miércoles, 18 de julio de 2018

Palancas emocionales

A veces cuando veo una película, escucho una canción o se me cruza una imagen, me entra una tristeza extraña; una especie de nostalgia en la que es agradable regodearse. 

Es Como si nuestros recuerdos, combinados con los millones de estímulos a los que estamos expuestos, activaran palancas emocionales. 

El otro día el dios de la aleatoriedad me concedió Starway to Heaven. Muchas de las veces que suena ese cliché del rock, por decirlo de alguna manera, en mi reproductor, suelo adelantar la canción, pero ese día, apenas sonó el arpegio con el que inicia, me dieron muchas ganas de escucharla 

La canción tiene frases preciosas, que pueden tener miles de interpretaciones para cada persona; entre mis favoritas se encuentran: 

Yes, there are two paths you can go by, but in the long run
There's still time to change the road you're on 

And as we wind on down the road
Our shadows taller than our soul. 

And if you listen very hard, the tune Will come to you at last
 To be a rock and not to roll. 

Como siempre, la comencé a cantar como por inercia y bien bajito, porque estaba con otras personas, pero en esta ocasión sentí que se me quebraba la voz. 

Imagino que todos tenemos esas palancas emocionales dentro la cabeza, en el corazón, en nuestras entrañas; por algún lado deben estar, pero están bien escondidas y mejor que sigan así, pues con lo que nos aterra sentir y ser vulnerables, si supiéramos en dónde se encuentran, fijo intentaríamos removerlas, aun sabiendo de su importancia. 

Otras canciones que me producen efectos similares son Tears in heaven y I wish you were here. La vez que más duro me dio esta última fue cuando un hombre la tocó en una misa por la muerte de su hermana, pues era una canción que les encantaba a ambos y que siempre tocaban juntos. Fue increíble ver como la interpretó sin que se le quebrara la voz. 

Hablando un poco más del tema, una de las películas que más palancas me ha accionado fue Big Fish. La vi con mi mamá y con mi hermana y cuando salimos del teatro ninguno de lo tres era capaz de hablar, porque sabíamos que fijo íbamos a llorar. Fue muy extraño pues duramos bastante tiempo callados, cada uno digiriendo la película en solitario, hasta que por fin alguien se atrevió a decir algo y fuimos recuperando el habla y la conversación a punta de monosílabos y frases cortas.

martes, 17 de julio de 2018

Lecciones de Walter Riso

Pasamos de largo una moto que va despacio y que lleva a una mujer de parrillera. El conductor farfulla unas cuantas palabras de disgusto, pues tuvo que esquivarlos.

Luego caemos en una conversación aburridora, uno de esos lugares comunes repleto de opiniones sobre el tráfico de la ciudad y la imprudencia de los motociclistas.

“Uno de afán, y el hombre va tranquilo, de paseo.”
“Y va como por la mitad de la calle”, irrumpe mi yo conversador.
“Si, claro que todo depende, ¿no? Yo que voy de afán y quiero terminar la carrera y buscar otra de una, pero ¿qué tal que el hombre esté de levante?”.
“Es cierto”.
“Porque claro, en esas etapas toca ir despacito, con calma. Si el tipo fuera manejando a mil la vieja podría pensar que lo que quiere es deshacerse de ella”.

Lo miro, y le respondo con un silencio.

Ambos callamos por unos segundos y a punto de llegar a mi destino el conductor vuelve a hablar:
“Esa es una de las cosas de las que habla Walter Riso en sus libros”.
“Menos mal que ya me voy a bajar”, pienso y me quedo callado.

El conductor no repara en mi apatía y sigue hablando: “Si, el hombre dice que cuando uno está enamorado pierde muchas cosas: autonomía, criterio, libertad”.
“¿Cómo así, entonces lo mejor es no enamorarse?”, le pregunto.

“Pues sí, también dice que uno no debe dejarse llevar por la nostalgia cuando termina una relación, sino mirar qué le dejó de bueno en términos materiales. Suponga que usted termina una relación que duró cinco años. Apenas ocurre eso, usted no se debería enfocar en la pérdida sentimental, sino mirar qué le dejó esa relación, si un carro o un apartamento, por ejemplo. Si uno se enfoca en eso da menos duro.
“Ahh ya, nunca he leído a Riso”.
“Así es amigo”, me dice el hombre, en el momento en el que el viaje termina-
“Muchas gracias”.
“Chao, que le vaya muy bien”, se despide el Riso urbano.

lunes, 16 de julio de 2018

Trago y condones

En un supermercado, justo después de pasar las cajas registradoras que no se cansan de emitir ruidos que se mezclan y resaltan sobre el barullo de voces de quienes hacen fila, se encuentra la sección de licores; toda clase de tragos con diferentes rangos de precios, que indican que podemos ser selectivos si lo que tenemos en mente, por ejemplo, es perder la conciencia. 

