domingo, 9 de junio de 2019

Lluvia en el sueño

Hoy me desperté a eso de las 9, desayuné y me volví a meter a la cama. Leí un poco, me vi un capítulo de una serie y luego me atrapó una modorra. Me tape con la cobija hasta los hombros, di media vuelta, cerré los ojos, y me quedé dormido profundamente. 

Mi consigna era descansar nada más, hacer pereza, pero un cansancio acumulado, supongo, me ganó, por eso caí en un sueño muy extraño, con tintes de pesadilla. Aunque no recuerdo bien de qué trataba, fue muy angustiante. Los eventos del sueño transcurrían en una noche lluviosa, y se desarrollaban en la carrera séptima a la altura de la calle 50 y pico; digo esto porque en el sueño pasaba de largo Treffen ese bar que, imagino, todavía existe y que queda al costado occidental de esa vía. 

Tengo las imágenes de la lluvia y una bruma levantándose del suelo muy frescas en mi cabeza, también las de personas que iban caminando de afán con abrigos oscuros. Parecía una película de los cincuenta, y seguro había un asesinato de por medio. Lo único que yo hacía era caminar a lo largo de la 7 de un lado a otro, pero siempre en el mismo sector.  Caminar con miedo y angustia, en una noche lluviosa, pero qué bonito eso.

¿Quién era yo en ese sueño?, es decir, me imagino que somos nosotros mismos en los sueños, pero que interpretamos diferentes papeles. Había más personas, otros personajes, digamos, pero solo los recuerdo como sombras, bultos indefinidos con los que nunca llegué a interactuar. 

Me marcó mucho la angustia que sentí en ese sueño. Algo malo había pasado, y si no buscaba refugio más eventos desafortunados iban a ocurrir. A eso, supongo, se debía la angustia, que trataba de calmar caminando sin un rumbo fijo, intentando perder a alguien, pero ¿a quién? 

Me gustaría que mis sueños tuvieran un hilo narrativo más claro, pues no dejan de ser un conjunto de imágenes difusas. 

Como llovía en ese sueño.

miércoles, 5 de junio de 2019

Me molesta

Me molestan muchas cosas: La hipocresía, que existan personas que le tomen fotos a un plato de comida, que yo alguna vez le haya tomado foto a uno, que algunas personas se ufanen de sus borracheras. Me molestan en especial esos artículos de ¿cómo hacer inserte aquí su tópico de interés? o las famosas listas, como esa que indica los 30 lugares del planeta que debemos visitar antes de morir cuando está claro que todos queremos viajar, pero ninguno morir. Me molesta no ser un putas de la gramática, para puntuar como si fuera una especie de dios del idioma. 

Me molestan las personas que dicen que van a escribir un libro, pero que se quedan en eso, en sembrar expectativa, en ser autores de libros no escritos, libros fantasmas, libros muertos antes de nacer. Me molesta la epidemia de expertos en la que vivimos inmersos, que no nos demos cuenta, como leí una vez, que si que alguien se considera experto es porque está mal informado o simplemente es un habla mierda. 

Me molestan los influenciadores, el afán que tenemos de tener seguidores en las redes sociales, y me molesta que a veces me fije en eso y en mis pocas, casi nulas, habilidades para interactuar con personas que no conozco en la supuesta autopista de la información. 

Puedo quedarme listando las cosas que me molestan durante mucho tiempo, así que les voy a contar qué es lo que más me molesta, y es precisamente eso, o esto, es decir, estar molesto e indignado con y por todo, no dejar que los asuntos, las personas y sus actitudes, las cosas, con todo lo que pueda ser una cosa, me resbalen. 

Me molesta no estar en la capacidad de ser como una mota de polvo pues ¿qué le molesta a una mota de polvo? Seguramente nada, va por ahí y simplemente es lo que es, sin necesidad alguna de aparentar nada. 

El viento la lleva de un lado a otro, hasta que un trapo para limpiar el polvo la retira de una superficie, ¿y luego de eso para donde va? supongo que a las tuberías de la ciudad después de que el trapo se lava, y luego, de alguna forma, se queda allá en las sombras, hasta el fin de los tiempos, pues imagino que las motas de polvo, como las cucarachas, lo resisten casi todo. O quizás se convierten en algo diferente, o vuelven a salir a la superficie y retoman su andar errante, aleatorio; se apropian de su papel de mota de polvo como si nada, sin indignarse sin renegar, vuelven a ser ser lo que son o lo que fueron, lo que eran, y ya está, sin patinar sobre el asunto.

martes, 4 de junio de 2019

Molestar

“¿Qué más hiciste el fin de semana?”, le pregunto a L. a punto de iniciar una reunión con un cliente. “Salí con un amigo que me está molestando”, responde. 

Le pido que elabore un poco más sobre su respuesta, y me cuenta que fue a cine con un amigo de su infancia que se está portando muy lindo con ella, y que está sumando o ganando puntos. Lo primero que se me ocurre es que para ganar puntos, en ese jueguito enredado del amor, es necesario molestarlas, aunque nada es absoluto en esta vida, nada es blanco o negro, uno o cero; mucho más si definimos esa molestia causada, ese avance, ese cortejo como un movimiento, y nos basamos en la teoría de Einsten que menciona que todo movimiento es relativo. 

