martes, 5 de enero de 2021

Caminata corta

Me alisto para ir por unos medicamentos. Lo ideal era haberlos pedido a domicilio, pero algo pasó con la autorización de la fórmula médica, con el número de la orden de la EPS, el número del pedido a la droguería, en fin, con algún dato o número, y al final no se pudo.

Me armo de una careta, y un gesto desafiante que camufla el tapabocas; solo me hace falta cargar un bate por si alguien insiste en quebrar la distancia de 2 metros a mi alrededor-  Si no no lo llevo es porque este año “quiero paz, quiero amor, quiero dulces por favor”.

El trayecto es corto, alrededor de 5 cuadras, y me parece que hay gente en la calle, pero no tanta como en un año cualquiera, es decir, sin pandemia. 

Después de cruzar una carrera, en un puesto de ventas ambulantes, la mujer que lo atiende dice en tono de queja: “Es que a nosotros los de ruana…”. La paso de largo y no alcanzo a oír como concluye la frase. 

Justo después de pasar a esa mujer, un hombre les cuenta a otros dos: “Pienso vender el apartamento allá y comprarme uno acá”. 

Llego a la droguería, y un celador que está en la entrada, alista su pistola para tomarme la temperatura. Mientras arremango la manga derecha para que me la dispare en la muñeca, pienso que voy a tener fiebre, se va a encender una alarma y van a activar un protocolo de emergencia en el local. Hombres con trajes de astronauta aparecerán de la nada y me echarán al suelo, mientras les intento explicar que no tengo nada, que lo más seguro es que el termómetro-pistola está fallando. 

“Siga”, me dice el guardia de seguridad, y no me preocupo por preguntarle cuánto marcó la pistola. 

Ya en la caja, estoy listo para reclamar por si me llegan a decir que falta un dato o algo así, pero la mujer que atiende revisa los papeles que le paso, teclea información en el sistema, y se pone de pie para ir a buscar los medicamentos. 

Justo en ese momento me da un ataque de rasquiña debajo de la nariz. Trato de rascarme con los dientes, pero fracaso en el intento. Menos mal llevo tapabocas, pues debo haber hecho un gesto ridículo. 

Salgo de la droguería y en el camino de vuelta paso por enfrente de un local que está cerrado y en arriendo. Recuerdo que, en una celebración de mi cumpleaños, calentamos motores ahí. En ese entonces era una tienda con cara de licorera o viceversa. Ese día, alrededor de 30 personas de las que cité para la celebración, llegaron a ese lugar, tomamos algo y luego comenzamos a caminar para ver a que sitio nos metíamos. Ese día, una exnovia se emborrachó hasta el tuétano y, dicen algunos, hizo show. Yo no me di cuenta de eso. Al final de la noche terminé con una camiseta blanca chorreada de ron con Coca Cola, producto de un fondo blanco fallido. 

Cuando paso de largo el local veo a un hombre con un overol azul que le saca brillo a un registro del agua dorado, con un trapo rojo. Lo brilla, observa su trabajo por un rato y lo vuelve a brillar con esmero. Los rayos de sol se reflejan en el registro. 

Antes de llegar a la casa paso por una notaría y alcanzo a ver a unas cuantas personas que hacen fila adentro. Siempre que me cruzo con una notaría, intento recordar el número y la dirección en la que se encuentra, por si algún día alguien tiene que hacer una diligencia en una específica, y no sabe dónde queda. Mi esfuerzo no sirve de nada, porque si no olvido por completo el asunto, olvido el número de la notaría, o bien, su dirección.

lunes, 4 de enero de 2021

Inicios

Suena la alarma del celular. Entreabro los ojos, lo busco con la mano y le presiono un botón cualquiera para que deje de sonar. Siento un cansancio milenario, así que vuelvo a cerrar los ojos. Me gustaría quedarme en la cama por el resto del año, de mi vida, que ese momento de hacer pereza fuera la eternidad.

Después de unos minutos de estar al filo del abismo del sueño, me destapo y me siento en el borde de la cama, con una pereza que tiende al infinito. Agarro el celular y miro las redes sociales a manera de acto reflejo, pues no tengo ninguna notificación y, además, siempre lo mantengo en silencio. 

Lo mismo de siempre: Peleas virtuales e indignación en Twitter y derroche de positivismo en Instagram

Veo la publicación de una mujer en un hotel de Turquía. Es una foto de su desayuno: una taza de café y un waffle bañado en una salsa roja y servido en una vajilla blanca con arabescos dorados. Puede que no sea su desayuno sino sus onces en la tarde. Siento hambre. 

No sé por qué sigo a esa mujer. Supongo que fue otro acto reflejo, así que la dejo de seguir. 

Luego hago scroll down como si el mundo se fuera a acabar. Me gustaría contar con la energía de las personas que publican videos cortos con sonrisas de oreja a oreja, y que preguntan si estoy listo para comenzar el año. Vamos por partes; deberían, más bien, preguntarme si estoy listo para comenzar el día, si estoy listo para desayunarme un café con un waffle. 

El cansancio sigue ahí, intacto, como si hubiera corrido una maratón el día anterior, aunque solo caminé de una habitación a otra. Dejo el celular encima del mueble modular, que se camufla como mesa de noche en mi cuarto, y pienso que debo hacer algo que me termine de despertar, o bien, de cansar. 

