viernes, 17 de agosto de 2018

Dos semanas de vida

Dos hombres están sentados en la mesa de un café. Hablan sobre negocios y mencionan algunas empresas mayoristas de tecnología; al rato llega otro. 

“Pero miren quien llego”, dice uno de los primeros en voz alta, y yo, que estoy leyendo, le hago caso y levanto la mirada para cumplir con su orden y examino al recién llegado: un hombre que lleva una camisa roja con pintas de rombos y pepas blancas, blue jeans y unos tenis, también rojos. 

El nuevo integrante del grupo les cuenta cuál fue la ruta que escogió para que le rindiera de tal manera. “¿Pero hoy vernos en un café?”, alega. “Si me dicen que nos veamos en un BBC, seguro que llego más temprano. 

“Si quiere ahorita después vamos, le responde uno algo ofendido, seguro el que escogio el café como lugar de reunión. 

Los envidio un poco. Estoy en el lugar quemando tiempo para una cita médica que tengo a las 5:40 p.m. ¿Pero en qué carajos estaba pensando cuándo la programé? 

Miro nuevamente a los bebedores de cerveza en potencia. Lo más sensato, para equilibrar los asuntos que me competen a mí y a ellos, sería que yo estuviera esperando a a una mujer que me gustara mucho para tomar un café y charlar de la vida, de todo y de nada. Pero no, mi plan de viernes es una cita médica. 

Se me ocurre pensar que el médico, después del saludo y una conversación sonsa que da arranque a nuestro encuentro, me va a decir que me quedan dos semanas de vida. Aparte del pavor, me daría mucha rabia que fuera así, pues 14 días no son nada; seguro pasarían volando y san se acabó. 

¿Qué tal que hubiera programado la cita para una fecha posterior a esas dos supuesta semanas de vida? ¿Moriría sin saber que la parca me iba a visitar?, ¿es eso una ventaja o una desventaja? 

¡A las 5:40 p.m.! ¿A Quién diablos se le ocurre? 5:40, 5:40. Repito la hora varias veces, más con un sentimiento de aburrimiento que de rabia. 

Minutos antes de la cita llego al lugar y la sala de espera está casi desocupada; obvio, pocos son los tarados que programaron citas para un virnes que precede un lunes festivo. Aparte de la recepcionista, solo me acompañan una abuela, su hija y nieta. 

El médico las hace pasar y aprovecho para leer otro par de capítulos de la novela. 

Cuando las mujeres salen, bromean con la recepcionista. Cuando dejan de hacerlo, la segunda me indica que puedo seguir. Ya en el consultorio, el médico me saluda y comienza a preguntarme que cómo me he sentido, me toma al presión, el pulso, me hace tomar aire y botarlo lentamente. La cita, al parecer transcurre normalmente. 

Cuando siento que va a acabar, le pregunto a bocajarro: Doctor, dejemos el teatro para otro momento, ¿cuánto tiempo me queda de vida? 

Abre los ojos y me mira sorprendido, sus labios se curvan, no sé si en una sonrisa sincera o malévola. 
“ ¿Qué quiere que le diga?, seguro más de dos semanas”.

jueves, 16 de agosto de 2018

Tiempo, maní y dinero

Time is money, reza un dicho, frase que los Les Luthiers, en uno de sus sketchs, traducen como: El tiempo es maní. ¿Que cómo es el maní ahí? Difícil saberlo, pues todo se basa en ese intangible que, vuelvo y digo, tratamos de atesorar y tanto nos enreda la existencia. 

Podría decir que hoy, en una vuelta bancaria, perdí tiempo, dinero y maní, pues los tres vienen a ser lo mismo, ¿acaso no? Ahí nos vamos entendiendo. 

Desde hace mucho tiempo tengo una tarjeta de crédito con el banco X. La tarjeta se venció el mes pasado y nunca me llegó el plástico, acudo a la terminología bancaria, nuevo. En una primera ida al banco, logré averiguar que la nueva tarjeta está, desde abril, en poder de la empresa de logística que las reparte. 

Ayer Intenté comunicarme con la línea de servicio al cliente, pero me aburrí de marcar 1 para esto, 2 para lo otro y tres para repetir el menú. Mi intención era comunicarme con una persona, un asesor, y no una berraca grabación, pero no lo logré. De pronto, lo acepto, me emberraqué antes de tiempo y desistí muy rápido, pero bueno, ¿qué más da? 

