lunes, 2 de diciembre de 2019

Viernes negro

Viernes negro o Black Friday. No sé cuál es el origen de la festividad. Imagino que tiene algo que ver con el día de acción de gracias de los gringos. Podría realizar una búsqueda rápida para conocer más acerca de la fecha, pero me da pereza. A veces, creo, es mejor no saber por qué ocurren las cosas.

Camino y llueve, la excusa perfecta para meterme a una librería a esperar a que la lluvia pase. Ocurre lo de siempre: tengo varios libros en línea de espera, pero pienso: "¿qué más da comprar otro?". Además es viernes negro y es probable que tengan descuento. Y sí, lo tienen, cuestan un 35% menos o, por lo menos, eso es lo que dicen.

No he leído a Margaret Atwood. Voy a la fija, es decir, pregunto por el Cuento de la Criada. Ir a la fija con los libros significa no perder tiempo con lecturas, si es que eso se puede decir, porque independiente de si el libro gusta o no, si es bueno o malo, algo completamente subjetivo, siempre se aprende algo; mejor dicho ir a la fija significa dar con esos libros que descolocan. 

También pregunto por el asesino Ciego, que una vez me recomendó una mujer en una librería. La forma en que comienza la descripción de esa novela en Goodreads es impactante: Margaret Atwood takes the art of storytelling to new heights.

No tienen El cuento de la Criada, está agotado. Miro otro libro de la escritora, Alias Grace, que tiene un cintillo que lo promociona porque tiene serie en Netflix como si eso fuera lo más importante y como si Atwood lo hubiera escrito basándose en la serie, en fin.

Y también ocurre lo mismo de siempre: tomo el libro en mis manos lo peso, lo abro aleatoriamente en cualquier página y leo un poco. Pero no, quiero el Cuento de la Criada, así que dejo el libro donde estaba y abandono la librería, antes de que mi comprador compulsivo me haga cambiar de opinión.

No aguanto la fuerza del viernes negro y en la noche pido "La vida a ratos" de Millás.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Películas por partes

A veces veo algo de televisión antes de dormirme. Con Netflix soy más de series que de películas, y trato de seleccionar esa que cuentan con capítulos de no más de media hora, para no trasnochar. Las pocas veces en que decido ver una película la veo por tandas, es decir, comienzo a verla hasta que creo que es hora de dormir y la terminó de ver en los días siguientes. 

Así me paso con una que se llama Replicas en la que actúa Keanu Reeves. Creo que Reeves quedó muy marcado con el personaje de Matrix, y siempre que lo veo actuar muchas veces pienso: "ahí está Neo haciendo tal personaje", en fin. 

La película que vi trata sobre clonación e inteligencia artificial, y de cómo pasar la conciencia de un muerto a un robot. El personaje que interpreta Reeves es el de un científico que es brillante en su trabajo. 

No les voy a contar qué ocurre, pero hay un momento en la película en el que el personaje tiene que tomar una decisión muy difícil, y no recuerdo donde fue que leí, pero alguien dijo que en esos momentos es cuando uno se da cuenta de lo bien diseñado que está un personaje, es decir, cuando este se enfrenta a una situación que lo pone entre la espada y la pared, y por la manera en que actúa ante esa situación, aún sabiendo que cualquiera de los resultados que tiene a la mano no van a tener un final feliz. 

En el momento en el que, creo, ocurrió eso en la película me interesé mucho por la trama y por saber cómo el personaje iba a solucionar la situación, pues había mucha tensión y no se sabía que iba a pasar, pero justo en ese momento decidí dormirme, porque si no me iba a trasnochar. 

Al otro día, cuando llegué a la casa continué viendo la película, pero hubo algo, no sé exactamente qué, que me desanimó. Como que la tensión que habían creado los guionistas se fue al carajo y resolvieron el conflicto del personaje a la ligera, y al final terminé de ver, la película solo por saber qué iba a pasar. 

Como consumidor de historias uno es una pereza, pues creo que siempre estamos tras la búsqueda de esa historia perfecta, sin grietas narrativas, y siempre nos va a parecer que algo les falta o les sobra o, de pronto, lo que ocurre es que mi costumbre de ver películas por partes es lo que daña la experiencia.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Quede el que quede

El tráfico avanza lento. “¿Cómo ve lo del paro hoy?”, le pregunto al taxista. “pues ya empezaron a bloquear algunos puntos importantes, responde con desgano, quizá cansado de que todos los pasajeros utilicen la misma carta narrativa para iniciar una conversación.

Los carros se comienzan a mover y en el próximo semáforo en rojo el hombre vuelve a hablar: “Lo que pasa es que los políticos nunca solucionan nada. Quede el que quede siempre va a ser la misma vaina. Por eso yo nunca le he regalado el voto a nadie.

“¿No ha votado nunca?”, le pregunto
“Si, solo una vez en mi pueblo, 
“¿De donde viene usted?
“De Guática, queda en Risaralda.
“¿Y hace cuánto está acá?
“Mi papá se vino hace 40 años con toda la familia por trabajo. Yo tenía como un año”.

