lunes, 9 de noviembre de 2020

El futuro

En la actualidad, hay un complejo budista y se pregona hasta el cansancio vivir el presente, porque es lo único que debería importarnos. La verdad es que no nos vendría mal conocer un poco del futuro, por lo menos del inmediato, pues supongo que a cada instante cambia, entonces resulta imposible saber exactamente qué es lo que va a ocurrir. 

G. Me llamó ayer. Me contó que no se ha sentido del todo bien, y que incluso algunos días tuvo ganas de quedarse metida en la cama. Me pregunta si estará deprimida. “No lo sé”, respondo. Le digo que es probable, pero que cualquier afirmación que haga es una especulación. Me cuenta que a raíz de eso su hermano le regalo una cita con una señora que habla con los ángeles y que hace otras cosas—no recuerdo cuales— especiales. 

Me dice que le contó muchas cosas acerca de su vida, como que en un futuro la ve en otro país, y que no le va a dar Covid. G. me dijo que podía preguntar por el futuro de cualquier conocido, pero que no preguntó ni por el mío ni por el de M, con quien nos vemos veíamos con frecuencia. 

Aunque no creo en esas cosas, me tranquilicé cuando supe que no se había interesado en mi futuro, porque mi escepticismo tiene una grieta por la que se mete la duda. ¿Será posible?, me pregunto, y pienso en que no me gustaría conocer datos de mi futuro, porque se perdería algo tan importante como el factor sorpresa y aleatorio de la vida, y porque viviría pendiente de ver si lo que me dijeron va a ocurrir. 

Hace unos años escribí una crónica sobre el Indio Amazónico. Cuando visité el lugar, la persona que lo atendía, una mujer con un vestido largo de color verde plateado, me preguntó que si quería tomar una cita con La Profesora. Le pregunté en qué consistía la cita. “Es una lectura de las cartas en la que puede hacer preguntas sobre cualquier aspecto de su vida”, respondió. 

Tomar la consulta con La Profesora le habría venido muy bien a mi escrito, pero al final no lo hice, porque solo tenía un billete para devolverme a la casa y porque, como ya le dije, estimado lector, prefiero no saber nada del futuro. 

Escribo sobre esto porque hoy, viendo videos en youtube, di con uno de una vidente: una señora con gafas de marco grueso negro y un tono de voz aburridor. Ella decía que predijo la pandemia en el 2017. Al finalizar los cinco segundos promocionales, la mujer pregunta en ese tonito afectuoso de la segunda persona, que se supone debemos utilizar para ser persuasivos: ¿Quieres conocer el futuro de las personalidades?, sígueme en mi canal de youtube. 

No, no quiero conocer el futuro de nadie. Si es el caso, que llegue y se estampe contra mi cara.

 

viernes, 6 de noviembre de 2020

Ganas

A veces, como ahora, tengo ganas de hacer de todo, es decir, lo que más me gusta: dibujar, escribir o leer, que son como los puntos de un mapa que siempre ayudan a ubicarme.  Cuando esto pasa, una lluvia de ideas cae de forma desordenada en mi cabeza, y juego a conectarlas de alguna manera para ver en qué puntos se cruzan, pues imagino que esos territorios de encuentro son importantes, y que en ellos hay algo por descubrir.

Pienso, por ejemplo, en que me gustaría escribir una novela como The house on Mango Street que leí hace poco.  Me gusta su estructura en viñetas y que a veces unas no tengan nada que ver con las otras.  Me recordó mucho a Vibrato, una novela bellísima de Isabel Mellado, una violinista y escritora  chilena que vive en Alemania.

También le doy vueltas a una charla de una escritora sobre su proceso para cursar un Master de escritura creativa en Estados Unidos, en la que contó, por encima, su experiencia.  Ella se presentó sin tener los recursos (más de 50.000 dólares), y apenas la aceptaron siguió adelante con el proceso, pues sabía, en lo más profundo de su ser, lo que sea que eso signifique, que quería, o bien debía, ser escritora, pues para eso había nacido.

Como ya lo he dicho, me intrigan mucho esas personas que tienen tan claro lo que deben hacer en la vida, porque es algo que a mí me cuesta definir por completo; imagino que esto tiene que ver con que todos tenemos una identidad múltiple, que somos uno y muchos al mismo tiempo, no sé.

También, en estos días en los que me volví a obsesionar con el dibujo, he llegado a la conclusión de que las proporciones del cuerpo humano tienen algo de divino; imagino que esto que digo no es nada nuevo y que ya deben existir tratados sobre el tema, pero me asombra la relación que tienen las distancias de cada una de las partes del cuerpo humano.

Si hay un aspecto que me gusta mucho del dibujo es el boceto, pues brinda la oportunidad de equivocarse, de tachar, de hacer un trazo una y otra vez hasta creer que se obtuvo el correcto. Esto, imagino, tiene que ver mucho con la escritura, con poder borrar, reescribir y si es el caso, como me pasó ayer con un dibujo en el que las proporciones se fueron al carajo; arrancar la hoja y botarla a la basura.  Tal vez, solo tal vez, deberíamos concebir más la vida como un boceto.

