viernes, 5 de octubre de 2018

Margarita

Margarita es la prima de una amiga. Siempre que escucho, como hoy, una canción de Juanes, me acuerdo de ella. Hace muchos años me gustaba mucho. Yo la apodé la popstar, porque tenía cierto parecido con una de las participantes de ese programa. 

Con Margarita y un grupo de amigos, fuimos a un concierto de Juanes en el Campín. Yo ya había salido un par de veces con ella, y andaba en plan de conquista. 

Ese día estaba lloviendo y, si no estoy mal, le pasé el brazo por la cintura o el hombro, gesto que, al parecer, no la incomodó. Rato después, en pleno concierto y envalentonado por unos tragos de ron, que no recuerdo como logramos ingresar al estadio, y adicional a lo mucho que me gustaba, me lancé a darle un beso. Apenas me incliné hacia ella todo iba bien, pero a medio camino perdí el impulso, pues Margarita me hizo el quite. 

Es una escena borrosa que, supongo, debido al desenlace que tuvo, no me preocupé en atesorar en mi memoria. No recuerdo que pasó después, si me sentí incomodo, o si ella se molestó, o si sumergí mi cerebro en más ron para pasar el trago amargo; aunque no creo porque solo encaletamos un par de cajitas de cartón pequeñas que no dieron medio brinco. 

Lo que rescato de esa situación son las ganas que tuve de darle un beso y el haberlo intentado, sin darle muchas vueltas al asunto. Si, muy triste y todo no haber sido correspondido, pero le aplaudo esa actitud a mi yo de ese entonces, un yo que calculaba menos sus actos; un yo impulsivo y más fresco con la vida en general.

jueves, 4 de octubre de 2018

Certeza

Nada es blanco o negro en este mundo, nada es 1 o 0; nada ni nadie, valga la pena decir, se encuentra completamente iluminado o en la oscuridad total. Entre los extremos en que se mueve nuestra vida, encerrados dentro del más obvio, su inicio y la muerte, siempre existirán millones de tonos, millones de opciones; sino que, creo yo, en nuestro afán de certidumbre tendemos a escoger eso que creemos absoluto. 

Luego de ese párrafo introductorio, estimado lector, cargado de percepciones propias y por qué no decirlo, de extremos de los que me gusta aferrarme, debo decir que a veces es bueno tener certezas, adherirse a un extremo del pensamiento y sentirse bien en él. 

La certeza sobre la que les quiero hablar es sencilla, inclusive irrisoria, imagino, para algunos: Estoy seguro de que este año voy a leer, empezar a leer o por lo menos comprar un volumen de los diarios de Anaïs Nin. 

Hablé sobre ese libro hace no mucho en otra entrada, y como ya lo he mencionado, como tantas veces me he repetido en este espacio, considero que uno no debe obviar esos momentos en que un libro comienza a buscarlo a uno. 

Hoy el libro se me volvió a aparecer en un artículo de María Popova. Popova habla sobre el gran tesoro que son esos diarios y de cómo Nin escribe de manera precisa sobre la vida, el amor y el arte de escribir. 

No conozco a Nin, es decir, no he leído nada de ella, novelas o historias, al contrario de cuando leí los de Woolf, por ejemplo, pero hay algo que me atrae con fuerza a sus diarios. 

Por eso hoy creo tener la certeza de comprarlos en lo que queda de este año; aunque quien sabe, como nada es absoluto, quizá mañana cambie de parecer. 

“Older people fall into rigid patterns. Curiosity, risk, 
exploration are forgotten by them.” 
- Anaïs Nin – 

Esta cita corresponde a una carta de Nin dirigida hacia hacía Leonard W. un aspirante a autor, que acogió bajo su mentoría y tiene, me parece, mucho que ver con las certezas o la fe que les tenemos.

miércoles, 3 de octubre de 2018

No escribir

No escribía nada desde el lunes, bueno, es un decir, escribí un libreto para una presentación que di ayer. En resumidas cuentas no escribí acá, donde tanto me gusta hacerlo, ni trabajé en alguno de los cuentos que tengo por ahí empezados. 

Algo debe ocurrir; algo debe desajustarse en el mundo cuando uno deja de hacer lo que le gusta, pero como vivimos tan ocupados con el día a día, como el ritmo de vida no da tregua, no nos damos cuenta de qué es lo que cambia. 

