viernes, 7 de agosto de 2020

Añejar un texto

Se supone que tengo ganas de escribir, así que me siento al frente del computador, lo prendo, espero a que cargue el sistema operativo y por último abro un documento de Word. 

Veo como el cursor titila, parece que me invita a escribir. Es verdad, quiero hacerlo, pero no se me ocurre sobre qué. 

Entonces decido que voy a escribir sobre eso, mi incapacidad para escribir, y logro un texto de alrededor de 500 palabras. Después de la primera leída noto que tiene fallas de todo: ortografía, gramática, ritmo, etc. así que le hago unos cuantos cambios para ver si logro enderezarlo. Lo vuelvo a leer, pero todavía está cojo y no anda como debería andar, o se lee como se debería leer, o bien, como yo espero que se sienta cuando alguien lo lea, más o menos un absurdo, en fin. 

Lo reviso una tercera vez y lo acabo a las patadas, porque en verdad tengo ganas de terminarlo, de ponerle el punto final, aunque uno sabe que un escrito siempre va a ser susceptible de edición, y que cuando lo terminamos, escasamente lo que hacemos es abandonarlo a su suerte. 

Sé, o siento más bien, que le hace falta algo, pero no tengo ni idea qué puede ser. Tengo que dejarlo que repose. Como leí hace poco, debo pensar que es uno de esos jamones serranos que entre más viejos saben mejor. En últimas lo que el texto necesita es madurar, pero por sí solo. 

Lo vuelvo a leer una última vez a ver si quiere decirme algo, pero no, y a mí tampoco se me ocurre nada, así que lo guardo y me alejo de él, para que se añeje un poco. Quizás ya está listo, y eso es lo único que necesita para poder darle el visto bueno.

jueves, 6 de agosto de 2020

Predecir el futuro

Hay quienes afirman que pueden predecir el futuro, y que cuentan con una serie de artimañas para lograrlo. Cada uno mirará si les cree o no. De ser cierto, tal vez una de las mejores formas de aventurarse en el arte de la videncia es por medio de la escritura. 

De unos años para acá, los diarios de los escritores me parecen libros fascinantes, porque son ejercicios de escritura que están desprovistos de una estructura rígida, donde simplemente cuentan lo que sea, desde los temas más intrascendentes hasta preguntas existenciales de alto calibre. Ayer precisamente leía sobre eso: 
“La entrada de diario, que le permite transmitir cualquier cosa 
con naturalidad, sin demasiada elaboración, como si conversara con el lector” 
- Mario Levrero, Diario de un canalla - 

Hace un tiempo caí en el volumen IV de los diarios de Ángela Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin Culmell, mejor conocida como Anaïs Nin. Nin no se guarda nada y, como también leí en el de Levrero, se juega la vida en ellos, y así lo dice la escritora: “Escribir significa darlo todo, no es posible retener nada. Los mejores escritores son aquellos que lo dan todo”. 

Parece que en ese ejercicio sincero el futuro se va revelando por sí solo, pues Nin hablaba de varios temas como si alguien le estuviera preguntando cómo iban a ser los años venideros. Pero mejor que les cuente ella en los siguientes apartes, que no traduzco para que no pierdan fuerza, pero sobre todo porque tengo pereza: 
  • "Every time our hope for a better world is based on a system, this system collapses, due to the corruptibility and imperfection of human beings. I believe we have to go back and work at the growth of human beings, so they will not need systems, but will know how to rule themselves.
  • Now you have suffered the shock of disillusion in an ideology which has betrayed its ideals. It is a good time to return to the creation of yourself, not as a blind number in a group, but as an individual.
  • When we blindly adopt a religion, a political system, a literary dogma, we become automatons. We cease to grow.
  • We play a persona role to the world. The acceptance of this social role delivers us to the demands of the collective, and makes us a stranger to our own reality
  • a change of system would not cure mankind of war and greed. That the only solution was each man working upon himself, his individual discipline against hostility, prejudice, and distortion of others, where the evil begins.
  • The dangerous time when mechanical voices, radios, telephones, take the place of human intimacies, and the concept of being in touch with millions brings a greater and greater poverty in intimacy and human vision.

miércoles, 5 de agosto de 2020

La niña Alemana

El libro parece tener vida propia y creo que cada vez me lo encuentro en diferentes rincones del apartamento. No sé cómo llegó aquí. Por el color, ligeramente amarillento, de sus hojas, se nota que no es nuevo. Es muy probable que mi hermana lo haya traído un día y me lo haya dejado. Ella suele hacer eso: me trae los libros que le parecen buenos y que, considera, pueden gustarme. Gran labor la que realiza mi hermana. 

