viernes, 7 de septiembre de 2018

Luisa

En la vida uno se cruza con muchas personas con las que apenas se intercambian unas cuantas palabras, unas con las que uno muy rara vez toca temas trascendentales, y las conversaciones que sostenemos con ellas, si no se hace un gran esfuerzo, agonizan después del saludo. 


A veces esas personas nos caen mal y esa, imagino, es una de las principales razones de que eso ocurra, pero otras veces, aunque uno sabe que la persona es buena gente, las interacciones no traspasan la formalidad del saludo. 

Luisa era una de esas personas; una mujer menuda, que tenía el pelo negro y muy crespo y que siempre andaba con una sonrisa de oreja a oreja. Era una de las pocas personas que se dirigía a mí por mis dos nombres, pero siempre que yo necesitaba algo, digamos una explicación de alguna materia o que me prestara sus apuntes, Luisa siempre me ayudaba. 

U par de años luego de haberme graduado, me enteré de que Luisa se había suicidado, debido, según me contaron, a una depresión posparto. La noticia me impactó mucho por un momento, pero luego de un tiempo la olvidé. 

Ahora me encuentro a Luisa seguido, es decir, no vayan a pensar nada extraño o de tipo paranormal; a lo que me refiero es que desde que me enteré de su muerte muchas veces he visto mujeres que me la recuerdan, bien sea porque son parecidas físicamente, gesticulan de forma similar o tienen un tono de voz parecido. 

Hoy me la volví a encontrar. Esta vez era una mujer con el mismo tipo de pelo, pero muy alta. Me quede mirándola fijo a sus ojos por unos segundos, para ver si tenía algo por decirme desde el más allá estando acá, pero la Luisa de esta ocasión volteó la cara hacia otro lado de forma despreocupada. Supongo que, sin darnos cuenta, nos repetimos constantemente en los otros.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Reglas

Lo mejor sería pensar que nada tiene reglas, pues estas, de una u otra manera, están relacionadas con lo que está bien y lo que está mal; entonces uno las sigue para, supuestamente, hacer lo correcto, pero ¿quién carajos dictamina eso, es decir, donde está ese manual que indica qué es lo que está bien y lo que está mal?, como siempre todo se resume al punto de vista y ya. Algo que es bueno para unos es malo para otros, y lo mismo ocurrirá, supongo, con las reglas; unos las siguen ciegamente y otros no les ponen tanta atención, o simplemente se las saltan por llevar la contraria, por ser rebeldes. 

El año pasado tomé un curso de escritura creativa que, la verdad, no me pareció nada del otro mundo. De pronto es que soy muy exigente y espero que el que lo dicte sea juan José Millás. De hecho, averigüé si el escritor español tenía algún curso online, le escribí a una institución que dicta cursos de escritura en Madrid con escritores de renombre preguntándoles por el curso de Millás, y me dijeron que no tenían ningún curso de él y que nunca había dictado uno con ellos, que vergüenza, en fin. 

Los profesores del curso que mencioné son personas con estudios literarios, no novelistas consagrados, pero dictan un curso de escritura, entonces digamos que están unos escalafones más arriba que yo, por decirlo de alguna manera, en el mundo de la escritura, si suponemos que, para quienes nos gusta escribir, existe un sistema de puntos, y que dictar un taller de da cierta cantidad de estos. 

En una de las clases hablaron sobre errores comunes de los principiantes a novelistas y uno de ellos era que las novelas que tuvieran, ya no recuerdo qué cantidad, de adverbios terminados en mente: dulcemente, comúnmente, ágilmente, etc. las descartaban de primerazo en los concursos de novela. Tampoco recuerdo la razón a la que aducían para afirmar eso, pero me pareció una regla tonta.

En mi imaginario, la escritura no tiene fórmulas que aseguren el éxito de un texto, sino que simplemente (ojo al adverbio terminado en mente), todo depende del uso del lenguaje por parte del escritor y del ritmo como decía Virginia Woolf. Por ejemplo, ¿cómo saber que Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi, una novela que repite hasta el cansancio su título, iba a funcionar?.

Eso es lo chévere de la escritura, que más allá de la ortografía y puntuación, todo es válido. Otra tema es el gusto por un escrito, del que no se toca nada en este arrume de palabras.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Halagos


“Su último libro ha recibido muy buenos comentarios, ¿a que cree usted que se deba esa avalancha de éxito?”, le pregunta la periodista. 

“Avalancha de éxito” repite García en silencio; le parece inapropiada la figura. García Cifuentes, escritor, ha recibido muchos halagos por La ventana oscura”, su última novela. Antes de aventurarse a dar una respuesta, le gustaría preguntarle a la mujer, que sostiene un micrófono sobre el que contrastan unas uñas pintadas de un rojo oscuro intenso, qué entiende ella por éxito, que por favor le explique, pues él, la verdad, no tiene idea si se puede llegar a un consenso sobre ese término tan escurridizo. 

La mujer, que ahora se dirige a la cámara continúa hablando. 