Los licores, de diferentes colores y envasados en botellas translucidas con curvas sensuales, sobre los que se refleja la luz artificial del lugar, resultan muy llamativos y dan ganas de echarles una mirada. 

Varios compradores se pasean con aire distraído por las góndolas. De vez en cuando se acercan a una y toman una botella que les llamó la atención. La inspeccionan con detenimiento, la pesan en sus manos, le dan vueltas, se la acercan a la cara para leer la letra pequeña de la etiqueta y la echan en sus carritos o la vuelven a dejar en su lugar. 

En el mismo sector, hay otro elemento que llama la atención, y que resalta por lo diferente, y porque parece pasar desapercibido ante los atentos compradores de trago: un stand de condones. Los empaques de estos no son tan llamativos, contario a sus nombres: Hot sensation, Triple pleasure, G vibration, entre otros. 

Se pregunta uno qué hacen ahí, y si no es un producto tipo “por si acaso”, una especie de mensaje subliminal: “Sabemos que está llevando trago. Si no quiere futuras sorpresas, lleve condones. No diga que no se lo advertimos”.

No sabemos si es una estrategia de venta de los productores de condones, de los del trago, o una alianza estratégica entre ambos; quién sabe de cuántas formas la publicidad nos engaña y nos mete mensajes en la cabeza para que consumamos todo tipo de productos.

viernes, 13 de julio de 2018

Huevo duro

Mis habilidades culinarias tienden a cero; una de las pocas cosas que sé hacer bien son galletas de navidad. A veces me imagino como un personaje de una comedia romántica en la que invito a una mujer preciosa a comer. La cena la preparo yo, con velas en la mesa y toda esa parafernalia. El personaje se vería envuelto en un enredo pues tendría que salirse de su zona de confort de las galletas de navidad. El hombre, el personaje, yo, en resumidas cuentas, me decidiría por hacer pasta, pero la mujer considera ese plato un cliché romántico y me deja por eso. El resto de la película trataría en cómo el hombre, yo, se convierte en un chef de alta cocina para recuperar a la mujer. 

Hoy me preparé un sándwich de huevo duro de comida, producto, como ya le comenté, estimado lector, de mis pocas habilidades en la cocina y también, de que me antoje de comer eso. 

Me gusta el carácter combativo del huevo, es decir, su habilidad para desenvolverse en cualquier comida como el producto principal, o como snack a cualquier hora del día. 

Dicho esto, ahora recuerdo que en múltiples visitas a la casa de un amigo inglés, siempre nos ha dado sándwiches de huevo y te, así que puedo decir que no estuve tan mal en mi opción culinaria de hoy, pues siempre he asociado eso del te ingles con un momento fino o gourmet, pendejadas que uno piensa. 

Quería escribir sobre esto, porque hoy cuando estaba pelando el huevo, me acorde de aquella ocasión, pocos días después de haber despertado del coma, en la que me dieron huevo duro de desayuno. El conflicto de esa historia radica en que, debido al accidente que me dejó el amable recordatorio, había despertado con hemiplejia. No se imaginan ustedes lo difícil que es pelar un huevo duro con una sola mano.

jueves, 12 de julio de 2018

Masa amorfa

Eso era lo que pensaba Victoria Child acerca del tiempo, que no era continuo, sino más bien una especie de masa, una pasta moldeable sin principio ni fin identificables, que se mezcla de diferentes maneras; además de ser, parafraseando un poco a Einstein, relativa, es decir que tiene un significado diferente para cada ser humano, con relación a su vida y los sucesos en los que cada uno se ve envuelto. 

Child pensaba que el pasado bien podía ser presente, el futuro el pasado y así, todas las permutaciones posibles entre esos tres estados con los que pretendemos encasillar al tiempo. 

Había días en los que no dejaba de pensar en el tema: “Este momento, este ahora, no se le puede llamar así en su totalidad, pues no dejar de ser un futuro mío de, digamos, un pasado de hace unos 5 años, al tiempo que no deja de ser un pasado de un futuro que quizás ya viví. Para ella la vida era como una máquina del tiempo constante. 

Esa era una de las dudas constantes de Child, profesora de gramática, pues le intrigaban los tiempos verbales y la necesidad, malsana creía ella, que tenemos de marcar con ellos el tiempo. 

“Masa amorfa”, denominaba al tiempo y a los verbos, dos variables que, pensaba, no pueden existir la una sin la otra. 

Durante toda su vida trato de imaginarse un verbo supremo, uno que tuviera la facultad de expresar el pasado, presente y futuro al mismo tiempo, sin necesidad de derivaciones, una única palabra que permitiera señalar el antes y el después, el ayer y el mañana, hacia atrás y hacia adelante. 