Nos quedamos en silencio un rato. Un vendedor ambulante se acerca y nos muestra los productos por la ventana y como no le prestamos atención, sigue de largo. Mientras miro distraído como el viento mece las ramas de un árbol, el taxista vuelve a hablar:

Esa vez que le dije vecino, cuando voté, fue porque un tío se iba a lanzar al consejo”
“¿Y como le fue esa vez a su tío?”
“Se quemo por un voto”, dice riendo. “Desde esa época no he vuelto a votar por nadie, sino que rayo todo el tarjetón. Yo no creo en esa vaina. Quede el que quede el país andaría en las mismas.”

martes, 26 de noviembre de 2019

Marinar un escrito

No debería estar escribiendo esto, sino más bien un texto que tengo en mente, que trata sobre la muerte y el amor, pero como no sabía que escribir, decidí contarles sobre ese escrito-no-escrito. 

Todo, creo yo, tiene que ver con esos dos temas, fuerzas, deles el nombre que quiera, que son los que realmente nos impulsan a vivir, así que eso de la pasión, que nos han tratado de meter por los ojos, en verdad no resulta tan importante. 

Siempre que pienso sobre la muerte acudo a La ridícula Idea de no volver a verte, ese texto magistral de Rosa Montero, a quién este año le otorgué el segundo puesto entre mis escritores favoritos; el primero como ya saben lo tiene Juan José Millás. Algo deben tener en su sensibilidad los escritores españoles para que me atraigan tanto. 

Pero bueno, volviendo al tema, Montero copia un aparte del diario de Marie Curie en su libro: 

“Entro en el salón. Me dicen: «Ha muerto.» ¿Acaso puede
una comprender tales palabras? Pierre ha muerto, él, a quien sin embargo
 había visto marcharse por la mañana, él, a quien esperaba estrechar entre
 mis brazos esa tarde, ya sólo lo volveré a ver muerto y se acabó, para siempre.
Siempre, nunca, palabras absolutas que no podemos comprender siendo como somos pequeñas criaturas atrapadas en nuestro pequeño tiempo." 

Mientras tanto sigo aquí, tal vez sentenciado a muerte a ese escrito que aún no ha nacido, abortándolo, digamos, pero si actúo de esa manera es porque quiero que el texto se marine un poco más en los jugos de mi cerebro, que coja más sabor, que se empape de ideas y puntos de vista que, en apariencia, puede que no tengan nada que ver con él, pero bien sabemos que sí, que todo está conectado de extrañas maneras; todo se relaciona, solo que pocas veces somos capaces de discernir de qué manera. 

De todas formas me inquieta un poco marinar por tanto tiempo el texto, pues quizá se pudra, pierda fuerza o se transforme en algo diferente. 

Recuerdo que apenas lo pensé, lo desarrollé casi por entero en mi cabeza, bueno, solo un decir, pero lo alcancé a hilar, creo, con un ritmo adecuado. Luego de unos días lo olvidé por completo, y ayer de nuevo volvió a aparecer: “oiga hermano, escríbame o me esfumo”, fue lo que me dijo. 

Y como puede ver, leer más bien, estimado lector, aún no le hago caso.

lunes, 25 de noviembre de 2019

Códigos

Hace unos días, al momento de ingresar a mi cuenta de correo electrónico, ubiqué el cursor en la casilla del nombre de usuario y se desplegó una lista de números con 10 dígitos. Eran algo como:1034000746, 1000056340. 1003083648, y así aparecían otro par. 

Lo primero en lo que pensé, claro, fue en intentar darle algún tipo de significado a esos códigos, pero soy malo para los números y mucho más si se trata de encontrar algo oculto en ellos; de seguro habría fracasado como agente secreto, si es que en verdad los agentes secretos especializados en descifrar códigos ocultos existen. 

Debe ser, imagino, que uno siempre espera eso, es decir, uno siempre quiere que algún evento lo saque de la rutina diaria, de esa repetición contundente en la que a veces se convierte nuestro diario vivir. 

Yo, por ejemplo, espero que algún día me entré al celular la llamada de un agente literario al que un escrito mio le pareció fabuloso, y que me proponga un trato millonario para escribir un libro, pero justo después trato de imaginar cómo hacen esos escritores que deben escribir un libro sí o sí, y en lo que alguna vez le dijo Kurt Vonnegut a Salman Rushdie: “debes saber que llegará un día en que no tendrás un libro que escribir y, aun así, tendrás que escribir un libro”. 

Los códigos no volvieron a aparecer. A veces creo que internet no soporta tanta información y tiene pequeños fallos, fugas de datos diminutas que aparecen en cualquier lugar y a manera de código solo porque sí. 

Sigo esperando la llamada de ese agente literario, y continuó pensando en el tema de ese libro que voy a escribir, por si algún día me contacta y me pide un resumen de la trama.

sábado, 23 de noviembre de 2019

En caso de emergencia


Luego de pasar la registradora me ubico en la mitad del pasillo y me agarro del tubo del techo. En la silla del fondo, la de los músicos, hay un puesto desocupado junto a la ventana. Ninguno de los que estamos de pie nos hemos preocupamos por ocuparlo, pues seguro es un espacio minúsculo al que es muy difícil ingresar y mucho más salir de él.

