martes, 14 de mayo de 2019

Te sientas a comer

“La vida cambia rápido, la vida cambia en el instante. 
Te sientas a comer y la vida, como la conocías, se termina.” 

La frase es de Joan Didion, una de esas escritoras que tienen sus palabras manchadas de sangre, bilis, de vísceras, de lo que sea que nos mantiene vivos. Me parece que tiene que ver con el final, de qué, pues de la vida, es decir, con la muerte. 

Todo tiene que ver con la muerte o, mejor, esta se nos atraviesa a cada rato, pero no nos damos cuenta, porque jugamos a ser inmortales, a verla como un evento lejano. ¿Acaso quién no desea vivir mucho, y espera no morir hoy, dentro de un par de días o semanas, sino pasados varios años? 

La frase de Didion también me recuerda otra de Tom Clancy, el escritor de novelas de espionaje, o quizás sea de otra persona; a menudo la poca información que poseo se mezlca de formas extrañas. Esa frase, que tampoco recuerdo de forma precisa, decía algo como: Lo bueno es que la ficción es más fácil que la realidad, pues en ella, en la buena digamos, todo su engranaje debe acoplarse de forma perfecta, para que la obra no carezca de sentido, mientras que a la realidad nada la contiene y por eso nos bombardea con todo tipo de eventos absurdos y sin explicación. 

De ahí que hayan surgido frases del tipo: “Las cosas pasan por algo”, y otros métodos pobres para intentar entender esto, que es todo y nada, vida y muerte al mismo tiempo. 

Una llamada que recibí esta tarde, disparo la frase de Didion, no ha dejado de rebotar en mi bóveda craneal, y ha despertado otras frases que estaban hibernando; como esta otra que también se relaciona con la de la escritora:

“La vida es una chispa entre dos vacíos idénticos, la oscuridad 
antes de nacer y la que está después de la muerte. ¿No es extraño lo 
mucho que nos preocupamos por el segundo vacío y nunca pensamos 
en el primero?” 
— El día en que Nietzche lloró — 

Te sientas a comer…

lunes, 13 de mayo de 2019

Tres momentos

En el primero la mujer, que está sola, lee un libro, mientras una taza de blanca de porcelana reposa sobre la mesa. A ratos se la lleva hacia la boca, como en cámara lenta, sin dejar de mirar el libro. 

Esa mujer, que vemos de perfil, es muy flaca, y lleva puesta una camisa blanca grande, un camisón, digamos, que le llega por debajo de la cintura casi hasta las rodillas. 

El medio rostro de perfil que compone la escena deja entrever una nariz pequeña y unos  unos ojos achinados , unos rasgos asiáticos difíciles de precisar. 

La mujer ya no toma café y no está mirando el libro, sino que ahora mira hacia el frente, quién sabe en qué punto reposa su mirada, pues delante de ella solo hay una pared. Después de un rato de estar en esa postura, como rígida, como ida; completamente envuelta en sus pensamientos, recuerdos, angustias o neurosis, pasa una página y, de nuevo, le dedica toda su atención al libro, a la lectura. Luego de unas cuantas páginas vuelve a dejarlo sobre la mesa y queda, de nuevo, absorta en la contemplación de ese punto, ese agujero negro que, desde la posición en que nos encontramos, resulta imposible saber porque la absorbe de tal manera. 

En el segundo, me refiero al momento, que podría ser el nudo, aunque parece que los momentos que contemplamos no llevan implícito ningún conflicto, y que la mujer simplemente disfruta de un café mientras lee un libro o viceversa; la mujer se pone una cachucha de color rosa y una gabardina negra. Imaginamos entonces que le dio frío, ya sea porque acabo su bebida caliente o porque ese punto, ese vórtex, quizá de la conciencia, que mira como quien no quiere hacerlo, le produce esa sensación térmica. 

