martes, 7 de julio de 2020

19 minutos

Se daña el grifo del lavaplatos. Llamamos a un plomero que viene e instala una nueva grifería, pero pasados dos días al chorro del agua le da la chiripiorca y no cae perpendicularmente, sino que chisporrotea, que buena palabra esta, hacia el lado izquierdo. 

Llamamos de nuevo al plomero. “Paso mañana — hoy —, entre la 1 y las 6 de la tarde”, dice. Llega entre el horario indicado. “Señor deje aquí su maleta, su casco, su parafernalia”. “Gracias responde, pero me debo poner un traje”, y se demora 1000 horas mientras se lo pone. “Listo, ¿qué es lo que toca mirar?”, pregunta con entusiasmo. 

Le muestro lo que falla, le explico la loquera que le dio al chorro de agua y también le muestro que el tubo del agua caliente tiene una gotera pequeña. “listo, listo”. “¿Le quito el agua?”. “no, todavía no”. “bueno si necesita algo me avisa", le digo. 

Me siento en la mesa del comedor y me pongo a leer el capitulo de una novela. El Kindle me dice que su lectura se demora 19 minutos”. Comienzo a leer. Unos minutos después, digamos 3, como para ser precisos. Me asomo y veo al plomero acurrucado revisando la gotera. “¿necesita una linterna?”, le pregunto. “no, tengo la del celular”. 

Vuelvo a la lectura, ¿En qué iba? Repaso los últimos párrafos que había leído para encarrilarme de nuevo en ella. 

“Amigo, amigo”, ahora soy su amigo. “Amigo, por favor, ahora sí, quite el agua”. Me levanto, salgo al hall del piso y bajo o subo, ya no recuerdo, la palanca del registro del agua. Vuelvo al apartamento con un trote ridículo y le digo a mi nuevo amigo que ya hice lo que me indico. “Gracias”, responde y continúa con su labor. 

Vuelvo a la lectura, al capítulo de 19 minutos, del que no sé cuántos me quedan para terminarlo, pero siento que ha pasado más de ese tiempo. “Amigo, terminé. Por favor venga y revisa”. Me pongo de pie para revisar su trabajo, aunque me gustaría confiar en él a la ciega, darle las gracias y que se vaya. 

Me explica que al agua le dio la ventolera, porque una piedrita había quedado atrapada en el filtro y era la que le cambiaba la dirección al chorro. Me aconseja quitarlo. “bueno, quitémoslo”, le digo. Ahora reviso la gotera, paso mi mano por el tubo , pero aparte de calor no siento nada más, ya no hay fuga de agua. “Lo apreté más”, me dice. No sé que fue lo que apretó, pero hago como si supiera y le doy las gracias. 

Sale de la cocina y luego saca de la maleta una carpeta con unas formas que debe llenar. Me quedo mirando cómo lo hace, pero parece que se va a demorar más que poniéndose el traje de trabajo, así que prendo el Kindle de nuevo. Reviso cuanto tiempo de lectura le queda al capítulo: cuatro minutos. Vuelvo y pienso que ha pasado mucho más tiempo, pero le hago caso a lo que dice el reloj del aparato. A veces el tiempo se elonga y contrae de forma extraña, y no hay nada que podamos hacer ante ese extraño fenómeno. 

“Qué miedo los fantasmas de esta revuelta que se ha tragado el toque de queda. Y qué miedo este país”, es la frase que cierra el capítulo. 

Apago el aparato y el plomero no para de escribir. Miro hacia el techo, a la puerta, a sus cosas que están en el piso, tarareo una canción mentalmente y presiono el pedal de un bombo imaginario con mi pie derecho: un, dos, un dos. 

Ahora el plomero se pone la punta del esfero en la barbilla y se queda pensando. “¿A qué hora fue que llegué?”, le lanza la pregunta como al universo. No tengo ni idea y mucho menos con el tiempo que está igual o más loco que el chorro de la llave antes de que el “amigo” lo arreglara, y antes de que le de una hora, la que sea, se responde solo: “una y cuarenta, pero voy a poner una y treinta”, y no me da tiempo de decirle nada. 

