jueves, 30 de julio de 2020

"¿En qué piensas?"

Eso fue lo que Rosana le preguntó con un tono de voz firme. Para ella era claro que él estaba pensando en algo, pues luego del silencio en el que cayó la conversación que sostenían, su mirada se perdió, no en un punto de la pared que estaba detrás de ella, sino en algún recuerdo o pensamiento. Saber qué alguien estaba pensando algo que no tenía nada que ver con la conversación del momento, era un poder que ella tenía altamente desarrollado. 

“¿Cómo?, ¿qué?”, pregunto él, de vuelta a la realidad, mientras se desprendía de la fantasía que se estrellaba contra las paredes de su cráneo, buscando cómo abandonarlo. 

“¿En qué piensas?”, le volvió a preguntar. Él, algo nervioso, le sostuvo la mirada por un segundo, y luego la desvió. “En nada”, concluyó con una sonrisa desganada como para cambiar de tema. 

Muy pocos valientes han respondido a esa pregunta, en apariencia sin sentido, con la verdad. Es posible que parte del desbarajuste del mundo se deba a nuestra falta de sinceridad cuando nos hacen esa pregunta. 

Él, por ejemplo, pensaba en terminar con ella. Hacía 3 meses le era infiel y ya no disfrutaba compartir tiempo a su lado. Por eso se quedaba como idiotizado mirando un punto fijo en la pared y pensando cosas que nada tenían que ver con ella, o bien, pensando en cómo darle la noticia sin salpicar la situación con mucho drama. 

Finalmente tuvo que mirarla  a los ojos, y Rosana le sostuvo la mirada con una expresión sería que bordeaba el odio, como si le hubiera leído la mente. A él no le quedó otra opción que acudir al mismo lugar común que utilizan todos los que mienten ante esa pregunta: “En nada, ¿en qué voy a estar pensando?” y se acercó a ella para abrazarla y darle un beso. Ella se lo aceptó, pero ambos sintieron como el hilo que los había unido hasta ese momento se distensionaba, como si se hubiera soltado de alguno de los dos extremos.

miércoles, 29 de julio de 2020

Narrador caprichoso

Escribo un cuento. La primera escena muestra a un anciano en una mecedora, ubicada al lado de una ventana que da hacia las montañas. El hombre Piensa sobre la muerte, la de él para ser más preciso, y se pregunta cuándo le irá a llegar. 

El punto de vista que escogí es la tercera persona, y a ratos el narrador omnisciente, con sus ínfulas de dios, logra meterse a la cabeza del hombre y comparte algunos de sus pensamientos. 

Cuando voy a terminar de escribir la primera hoja, dejo de hacerlo y me pongo a leer lo que llevo hasta el momento. Sé que no debería hacer eso, sino que solo debería leer lo escrito hasta poner el punto final, pero es una manía que tengo. Quizás atenta contra las buenas prácticas de la escritura, si es que eso existe. 

Leo, pero no le meto mucho la mano al texto, veo que podría puntuarlo diferente y agregarle ciertas palabras, pero los cambios que le hago son mínimos, como corregir errores tipográficos y poner algunas tildes que se me escaparon. Cuando voy llegando al final veo que de un párrafo a otro hay un salto de la tercera a la primera persona. 

A veces el narrador es caprichoso. ¿Quién es ese ente? ¿Es el mismo para todas las piezas escritas del mundo o los habrá según géneros? En alguna carpeta del computador debe estar ese cuento que titulé “un asunto de identidad”, que trata sobre un conflicto de identidad del narrador, pues supongo que solo hay uno y se reparte entre todas las personas que escriben algo, desde una novela hasta un telegrama. 

