lunes, 19 de octubre de 2020

Todo

El agua que cae del grifo de la ducha, ese pequeño placer de sentir como el agua caliente resbala por su cuerpo, hoy no tiene efecto alguno. Cristina apoya los brazos contra la pared, como si esta se fuera a caer, y llora desconsolada. “¿Qué mejor lugar para sentirse mal que este espacio? El último bastión ante las distracciones del mundo moderno, el único lugar, quizá, en el que estamos desconectados así sea solo por unos minutos”, piensa. 

No entiende qué le ocurre. Tiene un buen trabajo, un matrimonio estable, dos hijos que la adoran y una casa de campo a la que puede escapar con su familia cuando la ciudad, con sus altas dosis de cemento, la agobian. 

Lo tiene todo, pero no deja de cuestionar nada. A veces, como hoy, siente que escogió el camino equivocado, que debió haber elegido otra carrera, otro hombre, otra vida. “¿Si lo tengo todo qué es lo que me preocupa?, vuelve y se pregunta. 

“¿Qué es todo?”, piensa. Quizá lo mejor sea no tener nada o tener muy poco, pero le cuesta imaginarse esa otra vida austera. 

Sale del baño y en un trote corto llega al cuarto, dejando un hilo de agua en el piso. No quiere que, por nada del mundo, Federico, su esposo, la vea así, pues vendría un interrogatorio para el cual no está preparada, porque no tiene ni idea qué le ocurre, y mucho menos quiere oír frases hechas del tipo: “Tranquila, todo va a estar bien”. “ ¿Pero qué carajos es todo?”, vuelve y se pregunta. 

Lo que en verdad le gustaría es iluminarse. Hace un tiempo leyó una revista, en la sala de espera de un centro médico, en la que había un artículo sobre una mujer que, de un momento a otro, entendió cuál era el significado de la vida y el papel que debía interpretar. 

A Cristina le gustaría que el destino le pegara una cachetada de tal magnitud, que la sacudiera y sacara de ese estado de duda permanente en el que se encuentra. 

“Apúrate Cris, vamos tarde para el trabajo”, le grita Federico desde el piso de abajo. Tal vez hoy no es día para iluminarse y ese momento tan esperado llegará cuando comprenda qué es todo.

viernes, 16 de octubre de 2020

Escribir para evitar una guerra

Ayer dibujé un soldado de la segunda guerra mundial y el tiempo se me pasó volando. El hombre aparece sentado con el fusil en sus manos, y en la mano izquierda se puede ver su argolla de matrimonio. Estoy seguro que esa argolla encierra una gran historia y, varias veces, mientras dibujaba, dejé de hacerlo para hacerme preguntas sobre ese hombre: ¿Quién es o era?, ¿sobrevivió a la guerra y se volvió a reunir con su esposa y familia?, ¿tuvieron hijos?, ¿cuántos?, ¿siguen vivos? en fin, una seguidilla de preguntas que tuve que interrumpir, pues caso contrario no iba a acabar el dibujo nunca. 

Por eso terminé más tarde de lo previsto, luego me preparé un té y me dediqué a elaborar todo tipo de ficciones en mi cabeza, que no vienen al caso mencionar, mientras me lo tomaba. 

Fue por esa razón que ayer no escribí nada acá. Cuando eso pasa, como ustedes saben, algo ocurre en el desarrollo de los eventos. Me gustaría pensar que solo los que tienen que ver con mi vida, pero temo que, a veces, tiene efectos sobre la vida de otras personas. 

Es como si nuestras vidas estuvieran regadas a lo largo de la cuerda de un instrumento musical, y que esta vibra cada vez que hacemos algo. Por eso, cada una de nuestras acciones hacen vibrar de alguna forma al resto de la humanidad. 

Como ayer no escribí, el presidente de China, Xi Jinping, le pidió a las tropas de su país que se alisten para la guerra, por las frecuentes tensiones con Estados Unidos, que le quiere vender armas a Taiwán. 

Ya ven, ese inconveniente se habría podido solucionar con unas cuantas palabras, les pido disculpas.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Karma

Un sueño hace que me despierte en la madrugada. Sus imágenes se atropellan y sobreponen unas sobre otras, pero las pocas que recuerdo las tengo nítidas, hasta tal punto que siento muchas ganas de levantarme a anotarlo todo en mi libreta, pero desisto de la idea, porque quiero seguir durmiendo. 

Llego a un lugar al que, supongo, se llega cuando se muere. No sé muy bien como explicar esto, pero así lo siento. Visto con ropas ligeras, como una túnica de color crema, y me comunico mentalmente con una entidad divina, a la que le pregunto en dónde estoy y qué carajos hago allí, pero que ignora mis preguntas. 