De pronto es en uno de esos descuidos en los que nuestro destino se despiporra, fascinante palabra esta, y toma el camino menos adecuado, el que nos va a generar más vicisitudes, pero ¿yo qué sé? 

Puede que ese cataclismo personal no tenga nada que ver con el futuro; concepto complejo este, así que digamos más bien “con el devenir de los sucesos” que es la misma vaina, pero suena, si acaso, más cálido, que la sensación helada que produce la palabra futuro. 

Encarrilándome de nuevo un poco y como les venía diciendo, puede que esos cambios imperceptibles ocurran dentro de nosotros, a un nivel celular o, peor aún, psicológico, y digo peor pues a nadie le deseo caer en los abismos de la mente. 

Algo, algo ocurre estimado lector, y ojalá pudiera decirle o darle indicios de qué es, pero yo, al igual que ustedes improviso, tratando de contener esto que llamamos vida,  y que tan fácil se nos sale de control. 

Estas pocas palabras le pusieron algo de orden al mundo, por lo menos al mío, a mí cabeza, a mi ansiedad. De una u otra forma, creo, reparcharon baches emocionales a los que no había prestado  atención. 

Escribir, escribir para tapar esos huecos del no escribir, para darle algo de sentido o, mejor, entender y aceptar el caos propio y el del mundo.

domingo, 30 de septiembre de 2018

¡NO!

Si me los vuelvo a encontrar en otro sueño les diría ¡NO! ¿A quiénes?, a esos personajes que me propusieron escribir gratis, que si me fijaba bien era una oportunidad que no podía dejar pasar, y a los que por pena o porque me engatusaron muy bien, les dije que sí. 

No estoy seguro si el sueño fue en un estado profundo del mismo o cuando me encontraba en un duermevela febril producto de una sesión de “dormir Netflix”.  

Como casi siempre me ocurre, no recuerdo los diálogos precisos que sostuve, o que sostuvo mi yo del sueño, que muchas veces diferente a uno, ni los rasgos faciales de mis interlocutores, que más bien eran bultos borrosos; en cambio si recuerdo el mal genio que me dio después cuando recapacité sobre ese “sí”, que les di como respuesta, enceguecido, supongo, por el afán de publicar, de ver mi nombre en un papel, de obtener validación externa por lo escrito. 

Conozco muy bien ese tipo de rabia y ahora, despierto, se me vienen a la memoria muchas ocasiones en las que no he dicho lo que estaba pensando por no querer desentonar, por caer bien, guardar la compostura, etc. 

En el sueño, o quizás en el filo que divide ese territorio y la vigilia, después de la reunión, cuando recapacité sobre la respuesta , quise caer en esa escena de nuevo, como esas veces en que parecemos dominar los sucesos del sueño y los vamos acomodando a nuestro antojo, pero no lo logré. 

Espero algún día volver a encontrarme a esos tipejos, a esos bultos de aspecto corporativo, en otro sueño, para gritarles “¡NO!” en la cara. Mientras tanto le deseo suerte s mi yo del sueño en lo que sea que esté escribiendo.

jueves, 27 de septiembre de 2018

16 minutos

Si yo fuera sinestésico, de pronto diría que el 16, en lo que se refiere a tiempo es redondo, mientras que, por otro lado, el 15, el cuarto de hora, es como la punta de una esquina, algo que, por su exactitud, encaja en cierto lugar. 

Hablemos entonces de los 16, minutos, claro está, que los encuentro más amables. Se supone que ese es el tiempo con el que cuento para escribir algo; ese algo es esto, un texto que va saliendo de algún lugar al que a veces tengo fácil acceso, y otras, como últimamente ocurre, se me es negado. 

Ahora tengo 11 minutos. La razón de, supuestamente, no tener tiempo, es porque me fije como hora para empezar a ver una película, las 10:30, pues si no la empiezo a esa hora, fijo me trasnocho y mañana debo madrugar. 

La película es una tarea para un curso de escritura que estoy haciendo, en el que estamos discutiendo la estructura dramática: Inicio, nudo, desenlace, y la debemos ver para discutir como está estructurada, analizar el minuto 33 en el que se acaba el primer acto y esas cosas. 