Existen ganas, algunas verdades, eso creo, y miles de inquietudes.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Pan, tapabocas y lápices

Salgo a comprar unos medicamentos, pan y dos lápices, porque los anteriores se encogieron demasiado rápido. El orden de la vuelta es: Droguería, pan, papelería. Aparte de que hay poca gente en la calle, parece que es un día normal con bastante tráfico, pero hay algo en el ambiente que dice que hemos cambiado, que ya no volveremos a ser los mismos, que la pandemia y todo lo que ha traído, se instaló en lo más profundo de nuestra psique, como un archivo temporal o el historial de un navegador web, que nunca se han borrado, en fin. 

Le doy vueltas al tema por un rato, para ver si logro precisar qué es lo diferente a nivel de consciencia, pero no saco ninguna conclusión importante. Al rato, ya cerca de la droguería, me olvido del tema. 

A menos de 5 pasos del local, siento como el caucho del tapabocas se revienta. No sé si lo forcé al ponérmelo, estaba gastado o cuál fue la razón, pero lo alcanzo a agarrar antes de que caiga al suelo. 

Miro a ver si puedo hacerle algún arreglo temporal, pero soy malo para esas cosas y, además, no llevo nada encima con qué arreglarlo. Me angustio por unos segundos, pues pienso que el virus está a la caza de aquellos que no llevan tapabocas, así que lo sujeto contra mi cara con la mano derecha, pero eso también me molesta, pues ¿acaso no dicen que una vez puesto, se debe evitar tocarlo con las manos? 

Ya en la droguería, y luego de pedir los medicamentos, también pido un tapabocas. “No tenemos”, responde la mujer que atiende. Siento que el conflicto en mi salida comienza a escalar, y pienso en modo trágico: “ahora quién sabe que más va a pasar”. “Es que los pocos que llegan, se agotan en nada”, concluye la mujer al ver mi cara que, supongo, debe llevar un gesto de angustia. 

No me queda otra que sostener el tapabocas con la mano y camino hasta un Tostao. Cuando me acerco a la caja a hacer el pedido, veo que también venden tapabocas y pido uno. Son de esos de tela que toca amarrar y que me parecen tan poco funcionales como los jeans con botones, pero mejor eso que nada. 

Ya en la papelería, compro los dos lápices y un marcador negro de punta gruesa, porque el que tengo se acabó luego de hacer varios dibujos con fondos negros, para lograr un efecto de negativo. Le pregunto a la mujer que la atiende como sigue su hija en Paris y me dice que está bien, pero encerrada, y que eso es una lástima, pues los apartamentos en los que viven los inmigrantes son muy pequeños, y guardar la cordura, confinados en esos espacios tan reducidos, es todo un reto.

martes, 3 de noviembre de 2020

Foto

Hace 8 años tome una foto en Montmartre, en una calle con cafés y restaurantes. Una tía que vive en Alemania, y que visité durante ese viaje, dice que uno no debería tomar fotos de los lugares, ¿para qué?, lo que importa es tomarle fotos a las personas con las que uno viaja. 

Como era la primera vez que visitaba Europa, yo le tomaba foto a todo y a todos. Recuerdo que en esa foto de la que les hablo, capturé en ella a un hombre que estaba sentado leyendo un libro pequeño de bolsillo, y de vez en cuando le daba sorbos a una taza que descansaba sobre una mesa redonda y pequeña. El hombre tenía cruzada la pierna derecha sobre la izquierda, ¿acaso cual otra?, pero de esa manera en que algunas personas cruzan las piernas como si fueran contorsionistas, y en ocasiones la movía de forma nerviosa; tal vez atravesaba, en esos momentos, un punto álgido de la narración. El hombre También fumaba un cigarrillo al que le daba unas cuantas caladas seguidas antes de volverlo a poner sobre un cenicero de vidrio, también pequeño. Era, al parecer, un café con medidas justas, en el que no se podía desperdiciar espacio alguno. 

Cerca, aunque no salen en la foto, había un trio de emigrantes, al parecer, africanos. El guitarrista llevaba un pantalón amarillo y chaqueta negra; el que tocaba el bongó llevaba una camisa blanca, y el último, el cantante, un pantalón negro, una camisa de cuadros rojos y blancos, y unas gafas negras de marco rojo. El grupo repetía el coro de Guantanamera una y otra vez; se veían alegres y varias personas se acercaban a echar monedas en un sombrero que habían acomodado en el piso. 

Esa es una de las escenas más frescas que aún conservo de ese viaje y que, de repente, aparece en mi cabeza como si estuviera conectada con cada cosa que hago. Cada vez que eso pasa, me pregunto qué estaría leyendo el hombre del café.

lunes, 2 de noviembre de 2020

Mundos paralelos

Llevo una rutina de vida sencilla. Desde que me separé de Carolina, mi exmujer, decidí estar solo por el resto de mi vida. La razón por la que actúo de esa manera tiene que ver con las decisiones, mejor dicho, con tener que tomarlas. No ha sido una tarea difícil, el estar solo me refiero, pues por lo general la gente me tilda de loco. 