Todo se convierte en polvo arenoso apenas lo toco y una fuerte corriente de aire se lo lleva por los aires. Camino de un lado a otro, sin un destino en particular, con rabia de no poder agarrar nada. Le pregunto a la voz el por qué de tan ridícula situación, y me explica que tiene que ver con el karma, pero ¿acaso no es eso algo que se debe pagar cuando se está vivo? Aunque ese Dios parece escuchar mis pensamientos, me ingenio una manera de que no escuche esa pregunta que me hago. 

En ese momento esa escena se corta y da paso a otra, en la que aún continúo en ese lugar, pero llegan dos personas más. Ellas llevan carritos de mercados repletos y, por alguna razón, sé que hicieron sus compras en Walmart y Target. Se ve que están felices y le pregunto al Dios con el que me comunico, por qué yo llegué a se lugar sin un carrito de mercado, pero sí con el poder de transformar todo en polvo, y el muy idiota vuelve a repetirme lo del Karma, y que esas personas no tienen uno que pagar. 

Luego el sueño se diluye; seguro soñé más cosas de las que no me acuerdo para nada.

martes, 13 de octubre de 2020

Consecuencias

Ayer, a eso de las 5 de la tarde, me puse a leer. Acomodé las almohadas contra la pared, prendí la lámpara, dirigí su haz de luz hacia la pantalla del Kindle y comencé. Al rato esa posición me cansó, o bien me aburrió, y acomodé el aparato contra el mueble modular que se camufla en mi cuarto como mesa de noche. Luego me recosté de medio lado. 

Pestañeé y al abrir los ojos la pantalla no estaba encendida. No sé por cuánto tiempo me quedé dormido; imagino que no mucho, porque cuando miré por la ventana, la luz del día no había cambiado. Luego, como el sueño apuñaleó los acontecimientos, decidí dormir, pero programé la alarma del celular para que sonara una hora después. 

Caí en un estado de duermevela confuso, y cuando sonó la alarma, no estaba seguro de si había dormido o no; supongo que sí porque estaba medio borracho. 

Luego ocupé mi tiempo con nimiedades que no viene al caso mencionar, hasta las 9 de la noche, hora en la que me senté a dibujar. Como había almorzado tarde, todavía no tenía hambre, pero igual prometí prepararme algo más tarde. 

Conecté los audífonos, busqué un playlist llamado “Varios”, me los puse y comencé a dibujar. Cuando realizo esa actividad, a veces, como me ocurrió, el tiempo se contrae y los quince minutos que pensé llevaba haciéndolo resultaron ser dos horas. 

Me puse de pie, fui a la cocina y me comí unos platanitos de sal y un chocoramo—aprovecho para pedir disculpas a los dioses de la comida saludable—, y luego, cuando llegó la hora de dormir, casi al filo del siguiente día, decidí leer, porque la vida es muy cortica. 

Luego, cuando por fin llegó el momento de dormir, cerré los ojos, me gire hacia el lado derecho, luego hacia el izquierdo y no lograba conciliar el sueño. Escuché a alguien que gritaba en la calle. “¿Quién puede andar por ahí gritando como si nada a esta hora?”, me pregunté, y me puse a darle vueltas en mi cabeza a ese asunto. Al final concluí que debía ser un loco. Los gritos de esa persona a veces eran acompañados por los ladridos de los perros del edificio de parqueaderos contiguo, como si entre ellos, él loco y los animales, estuvieran conversando. 

El reloj cucú marcó las 2 de la mañana. “Maldita sea, no debí dormir por la tarde”, pensé. Cada acto con sus consecuencias.

lunes, 12 de octubre de 2020

Rituales y Rutinas

Ambas palabras se parecen. Tan solo basta reordenar un poco sus letras y agregarle otra(s) para que adopten esa otra apariencia. 

Ritual, dicen los viejitos de túnicas largas de la RAE, es un conjunto de ritos de una religión, de una iglesia o de una función sagrada, que también, imagino, tiene que ver con tribal, pues los fieles que conforman una religión son como una tribu esparcida en diferentes rincones del planeta, ¿acaso no? 

Por otro lado, los mismos viejitos u otros, vaya uno a saber cómo se reparten las funciones los de la RAE, dicen que rutina es una costumbre o hábito adquirido por mera práctica y de manera más o menos automática. 

Toda esa introducción para contarle que, imagino, cada uno de nosotros cuenta con diferentes Rituales o rutinas, que cargan un significado sagrado en nuestras vidas, sin importar lo insignificantes que puedan llegar a ser. 

En mi caso me acuerdo de dos: preparar el café y secarme con una toalla luego de haberme bañado. Hablemos del segundo, que fue el que dio origen a este escrito. 

