jueves, 7 de junio de 2018

Accidente

Hace tiempo una amiga afirmaba soñar todas las noches y registraba sus sueños en un blog, hasta que un día se canso de hacerlo. La última vez que la vi le pregunté si todavía soñaba seguido; me dijo que sí, excepto cuando está muy cansada. 

Rara vez me recuerdo mis sueños, y cuando logro hacerlo, me pregunto si significaran algo o si sólo serán, como decía Freud, producto del inconsciente. Una página dice que si uno se queda dormido con un cigarrillo encendido en la mano y se quema los dedos, podría soñar con fuego, pero ¿a quién carajos le pasa eso? seguro a alguien que está muy, pero muy cansado. 

En el sueño voy en un carro en el asiento del copiloto. Es de día; el piloto yo nos guardamos silencio. Tomamos un puente muy extenso que en un punto tiene una curva. Cuando el chófer la toma, levanta a un policía que dirige el tráfico.  Es absurdo que el policía este de pie en la mitad del puente pero, recordemos, es un sueño. 

El hombre se estampa contra el panorámico y luego cae al piso. Justo al lado de mí puerta. El conductor frena en seco y la abro para ver en qué estado se encuentra el atropellado. Me bajo y le pregunto que si está bien. Siento que varias personas nos miran, pero ninguna se acerca. De repente el hombre se pone de pie y se tambalea un poco, pero insiste en que se no le pasó nada

Creo que el carro en el que voy es un Uber, estoy nervioso, pues no sé si me van a culpar de algo. Llegan dos policías en una moto, se bajan y conversan con el señor que atropellamos. Yo me acerco al conductor y le pregunto en voz baja por su nombre, para intentar preparar una coartada. No sé por qué me preocupa más eso que la salud del hombre atropellado. 

“ ¿Cuál es su nombre?”, le pregunto al conductor 
“Wilson Tavares”, responde. 

Cuando pretendo continuar con el diálogo los policías lo llaman. Más angustia, pues no quedamos de acuerdo en nada y no sé qué les va a decir. Ese yo dormido que mira los sueños desde lejos, no entiende la preocupación que me genera el sueño. 

Me despierto.

miércoles, 6 de junio de 2018

Amores tipo metro

Me causan intriga y a la vez aplaudo esas parejas de novios que llevan muchos años juntos y que el clímax de su historia de amor es el matrimonio. En mí caso, supongo que todo el tema del matrimonio es un anhelo inconsciente, producto de, digamos, la publicidad y las comedias románticas, entre otra infinidad de cosas. 

Hace poco vi las fotos del matrimonio de una mujer que se casó con, al parecer, su alma gemela. Cuando me encuentro con esas “parejas perfectas”, pienso que también me gustaría contar con una de muchos años, con esa persona de la que sabría casi todo, digo casi pues he leído en muchas partes que nunca llegamos a conocer a alguien al 100 %, ni siquiera a nuestra pareja, pues siempre tenemos zonas oscuras en nuestras vidas que preferimos guardar solo para nosotros. Esto no quiere decir que las personas que usted conoce, estimado lector, estén a un paso de convertirse en asesinos en serie, aunque nunca se sabe, sino que a veces es mejor que no todo se revele. “Cuando todo se sabe ninguna narrativa es posible ”, también leí en alguna parte.

Siempre he asociado los noviazgos largos con los metros de algunas ciudades europeas, pues son obras que no surgen de la noche a la mañana, sino que se han  trabajando a lo largo del tiempo, como el de Paris, por ejemplo, que cuenta con 117 años o el de Londres que tiene 155, y que, viejos y todo, funcionan bien. 

También están las relaciones tipo metro de Bogotá, esas que uno ansía tener con alguien pero que por una u otra cosa nunca se dan. Y pues imaginó, no sé, que el símil aplica para todo tipo de transporte público.

martes, 5 de junio de 2018

Señal en forma de canción

Beerdigung Significa entierro y es el nombre de la canción de Annett Louisan que escucho cuando llego al apartamento. Su final coincide con el momento en que meto la llave en la cerradura. 