Hoy  visité de nuevo el banco. En la entrada hay una máquina que expende los turnos, y luego de digitar mi cédula y escoger la opción de asesoría, salió el número E333 en la pantalla, pero no me dio papelito. “¿Al fin me dio o no me dio turno?”, me pregunté, y repetí el proceso. Esta vez me asignó el E334, pero nuevamente sin papelito. 

Armado de dos turnos me senté a esperar y Luego de un poco más de 10 minutos, noté que llamaban a los A, B, C,D, pero el E no se movía del 228. “¿quién es el tarado ese que está haciendo visita?”, pensé, pero no logré identificarlo. 

Por fin dejaron de atender a ese E, el 329 y 330 pasaron rápido y el 331 y 332 los llamaron varias veces, pero nunca aparecieron, quién sabe, antes de decidir irse ,  cuánto tiempo esperaron a que atendieran al 228. 

“E333”, pronunció una voz femenina entre robótica y sensual. Me puse de pie rápido y me senté en el módulo que me asignaron, dispuesto a armar un escándalo si la mujer me pedía el papelito del turno. 

Ella, muy amable me pidió que le contara por qué estaba ahí y luego de escuchar mi historia me dijo que desafortunadamente el trámite que quería realizar solo se podía hacer llamando a la línea de servicio al cliente. 

Al ver mi actitud derrotada, y a punto de ponerme de pie, la mujer me sonrió y me dijo que podíamos llamar ahí mismo. Marco el número, digitó mí cédula y puso la llamada en altavoz, mientras otra grabación decía que pronto me iban a comunicar con un asesor. 

Cuando creí que solo estaba perdiendo tiempo, maní o dinero, alguien contestó. La mujer me pasó el teléfono, canceló la opción de altavoz y me dijo: “Dale, cuéntale tú caso.” 

Luego de que le repitiera a María, la mujer al otro lado de la línea, todo lo que ya le había Conrado a la primera mujer, me dijo que perfecto, que a continuación iba a ejecutar un protocolo de seguridad para cerciorarse de que yo si era realmente yo. “Señor juan, el protocolo consiste en tres preguntas que va a generar el sistema, espere en línea por favor”. 

“¿Aló, señor Juan?” 
“Si, dígame” 
“Le voy a hacer las preguntas, ¿ok? 
“Adelante” 

“La primera pregunta es: ¿En qué rango está el cupo de su tarjeta de crédito?” y luego me dio tres opciones de montos. No estaba seguro, sabía que una vez había solicitado que lo rebajaran porque el banco, de un día para otro y sin consultarme, decidió subirlo a 15 millones; noticia que me informaron emocionados en una escueta carta. Pero justo en ese momento no recordaba bien el monto. Me decidí por la opción B. 

“La otra pregunta es: ¿Cuántos puntos tiene acumulados con su tarjeta?” Que preguntas tan jodidas. Esta vez me decidí, también dudando, por la opción C” 

Ya no recuerdo cuál fue la otra pregunta, pero estaba seguro de que me iba a rajar en la prueba para comprobar mi identidad. 

Cuando terminé de contestar las preguntas, la mujer me pidió que esperara un momento. Luego de escuchar una fastidiosa música de espera a base de instrumentos de viento, la mujer me dijo: “Señor Juan los siento pero no pasó el protocolo de seguridad”, Vida perra.

“Señorita espere, ¿no me puede hacer otras preguntas? 
“Lo siento señor Juan, si no pasa el protocolo de seguridad, Lo único que puedo hacer es comunicarlo con otro asesor para que le repita el procedimiento. 

“Qué paso?”, me pregunto la mujer del banco, la que me prestó el teléfono. Después de que le conté, me dijo: “la próxima vez me dices y miramos en el sistema esos datos”, Le di las gracias y esta vez quería que me hicieran preguntas más difíciles, pero Lady la nueva asesora que me contestó, me pregunto por mi segundo apellido, si la dirección registrada empezaba por calle o carrera y que si tenía más tarjetas de crédito con el banco. 

En definitiva, no sé cuánto tiempo, maní y dinero, perdí hoy.

miércoles, 15 de agosto de 2018

Hola soledad

Una amiga me cuenta que quiere tomarse un año sabático. En el transcurrir de nuestra conversación, recapacita y dice que, por cuestiones de dinero y trabajo, le queda complicado efectuar la pirueta por tanto tiempo, pero que mínimo haría el plan a menor escala, viajando sola por dos meses. 

Le pregunto que qué dice su novio al respecto y me cuenta que el plan que tiene en mente es perfecto, pues a él no le gusta viajar tanto como a ella, y que además es quiere hacerlo sola. Le pregunto que por qué: "me  gusta la soledad", responde. 