“Entre los múltiples comentarios que le han hecho se destacan: “Un dominio narrativo único”, “La mejor novela de la última década”, “Cifuentes tiene un dominio ejemplar del lenguaje”; ¿qué me puede decir al respecto?”, concluye mientras voltea a mirarlo. 

Cada vez que concede una entrevista y le preguntan o le piden alguna opinión sobre lo que la crítica anda diciendo de su última obra, Cifuentes sonríe incomodo y trata de cambiar de tema lo más rápido posible. 

En esos momentos, gracias a los Beatles, a Lennon para ser preciso, siempre le viene a la mente la frase: “Hapiness is a warm gun”, y Cifuentes piensa: “De ser así, los halagos, entonces, son un arma afilada, que contrario a pinchar se esfuerzan en pulir el ego.” 

A Cifuentes le agradan los halagos, ¿acaso a quién no? Oírlos le sienta bien, y le producen, no sabe bien si satisfacción o felicidad; por eso da las gracias y sonríe, mientras sus oídos se llenan con palabras dulces y le estrechan la mano de forma, cree él, sincera. 

Luego, cuando todo se acaba, le quedan rezagos placenteros por un tiempo, y a veces se cree superior en lo que sea que hace, escribir se supone, pero tanto halago lo distrae, "que fácil es perder el rumbo", piensa Cifuentes. 

Cuando se deja llevar por esas sobredosis de dopamina, Cifuentes lucha para caer en cuenta de que en verdad él no es nadie o, mejor, que la única competencia que tiene es él mismo.  Que si, que es fabuloso complacer a otros con sus novelas, pero que más allá de eso, su oficio es su forma de salvación, la única manera en la que logra saldar cuentas con el mundo y la vida, con lo que fue, es y  no ha sido.

“I need a fix 'cause I'm going down 
Down to the bits that I left uptown” 

martes, 4 de septiembre de 2018

Leer o escribir

Leer o escribir, esa es la cuestión.  

Muchas veces me pongo a pensar en eso, ¿Qué tanto, en términos porcentuales tiene un escritor de lector o viceversa? Entonces a veces entro en ese dilema, en qué debo hacer, si leer o escribir; actividades que, claramente, se nutren la una de la otra. 

Todo se resume, creo yo, a una mera cuestión de sentimiento, es decir, por un motivo u otro uno escoge, en un momento determinado, una actividad sobre la otra. 

El otro día, por ejemplo, en la tarde y antes de una reunión, disponía de una hora libre. Podía leer o escribir; en cuanto a lo segundo era más bien bocetar un ejercicio de escritura creativa basado en la creación de una historia en segunda persona a partir de una imagen; me decidí por lo primero. ¿Por qué? es difícil de explicar, supongo que lo más sensato es decir que lo hice porque me dio la gana. 

Más tarde, cuando llegué a la casa me senté a escribir el ejercicio en caliente y creo que el texto que produje fue mejor que si lo hubiera planificado de alguna forma, aunque la verdad eso es más bien mentira, porque, ¿cómo saber que habría sido peor eso que no escribí? 

Me aventuro a decir que cada texto tiene su tiempo, y que lo encuentra a uno cuando debe ser. 

A la larga no importa mucho descifrar qué es más importante, pues son actividades que van de la mano, y la falta de una o, más bien, una ausencia prolongada, creo yo, afecta a la otra. 

El dilema entonces se resuelve de forma sencilla; es una cuestión de momentos: A veces uno es 100% lector y otras 100% escritor, no se diga más, por lo menos no en este texto.

lunes, 3 de septiembre de 2018

La mapa

Hoy, en clase, el profesor hizo una dinámica en la que debíamos pasar por diferentes mesas explicando algo, al tiempo que debíamos recibir preguntas al finalizar nuestra presentación. El ejercicio me recordó a Björn. 

Hace unos años me obsesioné con el idioma alemán, y quise comenzar a aprenderlo lo más rápido posible. Primero lo tomé como electiva en la universidad y luego, cuando entré a trabajar, me metí a clases más formales, por decirlo de alguna manera. 

El profesor del primer nivel se llamaba Björn, un mono oji-claro más blanco que la leche y de actitud noble. Él, sin no estoy mal, era suizo y sabía poco, más bien nada, de español. Mis compañeros de clase y yo estábamos emocionados porque nuestro primer contacto con el idioma iba a ser a través de un hablante nativo. 

Comenzar a aprender un idioma nunca es fácil y constantemente caíamos en el error de traducir literal del español, lo que queríamos decir en alemán. En medio de esos primeros pasos lingüísticos solíamos preguntar: “¿Y si quiero decir esto o lo otro en alemán, cómo sería? 

Björn le ponía atención a todas las dudas que nos surgían, pero como no sabía español, sus explicaciones aparte de confusas, solo eran en alemán. 

Algo que se nos quedo grabado fue la confusión que tenía con los artículos femenino y masculino para algunas palabras en español; inconveniente que, supongo, tenía que ver con los artículos alemanes der, die, das. En una clase Björn no se cansó de decir La mapa: la mapa esto, la mapa aquello, etc. 