En la portada se ve una niña parada en la cubierta de un barco. Es rubia y su pelo le llega justo debajo de las orejas. Su cabeza mira hacia el lado derecho, me pregunto: “¿qué observa?”. Puede que no sea nada en particular y que solo experimenta nostalgia, al tiempo que juega con algún recuerdo en su cabeza. Lo que se alcanza a ver de paisaje es un mar calmo y el cielo pintado con unos nubarrones oscuros. La imagen transmite una sensación de frío. 

Lleva un abrigo gris y todo lo que compone la imagen tiene diferentes tonos de ese color. Sus manos, ubicadas detrás de la espalda, llevan agarrada una de esas maletas viejas que se sujetan con correas. A su lado hay otras maletas en el piso y, al frente, un flotador está sujeto a la baranda del buque. 

La imagen da la sensación de que viaja hacia algún lugar, pero también podría ser lo opuesto, que está llegando a un destino desconocido. 

Hoy, por alguna razón, el libro me atrae con fuerza. Lo tomo y paso las primeras páginas hasta que llego a la dedicatoria, uno de mis lugares preferidos en los libros, por lo poéticas que pueden llegar a ser. Esta, a primera vista, es sencilla, pero es imposible tener alguna idea de lo mucho que puede significar para el autor: “A mis hijos Emma, Anna y Lucas.” 

Luego, antes de la primera parte del libro, hay una cita de Joan Didion: Memories are what you no longer want to remember. 

“Leo la primera frase de la novela: “Voy a cumplir 12 años y ya lo he decidido: mataré a mis padres.” Un abismo narrativo en el que quiero caer. 


martes, 4 de agosto de 2020

Tipos de personas

Marcela vive llena de teorías con las que rige su vida. Una de ellas la acaba de formular, mientras se toma un café en su lugar preferido, un local pequeño con solo una barra y cuatro sillas, que le agrada porque las baristas saludan a cada uno de los clientes por su nombre y les preguntan si se van a tomar lo mismo de siempre. No es que haya sacado el postulado de buenas a primeras, es algo que llevaba días cocinando en su cabeza. 

Cree que existen dos tipos de personas en la vida: Aquellos que lo primero que hacen es tomar un sorbo de la bebida que piden, y los otros que, en cambio, prefieren darle un mordisco al producto con el que la están acompañando: un bizcocho, una torta, un pan; “para gustos los colores”, concluye acudiendo al cliché. 

Y es que parece que el beber y el comer son dos actos simples que no habría necesidad de analizar a fondo, pero Marcela cree que por eso es que existen tantos problemas, porque analizamos lo que no es importante, y no le prestamos atención a aquello que sí lo es. 

Considera que los primeros, los que eligen tomar sobre comer, son personas relajadas y empáticas, que van por la vida sin mayor estrés, aunque esta los trate mal. Son, en definitiva, personas que, como el líquido que toman, les gusta fluir. 

De los otros, piensa, debemos tener cuidado, porque ella ha visto como muerden con rabia el trozo de comida que se llevan a la boca. Esas personas son las que van por la vida con carita de yo no fui, mientras desean con el pensamiento que a los demás les salga todo mal. 

Marcela registra lo que les conté en una libreta de tapa roja, levanta la taza y se acaba su bebida de un sorbo largo y abandona el lugar antes de que la mala energía de los que muerden la alcance.

lunes, 3 de agosto de 2020

Rompecabezas

De las definiciones de la palabra funcional a Hernández le gusta la que dice: “Dicho de una obra o de una técnica: Eficazmente adecuada a sus fines.” Hay veces, de acuerdo con esas palabras, que siente una persona funcional, que está adecuada a sus fines.  ¿Cuales?, imagina que son trabajar y sacar a su familia adelante. 

Hernández piensa todo esto mientras sumerge un trozo de pan en el chocolate. No sabe por qué el tiempo que se demora en desayunar, que no sobrepasa los 15 minutos, lo dedica a romperse la cabeza con ese tipo de pensamientos, si podría dedicarlo a pensar qué fue lo que vio la noche anterior en televisión, en Marcela, la de mercadeo de la empresa a la que todos le quieren caer, o simplemente en comer como un autómata programado solo para eso. 

Cuando saca el pan del chocolate y se lo lleva a la boca, una gota desobediente  sale volando y se estrella contra el piso; por poco le cae en el pantalón. 

Vuelve a su tema. Hay ocasiones en que siente que no entiende nada, cuál es el papel que juega en su vida y en la de los demás. Hay veces que Hernández cree que le dieron el libreto equivocado, y por eso siempre dice y hace lo que no debe ser. A eso quizá se debe que varias de  las entradas a las escenas de su vida siempre sean a destiempo. Estaría tranquilo si fuera bueno para improvisar, pero no es así y las palabras se le atoran en la garganta cada vez que lo intenta. 