“porfa regálame una firmita aquí, aquí y aquí también”. Que cantidad de papeles, de firmas. Ruego para que no saque un huellero y mis plegarias son escuchadas por el dios de los trámites bancarios, supongo. 

“Hasta luego, muchas gracias” 

“Hasta luego amigo, que tenga un buen día”.

lunes, 6 de julio de 2020

Ser breve

Me gustaría ser tan breve como un Haiku, decir todo lo necesario en la menor cantidad de palabras posibles, pero sin dejar de ser complejo, igual no creo serlo. A lo que me refiero es a que mis textos tengan un andamiaje narrativo sólido, que incluso llegue a opacar, por breves momentos, la historia que quiero contar. 

Pienso en esto de la brevedad luego de leer “La vida privada de los Árboles”, una de las novelas del escritor chileno Alejandro Zambra que es corta y precisa, como una ráfaga de palabras que lo dejan a uno un poco aturdido. 

No la tenía entre mis lecturas a corto plazo, pero se me apareció un día, y recordé que una escritora había hablado de ella en una de sus redes sociales; vuelvo e insisto que los libros son los que nos escogen. Leo un poco sobre el autor y me entero de que también escribe poesía. Quizás el tener desarrollada esa fibra del músculo de la escritura, lo ayuda mucho a cumplir con el objetivo de ser breve, limpio, y a decir lo que necesita decir en frases muy cortas pero llenas de significado. A mí a veces me da por intentarlo, pero cuando leo lo que escribo me suena a una mezcla entre lo obvio y el cliché y lo borro todo. No es fácil ser breve. 

Leo una entrevista — es buena, léanla —que le hizo la escritora Leila Guerreiro, en la que Zafra dice lo siguiente que, me parece, resume su estilo de escritura: “Escribir es como cuidar un bonsái, pensé entonces, pienso ahora: escribir es podar el ramaje hasta hacer visible una forma que ya estaba allí, agazapada”. 

Podar para ser breve, de eso, al parecer, se trata.

domingo, 5 de julio de 2020

Narrar noticias

Un hombre su sube a una buseta, intercambia unas palabras con el conductor y luego se salta el torniquete. Lleva una apariencia descuidada: Su pelo está ensortijado y lleva una camisa blanca metida a las malas dentro del pantalón, un saco de vestido negro con manchas de polvo, y una corbata del mismo color con el nudo desajustado. Parece una de esas personas que se van de fiesta entre semana y no alcanzan a pasar por la casa para darse un duchazo antes de volver a la oficina. 

En una de sus manos lleva un periódico enrollado. Se recuesta contra una silla, le da los buenos días a los pasajeros y, ante algunas caras de fastidio, dice que pueden estar tranquilos, pues no les quiere vender nada. 

Con un latigazo de su brazo desenrolla el periódico, se agarra fuerte del tubo de la buseta con la mano que tiene libre, y comienza a narrar las noticias de ese día. Lee los titulares y algunos apartes de ellas, y luego da su punto de vista salpicado con comentarios sarcásticos. Luego mira a su público, que todavía no entiende bien qué busca —¿un aplauso, dinero, comida?— ese no vendedor con apariencia de cuentero. 

Le da especial importancia a una noticia sobre la calidad del aire de la ciudad. Cuenta que después de unas mediciones, las autoridades se han dado cuenta de que el aire de los barrios del sur está más contaminado que el de otros sectores de la ciudad. “Hasta el aire es peor para los pobres”, concluye con ironía. 

