martes, 28 de enero de 2020

Un sueño

Como les conté, el día de las ideas extrañas fue también un día de sueños cortos. Abandonaba la vigilia para entrar en unos con imágenes confusas, y solo uno, más o menos, tuvo algo de continuidad. En él los personajes tenían facciones definidas a diferencia del carácter de bulto opaco que siempre suelen adquirir.

Estaba de asistente en un evento que tenía que ver con libros y escritores, y en una sala amplia y entapetada, como un galpón más bien, habían varias mesas en la que diferentes autores estaban firmando sus obras. 

Mi yo del sueño se entera, de un momento a otro, que Juan José Millás también se encuentra ahí firmando ejemplares de La vida a ratos, su última novela que leí hace poco. Cuando eso ocurre, busco la mesa en la que está, y hago la fila, sin libro en mano, pues solo quiero saludarlo, estrecharle la mano y decirle lo mucho que lo admiro, pero cuando estoy cerca de llegar a él, me doy cuenta de que es un impostor, un hombre de tez morena tirando a oscura y que lleva el pelo al estilo rasta. No entiendo por qué el resto de los asistentes no se han dado cuenta y le siguen pasando libros para que firme. 

El Millás-no-Millás, sonríe cada nada y su dentadura blanca contrasta con el color de su piel. No digo ni hago nada, solo me salgo de la fila y me quedo viendo al impostor firmar libros. 

Tiempo después el director del sueño, o bien el editor de video que, asumo, es mi subconsciente, corta la escena,para dar paso a una en la que me encuentro cerca de la entrada del lugar y veo llegar al Millás verdadero: blanco, canoso y con arrugas. Va murmurando algo entre dientes y camina rápido, asumo que alguien le informó sobre su impostor y que esta ahí para desenmascararlo. 

Fin.

lunes, 27 de enero de 2020

Dolor de cabeza

Son las 10 de la noche pasadas y un dolor  me comienza a martillar el costado izquierdo de la cabeza. Ayer me paso lo mismo, me tomé una pastilla, me metí al baño, me senté en la tasa y me puse a echar globos sobre la vida hasta que el dolor la abandonó. El baño como útero materno. 


Creo que la forma de tratarlo, es evitar recostarme en la cama, así que tomo otra pastilla y decido prepararme un té. Esta vez me siento en la sala con las luces apagadas. La cortina está arriba y las luces que alcanzan a llegar de la calle producen sombras alargadas, que a veces se mueven en cámara lenta, de los objetos. Le doy pequeños sorbos a la bebida.



Intento absorberlo todo, pero estoy seguro que hay cosas que se me pasan, cosas importantes que podrían cambiar el rumbo de mi vida y que no alcanzo a percibir. Hay poco ruido y alcanzo a escuchar mi respiración, un ambiente perfecto para experimentar tristeza o nostalgia, pero en cambio la sensación es de paz con la vida, con el mundo, con la cabeza y sus dolores, que se acabe todo si es el caso. 

Hoy los perros del edificio de parqueaderos están callados, tal vez muertos, porque siempre ladran y chillan desesperados, como si los estuvieran torturando. En otro edificio solo un apartamento tiene una luz prendida, es una ventana rectangular en posición vertical de la que sale una luz amarilla; quizá  se está tragando todo el ruido. 

Vuelvo a mi cabeza, el dolor ya mermó, pero se resiste a irse del todo y da unos latigazos espontáneos de despedida. Volteo a mirar a la derecha y la cerradura de la puerta que da a la calle brilla en medio de la oscuridad. 

Le doy otro sorbo al té, ya está frío, y vuelvo a la cabeza. Ya no hay dolor, solo oscuridad y silencio. Me voy a la cama.

sábado, 25 de enero de 2020

Panorama General

Dicen algunos, por lo general los que saben, o eso creería uno, que en la mayoría de las ocasiones, lo mejor es ver el panorama general, la gran pintura, ese avistamiento que dejaría claro cualquier asunto que nos preocupa. 

Lo que pasa es que a veces ese gran panorama es imposible de ver desde la posición en la que nos encontramos, bien una geográfica, o porque nos empeñamos en conservar un punto de vista inadecuado para entender las cosas. 

Ahora llueve a cántaros e imagino que estoy afuera, a la intemperie, sin paraguas. De toda la lluvia que está cayendo solo me mojarían unas cuantas gotas,  si las comparamos con todas las que caen justo en este instante. Extraño eso, ¿no?, pues siente uno que está presenciando la totalidad del aguacero, pero solo se ve afectado por una pequeña porción de este. 