A eso dedicó su vida Child y, a fin de cuentas, el tiempo, como a todo, la consumió, sin darle nunca la respuesta que buscaba.

miércoles, 11 de julio de 2018

Cómo se cuenta un cuento

En la primera semana de la última feria del libro, me dieron un bono con un 20% de descuento para el último día de la feria. Lo guardé sin pensar que lo iba a utilizar, pero el último día del evento, ahí estaba yo de nuevo paseándome por los pabellones y pensando lo mismo de siempre: “¿En qué momento voy a leer todo lo que me falta?"

Utilice el bono para comprarme “Las tres bodas de Manolita”, una novela de Almudena Grandes. Tenía muchas ganas de leer una novela que tuviera que ver con la guerra de España, pues creo que esos ambientes de guerra sacan a flote quiénes somos realmente y que son perfectos para explorar las emociones humanas.

En medio del frenesí de la compra me antojé de otro libro, y luego de mirar la billetera y hacer unas cuentas rápidas, concluí que también podía llevarlo. Cuando fui a pagar a la caja, me dijeron que como me estaba llevando dos libros me iban a dar uno de obsequio. Di las gracias y esperé un rato a que buscaran los libros, pensando que seguro iban a ser bien malos. Al rato la cajera llegó con dos: “Cómo se cuenta un cuento”, un taller de guion de García Márquez y otro que ya no recuerdo cuál era. Me decidí por el primero sin siquiera hojearlo.

Me aburren todos los artículos tipo: “Cómo hacer Inserté aquí cualquier tema, porque a estas alturas de nuestra evolución ya deberíamos saber que eso del paso a paso es una vil mentira, que cuando uno intenta hacer las cosas con cierto orden, llega la vida con su destino, dioses, nuestras malas decisiones, lo que sea, y lo pone todo patas arriba.

Supuse que el libro debió haber sido publicado mucho antes que llegara esa moda tan dañina del “Cómo hacer…” así que imaginé que el libro se iba a alejar de esa línea de escritura simplona. Acerté.

Hace poco lo empecé a leer, y el libro no es un simple manual para escribir cuentos, con reglas y/o estructuras narrativas que se deben seguir al pie de la letra, sino una recopilación de los diálogos, liderados por el escritor colombiano, de los integrantes del taller.

La idea consistía en escribir historias de amor para cortometrajes de media hora. En cada sesión uno de los participantes presentaba un cuento o una idea de cuento resumida y luego se embarcaban en una discusión que solo tenía como fin mejorarlo, anotando los aciertos, qué les parecía que fallaba y posibles mejoras.

La primera historia que revisan se llama “Ladrón de sábado” y la presenta una mujer llamada Consuelo. En pocas palabras trata sobre un hombre que únicamente es ladrón los fines de semana y un día llega a robar una casa, pero se enamora de la mujer que vive ahí y se queda a vivir con ella y Pauli, su hijita.

Hasta ese momento el libro iba bien pero no me había enganchado, pero la forma cómo comienza el capítulo “Primera Jornada” es preciosa:

"Gabo: Bueno, procedamos a destrozar Ladrón de sábado…"

martes, 10 de julio de 2018

Presencia

Dicen, aquellos que saben mucho y que no me gusta llamar expertos, que cuando nos enfrentamos a una buena narrativa, hay ocasiones que experimentamos un fenómeno conocido como “presencia”. Ese estado nos permite comprender algo acerca de nosotros, un es un momento en el que nos conectamos con la narrativa a todo nivel, y en los que se difumina la frontera entre lo real y lo imaginario. 

Me acuerdo del tema porque veo a un hombre que debe tener un poco más de veinte años. Lleva una chaqueta verde oscura gruesa, con la cremallera hasta arriba y unas botas rojas. Sobre su mesa reposa un vaso de café grande, al que le da sorbos espaciados, pues sus manos están ocupadas sosteniendo un libro grueso de hojas arrugadas y amarillentas, del que solo lleva unas cuantas hojas leídas. 

También lleva puestos unos audífonos gigantes, aunque dudo que este escuchando algo, pues más bien parece que la función que cumplen es silenciar el ruido que se produce a su alrededor. 

En ocasiones se inclina bastante para leer el libro y parece que lo fuera a tocar con la nariz. Puede que eso se deba a alguna enfermedad de sus ojos, pero prefiero pensar que lo que el joven lector está experimentando un episodio de presencia y que lo que desea al inclinarse de tal manera es adentrarse en la historia que lee, ser otro de los personajes, 

¿Acaso cuántos de nosotros no hemos deseado eso alguna vez, deshabitar la realidad, tan turbia y extraña, en la que vivimos para habitar alguna ficción?