Lee de igual manera otras noticias y cuando termina nos mira sin decir nada, solo da las gracias por haberle puesto cuidado a su pequeña presentación llena de sarcasmo. Cuando comienza a caminar hacia el fondo de la buseta una persona estira la mano para darle unas monedas; otros pasajeros lo imitamos, se las merece.

jueves, 2 de julio de 2020

El TOC del ritmo

Desde pequeño un timbalero vive dentro de mi cuerpo. Cuando tenía 5 o 6 años, las agujas de tejer de mi madre hacían sus veces de baquetas y las aporreaba contra cojines, camas y otras superficies. Años más tarde aprendí a tocar batería y compré unas baquetas de verdad. 

Ahora soy muy bueno en el arte de tocar batería aérea y también, a lo largo del día, me invento diferentes secuencias de ritmos que llevo con las manos y pies. Mientras escribo estas palabras llevo un ritmo con mi pie derecho, en el que imagino el golpe del talón como el de un bombo y el de la planta como un redoblante. 

Me obsesiono con un ritmo y lo ensayo en diferentes tempos, hasta que algo me hace olvidarlo y le doy paso a otro, el que sea que llegue. ¿De dónde vienen? No tengo ni idea. A una de mis hermanas le fastidia mucho que haga ruido con manos y pies, pero a veces es algo que hago de forma inconsciente. 

No sé si llevar ritmos a cada rato sea una manera de blindarme ante pensamientos y miedos irracionales que desencadenan ese comportamiento repetitivo. Puede que sí, puede que no todo funcione de forma adecuada en mi cabeza y por eso busco la manera de drenar esas sustancia oscura y espesa, la angustia, que a veces se ubica en la boca del estómago. 

Una vez fui al teatro Jorge Eliecer Gaitán a ver una presentación de un grupo de percusionistas extranjeros que ejecutaban números con ritmos complicados y diferentes objetos. Uno de ellos era con encendedores que prendían y apagaban; eran muy buenos. 

A veces, cuando creo que me invento un ritmo bueno, imagino que asisto a una de sus presentaciones.  En un momento me pasan al frente y me piden que les enseñe un ritmo para que ellos lo sigan. Después de enseñarlo quedan deslumbrados y me ofrecen un puesto en la compañía.

miércoles, 1 de julio de 2020

Frío


Tengo Los pies fríos. Muchas veces, en las tardes, se ponen así. A pesar de que tengo zapatos y medias parece que estuviera descalzo. De pronto es una cuestión mental y apenas siento algo de frío, mi cerebro baja la temperatura de los pies de forma automática, o me hace creer en esa sensación térmica. Si uno se fija bien el cerebro es un cabrón, en fin. 

No sé cuál es el órgano que controla la temperatura del cuerpo humano, me aventuro a pensar que varios deben intervenir de una u otra forma en la tarea, pero necesitan que alguien los coordine. Ese alguien, también supongo, es el cerebro, que se la pasa dando órdenes a nosotros y al resto de los órganos para que está máquina repleta de vísceras, órganos, manías, filias, angustias y obsesiones,  funcione las 24 horas y no parezcamos bichos raros

Con el frío también hay lluvia o la lluvia trae el frío, no lo sé, pero alcanzó a escuchar como cae el agua de forma copiosa y golpea el pavimento. Parece que el agua nunca se cansa o no tiene nada más que hacer aparte de caer o acercarse y alejarse de la orilla una y otra vez como un disco rayado. 

Ese ruido del agua, más el de un perro que chilla de forma desesperada debido al frío, supongo, potencian la sensación que llevo encima. 

No me aguanté las ganas y busqué lo del órgano que controla la temperatura del cuerpo. Resultó ser el hipotálamo; no estaba tan descachado. Cuenta internet que esa parte del encéfalo funciona a manera de termostato y mantiene el equilibrio entre la generación y pérdida de calor. Pero de nada me sirve saber eso porque el frío continúa. 