Tiendo a pensar que cuando eso ocurre, es decir, cuando el fin de la canción coincide con el momento exacto en que voy a abrir la puerta, es una señal, algo evidente que el universo quiere decirme y que, a pesar de que está enfrente de mis narices, no logro ver ni descifrar. 

Posibilidades de interpretar eso, supongo que hay miles. Puede ser que tenga que ver con tres muertes recientes, una de un familiar y dos de personas conocidas, en semanas pasadas. Aunque imagino que las señales, si es que existen, carecen de sentido si pretenden señalar algo del pasado, y que más bien tienen que ver con ese terreno brumoso, que apenas se está conformando, al que llamamos futuro. Pues de eso se tratan, ¿no? Si vamos por una carretera una señal nos indica la curva peligrosa que estamos a punto de tomar, pero no tendría sentido alguno que nos dijera que hace 5 kilómetros tomamos una. 

Quizás la señal pretende que le vuelva a poner atención a ese idioma, que tanto me cautivó hace unos años. Las ganas por aprenderlo derivaron en unos cuantos cursos en un instituto de lenguas. Luego con una amiga que conocí desde el nivel A1, decidimos tomar clases particulares con una señora que insistía en que yo no me esforzaba lo suficiente, así que me aburrí y desde ahí enterré mis ganas de aprender Alemán, un deutsche Beerdigung

También me aburría las veces en que llegaba a la casa de esa señora y el que me abría era el esposo, pues cometía el error de decirle tímidamente: Guten Morgen o Guten Abend, y el señor se soltaba a hablar en un alemán velocísimo, y de todo lo que decía escasamente entendía un par de palabras, así que terminaba por asentir con la cabeza y soltaba una risita estúpida. No lo culpo, de pronto conversar con los alumnos de su esposa era la única oportunidad que tenía de hacerlo con alguien que no fuera ella, de liberarse de su amargue aunque fuera por un corto tiempo, así la otra persona no le entendiera nada, pero quién sabe, de pronto digo esto porque la señora me caía mal. 

Hace poco una mujer me contó algo con emoción. Según ella, lo que le había ocurrido era una señal y de las buenas. Yo la escuché sin mucho entusiasmo y cuando terminó de hablar no dije nada. “¿No crees en las señales?, me preguntó. “No mucho la verdad”. “Ahh, yo sí” me dijo, y en uno de esos acuerdos tácitos de las conversaciones, decidimos hablar sobre otra cosa.

lunes, 4 de junio de 2018

Poetas todos

En bachillerato, en una clase de español, tuvimos una clase sobre los Haiku. Recuerdo poco sobre el tema, por mucho, la importancia de la brevedad de los textos, que obliga a una selección y uso muy preciso de las palabras. 

Luego de la explicación, Centella, así le decíamos al profesor porque andaba en moto, nos dio tiempo para que escribiéramos uno en caliente. Al finalizar el ejercicio cada uno debía leer el supuesto poema que había escrito. 

El mío, como el de la mayoría de mis compañeros pasó al olvido, pero hubo uno que se convirtió en una epifanía, una gran revelación que nos acompañará hasta la muerte. 

En la última fila de pupitres, cuando faltaban 6 poemas por leer, le tocó el turno a Marco Emilio, un juicioso jugador de baloncesto que hablaba poco. Su Haiku fue el siguiente: 

“La hoja trabaja ligada al árbol, mañana morirá libre” 

Recuerdo el silencio sepulcral que guardó todo el salón después de escucharlo, cada uno, imagino, intentando digerir esa cachetada de palabras y significados de la mejor manera posible. 

En estos días en el grupo de chat, recordamos de nuevo en el episodio. Un amigo mencionó que sería el mejor epitafio y el Marco complementó diciendo que aplica para todo. 

