jueves, 16 de enero de 2020

Ayuda extra

“La única tragedia de mi niñez fue que mi madre murió cuando yo tenía catorce años, cosa que, sin duda, me hizo más amargo de lo que antes era, pero hasta los catorce años tuve verdaderamente una infancia de algún modo ideal." 

Contaba eso Paul McCartney en una entrevista que le hizo la escritora Rosa Montero en 1989. También dijo que tiempo después, ya adulto, atravesó un periodo muy depresivo,que quizá tuvo algo que ver con el consumo de drogas: “Era un periodo de mi vida muy loco en el que las cosas no parecían tener mucho sentido”. 

Una noche en la que se sentía muy mal, tuvo un sueño con su madre en él que ella le decía: “Todo va a salir bien, no te preocupes, todo se va a arreglar.” Después de esa noche escribió Let it be

¿Y si McCartney no hubiera tenido ese sueño habría escrito de todos modos la canción? Imposible saberlo. 

Está claro que musicalmente es un Monstruo creativo, pero independiente del talento que se tenga o no se tenga, es válido recibir esas ayuditas extras, bien provengan del más allá o del más acá. 

Me gustaría que algo similar me sucediera que, de repente, un sueño me brindara la clave para escribir una novela, con su premisa, sinopsis, personajes principales y quizá un par de escenas claves materializadas con todo detalle, para poder contarlas tal cual. 

El único problema es que no sueño o, mejor, rara vez me acuerdo de lo que sueño. Además, mis sueños rara vez tienen diálogos, sino que consisten en una cámara que sigue a unas personas, a veces con calidad de bultos opacos, que no hablan entre sí. Son sueños muy extraños, como surreales, donde lo que ocurre no tiene mucho sentido y en los que, a veces, las leyes de la física no aplican. 

miércoles, 15 de enero de 2020

El Glutalión

No sabemos nada, o de pronto sí, pero es mucho menos de lo que creemos saber. Llego a esta conclusión luego de pescar una conversación ajena. Bueno, más que pescarla me atropella pues el interlocutor que lleva la batuta de la misma habla muy duro y aunque estoy a varias mesas de distancia alcanzo a escuchar claramente qué es lo que dice. 


El hombre, de unos 50 años, intenta convencer a otros dos de un negocio en el que, según parece, deben ofrecer un suplemento vitamínico. Su voz parece la de un locutor de radio, y tiene tan apropiado su parlamento que, por momentos, me arrullo de forma fácil en su narrativa, como ligeramente hipnotizado. 


Este encantador de serpientes, poseedor de un conocimiento milenario, habla sobre el Glutalión, un tripéptido no proteínico, ¿ven cómo es que no sabemos nada? Lo resume mencionando que es la molécula más importante y que se encuentra presente en todas las células del cuerpo. 

Dice esto mientras hojea unos apuntes en unas hojas sueltas. Hace una pausa para tomar un sorbo de café, sonríe y continúa: “Entonces, una célula sana contiene altos niveles de Glutalión, mientras que una mala o enferma todo lo contrario”, y lleva el pulgar de su mano derecha hacia abajo, para luego preguntar: “¿Cómo creen que es una célula sin Glutalión? Los dos hombres a quien les habla se miran y no dicen nada, y él responde antes de que reaccionen: “Una célula sin Glutalión es una célula muerta”. 

Ahora deja los apuntes sobre la mesa para mirar a sus interlocutores y cierra ese segmento de su intervención con una frase que, supongo, es de su autoría: “El Glutalión es el alimento del sistema inmunológico.” 

El interlocutor más joven se ve un poco escéptico ante tanta información, pero el otro, un hombre también mayor parece nos pestañear, mientras intenta imaginar la cantidad de Glutalión presente en su organismo. Yo también lo hago.

martes, 14 de enero de 2020

Condolencias

Hojeo el periódico hasta que caigo en la página de condolencias. Me pregunto si me gustaría salir en ella cuando muera.  Determino que que es un desperdicio de dinero y de espacio; como un  último impulso, involuntario, claro está, de permanecer en el mundo de los vivos. 

Leo los nombres de las personas que fallecieron hace poco. No conozco a ninguno, menos mal, que trágico sería enterarse así, por casualidad, de la muerte de alguien que uno estimaba. 