Suelto el tubo por un momento para meter los billetes de las vueltas en la billetera y procuro, con el bus en movimiento, hacer el mayor equilibrio posible. Confío en que no frené y salga disparado para incrustarme la caja de cambios en, digamos, el estómago. 

En el pasillo a tan solo unas sillas de distancia, se encuentra un joven, universitario al parecer, todo vestido de negro. En la muñeca de una de sus manos lleva varias manillas de colores también oscuros. Todo él es opaco y en un momento sonríe de forma maliciosa. Lleva puestos unos audífonos de orejeras, también negros. 

En el puesto justo enfrente mío está sentado un viejo. Tiene en sus manos un celular flecha y presiona las teclas aleatoriamente y con nerviosismo. El teléfono suena y el hombre contesta y lo lleva hacia una de sus orejas temblando, con un Parkinson que no había notado. La voz que tiene no concuerda con su imagen, sino que, mas bien, parece la de un hombre de mediana edad. 

Miro hacia el frente y me encuentro con ese vidrio grande para emergencias que suelen llevar los buses y por el que deberíamos escapar si algo sucede. Lleva un texto en letras blancas que casi no se ve. Alcanzo a leer el mismo mensaje de siempre: “En caso de emergencia, rompa el vidrio con el martillo". El único problema es que el martillo no se ve por ninguna parte. Es una lástima, uno nunca sabe, si algo llegara a ocurrir en este trayecto. Me pregunto qué tanta fuerza se necesitará para romper el vidrio a punta de patadas. 

En medio de mis cavilaciones una mujer, que lleva puestas unas gafas negras grandes y redondas y una maleta café en la espalda, sube al bus. Al igual que yo hace algo de equilibrio recostándose contra uno de los tubos del bus, mientras saca un billete de un monedero pequeño de color azul pastel. 

Al fondo en el puesto que está delante de la silla desocupada, está sentado otro estudiante que también lleva puesto audífonos de orejeras. A diferencia del que va de pie, que estudia a los pasajeros detenidamente, este observa distraído por la ventana. 

Ya es hora de bajarme. Me voy a la parte de atrás y un hombre gordo ocupa las escaleras. Timbro, y cuando el bus frena, el sujeto trata de hacerse el flaco, pero no lo logra y me deja un espacio muy reducido para bajarme. 

No me da buena espina y meto la mano a los bolsillos para cuidar mi billetera y celular y confío, de nuevo, en mi equilibrio para bajar del bus. Apenas piso el andén pienso cuál de mis ex-compañeros de trayecto será el encargado de romper el vidrio, sin el martillo, en caso de emergencia.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Sarajevo


Por alguna razón, me imagino que porque me impactó mucho ver las imágenes en los noticieros en ese entonces, me siento atraído hacia el conflicto bélico de Yugoslavia a inicios de los años 90. 

Un día di con la historia de Vedran Smailović uno de los chelistas de la filarmónica de Sarajevo que soporto el sitio de su ciudad, y decidió honrar a las veintidós personas que fallecieron en un bombardeo mientras hacían fila para reclamar pan, interpretando el el Adagio de Albinoni, en plena calle, y sin importarle el fuego cruzado. 

Tiempo después, me encontré la novela “El chelista de Sarajevo” que, en parte, cuenta la historia de Smailović, y que está narrada desde el punto de vista de 3 o cuatro personajes, con uno que me gustó mucho que es la famosa francotiradora Strijela (Arrow) de 20 años, que tres meses antes de que estallara la guerra era una estudiante de periodismo de la universidad de Sarajevo. 

Tengo cierta fascinación con los francotiradores, así que un par de años después, luego de leer ese libro, comencé a escribir la historia de uno que se llama Nikolče Drangov. 

Para empaparme más del tema me leí otra novela que se llama Girl at war que también tiene que ver con ese conflicto y justo ahora me estoy leyendo el diario de Zlata Filipovic, al  que ella llamo Mimi porque Anne Frank también le había puesto nombre al suyo. En él narra situaciones situaciones anodinas de su día a día, hasta que estalla la guerra, y Zlata no deja de registrar acontecimientos. 

Esos libros los he leído porque porque el tema del conflicto absorbe mi atención como un agujero negro, y también porque la historia de Drangov aún está en proceso y quiero empaparme lo suficiente de la atmósfera de la ciudad en ese entonces, para que resulte creíble.

Hasta el momento el diario de Zlata me ha gustado mucho, porque simplemente cuenta cosas y ya, sin ganas de querer parecer inteligente. 

“Martes 21 de Abril de 1992 

Querida Mimmy, 

Sarajevo está horrible hoy. Bombas cayendo, personas y niños siendo 
asesinados, tiroteos. Probablemente pasaremos la noche en el sótano.
 Como el de nosotros no es seguro, vamos a ir al de nuestros vecinos los Bobar. 
 La familia Bobar está compuesta por la abuela Mira, La tía Boda, el tío Zika (su esposo), 
Maja y bojana”.