Cuando tuve el accidente que me dejó el amable recordatorio, un temor de los médicos era que se me borrara información de la cabeza; que de buenas a primeras, apenas despertara del coma, no iba a saber cómo me llamaba o en qué país vivía. Afortunadamente no ocurrió nada de eso, pero una de las cosas que si se me olvido fue mi ritual para secarme. Sabía que tenía uno específico que iba de la cabeza a los pies, pero no recordaba cómo era la secuencia de los pasos y eso me daba mal genio. 

Imagino que desde ese día que me volví a bañar sin la ayuda de nadie, creé un nuevo ritual de secado. 

Queridos lectores, no dejen que nada ni nadie les quite esos rituales o rutinas que  consideran importantes.

jueves, 8 de octubre de 2020

Yu

La Imagen que tengo clavada en la memoria de Yu, Gilling su nombre, que no estoy seguro si se escribe así, es metiéndose el pelo, que lo tenía largo, detrás de la oreja. Yu, de ascendencia asiática, le toco repetir un año, ¿octavo tal vez?, y cayó en nuestro curso, junto con el Flaco y Ariza, que tenían ínfulas de chicos malos, pero eran más bien pandilleritos de poca monta. Igual son puros prejuicios míos; no debe ser agradable repetir un año escolar, que es como ser un extranjero, en el mismo territorio donde están esos que nos han acompañado toda la vida, y por eso aparentar lo que no se es, puede ser un mecanismo para no derrumbarse. 

Yu me caía bien porque era un tipo callado, que siempre andaba en su rollo y que no buscaba meterse con nadie. Lo tengo presente porque ese año quedó sentado en la fila de al lado. 

Jugaba ping-pong, y siempre creí que era muy bueno en eso por el simple hecho de ser Asíático, pero no, su juego era más bien normal. Recuerdo la forma en que cogía la raqueta boca arriba, como esos bateristas de Jazz que no cogen la baqueta con toda la mano, sino solo con la punta de los dedos. Su aspecto era algo desguarambilao’ (desordenado) y casi siempre andaba con una chaqueta de Jean que parecía quedarle pequeña, y tenis converse. 

Sus apuntes de clase, con una letra diminuta, eran erráticos. Escribía con un rapidógrafo, pero me parece que en vez de tomar apuntes, se la pasaba perdido quién sabe en qué tipo de fantasías, y las márgenes de sus cuadernos siempre estaban repletas de dibujos. 

El profesor de español, que llamaba a los estudiantes por su apellido, le preguntaba con frecuencia a Yu. “¡A ver, Yu! Le decía, señalando hacia nuestro lugar, y muchas veces creíamos que nos hablaba a nosotros de You, y cuando estábamos listos a responder, nos dábamos cuenta que al que llamaba era a Gilling. 

No sé que despertó a Yu en mi memoria. ¿Dónde y en qué andará?

miércoles, 7 de octubre de 2020

Alejarse

Otra vez llego tarde a este lugar, espacio, blog, bitácora, página, en fin, lo que sea, por la misma razón de ayer, el dibujo de Inktober. Siento ser repetitivo con el tema, estimado lector, pero es lo que hay. Sí, lo acepto, puede que sea simple pereza mental no buscar algo diferente a lo que le pueda arrancar unas cuantas palabras, pero bueno, es tarde y tengo sueño.

Prometo…¡Que va! No les prometo nada. Iba a decir que les iba a prometer un texto cargado de creatividad, altas dosis de tensión, toda una bomba narrativa, pero ¿para qué les voy a decir eso, si es algo que me prometo todos los días.  Hay ocasiones logro dar con ellos, pero otras veces no,  esto quizá se deba a que no he tomado la correcta distancia.

Pero mejor le sigo contando sobre el dibujo de hoy. Lo empecé más temprano, y confiaba acabarlo antes, pero hice un mal cálculo del nivel de dificultad, y caí en cuenta de eso cuando ya llevaba más del 50% del trabajo. En ese momento me detuve y evalué si dibujar algo más sencillo. 

En medio de esa conversación interna, puse la libreta contra la pared y me alejé para mirar el dibujo. Si bien me di cuenta de que me faltaba un segmento difícil, pensé que el conjunto de lo que llevaba se veía bien. De ahí la importancia de alejarse, de tomar distancia, cuando uno dibuja algo, para verlo desde otra perspectiva. 

Alejarse es un arte que, pienso, nos hace falta dominar a todos, pues no solo sirve para cuando se dibuja algo, sino que también aplica para los escritos y las relaciones. Los textos, como las personas, a veces saben mal, y es en ese momento, cuando detectamos su sabor rancio, que debemos alejarnos, para retomarlos días, meses, o años después, y comprobar si se pueden rescatar, o si debemos desecharlos por completo, en el caso de los escritos, o seguir tomando distancia, en el caso de las personas.