En el tercer y último momento, la mujer ya no está. Nos despistamos un segundo y se desapareció. Podemos suponer que se puso de pie y abandonó rápido el lugar, pero atrae más pensar que ese punto, ese hueco que la distrajo todo el tiempo, la trago sin dejar rastro.

domingo, 12 de mayo de 2019

Don Nelson

Don Nelson está sentado en la entrada de un hospital. El ingreso al lugar es muy restringido y solo dejan entrar de a un solo visitante por paciente. 

En una ventanilla, una celadora de gesto duro, decide quién y quién no ingresa. Cada cierto tiempo dice en voz alta: “Esta prohibido ingresar regalos, cualquier tipo de alimento, y yo no les puedo guardar nada”. Ahí termina su frase, pero Don Nelson piensa que la mujer le añade la palabra “malditos” mentalmente. 

Está y no está con su familia pues no se integra para nada en la conversación que sostienen dos mujeres, de mediana edad, sentadas a su lado. No sabe muy bien a quién le aplica el término mediana edad, pero cree que funciona para referirse a esas mujeres de su familia no familia.

Cada vez llegan y se unen más familiares al grupo, pero don Nelson no se preocupa en saludarlos. A veces eso pasa en las familias: No conocemos a esas personas con las que nos reunimos a celebrar cumpleaños, aniversarios y almuerzos esporádicos o para esperar junto a ellos en la entrada de un hospital. Son nuestros parientes, pero parece que vivieran en otros mundos. 

Las mujeres ahora hablan acerca de otra mujer, al parecer menor; hija de alguna de ellas o una sobrina: 
“Ella ya terminó periodismo , pero no ha conseguido trabajo” 
“¿Y lo de Caracol?, pregunta su interlocutora. 
“Eso era la pasantía." 

Apenas terminan la conversación. otro de los familiares de Don Nelson, que está a punto de marcharse, revolotea por el lugar. En un momento deja de moverse y toma la decisión de acercarse a las dos mujeres, y se inclina para despedirse de beso. Las abraza a ambas fuerte y les dice al oído a cada una: “Que Dios la bendiga”. 

Luego el hombre inclina su cuerpo hacia Don Nelson, estira un brazo y le dice: “Hasta luego Don Nelson”. 
“Ehh…yo no soy Don Nelson", le respondo. 

El hombre, apenado, balbucea algo mientras se aleja.

jueves, 9 de mayo de 2019

Cinco minutos

High Times de Jamiroquai, comienza a sonar en la alarma del celular “You don’t need your name in bright lights, you’re a Rockstar”, y la melodía es como un hacha que abre un hueco en mi sueño. La apago y dejo que suene dos veces más. 

Cierro los ojos de nuevo, mientras espero que suene la alarma del reloj despertador que, se supone, está programada como si fuera el último bastión que separa los terrenos “Es temprano” y “Se me hizo tarde”. Suena, y ahora pienso “5 minutos más”, y la apago de inmediato.  

Ahora pienso que debería ser de esos que se ponen de pie apenas suena la primera alarma, para meditar 15 minutos o más, hacer yoga o cualquiera de esos rituales que son el preludio de comerse el mundo, pero me siento cansado y lo único que quiero es dormir. 

Finalmente me pongo de pie, me baño, me alisto, y salgo de la casa. Voy tarde para el trabajo. No sé en cuántos minutos perdí haciendo pereza, minutos que ya se fueron y que no pienso recuperar; minutos que, supuestamente, iban a reponer mi cansancio, pendejadas que uno, a estas alturas, todavía cree. 

Paso por un café que me gusta y que abren desde las 6 de la mañana, para comprarme un capuchino. Pido el pequeño, porque el vaso tiene orejas, agarraderas, como se llamen, que evitan que uno se queme, a diferencia del mediano y el grande. 

Mientras Janeth, la mujer que atiende el lugar, lo prepara, decido pedir también una porción de torta de zanahoria. “Tarde y no sano”, pienso, sin que una cosa tenga que ver con la otra. 

