viernes, 12 de junio de 2020

El no-escrito

Jacinto Cabezas tiene muchos problemas, unos importantes y otros no. Algunos de los importantes para él, son ridiculeces para los demás, y algunos que tilda de ridículos, son gravísimos para el resto de las personas. Así es que vamos por la vida, llenos de desacuerdos con lo que otros piensan, pero ¿qué le vamos a hacer? Siempre, claro, está a la mano el recurso de la indignación, pero indignarse porque el uno o el otro dijo, o porque esto o aquello pasó, no es de mucho provecho. 

Como su narrador oficial, sé que a Cabezas no le interesa hacer un listado de sus problemas, así que no vamos a entrar a analizar cada una de las desgracias que componen su vida, igual, estimado lector, ni usted ni yo tendríamos el tiempo suficiente para emprender semejante tarea. 

El otro día mientras me canalizaba a través de sus dedos, pude experimentar uno de los problemas de Cabezas, que él considera importante. Ya habíamos hablado de la exploración de los bordes en su obra. Ese día, del que les hablo me refiero, cuando se disponía a escribir un relato de ficción que, como dice su colega Ricardo Silva, es la única que hace posible esquivar lugares comunes; y de ahí su importancia, pues el centro está plagado de ellos, Cabezas se planteó el siguiente dilema: 

Tenía ganas de escribir, pero no quería hacerlo, es decir, quería contar muchas cosas, pero al mismo tiempo no decir nada, dejar la página en blanco si era necesario. En resumidas cuentas Cabezas quería exponer su punto de vista, pero sin decir nada, hacer un escrito no-escrito que le permitiera convertirse en nadie, que le quitara cada una de las capas de ego que lleva encima. 

Y eso, parece, fue lo que hizo, porque luego de 2 horas de estar sentado enfrente del computador no había escrito ni una sola palabra. “¿Quién va a entender el propósito de ese escrito desprovisto de egocentrismo?”, se preguntó. “Seguro que aparte de mí, nadie.”, concluyó, y tuvo que hacer un esfuerzo impresionante para cortar de tajo la conversación con sí mismo, a pesar de que ese otro que lo habita le hacia caras para que continuaran charlando. 

Luego de ese incidente, salió a caminar a ver si se le ocurría alguna manera para abordar ese no-escrito, pero llegó a la terraza de un restaurante, diluyó su dilema en 3 vasos de gin-tonic, 2 de whisky; adornó la borrachera fumando media cajetilla de cigarrillos, y al final olvidó el asunto.

jueves, 11 de junio de 2020

Personajes

¿Cuál es la probabilidad de encontrarse con alguien en una ciudad capital con más de 6 millones de habitantes? muy baja, quizá, pero así le ocurrió a Andrés y Camilo el otro día, dos personajes que no se habían vuelto a ver desde que se habían graduado de la universidad. 

Luego del saludo, cayeron en una conversación cualquiera sobre algunos amigos en común con los que Andrés había perdido contacto, al contrario de Camilo. Este último le daba detalles de cada persona de la que hablaban como si los hubiera visto hace tan solo unos días. 

A Andrés no le caía ni bien, ni mal Camilo. Lo consideraba como uno de esos personajes que en algún momento juegan un papel importante en la trama de una historia, pero que salen de ella cuando ya no son necesarios, así que su plan era decirle lo mismo que hasta ese momento le había dicho a todos los que se encontraba sin proponérselo: “Páseme su teléfono y ahí miramos cuando nos tomamos algo”, una frase ambigua que siempre lo dejaba bien parado. 

Pero luego de decírsela a Camilo, este no cayó en el juego y le propuso, como sabiendo cuáles eran sus intenciones, que se tomaran ese algo ya mismo. La determinación de Andrés se desplomó en un instante, y aceptó el plan improvisado. 

El algo que decidieron fue un café, porque Andrés no quería llegar oliendo a trago a su casa, y Camilo, a pesar de ser un borrachín consumado, lo acepto sin problema, pues, al parecer, tenía muchas ganas de hablar. 

En el sitio que seleccionaron, un café pequeño con una barra y unas sillas altas apeñuscadas, los viejos conocidos conversaron como en los viejos tiempos, salpicando su charla de anécdotas de su época universitaria. Pasada la euforia llegaron a ese punto muerto que arranca con la pregunta: “¿Y que está haciendo ahora?”. Andrés le contó cuál era su trabajo, sin entrar en muchos detalles. “¿Y usted?”, le preguntó. 

Camilo le contó que ya llevaba más de 5 años trabajando en la misma empresa, una multinacional, y que por fin, a principio de año, lo habían ascendido a Gerente de una de las divisiones de la compañía. Andrés notó el orgullo en sus palabras, y le preguntó que si para él siempre había sido importante llegar a ese cargo. 

