lunes, 28 de enero de 2019

Mariana

De vuelta a casa ráfagas de frío helado me golpean la cara. Intento cubrirme la boca y nariz con la mano, pues tengo indicios de gripa y un viaje dentro de poco, así que no quiero resfriarme. Cuando salí estaba haciendo sol y por eso decidí no llevar bufanda. Maldito clima bipolar, pienso. 

Para completar comienza a llover, así que decido hacer una parada en un café que queda cerca a la casa. El lugar es muy pequeño, solo tiene un par de sillas y una barra con un revistero empotrado en la pared. Después de hacer el pedido, un capuchino, por supuesto, los planetas se alinean y logro conseguir una silla en la barra de las revistas. Una de las que siempre está de primeras, y la más trajinada según el estado de sus hojas, es la que siempre muestra modelos ligeras de ropa; el resto son de farándula, de esas que nos cuentan que fulanito pasó unas increíbles vacaciones con Menganita en la costa Azul francesa, como si  eso nos importara, pero si nos importa o, más bien,  sufrimos de una envidia difícil de entender. 

Al lado mío hay una pareja. Parece que discuten, pero lo hacen en voz baja, con jadeos al final de sus frases que evidencian mal humor, allá ellos. Para quemar tiempo tomo una de las revistas y comienzo a hojearla. Que bueno ser famoso y tener mucho billete, pienso, no para salir en esas revistas, sino para viajar a esos lugares de playas paradisíacas y casas de campo de ensueño. La pareja, sube el tono de la voz. Miro a la mujer, una rubia que lleva el pelo crespo hasta los hombros, y tiene los ojos aguados. La situación está cargada de drama, así que me pongo a escuchar la conversación, simulando que sigo en mi tarea de hojear la revista. 

“Jose, la verdad no entiendo por qué eres así”, dice la mujer mientras se pasa el dorso de su mano derecha por los ojos” 
“¿Así cómo, Mariana? 
Mariana abre los ojos, parece ser que para ella está claro a que se refiere. 
“¿Qué te cuesta estar bien conmigo?, ¿Por qué sigues buscando a Ximena? 
“Yo no estoy buscando a nadie, no sé quién le metió semejante idea en la cabeza. 

Ahora Sostienen un pulso cargado, no se sabe bien si de odio, nostalgia, amor o una mezcla de los tres, con la mirada” 

“Voy a pagar, voy al baño y nos vamos”, le dice el hombre. 

Caigo en cuenta que ya no disimulo y que soy un espectador, en primera fila, de su discusión. Mariana me sostiene la mirada por un par de segundos y, apenado, devuelvo la mía hacia la revista. 

“¿Usted que piensa?”, pregunta ahora ella. Levanto la mirada y me encuentro con sus ojos negros, profundos. 

“Qué pienso de qué?, le respondo 
“pues de lo que acaba de escuchar”, o me va a decir que no estaba chismoseando la conversación. 
Guardo silencio, y cuando le voy a contestar, su pareja entra en el local 
“Vamos Mariana”, le  dice su pareja. 

Aprovecho ese instante para dejar la revista y abandonar el lugar. 


sábado, 26 de enero de 2019

La cama

Cuando era pequeño dormía con muchas cobijas, ninguna muy gruesa, quizá esa era la razón principal para que fueran varias; En ese entonces tender la cama me parecía súper aburridor. No es que fuera una tarea del otro mundo, pero supongo que, me tocaba esforzarme para que quedaran bien estiradas. Siempre esperé aquel día en que no me iba a mover mi cuerpo por la noche y así la cama no iba a amanecer tan destendida, nunca ocurrió. 

Mi padre, que estudió parte de su infancia en un internado, me cuenta que como eran tan estrictos les daban muy poco tiempo para que se alistaran por las mañanas antes de pasar a desayunar, así que él desarrollo una técnica: todos los días dejaba bien templadas las cobijas y al momento de acostarse se metía dentro de la cama con sumo cuidado. Cuando se despertaba, gracias al tendido de la cama y a que, no sé cómo, también desarrollo otra técnica que consistía en no cambiar mucho de posición mientras dormía, se salía, como un contorsionista, de la cama sin destenderla, y esta quedaba prácticamente tendida, lo que le hacía ganar valiosos minutos que podía utilizar para demorarse más en el baño o lo que fuera. 