Dándole vueltas al tema del panorama general, se me ocurrió que quizá lo mejor sea todo lo contrario, es decir, procurar analizar todo lo que nos ocurre por pedacitos, así esto nos tome más tiempo, pues cada uno de ellos pueden resultar menos intimidantes que ese panorama general, cargado quizá de angustia. 

¿Y qué cuando no existan pedazos?, se preguntarán, y si no lo hacen, yo si lo hago. Dado ese caso miraríamos como quebrarlo todo, buscaríamos alguna  manera de generar bin-bangs a escala para estallar todo y no dejar rastro de ningún panorama general.

jueves, 23 de enero de 2020

Waldo y Eneldo

Ayer, en medio de un estado febril, comencé a tener muchas ideas extrañas, al tiempo que sueños cortos producto de un estado de duermevela que me adentró en ese territorio de fantasía que separa el sueño de la vigilia. 


Recuerdo que, en un taller, el escritor Juan Manuel Silva nos contó  que en uno de esos estados fue que escribió su novela Besos y Mordiscos, por eso no es bueno desechar lo que se piensa en ellos. 

Les hablaba de pensamientos extraños, ¿cierto? De alguna manera llego a mí mente el nombre Ralph Waldo Emerson. ¿Qué se de Emerson? la verdad casi nada, solo que fue un escritor, trascendentalista dicen,lo que eso signifique, del siglo XIX. 

No lo he leído, es una desgracia imaginar lo poco que se alcanza a leer en una vida, pero bueno, luego de buscarlo me encontré, de buenas a primeras, con el siguiente poema, toda una  descarga narrativa: 



TO LAUGH OFTEN AND MUCH 


To laugh often and much 
to win the respect of intelligent people 
and the affection of children; 
to earn the appreciation of honest critics 
and endure the betrayal of false friends; 
to appreciate beauty; 
to find the best in others; 
to leave the world a bit better. 

Whether by a healthy child, a garden patch, 
or a reedeemed social condition 
to know that one life has breathed easier 
because you live here. 
This is to have suceeded. 



Justo después de que apareció el nombre del escritor en mi cabeza, también lo hizo la palabra eneldo, una hierba de la familia de las umbelíferas o lo que eso signifique, que asocie de inmediato con el escritor. Imagino que lo hice por la sílaba Do y su sonoridad al cerrar palabras. 

Intento descifrar cuál es la relación entre ambas. Dicen que el eneldo sirve para tratar ciertos problemas de salud. Para no divagar más allá, creo que para eso también sirven los escritos de Emerson, ese escritor umbelífero, o lo que eso signifique; para tratar, en determinados momentos, los problemas de salud de nuestra psique.

miércoles, 22 de enero de 2020

Vencido

Compro uno de esos yogures que lleva un recipiente plástico con cereal en su cucurucho. Rara vez los consumo, pero de repente me dieron ganas de volver a probar uno. No sabe uno si lleva restos de campañas publicitarias en el subconsciente, y si es debido a ellas que se presentan tales impulsos inexplicables, o si en verdad fue un antojo o capricho del momento; en definitiva no sabemos nada. Somos pura prueba y error desde nuestra concepción.

Cuando lo voy a abrir, mi cerebro, mi subconsciente, mi otro yo, la Pachamama, el patas, dios, no sé, alguien, me advierte algo muy sutilmente a manera de susurro: "Pilas con la fecha de vencimiento". Freno en seco, pues ¿qué tal que esté a punto de consumir un producto vencido?

Me pongo a buscar la fecha de vencimiento, pero no la encuentro por ningún lado. A cambio me entero de que voy a consumir 120mg de sodio y 200 mg de calcio. Bien por lo del calcio, “Calcio para huesos fuertes”, maldita publicidad, y malo por lo del sodio. No sé, a ciencia cierta, por qué lo tengo en tan mala estima, debe ser porque es un componente principal de la sal y en algunas consultas médicas me han repetido hasta el cansancio que no es bueno consumirla en exceso. 

Parece que encuentro la fecha, esta impresa en letras negras que apenas se pueden leer sobre un fondo azul oscuro. Me pego el recipiente a la cara y me convenzo de que dice Feb. 20. Lo abro, mezclo el cereal con el yogur y comienzo a cucharear. Al rato, siento un ligero sabor metalizado en mi boca, pero asumo que es pura sugestión.

