martes, 26 de diciembre de 2017

Ruinas

Antonia almuerza sola en un restaurante. Hace rato paso la supuesta franja horaria del almuerzo, pero ¿acaso qué sabemos?, cada quién con sus tiempos y sus horas. 

Revuelca con desgano un plato en el que se alcanza a observar una pierna de pollo mordisqueada y bañada en una salsa color ocre. A la presa la acompañan trocitos de papa al vapor y verduras o, más bien, restos de una ensalada fría: rodajas de tomate, hojas de lechuga y arvejas distribuidas aleatoriamente por todo el plato que, en vez de comida, se asemeja, más bien, a unos escombros que alguien amontonó en el plato.

Igual no importa, las ruinas, por nostalgia o lo que sea, nos atraen y parecen bonitas, así que Antonia pica aquí y pica allá, y va consumiendo su comida sin ninguna molestia. 

Con la mano derecha maneja hábilmente un tenedor, con el que trincha, de manera distraída, pero con decisión, los alimentos que, no olvidemos, son ruinas. En verdad lo que almuerza es una desbandada de likes, favoritos, fotos y comentarios, del celular que revisa con la otra mano.

A manera de tic, desliza la pantalla con el pulgar y frena cuando algo le llama la atención, examina esas ruinas, las suyas, las mías, de personalidad de un desconocido, amigo o familiar con detenimiento  y, de un momento a otro, deja el celular sobre la mesa para volver a fijar su atención en  el plato, en sus ruinas, que revuelve con desgano con el cubierto; El celular vibra y lo  levanta para revisarlo por enésima vez. 

Al poco tiempo, quizá ya llena de likes, emoticones y reconocimiento social, mira hacia los lados, se pone de pie, recoge la bandeja, el vaso y se acerca a una caneca para botarlos.

En un par de horas sentirá hambre.

viernes, 22 de diciembre de 2017

La mujer inesperada

“Quiero que el texto sea parecido al de la “Mujer inesperada”, me dice un hombre, al que no le puedo ver la cara; está ahí, justo enfrente mío, pero me limito a escucharlo, como si yo fuera ciego. “Bueno”, le respondo. No recuerdo haber escrito nada con ese título, así que le pregunto "¿dónde lo leyó?". Ahora no pronuncia palabra, pero me hace entender a través de telepatía, supongo, que fue en el blog. 

Es un título que encuentro distante o, más bien, ajeno a mis pensamientos. Me pregunto cómo lo habrá relacionado conmigo. De todos modos, me gusta como suena; la palabra que lo cierra lo hace muy llamativo.

La conversación hace parte de un sueño que termina con esa escena al tiempo que abro los ojos como si el hombre me lo hubiera susurrado en el oído para despertarme. Tengo la sensación de haber dormido muy profundo, a pesar de no haber cumplido con esas supuestas 8 horas de sueño reglamentarias.

Luego de dar vueltas de manera infructuosa para tratar de dormirme de nuevo, me quito las cobijas y con pereza, casi reptando, me siento en el escritorio, prendo el computador y busco ese archivo, el de la mujer inesperada. No aparece nada, solo uno que hace referencia a “La Mujer Loca”, una novela de Millás. 

Otra vez pienso en la ridiculez esa de las señales. Hace poco una prima soñó que la llamaban para un trabajo, ¿quién? Seguro alguien sin cara, parece que a esos personajes les gusta aparecerse en los sueños. Ese mismo día, en la tarde, la llamaron para ofrecerle el trabajo que le habían mencionado en el sueño, que susto, ¿cierto?

“La mujer inesperada” pienso, es un título sugestivo. Intento visualizar a esa mujer, y descifrar qué la hace inesperada, pero es mi primer encuentro con ella y es una total desconocida.

Realizo una búsqueda; parece que nadie ha escrito una  novela con ese título todavía, por eso lo de las señales, de pronto ese misterioso personaje sin cara me sopló el título de mi primer texto literario de largo aliento: “La mujer inesperada”.

Le he dado vueltas a las tres palabras, y al personaje que encierran, todo el día, a ver si logro dar con algún atisbo de trama, algo, lo que sea, por lo menos una situación en la que se vea involucrada la mujer, que me sirva para narrar un cuento corto o, una viñeta de vida al menos; algo por dónde empezar para destejerla, lo que sea, pero nada, la mujer le hace honor al adjetivo que la acompaña.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Compras

Un hombre de barba poblada, que lleva jean y camiseta azules, está a punto de pagar algo. Espera a que la mujer que atiende la caja registradora lo llame. Tiene las manos ocupadas con el producto que quiere llevar, la billetera y el celular. Este último le timbra y, luego de mirar la pantalla lo ubica, con un gesto de molestia, en el oído derecho y lo aprisiona con el hombro. No sabemos qué le dice su interlocutor, pero él no lo(a) saluda; en cambio le dice: “¿Me estás llamando en serio o es una equivocación?”.

Vamos a suponer que el hombre habla con alguien involucrado con él de alguna manera, usted sabe, estimado lector, uno de esos asuntos sentimentales no resueltos que, por la carga melancólica con la que irrumpe el fin de año, suelen tomar fuerza en estas fechas. ¿Fue la llamada una mera equivocación?, esperemos que, por la salud mental del hombre, no haya sido así.