En definitiva Hernández siente que es esa ficha, parte de un rompecabezas por terminar, que nadie sabe dónde va. Esa que queda relegada hasta el final, pues en medio del proceso intentaron ponerla a la fuerza en cualquier lado, que casara a las malas con cualquier otra, hasta que los bordes y las esquinas de su personalidad quedaron doblados. 

Igual Hernández sigue ahí, esperando ubicarse donde debe ser o a que lo ubiquen, y ojalá no sea a la brava. Se pregunta que pasará cuando el rompecabezas esté terminado, si lo irán a enmarcar o van a volver a echar las fichas en la caja.

sábado, 1 de agosto de 2020

Programar la alarma

Me duermo hoy en la madrugada porque no tengo que levantarme temprano. Aún así programo la alarma del celular para dormir 8 horas, aunque rara vez lo hago, pues mi promedio de sueño es de 7. 

Pongo la alarma porque no quiero quedarme metido en la cama hasta el mediodía el sábado, mi día preferido de la semana. Sé que con el encierro no hay mucho por hacer, pero quiero aprovecharlo leyendo, escribiendo o viendo la segunda temporada de Umbrella Academy (disculpen ustedes esa avalancha de gerundios). 

Me levanto una hora antes de que suene la alarma. Muchas veces me pasa eso. Apenas me despierto recojo una almohada que tiré al suelo la noche anterior y la acomodo, encima de la otra, contra la pared, me acomodo y cierro los ojos y respiro profundo por un par de minutos con la esperanza de quedarme dormido. No pasa nada, el sueño me abandonó. 

Pasados unos quince minutos, me levanto, voy a la cocina, me preparo un café y me como dos arepas con mantequilla y mermelada, como debe ser, y luego me devuelvo a la habitación. Decido leer y emprendo la tarea con entusiasmo, pero pasada media hora se me comienzan a cerrar los ojos, creo que experimento eso que llaman micro-sueños, y cuando los abro tengo que volver a leer los últimos párrafos porque experimento una, digamos, desorientación narrativa. 

Tengo sueño así que programo el celular para dormir media hora, porque me la merezco, la necesito o lo que sea. Cuando la alarma suena, pasado ese tiempo, estiro mi brazo para presionar cualquier botón del celular, ¡que se calle de una maldita vez! luego caigo en un estado de duermevela, que solo es la antesala de un sueño profundo. 

Me despierto al mediodía.

jueves, 30 de julio de 2020

"¿En qué piensas?"

Eso fue lo que Rosana le preguntó con un tono de voz firme. Para ella era claro que él estaba pensando en algo, pues luego del silencio en el que cayó la conversación que sostenían, su mirada se perdió, no en un punto de la pared que estaba detrás de ella, sino en algún recuerdo o pensamiento. Saber qué alguien estaba pensando algo que no tenía nada que ver con la conversación del momento, era un poder que ella tenía altamente desarrollado. 

“¿Cómo?, ¿qué?”, pregunto él, de vuelta a la realidad, mientras se desprendía de la fantasía que se estrellaba contra las paredes de su cráneo, buscando cómo abandonarlo. 

“¿En qué piensas?”, le volvió a preguntar. Él, algo nervioso, le sostuvo la mirada por un segundo, y luego la desvió. “En nada”, concluyó con una sonrisa desganada como para cambiar de tema. 

Muy pocos valientes han respondido a esa pregunta, en apariencia sin sentido, con la verdad. Es posible que parte del desbarajuste del mundo se deba a nuestra falta de sinceridad cuando nos hacen esa pregunta. 

Él, por ejemplo, pensaba en terminar con ella. Hacía 3 meses le era infiel y ya no disfrutaba compartir tiempo a su lado. Por eso se quedaba como idiotizado mirando un punto fijo en la pared y pensando cosas que nada tenían que ver con ella, o bien, pensando en cómo darle la noticia sin salpicar la situación con mucho drama. 

Finalmente tuvo que mirarla  a los ojos, y Rosana le sostuvo la mirada con una expresión sería que bordeaba el odio, como si le hubiera leído la mente. A él no le quedó otra opción que acudir al mismo lugar común que utilizan todos los que mienten ante esa pregunta: “En nada, ¿en qué voy a estar pensando?” y se acercó a ella para abrazarla y darle un beso. Ella se lo aceptó, pero ambos sintieron como el hilo que los había unido hasta ese momento se distensionaba, como si se hubiera soltado de alguno de los dos extremos.