Esa es una película que ya me debería haber visto, de pronto ya lo hice, pero no lo recuerdo. Ocurre que no he visto mucha de esas películas que todo el mundo parece haber visto. A veces lo que pasa es que las veo por fragmentos, es decir, un día las comienzo a ver, algo ocurre que interrumpe mi sesión de película y otro día vuelvo a caer en ella mientras cambio canales desinteresadamente y continúo viéndolas; esto es solo un decir, porque sería increíble, incluso miedoso, caer exactamente en el momento en el que la había dejado. 

Voy a dejar aquí porque ya son las y 29. El minuto que queda y que ya corre, espero destinarlo a la nunca bien ponderada tarea de edición.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

El muelle

Hoy, por unos segundos, vi la imagen de un muelle en la televisión, uno de esos grandes de feria. Estaba pasando canales y, no sé por qué, me detuve unos segundos en ese. 

Era la escena de una película, quién sabe cuál; una toma desde lejos, en la que se veían algunas personas sentadas en las bancas mirando un atardecer frio pero soleado, y se alcanzaban a oír alguno graznidos de gaviotas que se sobreponían al golpe del ir y venir de las olas sobre la orilla. 

En ese preciso instante, deseé estar en ese muelle,—nada raro o loco que tuviera que ver con ser un personaje de la película, que de pronto era sobre un asesino en serie, y que pereza cambiar la realidad por una ficción estresante, ¿no creen? —ser una de esas personas que contemplan sin ningún afán un atardecer, masticando un pensamiento tras otro, mientras se arrullan con el sonido del mar. 

Recuerdo la imagen y me da algo de envidia, pues yo al contrario de ese vaivén de olas y espuma que produce ese ruido tan apaciguante, disfruto de los ladridos y gemidos de un perro, en un edificio de parqueaderos, al que parece lo están torturando, en fin, cada quien con su paisaje, sus olas y gaviotas. 

Ahora que recuerdo la escena, supongo que quise y quiero hacer parte de ella, porque todos, en mayor o menor medida, anhelamos bajarle los cambios a la vida. Escapar de esa rutina que nos dicta qué debemos ser y hacer. 

En mi vida, solo una vez he caminado sobre un muelle, digamos, digno de película. Fue en en verano, en un pueblo pequeño llamado Conway, que mis amigos catalogaron como “La Dorada” gringa. El muelle es, en tamaño, proporcional al pueblo; una miniatura del que vi en la película, con sus banquitas blancas y su piso de tablones de madera. La paz en una estructura hecha por el hombre

Un libro, un café, una banca y un muelle: eso todo lo que pido en este momento.

martes, 25 de septiembre de 2018

Que nunca se atrofie

A usted, estimado lector, que por una u otra razón, cayó en este, mí blog, quiero decirle que son las 11:06 p.m. hora en la que me siento a escribir, perdóneme que me repita, sin un tema preciso en la cabeza el cual desarrollar. 

El tema, y no debí haber utilizado esa palabra de nuevo, es que si me quedo a esperar a que mi musa aparezca con un texto brillante, sería más bien un waiter y no un writer, juego de palabras que , claro está,  alguna vez leí y que no sería capaz de producir en este momento debido al cansancio que llevo encima. 

Creo que escribir se trata en gran parte de eso, me refiero al hecho de obligarse a hacerlo, así la cabeza parezca no tener ni media idea, pues hay ocasiones en que esos momentos de desolación creativa, por llamarlos de alguna manera, dan pie a conexiones forzadas que ayudan a producir buenos textos, o mejor, para no ponerlo en términos tan subjetivos, textos  que uno se divierte escribiendo, porque a la larga también de eso se trata la escritura, de pasarla bueno, ¿acaso no? 

Entonces por eso, ya siendo las 11:17 p.m es que sigo tecleando a ver que sale, más con el ánimo de contar algo que el de dar una opinión, pues esas nos sobran. También lo hago, es decir, lo de sentarme, lo de escribir, lo de sentarme a escribir, pues dicen, los eruditos en el tema, que la escritura es como un músculo que se debe ejercitar, de ser posible, a diario, para robustecerlo, ensancharlo, endurecerlo, creo que me hago entender, ¿cierto? 

Por eso, a pesar del sueño, me senté a escribir, porque quería ejercitar ese músculo que ojalá nunca se me atrofie; sonora palabra esa, lástima que haga referencia a algo malo. 

Son las 11:47.p.m