En la librería dos mujeres adolescentes hojean libros de forma ansiosa. Los levantan, leen sus contraportadas y los vuelven a dejar rápido en su sitio para tomar otro y repetir la tarea: “¿Ya leíste este?, ¿cómo te pareció?”, pausa para tomar aire, “¿A ti te gustan por el estilo de Dawn Brown, ¿cierto?”. La amiga, que tiene ambas manos ocupadas con dos libros gruesos dice en un tono animado: “Si, pero yo sin plata y comprando esta mierda sin un peso”. La primera le responde: “Yo no voy a comprar nada para mí, hasta que termine el que tengo”; que fácil nos decimos mentiras. Uno de los libros que hojean es una novela histórica: “El imperio eres tú” de Javier Moro.

En un almacén de ropa la mujer de la caja, que no sabemos cuánto tiempo lleva de pie, pasa con desgano el código de barras de las prendas por el lector óptico. Teclea sin mirar el teclado, cobra y da vueltas, es muy buena en lo que hace. Cuando acaba esa serie de pasos que tiene tatuados en la memoria, dice “¡Siga!” en voz alta, a las personas de una fila que crece de forma exponencial; esto último no lo sabemos pero, así parece.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

¿Qué más de nuevo?

“Todo muy bien gracias”

Es lo primero que dice Melisa Segura luego del saludo, una frase robótica, con la que espera prender la chispa de la conversación, pero no por mucho tiempo. “Hay conversaciones que deberían morir con el saludo”, piensa.

Espera que la que sostiene sea una de esas. Había dejado que el teléfono diera varios timbrazos, hasta que pensó: “¿Y si es algo importante?”, pero sabía que no, nunca es así, que las noticias de vida o muerte rara vez se dan por teléfono.

“Ahh ya…” respondió la voz al otro lado; luego una pausa incomoda, ¿de cuánto tiempo?. ¿5, 10 segundos? Quería colgar pero le daba pena hacer eso con su interlocutor. “La pena” pensó, “Deberíamos tener las agallas para cortar las conversaciones que no van para ningún lado”. 

“¿Y qué tal la familia?, ¿Qué más de nuevo?” 

Qué más de nuevo, la familia, el trabajo, la política, y así sucesivamente, un remolino de temas que nos traga de un momento a otro y que, sin darnos cuenta, nos obligan a hablar como si no tuviéramos alma, piensa Melisa. 

“Todo muy bien, gracias” repite con un dejo de cansancio en la voz” Otra vez silencio. 

“Y, Qué más de nuevo por allá?

Le gustaría conocer más a la persona qué está al otro lado, saber que le duele de la vida, cuáles son sus aspiraciones, sus miedos, qué le gusta, qué aborrece, pero al otro solo le interesa saber qué hay de nuevo. A Melisa también le gustaría conocer todo lo nuevo y enumerarlo, armar grupos y categorías y, por supuesto, decírselo.

Sabe que no todos pueden ser como ella, y no es que lo le interese hablar pendejadas y reírse con ellas, pero siente que envejece más rapido con cada  conversación rutinaria que sostiene.

Melisa quiere que sea más preciso, “nuevas muchas cosas” piensa, pero el aburrimiento la obliga a rayar el disco.

“Todo bien”

El hombre, al parecer, capta su tedio, pero hace un nuevo intento, sólo por si acaso: “ ¿Y, nada nuevo?” 

Melisa Calla, siente que le puede llegar la muerte mientras el silencio la ocupa, pero no le importa.

“Bueno, yo vuelvo a llamar luego”
“Chao”
“Chao”

martes, 19 de diciembre de 2017

Juliana desayuna

Juliana estaba sola. Ese fin de semana Camilo, su esposo, se había ido de viaje con unos amigos, un plan de hombres, de machos. Él le había dicho que si quería lo podía acompañar, pero ¿qué iba a hacer ella en un lugar con puros hombres a quienes veía esporádicamente?. Únicamente se la llevaba con un par, lo mejor era darle su espacio, además, Marco también iba a estar allá. “Mejor dejar las aguas calmas” pensó. 

El Domingo se despertó tarde y decidió irse a desayunar a un café cercano. Cuando llegó al lugar y como estaba haciendo sol, decidió sentarse en la terraza. Las mesas, en su mayoría, estaban ocupadas por familias o parejas, algunas agarradas de la mano. La única persona sola, aparte de ella, era un hombre en pantaloneta, que leía un periódico y llevaba gafas negras. Juliana se preguntó desde qué hora estaría levantado. “Yo también debería hacer algo de ejercicio”, pensó, pero al rato se acordó lo rico que había pereceado y mandó el pensamiento a los abismos de su cerebro.

“Buenos días”; el saludo de una mesera rolliza y morena la sacó de su cabeza. El reflejo del sol en el delantal blanco de la mujer encandiló a Juliana por un momento. Cuando pudo enfocarla se dio cuenta que aprisionaba dos cartas contra su pecho.

