lunes, 2 de octubre de 2017

Ahora

Esta es la historia que acompaña a Recuerdos

“¿Aló, aló?” inquirió Ramón cuando alzó la bocina. Solo hubo mutismo. “¡Chiflado!”, bufó a continuación. 

“No hagas caso mi amor, autoriza al loco a continuar con su vida irracional”, dijo Omu.

“No lo soporto más, hoy nos llama y mañana nos busca para acabar con nosotros, sólo nos proporciona zozobra”.

“jaja”, rió Omu y su boca adquirió una amplia sonrisa. A continuación dijo a su novio: “Como inflas las cosas”. Lo miro callada por un corto lapso y al rato concluyó “no hay ningún humano más tranquilo. Loco y todo y, aun así, tranquilo. “¿y si hablo yo, mi vida?” indagó Omu algo tímida.

“olvídalo, no hay oportunidad alguna. Si Julio murió para mí, lo mismo, y mucho más, para ti.”

Originado su noviazgo, nada había cambiado, la situación continuaba igual. Julio buscaba a Omu, como un niño glotón busca a su mamá para solicitar comida. 

Acostada, con la alfombra amarilla como cama, contigua al sofá, y como una aparición—así lo intuyó Ramón—, Omu lo solicitó con intranquilidad; lo ansiaba a su lado. Su novio, todavía con la bocina a la mano, asintió y corrió para acompañarla. 

Por mucho rato hubo, caricias y gritos ahogados. Un oasis pasional inundado con calma, justo para aplacar la vacilación causada por las llamadas. 

A los cinco minutos ya habían olvidado todo, la borrasca rutinaria amainó. Los timbrazos por fin acabaron. 

Cuando Ramón iba a asaltarla con pasión, prístinos timbrazos nublaron su panorama. 

Ramón saltó incómodo y Omu lo abrazo. Lo miró y dijo: “Tranquilo, voy a hablar” Omu tomó la bocina y calló. procuró no producir ningún ruido. Ahora sólo transpiraba odio. 

“¿Omu?” indagó la voz al otro lado 

“Si”

“¿Cuándo vas a tornar a mí lado?” 

Ramón no aguanto más. Caminó hacía Omu y asió la bocina con furia. La máquina cayó al piso y lo azotó con furia.

Por fin una oportunidad para la calma. Ninguno sintió agobio al no malograrla. 

Todo fluía dilatado y sin afán. 

Ramón optó por tomar la bocina “Rimus, acá no hay nada suyo”, dijo. 

“Lo liquido”, oyó. 

Ya cansado, Ramón colgó.

Buscó a Omu, la Abrazó y acarició por largo rato. 

Un grito próximo: “Omuuu” y a continuación un disparo, acabaron con su nudo humano.

jueves, 28 de septiembre de 2017

Confabulación

Dos hombres se sientan en una mesa. El primero, que lleva un saco azul y jean del mismo color, le dice a su compañero, un hombre que pone un casco sobre la mesa y tiene una chaqueta de cuero negra con rayas rojas horizontales:

“Yo no quiero que me siga hablando desde lo cómodo.” Su interlocutor lo interroga con la mirada”. Su amigo capta el gesto y le responde: “Le estoy hablando de Catalina, es que ella está retando mi inteligencia. Hoy le dije a ella La prudencia hace verdaderos sabios, se lo dije muy polite y la vaina. Yo no he querido discutir con ella, pero se lo está buscando.”

El de la moto, es decir, el del casco que, supongo, tiene su moto parqueada en algún lugar cercano, levanta la cabeza hacia el cielo como digiriendo las palabras pero guarda silencio, mientras su amigo lo mira a la espera de un comentario que le dé la razón.

En pleno rifirrafe, excelente palabra esta, de miradas y pensamientos, una mujer rubia se acerca a la mesa sonriendo. “¿Será la tal Camila, que vino a dañarles la confabulación y a continuar con su habladito desde lo cómodo?” me pregunto, pero al rato, con lo que dice, luego de darle un beso en la mejilla a cada hombre, confirma que no:

“Nos quedamos acá o nos vamos para otro lado, ¿Camila no sale por acá luego?”, dice la mujer que acaba de llegar.