A ver me explico: Lo que pasa es que la gente no sabe nada o se niega a creer en la existencia de mundos paralelos, y eso, el hecho de existir en otro lugar es algo que a mí me genera cierta angustia, pues no quiero andar regado por todas partes. 

De ahí que no quiera tomar decisiones, y prefiero que la vida me lleve de un lado a otro, como a una pluma que la alza una corriente de viento, porque es justo en ese momento de duda, al tener que tomar una decisión, preferir un camino sobre otro, cuando un universo paralelo se crea. 

No tienen que ser decisiones de vida o muerte. Puede ser algo tan sencillo como elegir tomar chocolate en vez de café al desayuno, o bajar por las escaleras en vez de tomar el ascensor, entonces ya se podrán imaginar la cantidad de mundos paralelos que se van creando a diario. 

Me imagino que podrán pensar: “ ¿y qué importa eso?, que cada quien en su mundo haga lo que le de la gana”, pero yo creo que es algo que no se debe tomar tan a la ligera, pues las acciones de nuestros otros yoes, aunque parezca imposible, afectan nuestra realidad de alguna manera; por eso es que a veces nuestros asuntos no marchan bien, o de un momento a otro todo se desbarajusta en cuestión de segundos, porque los universos paralelos crecen de forma exponencial cuando comenzamos a tomar decisiones en otros mundos y, al final, ese amasijo de vidas y destinos se terminan cruzando, o chocando más bien ,en algún punto. 

Ya ven ustedes como se complica la vida, así no lo queramos.

viernes, 30 de octubre de 2020

Le vale madres

Al universo, el destino, en fin, a esto, la vida —disculpen la imprecisión—, le vale madres nuestros berrinches, malos genios o cualquier estado anímico. Comprobé esto hace unos días al momento de lavar loza. 

Era solo un mísero plato, que había ensuciado comiendo la mitad de una milhoja. Abrí el grifo, le eché jabón a la esponjilla, enjaboné el plato y lo juagué. Decidí secarlo de una vez, en vez de ponerlo en el platero. 

El trapo estaba colgado en una de las puertas de uno de los muebles de la cocina, y no sé qué movimiento hice, pero el trapo cayó al suelo en forma de bola y en su trayectoria se llevó la tapa de una olla que estaba mal acomodada. Esta cayó al piso con un gran estruendo, la muy exagerada. 

En ese momento me dio mal genio con el trapo, ¿por qué tenía que ponerse rebelde y no dejarse agarrar? A modo de castigo, lo tomé con rabia y lo tiré hacia el lugar donde se cuelgan, sin preocuparme si acertaba o no, deseando más bien lo último para darle una lección. 

Me quedé viendo su trayectoria, casi perfecta, como se abrió por completo en pleno vuelo, como una de esas ardillas voladoras con membranas entre sus patas, para luego aterrizar, de forma precisa, en uno de los ganchos. 

Ni siquiera, en todos los años de práctica en el ritual del limpión de cocina, había logrado un tiro tan perfecto. 

El trapo, claro está, en ese momento, personificó a la vida y se burló en mi cara de la pataleta poco justificada que tuve.

miércoles, 28 de octubre de 2020

Menos de 10 palabras

Suelo escribir posts de mínimo 300 palabras. Esto, porque cuando leí On writing, el memoir sobre escritura de Stephen King, el escritor menciona, si no estoy mal, que uno debe como mínimo escribir esa cantidad de palabras al día. Si esta rutina se practica con juicio, en un mes se tendría un texto de 9000 palabras , al año uno de 108.000, y así. 

Paul Auster cuenta que en un buen día de trabajo produce una página, de 400 a 500 palabras, y otros escritores hablan de luchar solo con un párrafo, que quizás al final del día deciden borrar, porque escribir, imagino, se trata más de estar equivocados, de prueba y error, que de tener la razón. 

Hay veces que rebaso las 300 palabras como si nada. En esos días las palabras fluyen de mi cabeza a la punta de los dedos fácil, de manera continua, pero hay otros días en los que me cuesta alcanzar esa cifra. 

A veces me hacen falta 10 o menos palabras, y entonces vuelvo a leer el post, a ver cuáles le puedo agregar, situación que a veces se complica, pues en vez de agregarle decido eliminar algunas. Creo que escribir también consiste en eso, en decir las cosas con la menor cantidad de palabras posibles. En este caso aplicaría ese cliché tan trillado de menos es más, en fin. 

En esos días que no encuentro las palabras, logro sacar del sombrero —¿de cuál? digamos que el de la escritura, lo que sea que eso signifique—, las palabras que me hacen falta para alcanzar las 300, pero nunca dejo de pensar si realmente son necesarias o mero relleno, el más del menos. 

Hace un rato a este post le faltaban 7 palabras y ahora le hacen falta 20. Disculpe usted, estimado lector, esta frase de relleno.