“¡Claro!”, le respondió Camilo, algo ofendido con la pregunta. ¿Es que hace cuánto fue que nos graduamos? Ya es hora de tener uno de esos cargos, ¿no cree? 

“Si, me imagino”, le respondió Andrés, mientras pensaba en esa necesidad que tenemos de ser personajes protagonistas, importantes, con mucho poder en la trama de una historia,  bien sea propia o ajena. No entiende por qué las personas no pueden conformarse con ser un personaje secundario, o incluso un extra que pasa caminando y nada más, incluso cuando ese hecho les permitiría tener vidas menos caóticas.

miércoles, 10 de junio de 2020

Lectura crítica

“Solo A. entendió de que se trataba mi cuento”, dice Carlos cuando terminan de darle los comentarios sobre su escrito. “¿Y qué significa entender un cuento?” Se pregunta Magda. 

Mientras la discusión sigue, ella piensa que se escribe con un tema o mensaje en mente, y puede que algún lector lo interprete tal cual como el autor lo deseaba, pero que en el momento en que la pieza: una frase, párrafo, poema, cuento, novela, sale de los dominios del autor; cuando entra, digamos, en el recio caudal de la lectura, los lectores pueden darse el privilegio de atribuirle el significado que les dé la gana, sin importar si tiene, o no, algo que ver con esa gran idea o tema en la que pensó el escritor al momento de crearla. 

Magda le da un sorbo a un a taza de café humeante que acaba de poner un mesero sobre la mesa, mientras el resto de escritores, o más bien, lectores, siguen opinando sobre el cuento, después de oír el pataleo del autor. 

Magda también piensa que un texto tiene problemas estructurales, goteras narrativas, si el escritor se empeña en defender a capa y espada a cada una de las objeciones de sus lectores, si encuentra una justificación para todo, que es justamente lo que ocurre en este momento con el escritor, que se ve algo molesto con los comentarios que ha recibido hasta el momento. 

Magda sabe que lo que acaba de pensar es solo una opinión y le molestan las opiniones, tan sesgadas y llenas de "verdad". No quiere echarle más leña a la discusión, pues quiere que la reunión se termine rápido para irse a tomar cerveza con unos amigos. 

“¿Tú que piensas Magda?”, le pregunta Carlos de repente. Antes de hablar le da otro sorbo al café que ya esta frío, sonríe y acude a un lugar común de conflicto y trama, temas con los que elabora una respuesta rápida. 

Más tarde, con un vaso de cerveza en la mano, no ha parado de darle vueltas al tema. “Que cada persona interprete las lecturas como quiera, ¿acaso nos van a quitar ese placer?”.

martes, 9 de junio de 2020

Heredar

Pedro, llamémoslo, escribe contenido para marcas. Dice que está en capacidad de redactar artículos para blogs, notas de prensa, descripciones de productos, todo eso sumado a que sabe sobre SEO y que tiene una excelente ortografía y gramática. 

Aparte de sus conocimientos también aprovecha para jactarse de su origen, pues en su gancho promocional asegura ser el hijo de un famoso escritor colombiano, así lo escribe en su perfil: Soy el hijo del gran escritor y poeta fulanito de tal, como si eso le inyectara potencia a su escritura. No tengo idea si es tan buen escritor como dice, e igual es algo que solo le debe importar a aquellas personas interesadas en sus servicios. Me llamo la atención su perfil, pues hace que me pregunte si uno puede llegar a heredar diferentes aspectos de los padres, más allá de rasgos físicos. 

Imaginemos que Pedro escribe una pieza, la que sea, pero no le sale bien. Es muy probable que alguien le pregunte, ¿pero acaso no es usted el hijo del gran escritor y poeta fulanito de tal?, pues imagino que esa persona espera que escriba de forma similar a su padre o incluso mejor, al ser, digamos, una versión más joven del escritor. 

De pronto, de tanto obsesionarnos con una actividad, todo lo relacionado con ella se almacena en nuestro código genético. Si ese es el caso, ya veo porque Pedro se escuda en el nombre de su padre para hablar acerca de su profesión. 

También pensé en el hermano de Egan Bernal al que le gusta montar bicicleta. ¿Bastará que diga que es hermano del campeón del Tour de Francia para que le abran las puertas de un equipo de ciclismo?

lunes, 8 de junio de 2020

N IOPKFJOIVJIO SVJH


Hay ocasiones en la que creo que mi computador está a punto de sacar la mano, pues es viejo. imagino entonces que a esos aparatos se les puede aplicar una regla similar a la que se utiliza con los perros, donde  1 año de vida corresponden a 7. 

De ser así, mi computador ya debe estar en la tercera edad. Hay veces en las que estoy escribiendo algo y se pone a pensar (ejecutar algún, proceso) y ahí se queda. Aunque ya sé que debo esperar unos segundos para que vuelva a su estado natural, en ocasiones me desespero y comienzo a aporrear lel teclado como si esa acción, algo animal, sirviera para que el computador reaccionará. 

