miércoles, 22 de enero de 2020

Vencido

Compro uno de esos yogures que lleva un recipiente plástico con cereal en su cucurucho. Rara vez los consumo, pero de repente me dieron ganas de volver a probar uno. No sabe uno si lleva restos de campañas publicitarias en el subconsciente, y si es debido a ellas que se presentan tales impulsos inexplicables, o si en verdad fue un antojo o capricho del momento; en definitiva no sabemos nada. Somos pura prueba y error desde nuestra concepción.

Cuando lo voy a abrir, mi cerebro, mi subconsciente, mi otro yo, la Pachamama, el patas, dios, no sé, alguien, me advierte algo muy sutilmente a manera de susurro: "Pilas con la fecha de vencimiento". Freno en seco, pues ¿qué tal que esté a punto de consumir un producto vencido?

Me pongo a buscar la fecha de vencimiento, pero no la encuentro por ningún lado. A cambio me entero de que voy a consumir 120mg de sodio y 200 mg de calcio. Bien por lo del calcio, “Calcio para huesos fuertes”, maldita publicidad, y malo por lo del sodio. No sé, a ciencia cierta, por qué lo tengo en tan mala estima, debe ser porque es un componente principal de la sal y en algunas consultas médicas me han repetido hasta el cansancio que no es bueno consumirla en exceso. 

Parece que encuentro la fecha, esta impresa en letras negras que apenas se pueden leer sobre un fondo azul oscuro. Me pego el recipiente a la cara y me convenzo de que dice Feb. 20. Lo abro, mezclo el cereal con el yogur y comienzo a cucharear. Al rato, siento un ligero sabor metalizado en mi boca, pero asumo que es pura sugestión.

Más tarde me da dolor de cabeza y nauseas, ¿Qué diablos consumí? Si no vuelvo a aparecer por acá en los próximos días, por favor comuníquense con las autoridades competentes.

lunes, 20 de enero de 2020

¿Quién soy?

Tecleo algo de forma apresurada, casi con rabia pues las palabras no me salen. El párrafo que intento escribir me asalta con miles de dudas gramaticales. Le cambio la puntuación varias veces, el tiempo de algunos verbos, unas palabras por otras que, supongo, son más precisas y vuelvo y lo leo, pero algo le suena mal, está fracturado narrativamente. Como no me convence vuelvo y lo edito. Cuando eso me ocurre ahí me puedo quedar un buen rato, hasta que llega ese momento en el que le hecho la bendición y que quede como quede; la perfección es una mentira.

En medio de eso suena el teléfono celular “¿Quién diablos es?”, me pregunto y lo agarro con mil piedras en la boca. El número que sale en la pantalla es desconocido, pero sea quien  sea, quiero descargar mi frustración, disfrazada de ira, con esa persona.

“Buenos días, hablo con el Sr. Rodríguez?”

Es una llamada de un banco, nada mejor para el estado en el que me encuentro. Dios existe, pero por alguna razón decido, en vez de desgastarme en una rabieta con alguien que no tiene la culpa, no atender la llamada.

“Él acaba de salir”, respondo.
“¿Será que le puedo dejar una razón con usted?
“No, lo siento, estoy ocupado”.
“¿Sabe a qué hora lo puedo conseguir?
“Imagino que por la tarde”.
“Bueno, muchas gracias”.
“De nada, que esté bien.”

Ahora caigo en cuenta porque no me estaba fluyendo la escritura. No era yo el que estaba escribiendo, sino ese otro(a)  que todos tenemos y que, de repente, nos habita en el momento menos pensado sin que nos demos cuenta.

Ahora bien, no sé si el que escribe estas palabras soy yo o ese extraño en el que me convertí al momento de la llamada. Desde el incidente a ratos siento que soy yo, pero luego me invade una sensación de extrañesa de mí mismo, despersonalización parece que le llaman, y no entiendo nada de lo que ocurre en mí vida, o bien, la de ese otro yo. 

¿Quién soy?

viernes, 17 de enero de 2020

El arte de no escribir

Me despierto antes de la hora estimada. Creo que despertarse antes de que suene el reloj despertador es un claro síntoma de estar envejeciendo. Eso puede ser bueno o malo, me refiero a lo de despertarse así, de súbito, porque de plano envejecer no es lo mejor. Es bueno despertarse de esa forma, digamos, natural, porque pocas cosas son tan violentas como tener que abandonar el sueño por culpa del ruido de una alarma, pero es malo porque uno siempre espera dormir más. 