Imagino que hace muchos años mi cama amanecía hecha un desorden porque era sencilla, y su pequeñez no daba para tantas cobijas y un cuerpo juntos. Desde hace unos años tengo una semidoble que nunca la utilizo toda, solo duermo en su lado derecho, que da a un mueble modular que hace sus veces de mesita de noche, y sobre el que está la lámpara que utilizo para leer. 

Cuando tenía la cama pequeña, pensaba también en cómo sería dormir en una cama más grande, y siempre imaginé que la iba a ocupar toda; nunca pensé que solo fuera a utilizar menos de su mitad como lo hago ahora. 

A veces, cuando tengo mucho calor en las piernas y pies, las estiro, como si fueran reptiles buscando una superficie más fría, para llegar a esas zonas de la sabana que están frías, pero es poco tiempo el que mis extremidades duran explorando esos confines desconocidos antes de que vuelvan al territorio del lado derecho. 

Hoy, cuando la tendí, en un principio parecía que no me había movido, un mero engaño visual, pues la zona izquierda tenía las cobijas y sabanas curiosamente enroscadas; quién sabe qué tipo de seres habitan ese sector de la cama.

jueves, 24 de enero de 2019

Alucinar

A lo largo del día voy abriendo diferentes páginas de artículos que, por alguna razón, captan mi atención. Siempre juro que los voy a leer en cualquier rato libre, pero son más las veces en que olvido hacerlo, o que ya cansado apago el computador, sin que me importen en lo más mínimo. A veces, cuando sé que no los voy a leer me da algo de remordimiento de conciencia, y me envío un E-mail con varios de esos links, pero también suelen perderse entre otros correos y al final nunca los reviso; quién sabe de cuánta información fascinante e imprescindible para mi vida me he perdido. 

Hoy abrí dos, uno que habla sobre las 30 carreras mejor pagadas y más solicitadas, y que no lo cerré porque me llamó mucho la atención la frase con la que comienza el artículo: “Las carreras universitarias son las que definen el destino de una persona”. 

Cómo están tan seguros de eso, ¿cuántas personas se dedican a hacer algo que no tiene nada que ver con la carrera universitaria que estudiaron? Y, además, ¿cómo se atreven a mencionar el destino, semejante concepto tan intrincado, así como tan a la ligera? Igual creo que conmigo lograron su cometido que, más allá de que este de acuerdo o no, consistía, supongo, en que le diera clic al enlace para enriquecer los bolsillos, con unos cuantos centavos de dólar,  de quién sabe qué persona. 

El otro artículo es sobre un neurocientífico que habla sobre la manera en que alucinamos a toda hora. Asocio la palabra, me refiero a alucinar, con la luna, es decir, con estar en la luna, englobados, inmersos en un mundo de fantasía que no es “real”, y entrecomillo esa palabra porque precisamente de eso habla ese señor de que en realidad, valga la redundancia, no hay nada real, y que no hacemos nada más que alucinar a todo momento, y que cuando nos ponemos de acuerdo en esas alucinaciones, es  eso a lo que llamamos realidad. 

¿Si lo real no existe, cómo es que nos vienen a meter el cuentico ese de las 30 carreras mejor pagadas? 

Entre otras cosas, me enteré de que la palabra alucinar no tiene nada que ver con la luna sino con alucinari, su raíz del latín que significa: vagar mentalmente con falsas imágenes. 

miércoles, 23 de enero de 2019

Documentarse

Si no estoy mal en mi familia nunca hemos tenido la costumbre de llevar un registro en video de las reuniones que hacemos. Supongo que en la época de nuestros padres, las cámaras pequeñas eran un lujo costoso, pero luego, con la aparición de las Handy cams tampoco lo hicimos, de pronto seguían siendo caras, no lo sé. 