Hoy me volvió a pasar eso y mientras volvía a tener vida presioné las teclas como un pianista enfurecido. Pasados unos segundos el cursor comenzó a titilar y dejó como rastro las palabras no palabras: n iopkfjoivjio svjh. 

El mensaje, creo, no significa nada, pero ¿qué tal que sí? ¿Qué tal que mi computador, ya viejo, sufra algo parecido al alzheimer y que quiera decirme algo a través del procesador de palabras? No creo en señales, pero siempre ando a la espera de mensajes que me van a dar una noticia que van a cambiar por completo mi vida, y los espero en forma de llamada, E-mail, carta o el medio que sea. 

Ya he dicho, de una u otra forma, que vamos como ciegos por la vida y que nos perdemos de miles de cosas porque no somos buenos observadores. 

No faltará aquel o aquella que digan que fui yo el que escribió esas letras, pero prefiero inclinarme hacia el territorio de la ficción y pensar que mi computador tiene información relevante para mi vida, la cual desconozco. 

N iopkfjoivjio svjh, ¿qué idioma es ese?, ¿qué podrá significar esa agrupación de letras?


sábado, 6 de junio de 2020

Esto

Escribir ayuda a estar equivocados, a no tener la razón de nada, y para describir tan solo estados de la verdad, pues esta siempre está en constante movimiento, en evolución perpetua. La escritura entonces, más allá de reglas gramaticales, ritmo o cadencia no es algo que esté bien ni mal. Se escribe, a la larga, para contar algo, lo que sea y ya está, pues más que inicio o desenlace es puro nudo lo que llevamos por dentro. 

Escribir, entonces, es como dejarse ir, perderse para encontrar el camino; es Luz y oscuridad atropellándose en un espacio en el que las palabras se funden unas con otras y, con algo de suerte, a veces dan forma a algo. 

Escribir, les decía, es errar y, a veces, cuando la musa está del lado de uno, los planetas se alinean o qué sé yo, se tienen aciertos. Y en ese momento se es feliz, pues nada como dar con la frase adecuada, la palabra precisa; llegar a un común acuerdo con la idea. 

Hace unas semanas escuché a Rosa Montero hablar sobre historias y decía que las que valen la pena son como sueños, propios o colectivos, y que las realmente buenas vienen del inconsciente, que el escritor nunca esta a cargo, sino que son ellas las que se apoderan de uno, las que mandan la parada.

jueves, 4 de junio de 2020

Los bordes

Ahí está de nuevo Jacinto Cabezas, el escritor. Se encuentra sentado en la terraza de un café y está fumando un cigarrillo. Lleva puesta una gorra azul y gafas negras para que la multitud no lo reconozca. Es muy difícil que alguien se acerque a saludarlo, pues aparte de sus familiares y amigos cercanos, puede contar con los dedos de una mano las personas que han leído sus novelas, pero cree que nadie se ha dado cuenta de su presencia porque supo camuflarse bien entre la multitud. 



Cabezas dedica el tiempo a ver pasar gente y de vez en cuando realiza una anotación en su libreta, producto de una asociación libre. Hace poco vio pasar a una mujer con una pañoleta roja envuelta en el cuello y escribió las palabras: guillotina, amor. Pasados unos minutos vuelve a leerlas  y, en apariencia, no tienen relación alguna ni le dicen nada, pero no las tacha, sino que dibuja un cuadro alrededor de ellas, pues espera que se le manifiesten pronto. Así pasa el tiempo el escritor, mientras espera a que sean las 11:35 de la mañana, el momento preciso para pedir un gin-tonic, pues sabe que si lo hace un minuto antes o uno después una tragedia ocurrirá en su vida. 

A Cabezas siempre le ha gustado explorar los bordes de la existencia en su obra. Esa, cree, es una de las razones por la que sus novelas pasan desapercibidas, porque nadie, de forma deliberada, quiere acercarse a los desfiladeros. Las personas prefieren permanecer en el centro, en ese lugar donde se sienten cómodas, en fin, ese lugar donde se encuentra lo conocido y creen que allá pueden estar a salvo, ¿de qué o de quién? de la muerte en cualquiera de sus presentaciones, claro está. 

Cabezas piensa que esa exploración de la periferia es lo que lo llevará a escribir una obra maestra, una obra que, quizá, como Guerra y Paz, perdure por los tiempos de los tiempos, amén. 

Cabezas sabe que la gente cree estar alejada de los bordes, del precipicio, pero que en realidad los exploran como fantasías innombrables cuando consumen y cuentan historias, pues esas son actividades que toman tiempo y consumen energía, y solo cuando estas exploran los bordes de la existencia es que valen la pena.