Puede ser también  que  muchas veces esa afinidad por la soledad vaya de la mano con unas ansías por probarnos, de enfrentarnos solos al mundo, a la vida, al destino para así descifrar de qué realmente estamos hechos. Se me viene a la mente una de las citas de la película Into the wild, que dejo en inglés para no traicionar la intención de las palabras con una pobre traducción:

And I also know how important it is in life not necessarily to be strong 
but to feel strong. To measure yourself at least once. To find yourself at
 least once in the most ancient of human conditions. Facing the blind 
death stone alone, with nothing to help you but your hands and your own head.”
- Into the wild -

Punto para la soledad, tan mal vista por muchos que estigmatizan como bicho raro al solo, al loner, a ese que se atreve a ir a un bar, un cine o a hacer cualquier tipo de plan solo. 

Un jefe que tuvo mi hermana, conoció a su esposa de esa manera un día en que decidió ir a cine solo y ella también. Recuerdo que una vez con mi hermana, también en cine, cuando se acabó la película y ya saliendo del teatro, vi a una mujer bellísima que estaba sola, sentada en una de las última filas. 

De todos modos  no deja uno de preguntarse que les habrá ocurrido a esas personas que andan solas, si es que están tristes, despechadas, o no tienen amigos, pero muchas veces la respuesta tiende a ser solo  una: Les agrada estar solos. Disfrutan de la soledad tanto o más que esos otros que no pueden vivir si no están rodeados de personas 

Hace un par de años en la prueba de sonido de un concierto de las 1280 almas, el cantante de un grupo de Ska telonero, un hombre gordo que llevaba un vestido y sombrero negros, comenzó a cantar a capela. La primera palabras con las que probó el sónido fueron: “¡Hola soledad!”, el bolero de Rolando Laserie. Conocí esa canción ese día y el dejo nostálgico que tiene me agrada mucho. 

La soledad tiene muchas cosas por decirnos, deberíamos darle una oportunidad,

“Hola Soledad 
no me extraña tu presencia 
casi siempre estás conmigo, te saluda un viejo amigo 
que te encuentres uno más” 
- Hola soledad -

martes, 14 de agosto de 2018

Encuentro entre yoes

A veces, cuando mi musa está dormida, si es que ese ser fantástico existe, acudo a la vieja práctica de escuchar conversaciones ajenas, pues las historias que una persona le cuenta a otra, en una conversación casual, son buenísimas. 

Hoy lo hago mientras espero que me entreguen una pizza personal, pero la mesa en la que decido sentarme, intentando pasar por un cliente casual que solo espera su pedido, queda muy lejos de las mesas que están ocupadas. Una de estas, que se encuentra a mi derecha, la ocupan dos mujeres de unos 50 años. Ambas combinan mordiscos de un pastel, con sorbos de una bebida caliente, a medida que hablan. 

En diagonal, un hombre que está solo ocupa otra mesa. Está cruzado de piernas y no se cansa de mover frenéticamente la que le cuelga. También revisa su celular con una determinación y ansiedad que inquieta, como si todas las respuestas de la humanidad, quiénes somos y qué hacemos aquí, estuvieran contenidas dentro de ese aparatejo. 

Más adelante, en la última mes a la que accede mi campo visual, también están conversando dos mujeres, pero más jóvenes que las de la primer mesa en la que me fijé. 

Al carecer de un oído biónico, me aventuro a imaginar sus conversaciones, que se cuentan entre ellas; amores, desamores, tragedias, líos en el trabajo, con sus parejas, aciertos, en fin, esas cosas y eventos que componen nuestras vidas. En el caso del hombre intento imaginar en qué piensa, si de pronto es un loco que lleva una pistola escondida debajo de su abrigo y está a punto de agujerarnos a punta de balazos, pues está claro que no hay forma de saber cuando es que a uno le toca

Según mi musa, que se rehúsa a colaborar, las personas que componen la escena son mudas o hablan a punta de monosílabos que responden a preguntas torpes que repiten una y otra vez: ¿Cómo se llama?, ¿Cuántos años tiene?, ¿Cómo está?, ¿en qué trabaja?, y así. 

En un momento dejó ese ejercicio imaginativo, pues me percato de algo más interesante de lo que puede llegar a ser una conversación. Caigo en cuenta de que las mujeres son las mismas, es decir que las dos mujeres jóvenes, son al mismo tiempo las mujeres cincuentonas que charlan cerca de mí. 

Un encuentro entre yoes en semejante lugar tan anodino ¿Se imagina usted el evento que presencio estimado lector?, ¿Que de repente uno se encuentre con un yo pasado o futuro?, ¿tendríamos el valor suficiente para afrontar tal situación? 