Recuerdo que una vez un amigo me regaló La República del Vino, una novela del escritor chino Mo Yan. En una página también me pasó lo mismo, había un cambio abrupto de voz narrativa que, asumo, se debía a que el libro era la traducción de una traducción, o puede que también haya sido un capricho del narrador.

martes, 28 de julio de 2020

Pilo


“Le pareciste muy pilo”, me dijo una vez una mujer con la que trabajé, cuando íbamos en su carro para un evento. Me quedé callado y creo que sonreí estúpidamente, igual que cuando sé que alguien que metió las patas y me cuenta que va a tener un hijo. Ella se refería a su esposo, a quien yo había conocido el día anterior, pero no recuerdo qué fue lo que hablamos para que hubiera hecho ese juicio. 

También permanecí callado porque era muy temprano. Las personas no deberíamos hablar en las primeras horas de la mañana, sino empezar a hacerlo a eso de las 10. Una jefa que tuve me contó que en su casa nadie hablaba cuando se sentaban a desayunar, pues era algo que les parecía ofensivo. De pronto el mundo funcionaría mejor de esa manera, ahí les dejo la inquietud. 

Pilo siempre me ha parecido una palabra vacía, algo que se opta por decir cuando nos referimos a alguien en una conversación, y queremos salir, sin mayor esfuerzo, bien librados. Compite, en taradez, con frases hechas como: “gusto en conocerte” o “buen manejo de relaciones interpersonales”. 

Holden Caulfield, el protagonista del Guardián entre el Centeno dice: “Siempre ando diciendo “encantado de conocerte” a alguien a quien no me agradó conocer para nada, aunque si quieres permanecer vivo debes decir esas cosas.” Quizás, en ocasiones, en eso consiste la vida, en seguir fórmulas de conducta para conseguir lo que deseamos, y nuestro principal deseo es continuar vivos, ¿acaso no? 

Imagino entonces que el antónimo de pilo es tonto y que nadie quiere que lo llamen así. Que miraríamos con recelo a una persona que nos dijera: “Es que fulanito(a) es muy tonto(a)”, en medio de una conversación, algo que no pasaría si se remplaza esa palabra por pilo. 

Mentecato, zopenco, bobo, gilipollas, tarado, cebollino, bombero, son sinónimos para tonto. Lo siento por los bomberos, y me agrada como suena la palabra cebollino, que utilizaré de ahora en adelante. 

Creo que ingenuo también podría aplicar como sinónimo para tonto, pues tiene mucho que ver con ser niños. No es que piense que son tontos, sino que no saben cómo funciona el mundo y desconocen muchas cosas, entre ellas, esas frases hechas que nos ayudan a sobrevivir socialmente. Bien lo dijo Millás en la novela Tonto, Muerto, Bastardo e invisible: “toda tu vida depende de lo insaciable que sea el niño que llevas dentro”. 

El término pilo, para los eruditos de la RAE, no sirve para definir a alguien inteligente, brillante, sagaz; para ellos solo es un antigua arma arrojadiza o un arbusto que vive en sitios húmedos. 

Supongo que las grandes mentes de la historia tienen esas características que le atribuimos a la palabra pilo, pero que también fueron, en cierta medida, tontos, y miraban al mundo con ingenuidad, como si cada experiencia que tenían la estuvieran viviendo por primera vez.

lunes, 27 de julio de 2020

Huecos

La camisa tiene unos huecos en las costuras de los hombros, ¿cómo no, si la compré en el 2002 la primera vez que viajé al exterior? Es una camisa normal, de color azul oscuro y un estampado de la marca, que resiste con orgullo cada lavada y se rehusa a desteñirse del todo. 

Hay personas que dicen que lo mejor es botar cualquier tipo de pertenencia desgastada, porque eso atrae malas energías y no sé que más cosas. Yo, la verdad, no creo en esas teorías y por eso la utilizaré hasta que uno de los huecos la vuelva inutilizable. 

Alguien podría pensar que le he atribuido un poder especial o algo por el estilo, pero la verdad es que me gusta y me parece cómoda. En resumidas cuentas, es una de esas prendas que, creo, todos tenemos y nos caen bien. 