Le pregunté si fue producto de un fogonazo creativo o que si llevaba una libreta oculta repleta de escritos de ese estilo. Marco respondió que en esa clase él estaba sentado al lado de una ventana que daba a un jardín interno, en el que había un arbolito que, según recuerda, estaba muy pelado, pero que aún conservaba un par de hojas verdes. 

Aprovechando el desorden de la clase y mientras Centella iba de puesto en puesto explicando el ejercicio y resolviendo dudas, el poeta efímero se englobó mirando el árbol. Después de leer el poema, el profesor se lo hizo repetir unas 20 veces, “¿acaso este man no me entiende?”, pensó Marco. 

Días después de su creación, Marco comenzó a pensar que si tenía mucho sentido decir que su Haiku aplica para todo y que con la repetición del poema, Centella solo quería procesarlo, relamerse en el una y otra vez.

Poetas todos, pero no lo sabemos.

domingo, 3 de junio de 2018

Ficción y realidad

Una familia termina involucrada en un lío con un terrorista árabe que es buscado por más de cinco países. El padre y el hijo logran capturarlo. Suena a, y es ficción; un capítulo de una serie que acabo de ver. 

El hijo le dispara en una pierna al delincuente y lo encierra en el sótano de la casa, pero después cae en cuenta que este morirá, bien sea desangrándose o por la infección que le va a producir la bala si quedó incrustada en un hueso. 

Decide sacársela y mientras realiza esa operación, la madre, que no está enterada del lio en el que se ha metido su familia, llega a la casa y lo llama. El hijo sube a la sala y luego de que se saludan, alguien timbra. Es un inspector de policía que está investigando un caso que involucra al árabe. En un momento les pide que por favor le entreguen las armas que tienen en la casa, una pistola y una escopeta. 

El hijo responde que están en el sótano y que las va a ir a buscar, pero apenas se pone de pie, el inspector le dice que es mejor que deje que la madre vaya a buscarlas, porque él tiene que hacerle unas preguntas. 

Es un momento tensionaste, “Qué va a hacer la madre?, nos preguntamos ¿Gritar apenas vea al terorista desangrándose en el sotano?, ¿quedarse callada?, pensamos mil opciones pero no sabemos qué va a ocurrir. Todo el peso de lo que ocurra recae en el personaje de la madre, o mejor, en sus rasgos de personalidad, en cómo actúe en esos momentos dónde todo está en juego. 

Recuerdo ahora un pasaje de la novela La Luz que no puedes ver, en el que a un Nazi le obligan a azotar un judío, repetidas veces, pero el hombre, que no tiene los sentimientos tan podridos, en un momento se rehúsa a hacerlo. 

Dice el guionista Robert Mackee, que esos momentos en los que una persona debe actuar bajo presión, los que revelan el verdadero carácter, y que entre más presión, más profunda será la revelación y más fiel a la verdadera esencia del peronaje. 

Supongo que esto también aplica en la realidad, pues, si nos fijamos bien, a veces son pocas las diferencias que tenemos con los personajes de una novela o una película, bien sean héroes o villanos.

jueves, 31 de mayo de 2018

Lanzamiento

Estamos en el lanzamiento de un libro, una recopilación de textos de viaje escritos por mujeres. Estoy ahí porque una amiga me invitó. Ella es una de las editoras y también conozco a varias de las autoras.

El evento es en la azotea de un edificio. Hace muy buen clima y el cielo se tiñe de color naranja, muy chic la vaina. No conozco a nadie y después de saludar a mi amiga, ella nota el desparche en el que me encuentro y me introduce en la conversación de un hombre y una mujer, y se va a atender al resto de invitados 

Mi grupo de conversación lo componen el editor de una revista y una redactora publicitaria Sueca. El nombre de ella suena  como "línea", pero con tilde en la e, es decir, algo como Li-ní-a. Me cuenta que siempre que alguien la conoce y luego de preguntarle el nombre dicen: “Ahhh Línea, ¡claro!”. Se lo hago pronunciar varias veces para familiarizarme con la marcación del acento y no olvidarlo. 