Más tarde me da dolor de cabeza y nauseas, ¿Qué diablos consumí? Si no vuelvo a aparecer por acá en los próximos días, por favor comuníquense con las autoridades competentes.

lunes, 20 de enero de 2020

¿Quién soy?

Tecleo algo de forma apresurada, casi con rabia pues las palabras no me salen. El párrafo que intento escribir me asalta con miles de dudas gramaticales. Le cambio la puntuación varias veces, el tiempo de algunos verbos, unas palabras por otras que, supongo, son más precisas y vuelvo y lo leo, pero algo le suena mal, está fracturado narrativamente. Como no me convence vuelvo y lo edito. Cuando eso me ocurre ahí me puedo quedar un buen rato, hasta que llega ese momento en el que le hecho la bendición y que quede como quede; la perfección es una mentira.

En medio de eso suena el teléfono celular “¿Quién diablos es?”, me pregunto y lo agarro con mil piedras en la boca. El número que sale en la pantalla es desconocido, pero sea quien  sea, quiero descargar mi frustración, disfrazada de ira, con esa persona.

“Buenos días, hablo con el Sr. Rodríguez?”

Es una llamada de un banco, nada mejor para el estado en el que me encuentro. Dios existe, pero por alguna razón decido, en vez de desgastarme en una rabieta con alguien que no tiene la culpa, no atender la llamada.

“Él acaba de salir”, respondo.
“¿Será que le puedo dejar una razón con usted?
“No, lo siento, estoy ocupado”.
“¿Sabe a qué hora lo puedo conseguir?
“Imagino que por la tarde”.
“Bueno, muchas gracias”.
“De nada, que esté bien.”

Ahora caigo en cuenta porque no me estaba fluyendo la escritura. No era yo el que estaba escribiendo, sino ese otro(a)  que todos tenemos y que, de repente, nos habita en el momento menos pensado sin que nos demos cuenta.

Ahora bien, no sé si el que escribe estas palabras soy yo o ese extraño en el que me convertí al momento de la llamada. Desde el incidente a ratos siento que soy yo, pero luego me invade una sensación de extrañesa de mí mismo, despersonalización parece que le llaman, y no entiendo nada de lo que ocurre en mí vida, o bien, la de ese otro yo. 

¿Quién soy?

viernes, 17 de enero de 2020

El arte de no escribir

Me despierto antes de la hora estimada. Creo que despertarse antes de que suene el reloj despertador es un claro síntoma de estar envejeciendo. Eso puede ser bueno o malo, me refiero a lo de despertarse así, de súbito, porque de plano envejecer no es lo mejor. Es bueno despertarse de esa forma, digamos, natural, porque pocas cosas son tan violentas como tener que abandonar el sueño por culpa del ruido de una alarma, pero es malo porque uno siempre espera dormir más. 


Antes de ponerme de pie fantaseo con la idea de desayunar y sentarme a escribir, aprovechando que tengo algo de tiempo y no la necesidad de ducharme contra reloj, para luego tomarme un café con cualquier cosa: un pan una torta un hojaldre, un huevo, en fin lo que pueda considerarse como desayuno. 

Una vez estuve en un taller de una mujer que lleva gran parte su vida trabajando con el tema de la felicidad. En esa ocasión la experta en ese tema—¡Que tiempos estos!—dijo que para tener un buen día lo más importante era hacer algo que a uno le gustara mucho antes de salir de casa. 

Ese día, luego del taller, me prometí hacerlo, pensé, con una voluntad que pronto se desvaneció, que me iba a levantar una hora más temprano todos los días para escribir algo, lo que fuera. Finalmente no lo hice porque hacer pereza también me gusta. 

A lo que voy es que finalmente no escribí, pues a pesar de que me levante "temprano", cuando me puse a hacer el desayuno me quede contemplando las cosas: el pocillo, la jarra de la leche, la cafetera, el café, como embelesado con la existencia y sus dosis de realidad, así que preparé todo muy despacio, en cámara lenta, como quien no quiere levantarse, sino solo hacer pereza. 

Al final salí de la casa con tan solo unos minutos de anticipación de mi hora de salida habitual. Aún así, en un arranque de optimismo, eché un libro en la mochila pues pensé: "igual voy a llegar un poco antes así que voy a poder leer, así sea, por un par de minutos, pero cuando llegué a la oficina, me encontré con T. en la entrada del edificio y la acompañé a comprarse un pandebono. 

Y así, no escribí, no leí y no hice pereza. Que fácil es perder el rumbo.