“Hola, ¿cómo está?” le respondió Juliana con una amplia sonrisa. “Bien gracias”, complementó la mujer al tiempo que le pasaba una carta y ponía la otra en uno de los tres puestos desocupados de la mesa.
“Tranquila, no hay necesidad” le dijo Juliana.
La mujer freno el cuerpo, y con este inclinado, al tiempo que habría los ojos le pregunto, “¿Va a comer sola?”. “Si” respondió Juliana clavando su mirada en la mesa. “vieja sapa, ¿qué le importa?”.

Al tiempo que ocurría esto, en la mesa de al lado otra mesera le traía los platos a una pareja: una mujer rubia, con un piercing en la nariz y un hombre con barba y, a pesar del calor, una gruesa bufanda enroscada al cuello”.

El plato de la mujer eran unos huevos revueltos con mucho rojo, “tomates”, pensó Juliana. Apenas lo tuvo enfrente, la mujer saco su celular y le tomó una foto, luego hizo lo mismo con el de su pareja, le dijo algo y soltó una carcajada. El hombre sonrió incómodo.

Mientras mira la carta, Juliana piensa que debe pedir un plato diferente al de la mujer, siente que, si llega a ordenar lo mismo, está en la obligación de tomarle una foto, y que no tiene sentido alguno andar por ahí tomándole foticos insulsas a lo que comemos.

Tiempo después cree ver a la mesera que la atendió cuchicheando con una de sus compañeras. Las maldice en silencio mientras muerde una tostada, que mezcla y traga con un sorbo de chocolate.

lunes, 18 de diciembre de 2017

Hipopótamos voladores

El escritor, quién lleva una larga temporada fuera de su país natal, afirma que la ficción, bajo la constante amenaza de los textos de no ficción, la auto ficción y demás géneros ridículos y similares que se han inventado en los últimos tiempos; incluso la crónica, que tanto le apunta, a veces, a parecerse un texto literario, tiene sus días contados. 

Habla con rabia. Dice que a nadie le interesa saber cómo una persona le cambio los pañales a su hijo recién nacido o qué le ocurrió cuando visitó el supermercado. Lo primero me parece súper acertado, pura caca, en cuanto a lo otro, la cantidad de personajes que se pueden encontrar en los supermercados para poblar cualquier tipo de texto es bárbara.

Este hombre, que ha dedicado su vida a las letras, cuenta que, antes que leer cualquier historia insulsa sobre un acontecimiento nimio de nuestras vidas, le encantaría toparse con una novela que cuente la historia de unos hipopótamos voladores, pues ¿qué más apuesta a la ficción que esa? 

Me gustaría complacerlo, pienso entonces que el personaje principal de esa novela se podría llamar Rodolfo el hipopótamo, quién conoció la historia de Dumbo y se empecinó en lograr su mismo objetivo.

Soy consciente de que es una trama bien floja, pero, aun así, le doy vueltas en mi cabeza todo el día. Siempre visualizo a Rodolfo el hipopótamo sentado en un prado muy verde y con muy pocas ganas de volar “¿A qué huevón se le ocurre que un hipopótamo quiere volar?”, me pregunta en silencio. “Por eso es ficción”, le respondo.

No se me ocurre que más decirle. En la tarde salgo a comprar algo al supermercado. No ocurre nada extraordinario, pero igual me da pena con Rodolfo y con el escritor narrarles la experiencia. Quizá, la realidad debería parecerse más a la ficción, y así, todos felices.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Si el señor quiere

Nos encontramos en una peluquería. Una mujer habla por celular a grito herido, para superar un barullo de ruido que incluye secadores de pelo, conversaciones, risas, uno que otro carro que pasa por la calle y una emisora que suena sólo porque sí, pues nadie parece ponerle atención, y resulta difícil precisar si transmite noticias, música o un programa de aguinaldos navideños.

No hago ningún aporte a la cacofonía del lugar. El peluquero que me atiende es sordo y, parece, también mudo, así que no tengo que esforzarme en hacer una conversación floja sobre el clima o si la clientela del día está buena o no. Nos comunicamos por un lenguaje de señas básico, universal y positivo de pulgares hacia arriba. El hombre corta bien el pelo y no recuerdo como le hice entender, cuándo lo conocí hace un par de años, cómo  quería que me peluqueara. Lamenté esa temporada en la que se desapareció; según un rumor, le había hecho algo mal a una clienta que, seguro, no era buena en el lenguaje de señas positivas. 

“Si, como te dije, nosotros viajamos mañana muy temprano. Si, es un viaje que teníamos planeado desde mitad de año. Lamento no poder acompañarlos más tiempo, pero en la tarde, si Dios nos da vida, si el señor lo permite, pasamos por la funeraria para acompañarlos un rato.”, dice la mujer. 

“Que irónico sería morir camino a un funeral” pienso, aunque sabemos que la muerte, cuando se trata de desafiar el curso de lo "normal", no tiene piedad alguna con nosotros. 

Dicho eso, a veces pienso que entre las múltiples obligaciones que debe tener Dios, una de las más importantes es sentarse a querer quién si y quién no, si ustedes me entienden.