Sé que el editor escribió una novela. Alguna vez la hojeé, pero no me llamó la atención. El hombre lleva una de esas caras de “que perdedera de tiempo, debería estar en otro lugar”, y es de esas personas que intentan monopolizar la conversación, es decir, que todo tema de conversación nuevo que se propone debe tener su visto bueno para poder ahondar en él.

Intento meter la cucharada en lo que están hablando. Li-ní-a cuenta sobre un trabajo, con una ONG, que tuvo en Suecia antes de venir a Bogotá, en el que tenía que entrevistar a abusadores sexuales. 

El hombre hace un par de preguntas, y da su opinión. Yo participo poco, como para no desentonar. En ese momento mi amiga vuelve y el hombre cambia un poco su actitud, como si ella sí estuviera a la altura para hablar con él. 

Con el pretexto de buscar un punto en común, de encontrar un punto de conexión humano, cometo el error de preguntarle al hombre  si es el autor de esa novela. “Si”, responde orgulloso, y mi amiga, no sé si por joderme o de ingenua, me pregunta: “ ¿Cómo se llama?”. Me quedo callado. Busco y busco en mi mente pero no logro dar con el título. Al final ella lo da y hago un par de preguntas tontas al respecto, que el hombre responde de forma despectiva. Luego me aburro y me voy a buscar otro grupo de desconocidos. Lo siento por a Li-ní-a.

A la salida, me encuentro en el ascensor con dos gringas que me preguntan si estaba en el evento o si trabajo en el edificio. Les respondo y me preguntan que si no voy a ir a la fiesta, “¿Cuál fiesta?. El “after” dicen. Luego me dan el nombre de un bar que no conozco. Síguenos me dicen. Cancelo el taxi que había pedido y me dejó guiar por ellas, que ríen y hacen mucho escándalo.

miércoles, 30 de mayo de 2018

Olvidarse

Olvidarse, perderse, dejar de ser. 

Hace un momento pensé en algo, y la conclusión del breve monólogo mental que sostuve fue: “Voy a buscarlo en Internet". Justo después mi mente saltó a otro tema y cuando abrí el explorador no pude recuperar el pensamiento. La maldita paloma se había escapado. 

Olvidar es uno de mis miedos frecuentes. Cuando salí del coma, producto de aquel suceso que me dejó el amable recordatorio, una de las primeras conversaciones que tuve fue con una Neuropsicóloga. Yo, en medio de mí desubique, estaba tranquilo y la doctora comenzó a hacerme una serie de preguntas que consideré estúpidas en ese momento: “¿Cómo se llama?, ¿en qué año estamos?, ¿Qué país?”, mientras yo pensaba: “¿De qué se trata esto?”, ¿acaso me creen tarado?, pero una de los posibles escenarios era haber sufrido perdida de memoria, como sufrí por unos días la pérdida del olfato y del gusto, como si la memoria fuera un sentido. En otras palabras, que hubiera olvidado esos datos ridículos, como olvidarse de quien es uno, si es que alguna vez llegamos a descifrar eso. 

De pronto ahí está fundado el miedo, pues recordar nos asienta en la realidad y nos da identidad. Si pensamos quién somos ahora, es muy probable que debamos recordar quién fuimos hace un segundo, un minuto un año o una década, suponiendo que lo que somos se debe a lo que hemos hecho o no hecho a lo largo de nuestras vidas, en fin. 

De pronto estamos obsesionados con el yo, con ser nosotros y nadie más y por eso olvidarse da pánico, pues es que solo imagínense cómo sería si un día si, de repente, uno se despierta sin saber nada del pasado, que en resumidas cuentas significa no saber nada del presente. 

Olvidarse, olvidar, olvidarnos, nos da la oportunidad, o mejor nos obliga a ser otro ¿Acaso no es eso lo que soñamos a diario? ¿Haber tenido una mejor repartición de cartas en el juego del destino para tener otra vida? Que raro ese miedo.