En total la sección cuenta con 8 avisos: cinco de ellos, de diferentes tamaños, están dedicados a Ivone, dos a Marcela y solo hay uno para Carlos. Imagino que la cantidad de anuncios es un indicador de qué tan “importante” era la persona, a la que ya de nada le sirven esos privilegios. Parece que el anunció de Carlos logró colarse de milagro en la sección, porque si los de Ivone ocupan bastante espacio por su cantidad, los de Camila lo hacen por el tamaño , mientras que el de él es pequeño y esta apeñuscado en una esquina. 

En medio de ellos en letras color azul hay otro anuncio. No dice a quien hace referencia, pero supongo que es a Ivone, la más importante del grupo, pero bien podría aplicar a cualquiera. 

Ese anuncio dice: “Como una estrella en el azul del cielo de la tarde, su luz brillará por toda la eternidad.”, que suena mejor al invertir las frases que están separadas por la coma. 

Justo encima de los avisos de condolencias hay una noticia que cuenta que Estados Unidos acaba de sacar a China de la lista negra, para firmar un acuerdo comercial,  noticia que, imagino, algo tendrá que ver con los anuncios de condolencias o con la muerte, vaya uno a saber; todo esta conectado por misteriosos hilos que no vemos.

lunes, 13 de enero de 2020

La coca del almuerzo

La mujer voltea a mirar a la derecha y luego a la izquierda como si fuera a hacer algo prohibido. Se sienta. Por un rato se queda mirando algún punto fijo ubicado enfrente de ella, mientras su mente se pasea quién sabe por qué recuerdo. 

Lleva puesto un uniforme morado y unos tenis Crocs del mismo color. Los huequitos que llevan los zapatos en los costados me obligan a pensar en un trozo de queso Gruyère. La mujer suspira y luego saca, de una maleta rosada, su coca del almuerzo

Me aventuro a pensar que la mujer bien podría ser una peluquera, una enfermera o una odontóloga, pero qué difícil e inapropiado resulta catalogar a la gente solo por su vestimenta, así que la indexo en mi cerebro como: “Mujer que está almorzando”, sin ningún título o ese tipo de cosas que nos distraen de lo importante, o bien, lo esencial. 

La mujer comienza a cucharear su comida, parece que es arroz, pero los bordes, no translucidos, de la coca, no permiten ver qué es lo que come, pero al igual que su vestimenta eso es lo de menos. 

La mujer sigue perdida en sus pensamientos. Es como si el acto de almorzar careciera de importancia frente a lo que piensa. A ratos le da sorbos a una botellita que contiene una bebida oscura, no gaseosa, porque no hay burbujas que suban a la superficie. 

Parece que la escena carece de acción, drama, y que está desprovista de conflicto, pero hay algo de ella que succiona la atención. Supongo que el momento guarda un secreto, una clave para vivir mejor, imposible de identificar  a primera vista. Por eso observo disimuladamente a la mujer mientras apuro un café, a ver si logro atisbar algo de ello.

Al rato un hombre con un casco en sus manos llega al lugar y le da un beso en la boca a la mujer. Sus labios apenas se rozan. 

Abandono el lugar.

sábado, 11 de enero de 2020

Brindar

En el café dos mujeres se sientan en una mesa ubicada a mi izquierda. Me doy cuenta de su presencia cuando una de ellas, una rubia que lleva puesto un saco rojo y labios del mismo color, abre una lata de cerveza y el particular sonido me saca de mi lectura y hace que les preste atención. La otra mujer lleva una chaqueta de cuero negra y pelo del mismo color, como para hacerle frente a todo el rojo que lleva su amiga encima. 

Por la mañana, en la radio, una funcionaria del gobierno mencionaba lo mucho que le indigna que los camiones repartidores de cerveza lleven en sus costados frases como: “Transportamos felicidad”. Decía que era un mensaje falso y peligroso para la juventud porque no evidenciaba los riesgos del consumo de bebidas alcohólicas.

Ahora la de la chaqueta de cuero es la que abre una lata de cerveza, y antes de intercambiar alguna palabra, las dos mujeres levantan las manos, se miran a los ojos y brindan chocando las latas.

Por la manera en que lo hacen, pienso en el camión y la frase. Independiente de lo engañosa que pueda ser y más allá de su objetivo publicitario y comercial, tal vez la cerveza si promueve la felicidad o, digamos, la facilita.

En el lugar hay mucho ruido y solo capto palabras sueltas de la conversación. La que más habla es la rubia quien, al parecer, le cuenta a su amiga sobre algo que le ocurrió con un hombre. 

Después de un rato vuelven a chocar las latas, y destapan un paquete mediano de papas de limón del que empiezan a picar entre sorbo y sorbo de cerveza. Quién sabe por qué brindan, pero precisamente eso es lo que me llama la atención, porque puede que lo estén haciendo por un acierto o una desgracia en sus vidas, porque sí o porque no, o porque simplemente les dio la gana emborracharse.