Antes de ponerme de pie fantaseo con la idea de desayunar y sentarme a escribir, aprovechando que tengo algo de tiempo y no la necesidad de ducharme contra reloj, para luego tomarme un café con cualquier cosa: un pan una torta un hojaldre, un huevo, en fin lo que pueda considerarse como desayuno. 

Una vez estuve en un taller de una mujer que lleva gran parte su vida trabajando con el tema de la felicidad. En esa ocasión la experta en ese tema—¡Que tiempos estos!—dijo que para tener un buen día lo más importante era hacer algo que a uno le gustara mucho antes de salir de casa. 

Ese día, luego del taller, me prometí hacerlo, pensé, con una voluntad que pronto se desvaneció, que me iba a levantar una hora más temprano todos los días para escribir algo, lo que fuera. Finalmente no lo hice porque hacer pereza también me gusta. 

A lo que voy es que finalmente no escribí, pues a pesar de que me levante "temprano", cuando me puse a hacer el desayuno me quede contemplando las cosas: el pocillo, la jarra de la leche, la cafetera, el café, como embelesado con la existencia y sus dosis de realidad, así que preparé todo muy despacio, en cámara lenta, como quien no quiere levantarse, sino solo hacer pereza. 

Al final salí de la casa con tan solo unos minutos de anticipación de mi hora de salida habitual. Aún así, en un arranque de optimismo, eché un libro en la mochila pues pensé: "igual voy a llegar un poco antes así que voy a poder leer, así sea, por un par de minutos, pero cuando llegué a la oficina, me encontré con T. en la entrada del edificio y la acompañé a comprarse un pandebono. 

Y así, no escribí, no leí y no hice pereza. Que fácil es perder el rumbo.

jueves, 16 de enero de 2020

Ayuda extra

“La única tragedia de mi niñez fue que mi madre murió cuando yo tenía catorce años, cosa que, sin duda, me hizo más amargo de lo que antes era, pero hasta los catorce años tuve verdaderamente una infancia de algún modo ideal." 

Contaba eso Paul McCartney en una entrevista que le hizo la escritora Rosa Montero en 1989. También dijo que tiempo después, ya adulto, atravesó un periodo muy depresivo,que quizá tuvo algo que ver con el consumo de drogas: “Era un periodo de mi vida muy loco en el que las cosas no parecían tener mucho sentido”. 

Una noche en la que se sentía muy mal, tuvo un sueño con su madre en él que ella le decía: “Todo va a salir bien, no te preocupes, todo se va a arreglar.” Después de esa noche escribió Let it be

¿Y si McCartney no hubiera tenido ese sueño habría escrito de todos modos la canción? Imposible saberlo. 

Está claro que musicalmente es un Monstruo creativo, pero independiente del talento que se tenga o no se tenga, es válido recibir esas ayuditas extras, bien provengan del más allá o del más acá. 

Me gustaría que algo similar me sucediera que, de repente, un sueño me brindara la clave para escribir una novela, con su premisa, sinopsis, personajes principales y quizá un par de escenas claves materializadas con todo detalle, para poder contarlas tal cual. 

El único problema es que no sueño o, mejor, rara vez me acuerdo de lo que sueño. Además, mis sueños rara vez tienen diálogos, sino que consisten en una cámara que sigue a unas personas, a veces con calidad de bultos opacos, que no hablan entre sí. Son sueños muy extraños, como surreales, donde lo que ocurre no tiene mucho sentido y en los que, a veces, las leyes de la física no aplican. 

miércoles, 15 de enero de 2020

El Glutalión

No sabemos nada, o de pronto sí, pero es mucho menos de lo que creemos saber. Llego a esta conclusión luego de pescar una conversación ajena. Bueno, más que pescarla me atropella pues el interlocutor que lleva la batuta de la misma habla muy duro y aunque estoy a varias mesas de distancia alcanzo a escuchar claramente qué es lo que dice. 


El hombre, de unos 50 años, intenta convencer a otros dos de un negocio en el que, según parece, deben ofrecer un suplemento vitamínico. Su voz parece la de un locutor de radio, y tiene tan apropiado su parlamento que, por momentos, me arrullo de forma fácil en su narrativa, como ligeramente hipnotizado. 


Este encantador de serpientes, poseedor de un conocimiento milenario, habla sobre el Glutalión, un tripéptido no proteínico, ¿ven cómo es que no sabemos nada? Lo resume mencionando que es la molécula más importante y que se encuentra presente en todas las células del cuerpo. 