Mientras me preparan la bebida me distraigo viendo unas revistas que están en un revistero empotrado en la pared: La Soho trae en la portada a una modelo en vestido de baño con una camiseta blanca diminuta, que deja al descubierto un abdomen completamente tonificado y que, parece, no lleva encima ningún combo de capuchino más torta de zanahoria; ella se lo pierde, pienso. La Jet-Set muestra a uno de los hermanos de la realeza inglesa, no sé quién es, solo que uno se llama Harry, y no tengo idea si es el que sale en la foto o es su hermano. Quién sea, aparece en una postura incomoda, con su esposa atrás, con cara de, digamos, nada tirando a mal genio, y los acompaña un titular que dice: “Grietas en el palacio”. La última revista que está a la vista en el revistero, es una Vanidades y la imagen de una mujer que lleva puesta una chaqueta negra y toneladas de maquillaje, ocupa toda la portada. A su lado, en letras gruesas aparecen títulos de los artículos que trae la tevista: “Looks por menos de 150 dólares de la cabeza a los pies, Operación Antifrío, New beauty, luce tu mejor sonrisa, y la Fuerza del Cariño, que está en mayúsculas y parece tiene que ver con la mujer de la portada y su gesto desafiante. 

“Acá está su capuchino me dice Janeth. Pago y me despido rápido, porque quién sabe en cuanto tiempo de retraso se convirtieron los cinco minutos de la no-levantada.

lunes, 6 de mayo de 2019

Comerse las uñas

Hay días en que las masticamos por completo, bueno, es un decir. Quizá, si en verdad lo hiciéramos, sería la mejor forma para somatizar nuestra, o nuestras angustias. Siempre me he preguntado eso, es decir, si las angustias vienen separadas por temas o asuntos personales o si solo existe una, la mamá de las angustias, digamos. 

Entre los miles de temas que nos joden la cabeza, y que hacen que nos comamos las uñas o que pensemos en hacerlo, el futuro, esa zona penumbrosa que tanto nos inquieta, continúa siendo uno de los más importantes. Pensar en él es como pensar en la muerte, porque por más Indios Amazónicos y/o Walter Mercados nunca vamos a saber a ciencia cierta que es lo que va a ocurrir con nuestras vidas. Entonces el futuro, la muerte y el amor comparten una cosa: su falta de significado. 

Pero no les voy a hablar el amor hoy, ese no es el tema, y pues la verdad creo que no sé nada sobre él, así que mejor sigamos con las uñas y el futuro. 

Podría uno entregarse a los horóscopos para tratar de apaciguar esa incertidumbre tan berraca que llevamos encima y, aunque sabemos que son una basura, algunas veces los leemos y esperamos descifrar entre líneas el significado de nuestras vidas, al tiempo que tratamos de acomodar nuestras situaciones a ese puñado de letras sin sentido. 

Hoy el mío me dice: “La forma como expresas tus deseos de libertad puede prestarse para malas interpretaciones”, lo peor es que no tengo idea cómo los expreso. Además me pregunto si realmente uno llega a ser libre en algún momento de la vida, o si cualquier sentimiento de libertad es pura ilusión. 

El horóscopo se convierte entonces en un arma de doble filo, pues ahora me debo preocupar por eso, y me voy a angustiar al no saber si genero malas interpretaciones. Mejor me como las uñas y ya está.

jueves, 2 de mayo de 2019

Escrito fantasma por partes

Llega ese momento en el que me siento en el escritorio, y en el que me tomo unos minutos para pensar en eso que estoy a punto de escribir, es decir, en esto que estoy escribiendo. 