Suena raro, pero es así. A uno los objetos también le pueden caer bien o mal. Por ejemplo, a mí me cae mal la cuchara para servir la sopa, porque no se deja acomodar bien en el platero después de lavarla; a diferencia, digamos, de un cuchillo. 

También le salió un hueco al tenis izquierdo en el lugar que ocupa el dedo gordo. Esto, porque el accidente que me dejó el amable recordatorio, también me dejó una vaina que se llama espasticidad. Consiste en que ese dedo se entiesa y se dispara hacia arriba porque sí. El resultado es que después de usar los zapatos por un tiempo siempre se rompen en el mismo lugar. 

Hace mucho no me pasaba eso, lo del hueco en el zapato, porque siempre que los compraba les hacia poner un refuerzo en ese sector, pero esos tenis los compré de afán, un día antes de un viaje, y nunca los llevé a la remontadora de calzado. 

Vale la pena anotar que el color de los tenis hace juego con el de la camiseta, ahora mucho más cuando ambos llevan huecos.

sábado, 25 de julio de 2020

Preparar café


Se levantó a la misma hora como todos los días. Se pegó el duchazo exacto de 2 minutos con agua fría para terminar de despertarse, y cuando salió del baño no pasó por el cuarto, sino que se fue directo a la cocina a prepararse el primer café del día, el más importante de todos. 

Todo parecía normal, los pájaros trinaban, alegres o tristes, vaya uno a saber, el sol comenzaba a asomarse y el ruido del tráfico era, en apariencia, el mismo. Escuchó también el canto del vecino de todos los días, y pensó lo mismo de siempre: Que por favor alguien le diga que no tiene buena voz. 

Cuando la cafetera italiana comenzó a sonar, indicando que el café estaba listo, echó un poco de leche en el pocillo y la calentó en el horno microondas por 35 segundos. Se quedó ese tiempo mirando como la taza daba vueltas dentro del aparato y cuando la sacó, le echó el café despacio, hasta ese punto que creyó era perfecto para que la bebida no quedara ni muy clara ni muy fuerte. Ese sencillo ritual, pensaba, le daba significado a la vida. “En definitiva es un día normal”, pensó. 

Luego, el leve campanazo del horno le indicó que la tostada estaba lista. La saco y le untó primero mantequilla y luego mermelada, otro procedimiento preciso que también repetía todos los días. Cuando terminó, tomó el pocillo con la mano derecha y la tostada con la izquierda, le dio un mordisco, y se dirigió hacia su cuarto. 

Se sentó en el computador y lo prendió con tedio, ya que era una máquina vieja y demoraba mucho en cargar el sistema operativo, pero para su sorpresa la pantalla se encendió de inmediato y le mostró el documento en el que está trabajando; había olvidado que la noche anterior había dejado la máquina en reposo. 

Le dio un último mordisco a la tostada y se tomó el último sorbo de café, mientras repasaba lo que llevaba escrito. Cuando le puso una tilde a una palabra aguda, muchas veces olvida hacerlo,  ahí fue cuando se dio cuenta de que algo andaba mal. 

En la mayoría de los días, acaba la tostada antes de acabar el café, incluso a veces no lo llevaba ni por la mitad, pero hoy había acabado ambos en el mismo instante. ¿Qué otra señal necesitaba para saber que algo malo estaba por ocurrir? 

Anduvo todo el día inquieto, encerrado en sus pensamientos y prevenido de todas las personas que se le acercaban, pues ¿cómo identificar quién era el mensajero de la desgracia? Al final del día no pasó nada o, simplemente, no se dio cuenta. 

Ahora son las 3:21 de la madrugada y aunque está cansado, se ha empeñado en permanecer despierto, pues si deja que el sueño lo venza, alguna desgracia llegara a su vida mientras duerme. 

A las 5 de la mañana no se aguanta un segundo más metido dentro las cobijas y se levanta antes de que suene el reloj despertador. Se da el mismo duchazo de siempre, pero esta vez no se prepara el desayuno— Que miedo preparar café—, sino que sale a buscarlo en una cafetería que le queda cerca al trabajo.

jueves, 23 de julio de 2020

¿A dónde se va el tiempo?