Brindar resulta liberador, pues no hay que tener mucho propósito para hacerlo. 

Caigo en cuenta de que por ponerles atención, perdí la página en la que iba. La encuentro.  Ahora, a mí derecha, una mujer le está metiendo un mordisco a una empanada, como si de ello dependiera su vida.

viernes, 10 de enero de 2020

Distanciarse

Hoy volví a escuchar el Yield de Pearl Jam, un álbum que hacía rato no escuchaba. Lo hice porque de un momento a otro se me apareció en la cabeza la siguiente estrofa de All those yesterdays, junto con su melodía: 


"What are you running from? Takinng pills to get along, 
creating walls to call your own. So no one catches you 
drifting off and doing all the things that we all do.” 


Luego de escucharla varias veces, me escuché todo el álbum y me impactó mucho; aparte de esa canción también trae otras buenísimas como: In Hiding, MFC, No Way, Low Light y Faithfull.

A veces eso pasa con las cosas, es decir, nos alejamos de ellas y cuando las volvemos a mirar lo hacemos desde otro punto de vista, siendo nosotros, pero diferentes. Recuerdo que en el colegio tomé una clase de pintura al carboncillo, y eso era algo que nos hacía hacer el profesor. Nos decía que cada cierto tiempo debíamos contemplar lo que estábamos pintando desde lejos para analizar cómo íbamos, pues tener el dibujo en frente de nuestras narices nos nos permitía apreciarlo de forma correcta. 
Esto de alejarse y de mirar los asuntos con otros ojos también aplica para la lectura de novelas. A veces estas llegan en momentos que no deberían y no les sacamos el verdadero provecho. Me imagino que me he pasado con muchas. Se me viene a la mente En el Camino de Jack Kerouac. Un librero de la ya extinta Authors bookstore, me dijo que era un clásico que no podía dejar de leer. Le hice caso emocionado y la compré, pero fue una tortura leerla y al final la acabe simplemente por eso, por terminarla, por dejarla como leída y no abandonada, pero no me gustó. No digo que me tenga que gustar por el simple hecho de que esté catalogada como un clásico, pero, de pronto, otro habría sido mi dictamen si la hubiera leído en un momento diferente y con otros ojos. 

Distanciarnos de lo que sea como modo de vida.

jueves, 9 de enero de 2020

Ingresar al laberinto

El hombre, que está ubicado en la mesa de enfrente, lleva un peinado a modo de cresta punk, una chaqueta de cuero con taches con las mangas remangadas y tatuajes en los brazos, en los que predomina el color rojo y negro, pero de los que no se alcanzan a distinguir alguna forma. Seguro las partes que están a la vista conforman un todo espléndido, pero imposible de admirar pues el tatuaje rodea el brazo. La única manera para salir de la duda sería preguntarle: “Disculpe buen hombre, ¿qué figura representa su tatuaje?, pero uno no va por ahí haciendo ese tipo de preguntas a extraños. 

Lee unas fotocopias y toma apuntes, o bien, toma apuntes y lee unas fotocopias. No sabemos cuál actividad está por delante de la otra. En ciertos momentos, por la concentración con la que la que a ratos escribe, parece que lo único que le interesa es realizar anotaciones con un esfero de color negro en unas hojas cuadriculadas, pero a ratos clava su mirada en las hojas y se pierde en ellas leyendo, lo que hace pensar que prefiere leer y que le molesta realizar notas, pero esa es la única manera para que se le quede grabado en la cabeza lo que lee o apunta, pues no hace ninguna de las dos cosas por placer, sino porque debe presentar un examen sobre ese tema. 

“Hombre, que solo está leyendo y tomando notas” dirán algunos, pero me parece que no, que el hombre salta de una actividad a la otra porque no sabe con cuál se siente mejor. Cuando está a punto de convencerse de una, la otra se le cuela por cualquier fisura de su atención, decide darle una oportunidad y olvida en la que está para caer en ella. 

Lo miro mientras tomo café y como torta o como torta y tomo café. Estoy en las mismas, pero con otras actividades. Me tranquiliza que el hombre no esté tomando ninguna bebida, seguro enloquecería si tenemos que sumarle a su estado el tener que levantar un vaso para llevarlo a la boca. 

Veo el título de una de las hojas que el hombre pone detrás del morro  que sostiene en una mano: "Ingresar al laberinto."