En otra ocasión, en una clase que estaba intentando explicar la conjugación de verbos, Björn tuvo la brillante idea de conformar grupos de 3 personas y cada grupo debía pasar por las otras mesas verificando que todos hubieramos aprendido bien la lección. La dinámica fue un desastre porque si alguien tenía alguna duda, nadie se la podía solucionar. 

En medio de todo, era un buen tipo el tal Björn.

viernes, 31 de agosto de 2018

Equivalencias

Desayuno. No sé porque últimamente hablo tanto acerca de ese momento del día. Debe ser, como ya lo he dicho antes, porque es uno de relativa calma, previo a la avalancha de caos que a veces se nos viene encima, y que desordena nuestros planes como si nada, acabando con nuestra percepción de justicia, divina o la que sea en que creamos. 

Les decía, desayuno. 

A punto de terminar me sobra café y me hace falta pan. Me gustaría estar en capacidad de calcular la cantidad exacta de ambos alimentos al momento de alistar el primero y preparar el segundo, y luego, que aquel momento en el que me introduzco el último trozo de pan en la boca, coincida con el último sorbo de café, pero eso nunca ocurre, bien sea porque los pellizcos que le doy al pan son desiguales, o algunos sorbos de café son más largos que otros; o porque el uno y el otro me saben muy rico y abuso, por decirlo de alguna manera, de cada uno de ellos en un momento determinado. 

Con la comida pasa mucho eso. ¿Quién no, alguna vez en su vida, se ha descachado comiendo hamburguesa y al final la cantidad de pan que le queda es exagerada, al compararla con un minúsculo trozo de carne?, ¿Qué ocurre en esas ocasiones? A esa escena también le podríamos sumar unas manos untadas de salsa o grasa, en fin. 

El café ya está casi frío. Decido ir a sacar más pan. Uno entero sería un exabrupto, me encanta esa palabra, así que corto un pedazo, una cantidad, considero, equivalente a la que me queda de bebida. 

Ya sentado en la mesa, le doy otro sorbo al café y muerdo el trozo de pan sin untarle nada, pues ahora la mantequilla se acabó. La mermelada también está a punto de acabarse pero no concibo untarla sola en él pan; siempre debe ir acompañada de mantequilla, caso contrario sería como bailar merengue solo, que claramente se puede, pero resulta aburridor. Caprichos pendejos que se inventa uno. 

Resulta, entonces, que la actividad de comer es la metáfora perfecta para describir lo desigual que es la vida, su desequilibrio constante, los altos y bajos en los que navegamos todos los días. La comida, su falta o abundancia, me refiero, o mejor, su casual desequilibrio, quizás intente decirnos algo. 

En medio de todo, entre toda la locura e injusticias de la vida, seguimos comiendo.

jueves, 30 de agosto de 2018

Desubicado

No sé cómo llegué acá. Será debido a gajes del oficio, me imagino. El punto es que uno está descansando y de repente comienza a hablar sobre algo, lo que sea, y el punto de vista salta de una primera persona a una tercera como si nada, como si en una narración estuviera bien visto eso. Imagino que algún día enloqueceré, cuando ya me sea difícil manejar tanta información en mí cabeza, si es que tengo una. 

“Bueno, si eso es lo que quieres Gabriela, la verdad no puedo hacer nada. Déjame en paz”, le dijo Ricardo, mientras dejaba caer los brazos hacia los costados. 

Gabriela abandonó el salón con la cabeza gacha. Él alcanzó a escuchar sus sollozos, pero igual dejó que se marchara. "Suficiente tengo con los líos en el trabajo para sumarles una de sus pataletas", pensó . 

No tengo idea quién carajos es Ricardo y por qué está tratando mal a su pareja. Queda claro que me falta información, o mejor, nos falta estimado lector, pues no la he narrado en ningún momento. Me imagino que más adelante se insertará en el texto, cuando al escritor le de la gana, un fogonazo del pasado, un flashback que le va a dejar, a usted, a mí y a todo el que se tropiece con estas letras, todo claro. 

Solo espero que ni se les ocurra utilizarme en segunda persona, esa zona sombría en la que no se distingue bien narrador, lector o personaje; porque ahí sí que todo se va al carajo, o bueno, puede que no, pero no me siento bien en esos zapatos. 

Gabriela está de pie junto a la cama, tiene un cuchillo en la mano y la mirada perdida. Su marido duerme profundamente. 

Ya el personaje de Gabriela está jugado, quizás podría darle un arrebate de culpa, un: “Entonces dejó deslizar el cuchillo por entre sus dedos, y después de que cayó en el piso, se sentó a llorar en el borde de la cama, mientras su marido murmuraba algo entre sueños”

Todo, en mi humilde opinión, depende de qué tan fuerte sean sus motivos, y si algo de lo que he contado le da la suficiente fuerza al personaje para que actúe de la manera en que lo piensa hacer. 

Por el momento ahí sigue callada y sola  en la oscuridad, en una lucha interna que la verdad no le deseo a nadie. De la decisión que tome dependen muchas cosas de esta narración.