lo vi muy bien, responde el joven”.

miércoles, 16 de agosto de 2017

Bullet

Bullet, es el seudónimo que escogió para firmar sus artículos. Hoy escribe uno que debe tener por lo menos 800 palabras. Lee las sus características: tono, punto de vista, entre otras, que debe tener. “¿Qué carajos voy a escribir sobre eso?” se pregunta. Cómo es costumbre, todo tipo de pensamientos cabalgan por su mente. Intenta aplacarlos con un pequeño monologo mental: ¿Por qué pienso tantas pendejadas?, concentrémonos”, que no le funciona.

Toma aire, estira los dedos y arquea la espalda; como última medida de procastinación se levanta de su escritorio y va a la cocina, ¿a qué? no lo sabe. No tiene hambre. Abre la nevera y sus ojos saltan de unos huevos al cartón de jugo de naranja, de unos tomates a unas salchichas, de una lechuga a una gelatina verde que quién sabe cuánto tiempo lleva ahí. La toca con la punta de un dedo y la masa se mueve, como molesta, de un lado a otro. “No estoy podrida déjeme en paz, ¿por qué más bien no se sienta a escribir?” le dice.

Jugando a personificar al alimento, crea esa pequeña línea de diálogo en su cabeza. No responde porque le parece muy loco hacerlo. Cierra de un portazo la nevera; decide tener sed y se sirve un vaso de agua a rebosar. camina resignado hacia su estudio, haciendo un esfuerzo exagerado de equilibrio para no derramar ni una gota. 

De repente una idea se le aparece y penetra su cabeza como una bala. Le sirve para desarrollar los 2 o tres primeros párrafos de su escrito: 286 palabras.

Algo bueno trae la potencia “destructiva” de ese pensamiento, pues remueve su conciencia despertando otras ideas- Luego de tamborilear un rato sobre la mesa y jugar a un timbalero frustrado, Bullet comienza a asociar ideas, a unirlas por extremos que en apariencia no cazan. El grifo de la escritura escupe palabras a un buen ritmo.

Sonrié, se detiene, vuelve a leer lo que lleva, añade comas, puntos; corta en dos o tres los párrafos que le parecen muy extensos, resultado: 759 palabras. 

Esas 41 palabras que le faltan que quién sabe dónde están escondidas serán las más difíciles de lograr.  

Ya cansado o aburrido, escribe un nuevo párrafo. Sus dedos funcionan más rápido que su mente o al contrario y escribe "abije" en vez de “viaje”.

Recuerda que Constaín narra en “El hombre que no fue Jueves” cómo en un aparte iba a escribir “agotados" pero hundió , al igual que él, mal las teclas y escribió ahotados, adjetivo arcaico que quiere decir “osado y atrevido”.

No descubre nada con su torpeza motriz, la palabra no tiene significado alguno; una cercana es abuje, un “Ácaro de color rojo que se cría en las hierbas” y otra, la que le sugiere el programa, que se le ríe en silencio, es “avine: arreglé, congenié, compuse. “Quizás es una de esas señales que nos manda el universo cuando más las necesitamos”. piensa.
 Desecha el pensamiento. No cree en esas estupideces. Ya habrá tiempo de componer el escrito, de avenirlo. Ya llegara ese instante en que las palabras correctas se apoderarán, como ácaros, de su cerebro para dar con esas palabras que le hacen falta.

martes, 15 de agosto de 2017

El cuento

Apenas pusieron la antena parabólica en mi casa me aficioné al Disney Channel. Aparte del amor platónico que sentía por Kelly de Saved by the bell, veía muchas caricaturas.

Recuerdo que a cada rato pasaban programas en los que mostraban tres pequeñas historias con los personajes clásicos: El pato Donald, Mickey, Goofy y, algunas veces, otros. 

Un día en el colegio, en clase de español, la profesora nos dijo que escribiéramos un cuento. El día anterior yo había visto una caricatura de unos renos, la cuál ya había visto varias veces y decidí contar esa historia tal cual sin cambiarle nada. Utilicé entonces los mismos personajes, misma trama, etc. y me esforcé en recrearla lo mejor posible en mis palabras.

Me tocó leerlo ante todo el salón y lo hice muy orgullosos, pues tenía el episodio fresco en la mente y sentía que me había quedado bien escrito.

Cuando terminé alguien dijo que había fusilado un episodio de las caricaturas de Disney y, al rato, otros más lo corroboraron. “Malditos, tienen envidia de que me quedó bien escrito” pensé.

Sabía que lo que había hecho no estaba del todo bien y la profesora me dijo lo mismo, que no debía copiarme sino inventarme una historia desde ceros.

Un tiempo después en la misma clase, otra vez nos pidieron escribir un cuento. Era la oportunidad perfecta para redimirme y alejar mi nombre de las garras del plagio. Esa vez escribí una historia sobre un arquero de un equipo de fútbol.

En esa ocasión otro alumno tenía que leer la historia y el que la había escrito debía, más o menos, representarla. Recuerdo que cuando pasé al frente adopté una posición de arquero y, hacía el clímax de mi cuento, me estiré para atrapar un zapato, que hacía sus veces de balón de fútbol.

lunes, 14 de agosto de 2017

(H)Elena

Hay días en los que la señora Cañizares firma con el nombre Helena. En esos días se siente “normal” si es que el término existe, es decir, actúa como otra las tantas piezas humanas perfectas del engranaje de la sociedad. 

En esas ocasiones madruga, medita, come comida saludable, va a misa, se confiesa, se viste con trajes elegantes pero discretos, esos que su madre llama “vestidores”, y se demora bastante arreglando su aspecto. Siempre parece que estuviera a punto de ir a una fiesta o coctel. 

Una vez sale a la calle, no para de sonreír y saludar personas, conversa con desconocidos, le da monedas, billetes algunas veces, a los indigentes y también se inclina para acariciar bebes de desconocidos adoptando un ridículo tono de voz, como si, no solo el niño sino también los padres, fueran unos perfectos tarados.

La señora Helena Cañizares actúa de esa manera porque siente que la letra H le da cierta elegancia a su nombre. Por alguna razón difícil de precisar, siempre ha sentido que la consonante le da cierto nivel a su identidad, lo que implica comportarse como una ciudadana de bien, una buena esposa, madre hija, etc. alguien que da exactamente lo que otros y, por qué no, la vida esperan de ella. 

El lugar está oscuro, y una vela vieja alumbra la mesa en la que están sentados. La llama, en medio de su danza, alumbra por breves segundos ambas caras.

El desconocido, un hombre que conoció por internet en una página de citas, la mira con morbo y sus ojos sólo destilan pasión, por ponerlo en términos amables. Por la mañana, antes de que su esposo se fuera al trabajo, ella le había dicho que hoy se iba a demorar. ¿Qué está haciendo? Siente un poco de remordimiento, pero al rato se lo pasa con un sorbo de whiskey. Suena una bachata, el hombre se pone de pie y le tiende la mano para sacarla a bailar una  a la pista de baile. 

Hoy se llama Elena.