Hace unas semanas un amigo escribió un cuento basándose en la canción Who knows where the time goes? Esa es una buena pregunta. 

Parece que, en esta época de pandemia (época de pandemia, hágame el berraco favor), el tiempo se contrae y las horas se van por entre un tubo, ¿a dónde? No lo sé. Comienza la semana en Lunes, como debe ser, pero se levanta uno al día siguiente y ya es viernes. 

Me aventuro a imaginar que esas horas, que en apariencia se pierden, entran a formar parte de ese terreno al que llamamos pasado, porque el tiempo, el muy condenado, también nos ayuda a precisarlo, a diferencia de la relación que tiene con el futuro, pues allá si no tiene mucho qué hacer. 

Entonces Einsten tuvo mucha razón al afirmar eso de que el tiempo es relativo y es cierto que transcurre de manera diferente debido a las circunstancias que se experimentan. El otro día, por ejemplo, vi una publicación que hizo una mujer, donde afirmaba que la semana le había parecido igual de larga que un mes. 

En la casa hay un reloj cku cku que da el número de campanadas de cada hora y una campanada a la mitad de cada hora, pero es un ruido de fondo al que ya me acostumbré y que a veces ni escucho. ¿Cuándo habrá nacido esa necesidad de marcar el tiempo y medirlo para saber cómo pasa? Las horas, si uno se fija bien, no tienen nada de diferente las unas de las otras exceptuando la luz del día y la oscuridad en la noche, pero aún así vivimos obsesionados con medir el tiempo, con atesorar ese intangible tan extraño y tan común. 

Imagino entonces que los Amondawa, la tribu amazónica que no cuenta con estructuras lingüísticas para referirse al tiempo, deben estar muy tranquilos en estos momentos, pues para ellos la vida solo se desarrolla en el bloque del presente. 

miércoles, 22 de julio de 2020

Mediciones

De pequeño andaba muy solo. En sus primeros años de colegio los otros niños lo tildaban de raro y lo hacían a un lado sin mucho esfuerzo, pues en los recreos se la pasaba pegado al césped de un claro en medio de unos árboles, mientras sus compañeros corrían detrás de una pelota en la cancha de fútbol. Al principio lo molestaban, pero apenas se daban cuenta de que no les prestaba atención lo dejaban solo. 


En ese entonces le intrigaba el pasto. Se preguntaba a qué velocidad crecía y por eso lo miraba de una manera en la que casi no pestañeaba. Para su tarea había inventado un sistema de medición con las falanges de sus dedos. Pero nunca, en alguna de sus observaciones de 30 minutos, pudo comprobar si el pasto crecía mientras lo miraba. 

La temporada de vacaciones le producía ansiedad, pues sabía que de un día para otro debía dejar sus mediciones. Estaba claro que podía seguir con su experimento en cualquier otro césped, pero por alguna razón era del colegio el que lo atraía. Además, los jardineros no le prestaban mucha atención a ese espacio y lo mantenían descuidado. Eso, pensaba, le permitía llevar una medición rigurosa por sectores, que anotaba en una pequeña libreta azul. Así podía enterarse si había cambios significativos en la altura del pasto. Irse de vacaciones  significaba entonces volver a empezar de nuevo todas las mediciones, pues durante ellas siempre podaban el claro. 

A medida que fue creciendo su fijación por el crecimiento del pasto fue pasando hasta desaparecer por completo. 

Pero desde la semana pasada anda inquieto pues, de un momento a otro, comenzaron a intrigarlo las uñas de sus manos, que mira embelesado a ver si logra captar el momento exacto en que estas crecen. Ahora las yemas de los dedos le duelen porque la semana pasada se las corto muy pequeñas, pues cree que de esa manera va a poder tomar mediciones exactas.