Ninguna de ellas se ha percatado de que están repetidas en un mismo instante de tiempo. Solo espero que mi pizza esté lista antes de que eso llegase a ocurrir, pues es evidente que es un defecto del destino, y que si se llegan a ver a los ojos o cruzar palabra, desaparecerían como por acto de magia, y si, uno quiere ficción en su vida, pero no de una manera tan agresiva, que puede dejar secuelas psicológicas. 

De pronto estoy exagerando, quizás esos yoes ya se han visto en otro lugar o viven juntas y se la pasan mortificando a personas que, como yo, se dan cuenta de quién son realmente. 

El par de mujeres jóvenes se pone de pie y abandona el lugar. Volteo a mirar a sus yoes viejos, pero no se inmutan y continúan inmersas en su charla como si nada.

“Pizza Hawaiana para llevar” grita el cajero. Me apresuro en ponerme d pie y abandonar el lugar mientras por los parlantes del lugar suena one de U2, justo en el momento en que Bono canta: "We’re one but we’re not the same", como si les estuviera dedicando esa frase a esas cuatro extrañas, conocidas o lo que sean.

lunes, 13 de agosto de 2018

Cuando a uno le toca

Apenas me subo al taxi, el conductor, de un poco más de 40 años, me saluda efusivamente,como si fuera un amigo cercano al que hace rato no ve. Intercambiamos un par de frases y, casi siempre, ríe al final de estas. "Un hombre alegre", pienso.

Noto que tiene ganas de conversar y para mi resulta ser uno de esos días en los que no me quiero perder en mis pensamientos, así que me entregó a la conversación, suponiendo que, en efecto, es un gran amigo al que hace rato no veo. 

Al principio hablamos de cosas simples; los temas que siempre se tocan: la ciudad, su clima, el tráfico. Quizás, es este último tema el que descarrila la conversación, y alguno de los dos menciona la noticia del hombre que asesinaron en un barrio de los cerros orientales de la ciudad. 

“Menos mal que yo no soy presidente”, dice el hombre a modo de conclusión, cuando nuestras miradas se encuentran en el espejo retrovisor, le pregunto:“¿Y eso por qué?. “Yo si pasaría al papayo a todos esos delincuentes, es gente que ya no tiene arreglo”, responde. 

Me cuenta que el hombre que mataron tuvo la mala suerte de que la aplicación Waze lo llevará por esa ruta. “Definitivamente es que cuando a uno le toca, le toca”, y antes de que me anime a responderle, y afortunadamente, pues no tenía ninguna frase a la mano o, mejor, a la mente, continúa hablando: “Si, por ejemplo, mi hermano mayor. Él estuvo a punto de morir en dos vuelos en Indonesia. En uno, el más tenaz, alcanzó a enviarle un mensaje de texto a mi cuñada y todo. Al avión se le apagaron los motores y el piloto logró aterrizarlo planeándolo.” Le pregunto que en qué trabajaba su hermano y me cuenta que era desarrollador de software, y que siempre andaba 20 días por fuera y 10 en el país. Suspira y continúa su historia: “Y mire que hace siete años cuando estaba de visita acá, lo mataron en un fleteo.” 

Luego tocamos el tema de la seguridad en la ciudad. "Bueno, pero la verdad yo ya no me preocupo por eso”, me dice, “Yo en menos de tres meses me voy del país con la zángana”. Asumo que se refiere a su pareja. El silencio envuelve nuestra conversación por un instante. La verdad quiero saber para dónde se va y noto que él también quiere que se lo pregunte. No dilato más nuestra mudez. “¿Y para dónde se va?” Para xvgdgdd (no entiendo lo que dice). “Un pueblito cerca a Valencia”, mi primo ya está viviendo allá” 

“La zángana es mi mamá. Yo hace un tiempo ya estuve viviendo por fuera, en Montreal manejando tractomula. pero a ella no le gusta el frío por eso nos vamos a vivir a ese lugar. 

La carrera termina. Le pago le doy las gracias, me despido y le deseo un buen viaje. Luego de cerrar la puerta, apenas dos doy pasos, me pregunto si se podrá descifrar cuando le va a tocar a uno, si habrá forma alguna de esquivar a la muerte.

viernes, 10 de agosto de 2018

71 personas

Supongo que las tres mujeres que llegan son Abuela, madre e hija. Están uniformadas con sastres negros que imprimen tristeza. Yo, sentado en una de las barras del café y con una sed infinita, tomo un jugo con mucho hielo, mientras mis pensamientos son como una bandada de pájaros inquietos, que cada nada levantan vuelo de un lado al otro de mi cabeza. 