Creo que una prima si tuvo una y grabó los primeros pasos de uno de sus hijos, y algún otro evento que consideró importante, pero hasta ahí le llego el impulso, o eso creo. Quizá ha documentado su vida en video, de forma compulsiva, en secreto; insisto que, como personas, solo  vemos y mostramos un mínimo de lo que realmente somos. 

Hablo acerca de las grabaciones porque hoy vi el documental Smiling Lombana, y en él se utilizaron muchas grabaciones viejas del artista: caminando por ahí, con su esposa, con sus hijas en la playa, etc. Es probable que existan personas que tienen claro que su trabajo o lo que sea que hagan va a trascender de alguna manera y por eso no pierden oportunidad de fimarse en cualquier lado, por si en el futuro alguien quiere escarbar sus vidas. 

Grabarnos es algo que ahora hacemos fácil con nuestros celulares, pero ¿qué con esos años en los que no existían?, ¿dónde quedó el registro de esos eventos trascendentales para cada uno, esos momentos donde experimentamos puntos de giro en nuestras vidas debido a grandes felicidades o profundas tristezas? 

De pronto, y sin ánimo de ofender a los amantes del video, la escritura tiene una pequeña ventaja en cuanto a eso, porque sin importar quiénes seamos o cuales sean nuestros recursos, siempre podremos narrarnos, contarnos, escribir lo que nos ocurrió, sin depender de ayudas visuales. 

Hablando de más, quiero decirles que me encantó el guión del documental, tiene unas frases, a mi parecer, muy bien hechas.

martes, 22 de enero de 2019

Tarrarrurras

En Memoria por Correspondencia, Emma Reyes cuenta en una de sus cartas que en el convento en el que estuvo internada cuando era pequeña, un día llegó una alumna nueva de la que se hizo amiga. 

Un día ella le dijo a Reyes si le podía contar un secreto, y ese secreto era que tenía con ella a su hermanito allí mismo, y que se llamaba Tarrarrurra. Lo llevaba en una bolsita de terciopelo roja debajo del delantal; era un muñeco pequeñísimo en porcelana blanca, de no más de 5 cm. 

La nueva también le contó que cuando nació, y como era tan pequeño, su mamá no lo vio y ella se lo robó, y que desde ese entonces lo llevaba para todo lado. Según ella Tarrarrurra estaba encargado de salir todas las noches del convento a traer noticias del mundo exterior. 

También le dijo a Reyes que en el convento él siempre tenía mucha hambre y que por eso necesitaba que se comprometiera a darle algún alimento de sus comidas. Reyes le contó eso al grupo con el que andaba y todas, cautivadas por la historia, comenzaron a guardarle comida. Tiempo después la nueva les dijo que a Tarrarrurra le estaba cayendo mal la papa, y que era mejor darle más plátanos, pan y carne. 

Todo iba bien hasta que un día la madre superiora se dio cuenta que le estaban pasando comida a la alumna, y a los pocos días ella desapareció del convento. 

Luego Reyes se entero que un día María, así se llamaba la nueva, había ido de paseo al río Bogotá con su familia, y que quiso bañar a Tarrarrurra, pero que se le cayó y se fue hasta el fondo. Ella se echó con ropa y todo a intentar salvarlo, pero no lo logró. Tiempo después encontraron su cuerpo, y tenía muy apretado el muñeco en una de sus manos. 

Hace un tiempo mi hermano me contó que Juan Camilo, un amigo suyo, le contó que una vez  le tocó ir a un campo petrolero por un par de semanas, y que allí conoció a un trabajador de la región que siempre llevaba puesto un cinturón a modo de canguro, y que nunca se lo quitaba. 

El hombre, que era solitario y hablaba poco, revisaba a cada rato y con mucho cuidado el contenido del canguro. Un día Juan Camilo decidió preguntarle a qué se debía tanto secretismo y el hombre le dijo que si en verdad quería saber que era lo que tenía guardado, el respondió que si y el hombre contesto: “Es un duende, ¿quiere verlo?”.

lunes, 21 de enero de 2019

¿Por qué fracasan las amistades?