Ya he contado que muchas veces, como hoy, no tengo ni idea qué voy a escribir. Eso es algo que me frustra un poco, pero ahí me quedo mirando a la nada,  a ver qué se me ocurre.  En mi caso esa nada es una pared de color azul a la que da el escritorio de mi cuarto, y sobre la que se refleja la sombra de los objetos que lo ocupan: Una lampara, un vaso plástico del Hay Festival con jugo de mandarina, un tarro de Vick VapoRub y un rollo de papel higiénico. algo triste. a punto de acabarse; estos dos últimos objetos evidencian una gripa que estoy incubando desde hace ya varias semanas y que se niega a hacer presencia de forma plena; aparece aquí  con una seguidilla de estornudos, en otro lugar con ligeros dolores de cabeza y así. 

Alguna vez leí que el color azul calma la mente, baja la presión sanguínea y la frecuencia de la respiración; es fuerte y confiable y se asocia con  confianza y estabilidad. Parece entonces que la pared de mi cuarto es una nada que apacigua. 

Pero estaba hablando de lo de no saber qué escribir, ¿cierto? Hoy pensé en este momento y me dije a mi mismo: “mi mismo, para evitar mirar la pantalla en blanco o la nada azul tranquilizadora, vamos a escribir algo, lo que sea, en tres diferentes momentos del día, una especie de inicio, nudo y desenlace, a ver que sale”. 

Finalmente fue algo que no hice y me quedé sin saber de qué iba a tratar el experimento del escrito por partes, y si era una historia, o una mísera y desalmada opinión. 

No sabe uno a dónde se van esos escritos, digamos,  desperdiciados y si podremos acceder a ellos en otro momento, cuando definitivamente deciden salir de su escondite, o si simplemente se transforman en las palabras que escribimos en un correo electrónico, las que le decimos a alguien o en pensamientos.

miércoles, 1 de mayo de 2019

Aprender a escribir

En su libro La situación y la historia -El arte de las narrativas personales-, la escritora Vivian Gornick dice lo siguiente, que no traduzco solo para que no pierda fuerza: 

I have learned that you cannot teach people how to write—the gift of dramatic expressiveness, of a natural sense of structure, of making language sink down beneath the surface of description, all that is inborn, cannot be taught—but you can teach people how to read, how to develop judgment about a piece of writing. 

Yo la verdad no sé. Gornick da una opinión personal, y no me encuentro cómodo cuando alguien hablar con tanta propiedad sobre un tema, sin importar cual sea. Pienso que la escritura, como muchas otras actividades, depende mucho de qué tanto se practique, y no creo que sea un "don" en su totalidad innato 

He escuchado a otras personas, que quizás comparten la postura de Gornick, y critican toda la oferta que existe hoy de cursos y Maestrías en escritura Creativa. 

Hace poco leí un fragmento de Isaías Peña, no lo conozco, supongo que es un escritor, con relación al término Escrituras Creativas: "Nunca la escritura es sujeto. Es una herramienta. Es creador el sujeto humano, tú.” 

En fin, todo esto únicamente para contarles que al mail me llegan muchas ofertas de cursos de escritura. Hay algunos que me interesan y otros no. Para los primeros, si tuviera tiempo y suficiente dinero, seguro los tomaría, sin importar si me van a enseñar a escribir o no, solo porque sé que voy a pasar un par de horas hablando de libros, autores y escritura, y ya con eso me basta. 

Muchas veces, en esas ofertas vienen acompañadas de un pequeño resumen de quien dicta el curso y los textos que va a utilizar. Lo que suelo hacer es copiar los títulos de los libros, y añadirlos a mi siempre creciente lista de libros por leer. 

Un E-mail que estoy a punto de borrar, cuenta con los siguientes: Fuera de lugar de Edward W Said; Las pequeñas memorias de José Saramago, Memoria por correspondencia de Emma Reyes; Apegos Feroces de Vivian Gornick, e Infancia de J.M Coetzee. 

De primerazo me llama la atención el de Said; igual los anotaré todos, a ver si le doy la oportunidad a alguno en el futuro.