Dice esto mientras hojea unos apuntes en unas hojas sueltas. Hace una pausa para tomar un sorbo de café, sonríe y continúa: “Entonces, una célula sana contiene altos niveles de Glutalión, mientras que una mala o enferma todo lo contrario”, y lleva el pulgar de su mano derecha hacia abajo, para luego preguntar: “¿Cómo creen que es una célula sin Glutalión? Los dos hombres a quien les habla se miran y no dicen nada, y él responde antes de que reaccionen: “Una célula sin Glutalión es una célula muerta”. 

Ahora deja los apuntes sobre la mesa para mirar a sus interlocutores y cierra ese segmento de su intervención con una frase que, supongo, es de su autoría: “El Glutalión es el alimento del sistema inmunológico.” 

El interlocutor más joven se ve un poco escéptico ante tanta información, pero el otro, un hombre también mayor parece nos pestañear, mientras intenta imaginar la cantidad de Glutalión presente en su organismo. Yo también lo hago.

martes, 14 de enero de 2020

Condolencias

Hojeo el periódico hasta que caigo en la página de condolencias. Me pregunto si me gustaría salir en ella cuando muera.  Determino que que es un desperdicio de dinero y de espacio; como un  último impulso, involuntario, claro está, de permanecer en el mundo de los vivos. 

Leo los nombres de las personas que fallecieron hace poco. No conozco a ninguno, menos mal, que trágico sería enterarse así, por casualidad, de la muerte de alguien que uno estimaba. 

En total la sección cuenta con 8 avisos: cinco de ellos, de diferentes tamaños, están dedicados a Ivone, dos a Marcela y solo hay uno para Carlos. Imagino que la cantidad de anuncios es un indicador de qué tan “importante” era la persona, a la que ya de nada le sirven esos privilegios. Parece que el anunció de Carlos logró colarse de milagro en la sección, porque si los de Ivone ocupan bastante espacio por su cantidad, los de Camila lo hacen por el tamaño , mientras que el de él es pequeño y esta apeñuscado en una esquina. 

En medio de ellos en letras color azul hay otro anuncio. No dice a quien hace referencia, pero supongo que es a Ivone, la más importante del grupo, pero bien podría aplicar a cualquiera. 

Ese anuncio dice: “Como una estrella en el azul del cielo de la tarde, su luz brillará por toda la eternidad.”, que suena mejor al invertir las frases que están separadas por la coma. 

Justo encima de los avisos de condolencias hay una noticia que cuenta que Estados Unidos acaba de sacar a China de la lista negra, para firmar un acuerdo comercial,  noticia que, imagino, algo tendrá que ver con los anuncios de condolencias o con la muerte, vaya uno a saber; todo esta conectado por misteriosos hilos que no vemos.

lunes, 13 de enero de 2020

La coca del almuerzo

La mujer voltea a mirar a la derecha y luego a la izquierda como si fuera a hacer algo prohibido. Se sienta. Por un rato se queda mirando algún punto fijo ubicado enfrente de ella, mientras su mente se pasea quién sabe por qué recuerdo. 

Lleva puesto un uniforme morado y unos tenis Crocs del mismo color. Los huequitos que llevan los zapatos en los costados me obligan a pensar en un trozo de queso Gruyère. La mujer suspira y luego saca, de una maleta rosada, su coca del almuerzo

Me aventuro a pensar que la mujer bien podría ser una peluquera, una enfermera o una odontóloga, pero qué difícil e inapropiado resulta catalogar a la gente solo por su vestimenta, así que la indexo en mi cerebro como: “Mujer que está almorzando”, sin ningún título o ese tipo de cosas que nos distraen de lo importante, o bien, lo esencial. 

La mujer comienza a cucharear su comida, parece que es arroz, pero los bordes, no translucidos, de la coca, no permiten ver qué es lo que come, pero al igual que su vestimenta eso es lo de menos. 

La mujer sigue perdida en sus pensamientos. Es como si el acto de almorzar careciera de importancia frente a lo que piensa. A ratos le da sorbos a una botellita que contiene una bebida oscura, no gaseosa, porque no hay burbujas que suban a la superficie. 

Parece que la escena carece de acción, drama, y que está desprovista de conflicto, pero hay algo de ella que succiona la atención. Supongo que el momento guarda un secreto, una clave para vivir mejor, imposible de identificar  a primera vista. Por eso observo disimuladamente a la mujer mientras apuro un café, a ver si logro atisbar algo de ello.

Al rato un hombre con un casco en sus manos llega al lugar y le da un beso en la boca a la mujer. Sus labios apenas se rozan. 

Abandono el lugar.