¿Quién será la tal Camila? ¿por qué le tendrán tanta tirria? ¿Cómo habla uno desde lo cómodo? ¿Realmente la prudencia hace verdaderos sabios? ¿Vale la pena tanta confabulación y la logística que implica poder sentarse a discutir sobre lo que ha hecho o dejado de hacer Camila?, 

La conversación me recuerda aquel semestre en la universidad en el que la exnovia de un amigo quería un segundo tiempo de la relación y, en las tardes, cuando salíamos de clase y pretendíamos tomarnos algo o simplemente echar carreta, elaborábamos intrincados planes para no cruzarnos con ella.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Proporciones

Cuando como queso con bocadillo, me gusta que el pedazo del primero sea ligeramente más grande que el del segundo, pues siempre siento que me sobra bocadillo, o que el sabor de este opaca el del queso, y considero que el éxito de la combinación consiste en una correcta proporción de ambos productos.

Cuando hago tinto por las mañanas me gusta pintarlo con un poco de leche; un pequeño chorro del cual he logrado afinar la medida, a puro ojo, a través del tiempo. Para corroborar esto, apenas la sirvo en el pocillo lo ladeo un poco, qué sé yo, digamos unos 45 grados; si alcanzo a ver el fondo sé que me hace falta servir más. Otras veces, en cambio, el pulso me falla, inclino la caja de leche con muchas ganas, se me va la mano en la cantidad y la sirvo casi hasta la mitad del pocillo, lo que prolonga la tarea pues debo verter de vuelta el excedente al recipiente. Como ven, soy algo maniático al momento de prepararme el desayuno, pero que levante la mano aquel que no lo sea en cualquier otro aspecto de la vida. 

Parece que el tema de las proporciones se vislumbra sobre todo en la comida. Otro ejemplo, que no sé por qué razón ocurre, es el de la carne de la hamburguesa y su pan o panes. Nos la entregan perfectamente armada, la forma circular de la carne coincide, más o menos, con la del pan, pero muchas veces, cuando estamos a punto de acabar con ella, nos sobra un montón de pan para un pedazo ridículo de carne o viceversa.

Cuando me lavo los dientes, encuentro esencial echar la cantidad de crema de dientes justa sobre el cepillo, tarea que a veces se complica cuando el tubo está casi desocupado y sale disparada una gran porción, producto de la frenética manipulación del tubo, que se espicha con fuerza en diferentes ángulos y lados. 

Si nos fijamos bien el tema de las proporciones lo podemos extrapolar casi a cualquier asunto, digamos, por ejemplo, las relaciones afectivas. Supongamos que la armonía en una relación de pareja se deba a la proporción del amor de uno hacia el otro, pero, como casi siempre, ocurre que una persona quiere más o se preocupa más que el otro, y ese es otro claro ejemplo de proporciones desajustadas, que en este caso preciso nos lleva al conflicto.

martes, 26 de septiembre de 2017

Trapo Sucio

Arrimo a la caja para pagar unos tomates. En el momento de mi turno una señora, con una cartera roja al hombro y una pañoleta en la cabeza, se acerca y pregunta: “¿Acá hay administrador?”.

Está de mal genio. La cajera la mira entre asustada y asombrada y, sin obtener respuesta, la mujer le da quejas y le explica la razón de su mal genio y para qué busca a la persona por quien pregunta.

“Es que imagínese. Iba a pagar yo en esa otra caja—La señala enérgica con el índice de la mano derecha— “¿Cuál?” pregunta la cajera. “Esa, la número 6, y la niña tenía…”, hace una pausa para preguntar: “¿Cómo llaman ustedes esto, donde pone uno los productos?” Nadie le responde, nadie, imagino, lo sabe. 

“La niña tenía sucio eso, no sé, reguero de algún producto o algo. Entonces yo le dije que si no podía limpiarlo con un trapo que tiene ahí encima (vamos a llamar “encima” a aquel sector misterioso donde todos ubicamos los productos antes de pagar por ellos, y que nadie sabe cómo se llama). 