Le pongo ese título a esta entrada, porque me acorde de un libro que he visto algunas veces en las librerías que lleva por título: “¿Por qué fracasan los países?”. Podría escribir sobre qué tienen en común los países y las amistades, algo como: la amistad es como un país, por esto y lo otro pero, la verdad, en este momento no se me ocurre en qué puedan parecerse.  Seguro que ambos conceptos tendrán algo en común para dedicarles unas cuantas palabras; así que si alguien quiere entregarse a esa tarea, y elaborar sobre esa absurda comparación, bien pueda. 

El punto es que hay veces que las amistades fracasan, se mueren, llegan a un fin, llámese como quiera. Hoy hablaba con mi hermana sobre una muy buena amiga que ella tuvo hace un tiempo, y que de un momento a otro dejó de serlo, porque sí, porque todo es vida y muerte, todo tiene un final único y determinante, menos las salchichas que, ya sabemos, tienen dos. 

Supongo que a varios nos ha ocurrido eso, me refiero a que uno se deja de hablar con una persona, no solo por una pelea o malentendido, sino que, de repente, de la noche a la mañana, la persona deja de estar ahí, a la mano, disponible para una buena charla o dar un consejo, por ejemplo. 

En su libro de cartas “Aquí y ahora” Coetzee y Auster charlan sobre la amistad, y llegan a la conclusión de que la base de la amistad es la admiración hacia el amigo: 

“Las mejores amistades, las más duraderas, se basan 
en la admiración. Ese es el sentimiento fundamental que 
relaciona a dos personas durante un prolongado período de 
tiempo. Se admira a alguien por lo que hace, por lo que es, por 
cómo se las arregla para andar por el mundo.” 
- Aquí y ahora -

Supongo que cuando esa admiración se quiebra o interrumpe, es cuando las amistades fracasan, y no queda más remedio que seguir andando por el mundo sin el otro(a) al lado.

viernes, 18 de enero de 2019

Amigos fugaces

Un amigo, desde que lo conozco, siempre ha tenido novia o ha estado saliendo con alguien. Los pocos periodos que andaba solo parecía querer devorar el mundo, como si supiera que se iba a morir; siempre tenía algún plan y salía bastante. 

Varias noches, después de haber estado con un grupo de personas, y cuando el plan entraba en su recta final, siempre buscaba donde seguirla, hacer algo, lo que fuera, para prolongar la sensación de fiesta. 

Algunas veces conseguía quórum para sus andanzas nocturnas, y otras veces no convencía a nadie con sus propuestas.

Cuando eso pasaba, a mí amigo no le importaba irse solo en busca de plan. Me cuenta que, en ese entonces, siempre terminaba en esos bares que tenía esa figura de “club” o algo así, y que cerraban al amanecer. En esas noches de borrachín solitario, mi amigo conocía amigos fugaces, con los que compartía algunas horas y copas. “Hermano, lo que pasaba es que en esos sitios toda la gente llegaba de otras rumbas y ya estaba muy borracha, y por eso era fácil unirse a cualquier grupo", cuenta. 

Hace unos días tome un carro y, por alguna razón, la dirección de la casa de una amiga, aparece acompañada por la palabra Villavicencio en el mapa. 

Unas cuadras después de haber comenzado el viaje, el conductor me habló y se encontró con la respuesta de ese yo conversador que a veces me habita. Nos enredamos en una conversación desordenada, que saltaba de un tema a otro sin concluir ninguno. 

“Yo pensé que me había salido un viaje a Villavicencio”, me dijo luego de una pausa en la conversación. 
“ ¿Habría arrancado?, le pregunté”. 
“Uff, claro”. 

Me contó que tiene una casa allá y que va cada 15 días. Utilicé un comentario comodín para decir algo sobre el clima de ese lugar, en comparación con el frío que hace en Bogotá. Ahí murió ese tema y cambiamos a otro. 

Cuando llegamos a mi destino, y luego de despedirme, el yo conversador, un ser aparentemente alegre y compinche, irrumpió de nuevo y me obligo a decir algo como “Luego cuadramos para ir a Villavicencio”. 
“¿Qué?”, respondió. Repetí la frase. 
“Claro hermano, venga, páseme su celular y cuando vaya a arrancar para allá lo llamó” 
“Hasta luego hombre, que le vaya bien.”