Los caminos que se abren al “molestar” resultan ser varios. Digamos que ese hombre que molesta a L, va por buen camino. Supongamos que ella lleva una tabla con un sistema de puntos en el que suma y totaliza cada una de sus acciones, bien sean positivas o negativas. Él, ese hombre me refiero, pude estar pensando que, con su forma de actuar, por ser bonito, tierno, una bomba sexual o lo que sea, ha sumado cierta cantidad de puntos. 

Pasado un tiempo, 2, 3, 5 citas, qué sé yo, ese hombre va embalado, y llega a ese punto en el que decide poner sus cartas de juego sobre la mesa, cantar la verdad, o cualquier otro cliché que se nos ocurra, pero ese hombre olvidó algo, y es que en esa hoja, en la que imaginamos que L. lleva el puntaje, tiene diferentes pestañas: Él, este otro, aquel, perenganito, etc. pues la acción de molestar a alguien, lamentablemente, no asegura exclusividad alguna con esa persona. 

Otro de los posibles escenarios producto de “molestar” es aquel en el que Él se esfuerza en ganar puntos positivos, pero solo suma en negativo, y al final ese molestar se convierte en un malestar para ambas partes.

lunes, 3 de junio de 2019

La firma

Recuerdo que cuando era pequeño, un día en clase decidí inventar mi firma. Si no estoy mal la que utilizo hoy en día tiene algo del ese primer diseño, que no intentaba otra cosa que emular la firma de mi padre. 

Ese día, y no se porque lo tengo tan fresco en mi memoria, me conté lo siguiente: “Voy a ensayar mi firma muchas veces, para cuando tenga que firmar muchos cheques en una empresa.” No sé de dónde carajos saqué semejante pensamiento, en esa época que en la que una de mis mayores preocupaciones era jugar con carritos. 

Les decía que lo que en verdad pretendí en esa ocasión fue imitar la firma de mi papá. Para mi era todo un espectáculo, y aún lo es, verlo firmar. Es una firma muy complicada, en la que resaltan sus iniciales, la H y la J, pero parece una escritura de otro tiempo, como gótica, con miles de curvas y trazos precisos. 

Parece que firmar  para él es todo un ritual.  Segundos antes de hacerla se torna serio; parece que evocara algún recuerdo, y apenas toma el esfero hace unos trazos desordenados en el aire, como para calentar la mano, y en una de esas curvas aéreas, escoge un momento de forma aleatoria, en el que lleva la punta al papel y realiza ese trazo espléndido que parece estar lleno de sabiduría, y que siempre es idéntico.  Es una firma sin errores. 

En cambio, mi firma, a pesar de que en algún momento de mi vida le dediqué tiempo a su diseño, es muy simple, casi nada si la comparo con la de mi padre. A veces, me imagino que porque no tengo ningún tipo de ritual o calentamiento antes de hacerla, me queda distinta, y la tengo que retocar una vez la termino. Esas veces no es firma sino garabato, pues supongo que una de las reglas de oro de una firma es serle fiel a un único trazo.

domingo, 2 de junio de 2019

Domingo

Cuando empecé este blog se suponía que iba a escribir en él todos los días de la semana. Poco tiempo después, me di cuenta de que mantener esa promesa los fines de semana me costaba, porque me daba pereza, escribía otras cosas o por lo que fuera. Inventé, en ese entonces, que escribir los fines de semana era distinto a escribir entre semana, que se sentía raro y no sé qué otras pendejadas. 

Después me dije a mí mismo: “mi mismo, vamos a escribir en este espacio únicamente de lunes a viernes". Mi mismo acató la orden, y eso es lo que he, hemos, por supuesto, para no dejarlo por fuera, intentado hacer: escribir mínimo 300 palabras 5 días a la semana, preferiblemente de Lunes a Viernes.

 Creo que para el número de palabras me basé en algo que dice Stephen King en On Writing. su memoir sobre escritura. King dice que se deben escribir como mínimo 300 palabras diarias. Si uno fuera extremadamente juicioso con la escritura, siguiera ese consejo, además de escribir todos los días, finalizaría cada año con un manuscrito de 109.500 palabras, sin importar que fuera bueno o malo. 

Como suele ocurrir, a veces uno se propone algo, pero la vida se empeña en desbaratar los planes, por eso hay semanas en las que no puedo cumplir mi promesa de escritura. Esta fue una de esas. Un día, en el que tenía toda la intención de escribir algo, llegué a la casa, me tumbé en la cama me tapé con una cobija, prendí el televisor y me puse a dormir Netflix. Me desperté pasada la media noche desubicado, me fui a lavar los dientes y me acosté de nuevo, 

Otro día llegué tarde y cansado, sin ningún tema en la cabeza y decidí no obligarme a escribir. 