“¿Y sabe qué me respondió?” preguntó la señora, lanzando, al parecer, la pregunta hacía los demás empleados que se habían acercado a chismosear, hacía el resto de clientes, o bien, hacía la galaxia, el universo, o el multiverso del cuál hacemos parte, como exigiendo una respuesta. “Me dijo que el trapo estaba igual de sucio y que si no me gustaba esa caja podía hacer fila en cualquier otra.

“No, es que no hay derecho” concluyó justo después.

La cajera me factura los tomates, los pago y la señora aún continúa con la discusión acerca del trapo sucio.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Libros

Entro a la librería y me da por preguntar si tienen libros de mi escritor favorito. Muy pocas veces encuentro alguno que no he leído, pero ¿qué tal que sea uno de eso días en los que, por una alineación de planetas, digamos, me encuentre con uno que no tenga?

“Buenas tardes tienen libros de Juan José Millás”
“¿Villás?” responde el hombre asombrado
“Millas con M” le clarifico, como si fuera su obligación saber quién es y que es mi escritor favorito.

El hombre se dirige con determinación a un pasillo y comienza a pasar el dedo índice de su mano derecha por los libros de un estante. Imagino que está en la sección de los escritores cuyos apellidos empiezan por la M. Al rato deja la actitud de búsqueda y, con cara extrañada, vuelve a preguntar: “Y, ¿de dónde es?

“España” le digo con desgano, al darme cuenta que no tiene ni idea de quién le hablo. 

“Millas, ¿ha oído sobre el?, le pregunta a un compañero de trabajo.

“Búsquelo en el computador”.

El vendedor se voltea hacia mí, y me dice: “Voy a buscarlo en el sistema. Le doy las gracias al tiempo que comienzo a caminar detrás de él.

Una mujer le obstruye el paso con una copia de Orgullo y Prejuicio en cada mano, y le pregunta que cual es la mejor edición. El hombre frena, toma los libros, y a mitad del pasillo le grita a su compañero; “De estos dos,¿cuál es mejor?

“El de Random House” le contesta el otro.

Vuelve con la mujer y le dice con seguridad: “Este”, señalándole uno de los libros.

Llegamos al computador. “¿Cuál es el nombre?” pregunta de nuevo. “Millas”, pronunció la m de forma exagerada.

El hombre teclea el apellido, presiona Enter y me responde “no, no tenemos nada” Le doy las gracias y me dirijo hacia la salida.

Justo en la puerta, una mujer le sugiere a otra de pelo blanco, al parecer su abuela, un libro para colorear mandalas : “Mira, tu podrías comprarte este, ¿no crees?” La viejita la mira, le sonríe, pero no responde nada. Quizás esté harta de que le asignen esas tareas que la hacen sentir más muerta que viva y lo que en verdad quiere es tomar clases de salsa, por ejemplo.

Cerca del libro de colorear para adultos, veo que hay otro de Origami antiestrés con la figura de un pájaro en su portada, que parece complicadísima de lograr sin llegar a estresarse un poco.

Abandono el lugar.

viernes, 22 de septiembre de 2017

18 cuadras

Hay una silla libre justo después de la puerta de entrada, pero creo que la buseta se va a llenar. Decido quedarme de pie y me ubico cerca de la puerta del fondo. En un momento miró hacia la la calle por el vidrio de atrás; está repleta de carros y personas que caminan de afán por los andenes. 

Tengo la cabezada recostada sobre el brazo derecho, que tengo agarrado de un tubo de la buseta, mientras pienso en un montón de asuntos, hasta que debido a ese extraño poder que todos tenemos de sentir que alguien nos está mirando, volteo a mirar la silla de los músicos y una mujer me sostiene la mirada. Tiene ojos grandes y negros, y es difícil precisar qué expresa su cara, en un instante parece que va a sonreir, pero de repente se pone muy sería. 

No me siento bien mirándola, así que dejo de hacerlo. Al rato la espío con disimulo, pero ahora parece perdida en sus propios asuntos. 

Un vendedor ambulante se sube al bus por la puerta de atrás. Lleva una cacucha azul que le cubre su cabeza rapada por los lados y pelo largo y liso en la parte de atrás. 