No sé porque escogen sentarse en el lugar en el que estoy, que es el más apartado de todos. Al principio mi yo huraño se molesta con su presencia. Ocupan el resto de la barra y la madre, tal vez notando mi fastidio, y ya cuando sus acompañantes están sentadas, dice: “perdón señor nos sentamos”. El tipo agrio que me habita se acobarda y le da paso al decente: “Si claro señora, siga”, responde. 

Quedan a mi derecha la madre, la hija y la abuela, en ese orden. La mujer más joven a cada rato se dirige a la segunda con todo tipo de frases que comienzan con la palabra abuelita: “abuelita quiere un poquito”, “abuelita, ¿está rico?”, abuelita esto y abuelita lo otro. A pesar de todo el interés que su nieta muestra por ella, la abuelita no responde nada y le da sorbos a su bebida, como si estuviera atafagada de tanta cantaleta. Tiene la mirada perdida en un punto que solo ella parece ver y, seguramente, se pasea por un recuerdo o pensamiento que nada tiene que ver con el momento presente. 

En ese momento, a la mujer que me dirigió la palabra, la que creo tiene pinta de mamá o tía, le suena el celular. “Hola papá, dice”. Guarda silencio por unos segundos y luego responde: “Yo conté 71 personas.” Tapa el teléfono con una mano y les dice a sus acompañantes: “Papá, pregunta que si fue la misma cantidad que la del sepelio”. Su vestimenta cobra sentido. 

“Si, creo que sí, yo conté más o menos las mismas”, responde la hija. Silencio de nuevo. 
“Carlos si sigue muy mal papá” … “No, no quiere ir al psiquiatra”. 

¿Quién es ese Carlos que no quiere ir al psiquiatra?, ¿Qué le pasó?, ¿hacía parte de las 71 personas?, todo son preguntas. 

“Muchas gracias señor”, dice la mamá al tiempo que las tres ponen de pie.

jueves, 9 de agosto de 2018

Un cuento

En el cuento, en un día gris que apenas comienza, un hombre está sentado en una cafetería. Intento describir la atmósfera del lugar en el que está, en qué se fija, y su interacción con la mesera, una mujer madura y rolliza, pero lo importante no es lo que le ocurre, sino lo que le pasó. 

Antes de que a alguien se le ocurra pensar: “¿Cómo así que lo importante fue lo que le pasó? ¿Acaso no sabe usted que lo importante es estar anclados en el presente, que el ahora es lo único con lo que contamos?”, quiero decir que el pasado es importante en términos narrativos para el cuento; allá, en esa porción de tiempo tan desprestigiada, es donde reside todo el conflicto, dónde el tipo hizo lo que le carcome la cabeza, y que repasa una y otra vez mientras se quema la lengua con el tinto que le sirvieron. 

Creo tener esa escena avanzada, pero desde que la acabé, mis artilugios narrativos entraron en huelga: “Hombre, la manera en que quiere contar eso es muy jodida, déjenos descansar”, “¿En serio quiere enredarse de esa manera?”; esos y otros comentarios son los que me vienen repitiendo cada vez que pienso en el cuento. 

Lo que ocurre es que quiero contar lo que le ocurrió al hombre, pero sin recurrir a la vapuleada técnica del flashback. Creo que esto se debe a que hace poco leí algo que dijo García Márquez sobre el tema, que cuando uno recurre a ellos es porque se le acabó la imaginación o algo así fue lo que quiso dar a entender el escritor. 

Entonces me distraigo con la palabra flashback, tal vez evitando evadir el asunto importante: Contar el cuento. 

“Escena retrospectiva”, la traduce el traductor de google. Una buena definición, pero me parece enredada, debe ser porque no me sabe bien la palabra retrospectiva. El diccionario de Oxford se va al otro extremo y simplemente la traduce como retroceder, volver. La quiebro en flash y back; “fogonazo del pasado”, pienso. Luego se me viene a la mente la palabra remembranza que, creo , puede ser la traducción más precisa: “memoria de algo del pasado”, sin tanta retrospectiva, flash ni otros términos que compliquen lo que significa. 

Recuerdo que eso es lo de menos y que lo que debo hacer es escribir, lo que sea: las imágenes que se me vengan a la cabeza, lo que piensa el personaje, Hacer un recuento de los hechos de esa noche trágica, digamos, de la mejor manera posible. 

Simplemente contar, con el ánimo de que las palabras y la historia encuentren, por sí solas, el camino más adecuado.