Lo de tener un tema sobre el que escribir, es un decir, pues a lo que le he apuntado con este blog es a contar lo que sea, lo que se me ocurra, desde cosas, digamos, trascendentales, hasta las más insulsas, procurando, en lo posible, alejarme de puntos de vista propios. 

Como, por ejemplo, este post, que escribo solo con el ánimo de cumplir mi cuota de 5 textos por semana. 

Así va pasando el Domingo.

sábado, 1 de junio de 2019

Hilos de realidad

El título de esta entrada apareció de repente en mí cabeza. Apareció cuando desperté hoy temprano, con la luz del sol golpeándome la cara. No debió haber sido así, me refiero al haberme despertado de esa manera 

Ayer halé el cable de una persiana para bajarla, y la estructura se vino abajo. Ahí está ahora, arrumada debajo de un mueble, a ver si este fin de semana me animo a intentar arreglar ese pequeño desastre que ocasioné. 

Volvamos a lo de la realidad que, creo, no tenemos muy claro qué es. ¿Es acaso lo que vemos, palpamos, olemos, es decir, todo aquello que percibimos a través de los sentidos, o está compuesta únicamente por nuestros pensamientos? De cualquier forma, queda claro que no solo existe una, sino que cada quien vive la suya, cada uno está inmerso en un mundo completamente diferente, y por eso es que a veces sentimos que la humanidad va cuesta abajo, porque nadie se entiende con nadie, porque todas nuestras realidades son distintas y están desconectadas. 

Como en muchas otras ocasiones la RAE se lava las manos, acude a lo práctico, y nos dice que realidad es la existencia real y efectiva de algo; la verdad, lo que ocurre verdaderamente, o lo que tiene un valor práctico en contraposición a lo fantástico e ilusorio. La definición parece un horóscopo, en fin. 

Ayer en la noche, mientras caía un aguacero violento, un hombre en la calle se acercó a hablarme. Era viejo y su cara reflejaba un cansancio milenario, de todos sus antepasados juntos, que llevaba a cuestas. 

No le pongo atención ni confío en los desconocidos cuando estoy en la calle, producto de un miedo implícito que a veces se asoma. El hombre pedía plata. Dijo que tenía que dormir en la calle, y que todo era culpa del gobierno. Que Colombia era un país de mierda, junto con sus políticos, esos que piden que uno vote por ellos, pero que cuando quedan elegidos se olvidan de sus votantes. También dijo que prefería mil veces ser venezolano. E ahí un ejemplo de una realidad fuerte y despojada de esperanza. 

Creo que lo que originó el título de este post, fue ese momento que pende de un hilo y que separa al sueño de la vigilia, uno de los momentos más extraños, creo yo, de la vida, y que es muerte y nacimiento al mismo tiempo. Un momento que representa el tener que zambullirnos en la realidad, abandonar ese mundo fantástico e ilusorio, o bien, terrorífico, de los sueños, y a encarar la realidad del día a día, bien sea de mierda o magnífica, si es que esta última existe.

jueves, 30 de mayo de 2019

Guion, escribir, flow y los noventa

Edito un guión, no tengo idea quién lo escribió, cuyo primer párrafo es un ladrillazo completo: pesado, falto de ritmo, zonzo, etc. Me acompaña un pocillo de café al que le doy sorbos cada nada, mientras intento desenredar el genero y el número de algunos sustantivos que me están mamando gallo hasta que, creo, lo consigo. 


Antes de saltar al siguiente párrafo, conecto los audífonos al computador, y busco una lista: Lo mejor del rock alternativo de los noventa. Salto de nuevo al documento sin saber qué canción va a sonar, y cuando lo comienzo a leer de nuevo, suena Selling The Drama de Live. Me gusta mucho esa canción y le subo al volumen. Sé que escuchar música tan duro es malo para mis oídos, pero descarto el pensamiento rápido. 




A medida que las canciones suenan, me fundo en el escrito; comienzo a descifrarlo, a entender  sus patrones de ritmo. Mientras estoy en esas suena una versión de No Rain en vivo, en la que Shannon Hoon tiene la voz perfecta. 

Hoon, que murió a los 28 años; casi hace parte del ese club de músicos murieron a los 27 : Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Amy Winehouse, entre otros. 

Esa edad, ese número, me parece extraño. A diferencia de los 30 me parece que es el verdadero punto de quiebre, es decir, el momento en que uno se convierte en adulto, si tal cosa de la adultez existe. De pronto esas personas eran más susceptibles, emocionalmente, a esa cifra,  y por eso no la aguantaron, qué sé yo. 

También suena Shine, Iris, una de las pocas canciones que me han dedicado en esta vida; Smells Like Teen Spirit, Alive, entre otras, y cada una llega con su respectivo recuerdo. 

Les pongo y no les pongo atención porque la escritura me fluye. Me encuentro, creo, en eso que los psicólogos llaman un episodio de flujo, en el que una persona está totalmente inmersa en la actividad que realiza. 

Estoy en la zona y se siente bien.