Me llevo la mano al bolsillo en el que guardo el celular, pues me acuerdo de aquella ocasión en que dos ladrones se subieron a una buseta justo cuándo un amigo y yo nos íbamos a bajar y él, que no entendió que pasaba, le pidió permiso al delincuente, que  estaba bloqueando la puerta, para bajarse. “Siéntese o lo mato hijueputa” fue la respuesta que obtuvo.

El hombre no es un ladrón, cuenta que vive en una casa de rehabilitación con 40 personas, en la que debe pagar el arriendo de una pieza. Luego abre una maleta que cuelga sobre su hombro derecho, mete la mano y saca el producto que está ofreciendo: un estuche de lápices y esferos, borrador y no se qué más cosas. El hombre dice que los podemos probar y que si uno de los implementos fallá, nos regala un paquete, luego habla algo sobre dios recoge sus estuches y se baja.

Luego, en menos de media cuadra, se sube otro hombre con gafas negras, barba rala y chaqueta de Jean y saluda a todo el bus con un fuerte grito, luego pregunta en tono de broma “ ¿Los asuste?” y en su discurso también acude a dios para hablarnos, que dios esto, que dios lo otro, etc. Luego cuenta un cuento de un hombre que molesta a dios preguntándole sobre “5 minuticos” que cuánto tiempo es eso. Coincidencialmente suena After Forever y escuchó la estrofa en que Ozzy canta:

Is God just a thought within your head or is he a part of you?
Is Christ just a name that you read in a book when you were in school?


El cuento del hombre finaliza. El mensaje que deja tiene que ver con la importancia de estar vivos, de poder disfrutar cinco minutos. El hombre pregunta si lo entendimos el cuento y luego lo explica. Dice que disfrutemos la vida, que le ponemos demasiada atención a cosas que catalogamos como problemas y que no lo son, y luego dice mientras ríe: “Si ustedes supieran todos los problemas que tengo”. 

Quiero que cuente alguno de sus problemas, pero el hombre ya está pasando por cada puesto estirando la mano para recoger algunas monedas. 

Ya pasaron 18 cuadras y debo bajarme.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Resucitar de la oscuridad

Cierro los ojos, los abro, los cierro, los vuelvo a abrir. Cuando los cierro no vedo nada, o veo oscuridad que es lo mismo; imagino que así ven los ciegos. Cuando los abro puedo ver un poquito con la ayuda de la luz de la calle alcanza a meterse al cuarto, entonces veo los bordes de los muebles y sombras con extrañas formas que se mueven lento y rápido. No le tengo miedo a la oscuridad, pero no me gusta su silencio. Si me concentro escuchó ruidos que no sé de dónde vienen y que si me asustan un poco. 

No sé cuánto tiempo llevo despierto. Dormir es extraño. Una vez, en una revista que alguien trajo a la casa, en la portada decía: “Dormir es como morir un poco.”. A veces cierro los ojos y me muero muy rápido, claro que eso es imposible saberlo, pues creo que tendría que estar despierto para saber que me quede dormido y, además, tendría que ser otra persona diferente de mí, otro Nicolás, para verme durmiendo. Otras veces, como hoy, cierro los ojos y no pasa nada, me quedo ciego pero no muero.

Nunca le he dicho a mamá, pero me gusta pensar eso de que muero cada vez que me duermo, y que resucito al siguiente día. Cuando la acompaño a misa, nunca le pongo atención a lo que dice el padre. Me gusta como suena cuando las personas recitan en voz alta las oraciones, una de esas dice: resucito al tercer día según las escrituras, ¿cuáles escrituras? Si fueran las mías, muchas personas podrían leerlas, la profe dice que tengo buena letra, pero si fueran las de Mariana, nadie las entendería, escribe chiquito y apeñuscado. La profe siempre la regaña por coger mal el lápiz, pero ella no le hace caso o no puede, no sé. 

No creo eso de resucitar, ¿no será más bien que estaba muy cansado, se quedó dormido, y luego despertó al tercer día? Ayer, por ejemplo, cuando llegué del colegio estaba muy cansado; había jugado un partido de fútbol durísimo en el que me hice un golazo. Jacinto, mi mejor amigo, estaba súper rabón, porque le tocó tapar, pero él fue el último que llegó a la cancha y esa es la regla, igual que la ley de la botella: el que la bota va por ella. Tenemos que cumplir las reglas que inventamos para los partidos de fútbol, o si no ¿qué?