No es una queja, pues estoy seguro de que nunca he sentido frío de verdad, como esas temperaturas canadienses por debajo de cero, pero pues tengo frío y eso fue lo que les vine a contar.

martes, 30 de junio de 2020

Los ojos

Nunca me ha gustado ese cliché meloso de: “Los ojos son la ventana del alma”. Los ojos son los ojos y ya está. ¿Por qué la persona que se lo inventó, no se conformó con decir que los ojos son las ventanas del cuerpo? Así la frase tendría más sentido, pues los viejitos de túnicas largas de la RAE, que viven con sus narices metidas en libros todo el día, definen una ventana como: “Abertura en un muro o pared donde se coloca un elemento y que sirve generalmente para mirar y dar luz y ventilación”, ¿y cuál es la función principal de los ojos?, pues mirar, ¿no?

Además, ¿cómo puede alguien hablar con tanta propiedad sobre el alma, si no tenemos ni idea qué es? Siempre que leo esa palabra, me acuerdo del libro “¿Cuánto pesa el alma?" que compré, hace mucho tiempo y por pura curiosidad, en un remate de libros de la editorial Random House. En ese libro cuentan cómo un médico intentó pesar el alma, calculando el peso de una persona justo después de su muerte, para compararlo con el peso que tenía antes de exhalar su último aliento; he ahí otro cliché. La diferencia, de haber alguna, de las mediciones, correspondería al peso del alma, que, se suponía, había abandonado el cuerpo.

Luego de una búsqueda rápida de esa frase de los ojos y el alma, leo que en la mirada de una persona están reflejadas sus verdaderas intenciones y que podemos discernir, según el brillo de los ojos, si están felices o enojados, por ejemplo. Imagino entonces que el alma debe ser un amasijo de todos nuestros sentimientos.

Puede que sea verdad y que yo esté equivocado. Mi madre, por ejemplo, tiene unos ojos verdes hermosos que no le heredé. Según ella, a veces el color es más intenso o cambia a un tono gris, de acuerdo a su estado de ánimo. 

Cuando salgo a la calle en estos días, la mayoría de las personas llevamos puesto un tapabocas. Intento entonces descifrar que están sintiendo con quienes me cruzo: la persona que camina en dirección contraria, la cajera de la panadería, el celador del edificio. Miro sus ojos fijamente, pero la verdad no he logrado identificar cómo se sienten ni ver su alma, de pronto soy malo para leer los estados emocionales de las personas, o quizá necesito el resto de sus facciones para descifrarlo. De cualquier manera, querido lector, la frase no deja de ser zonza o, según la RAE: tonta, simple o mentecata.

lunes, 29 de junio de 2020

Sin tapabocas

Camina con la mano derecha metida en el bolsillo. Lleva puestos jeans azules desteñidos y una chaqueta roja. De repente frena en seco y mira hacia ambos lados nervioso, como si estuviera a punto de hacer algo que no debe. Luego se baja el tapabocas con la mano derecha. 

¿Por qué diablos hace eso? Me gustaría gritarle y decirle que es un desconsiderado, pero uno no puede andar por la calle como un maniático, gritándole cosas a gente que no conoce. Lo miro de lejos, al tiempo que lo maldigo en silencio. 

Ahora sube la mano que estaba libre hacia la cara. ¿Se la va a tocar?, ¿acaso está contagiado y ya no le importa nada?. No lo sabemos. No sabemos nada de nadie, pero lo que sí sabemos del hombre, les cuento, porque no he dejado de observarlo, es que se lleva un cigarrillo a la boca, para darle una profunda calada, como si de eso se tratara la vida, la suya por lo menos, claro está. 

Cuando la termina sonríe, parece que está completo, que no le falta nada, que el acto de fumar, por más sencillo que sea, lo es todo para él. La vida está llena de pequeños detalles a los que les atribuimos todo el significado del mundo, detalles que nos sostienen y con los que nuestra existencia cobra sentido, sin ellos seguro enloqueceríamos. 

nuestras miradas se cruzan. Me hago el loco, dejo de insultarlo mentalmente, y miro hacia otro lado.