Apenas llegué a la casa, almorcé una sopa verde fea, arroz y fríjoles. También había plátano, pero no lo probé porque me gusta mezclar la comida de sal con la de dulce. Después jugué un rato en el computador. El juego es de un personaje que tiene que pasar diferentes mundos y niveles al final tiene que enfrentarse a monstruó súper difícil de cachos y color rojo, se parece al diablo. Uno de mentiras, quién sabe si el de verdad sea así, con cuernos y esas cosas. Una vez, en la misa el padre dijo que el diablo estaba en cada uno de nosotros, que por eso debíamos volvernos a Dios. No entendí nada y después se me olvido preguntarle a mí mamá qué significaba lo que hablaba el viejito loco de pelo blanco y sotana. A ella no le gusta que le diga así, pero es que siempre anda despelucado y tiene mirada de loco o, por lo menos, así me parece a mí. 

Mí personaje en el juego es un Nigromante que puede resucitar esqueletos y otras seres que le ayudan a pelear; el que más me gusta es un Golem de fuego que se mueve muy rápido y quema a los bobos que se le acercan. En el juego si creo en eso de resucitar, pero porque es un juego, en los juegos si puede pasar cualquier cosa que en la realidad es no pasa. 

Luego de eso estaba muy cansado y mamá me dejo dormir. Menos mal que no me habían dejado tareas o si no, me hubiera tocado hacerlas y esperar a dormir hasta por la noche, osea ahorita, este momento en el que no he podido quedarme dormido.

Hace un momento, no sé cuantos minutos ni segundos, me quedé sin moverme por un rato para ver si me quedaba dormido, pero no pasó nada, sigo despierto con los ojos cerrados. También me me moví y me acomodo de un lado y luego del otro, y sigo despierto o ciego. Ahora tengo calor; no, no solo es calor, también tengo ganas de hacer pipí.

No me gusta cuando me dan ganas de hacer pipí por la noche. El baño de mi casa queda al final del corredor y Juliana, mi hermana, dice que ahí asustan. Mi mamá me dice que no le crea, que sólo dice eso por molestar, pero ella una vez me dijo: “Vas a ver Nico, un día se te va a aparecer una sombra en él corredor y te va a empujar”.

Yo no creo que una sombra lo pueda empujar a uno, pues una sombra es como vapor, ¿no? pero prefiero no averiguarlo. Todavía tengo ganas de hacer pipí así que estoy ideando un plan para llegar al baño sano y salvo. Ya dibujé en mi mente un mapa de mi terreno de operaciones. Más o menos así:


Primero, cuando abra la puerta de mi cuarto, me voy a pegar a la pared, como he visto que hacen los policías cuando persiguen a los malos y no quieren que les disparen,  hasta llegar al mueble. Ahí en el mueble está el interruptor, pero si lo utilizo mi mamá fijo se levanta y comienza a regañarme por seguir despierto a estas horas, por eso cuando alcance ese lugar, me voy a quedar quieto por unos segundos, no muchos para no darle ventaja a la sombra que debe estar vigilando el pasillo. Después, gritaré: carraspirulis y arrancaré a correr al baño. Sólo yo y Jacinto conocemos, conocemos esa palabra que nos hace más rápidos; por eso es que a Jacinto y a mí nos va tan bien en las pruebas de atletismo.

Acabo de llegar del baño, todo paso muy rápido y no estoy seguro si seguí mi plan al pie de la letra. Cuando estaba escondido y protegiéndome con el mueble de los vinos, escuché un ruido en la cocina, que no incluí en el mapa pues no está conectada al corredor, y ahí si me dio miedo de verdad, entonces corrí al baño sin decir nada, hice pipí y cuando salí ahí si dije carraspirulis, pero creo que no era necesario. Me pareció que la sombra no estaba por ningún lado, de pronto es que le gustan unos días más que otros o sólo quiere molestar a Juli. 

Cuando me metí otra vez a la cama, cerré los ojos y creo que me quede dormido muy rápido, pues lo único que recuerdo es cuando mi mamá me llamó y resucité para alistarme para el colegio.