Me pongo a trapear el apartamento.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Alfa Centauri

¡Vida perra, qué imbéciles! Exclama Pedro al tiempo que le da un manotazo a la mesa. 

Ya que irrumpió en nuestras vidas de un momento a otro, hablemos de Pedro a secas, es decir, dejémoslo sin apellido. Ese Pedro del que hablamos, que podría ser familiar o amigo suyo o mío, es un hombre de 48 años, flaco, que casi siempre lleva el pelo ensortijado y una barba rala. También suele llevar su corbata desajustada, lo que le da un aspecto de borrachín eterno que va de fiesta en fiesta a lo largo de la semana. 

Eso es lo que las personas piensan acerca de Pedro apenas lo ven, pero como las apariencias engañan, no se puede juzgar un libro por la portada y demás clichés baratos, Pedro es un hombre responsable. Sí, un poco descuidado con su aspecto, pero tiene claro que la empresa para la que trabaja no le paga para lucir como modelo de catálogo de fin de año. 

Para Pedro, como para muchas otras personas, 2020 no ha sido un año fácil, y ahora que se acerca al final, no sabe qué va a pasar con su trabajo. Los rumores dicen que enero del próximo va a llegar junto con una ola de despidos, y como su cargo es un puesto medio, prescindible, lo más seguro es que esa ola lo lleve a quién sabe dónde. 

Ahí esta Pedro, sentado en su escritorio y con el gesto fruncido. Hace 20 minutos llegó a la oficina y luego de servirse un tinto y calentarlo por 50 segundos en el microondas, se sentó en su puesto a ojear, como lo hace todos los días, el periódico de distribución gratuita que un repartidor le dio en la calle. 

En primera plana sale una noticia con el siguiente titular: DETECTAN UNA EXTRAÑA SEÑAL DE PRÓXIMA CENTAURI. Pedro, que vive con su cabeza llena de angustias, no tenía conocimiento de esa galaxia. 

La noticia cuenta que un grupo de astrónomos que dedica su tiempo a buscar señales provenientes del espacio, detectó una señal de radio procedente de Alfa Centauri. Pedro imagina que la señal llegó jadeando a la tierra, porque esa galaxia se encuentra a una distancia de 4,37 años luz de la tierra, la medio pendejadita de 41,3 billones de kilómetros de distancia. “De próxima tiene más bien poco”, piensa. 

La señal de 980 MHz solo apareció una vez y no volvió a repetirse, pero dicen los científicos que es la mejor candidata para ser una comunicación extraterrestre. “¿Para que carajos nos van a querer contactar los extraterrestres?”, se pregunta. 

Pedro imagina al grupo de científicos en su laboratorio, destapando una botella de champaña para celebrar su descubrimiento. Seguro ellos no sienten angustia alguna por su futuro laboral. 

Uno de los científicos es similar a él, pero lleva el pelo perfectamente peinado, con una carrera en la derecha y unas gafas redondas que le dan un aire intelectual. El hombre le da un sorbo a la copa de champaña, y recibe palmadas en la espalda; es, parece ser, el encargado del descubrimiento. 

“Pedros científicos”, piensa Pedro, seguro solo hay un puñado en el mundo, mientras que Pedros como él hay millones, y están esperando, como aves de rapiña, a que pierda su trabajo, para poder tomarlo.

martes, 29 de diciembre de 2020

Egoísmo

Laura Santoro cree que en ocasiones es importante o, más bien, necesario, olvidarse de todo. En sus días libres, cuando se sienta en su escritorio para bordar, actividad que la relaja por completo, olvida quién es, y se quita toda la costra de títulos, profesión y demás credenciales que lleva encima, y que suele utilizar en su día a día como abogada y ser humano funcional. 

En esa burbuja que logra crear al realizar su actividad favorita, a prueba de balas y desdichas, y despojada de su identidad habitual, imagina que está sola en el mundo y experimenta levedad. Inmersa en ese estado, le gusta pensar que es como un fantasma, o bien, un alma, no en pena sino dichosa, que quedó atrapada entre el mundo de los muertos y los vivos. 

Cada puntada que realiza, en ese estado de muerta completamente viva, parece contener la eternidad, al tiempo que el significado de la vida. Cuando borda, cualquier asunto que la atormenta cobra sentido y todo encaja. 

Martín, su bebé de 5 meses, llora y la saca de su estado contemplativo. Santoro se pone de mal genio, siente rabia de no poder disfrutar del poco tiempo que le queda libre como le venga en gana, pero apenas llega a la cuna y lo ve sonreír luego de verla, el odio da paso al remordimiento, y se cuestiona su egoísmo. 

Después de arrullar y dormir a Martín vuelve a su tarea. Borda, y piensa que es un pulso contra la muerte, que con cada puntada que da, cada vez la parca está más cerca. Sabe que al final va a perder la partida, pero que no le va a ganar fácil, por eso a veces realiza la actividad con rabia, como si fuera lo último que le queda por hacer. 

Ahora suena el teléfono y los timbrazos despiertan a Martín que vuelve a llorar. recuerda la invitación que le hizo Jairo a cenar en la noche; sabe que solo se la quiere llevar a la cama, y hoy es uno de esos días en los que prefiere bordar que tener sexo. Se pone de pie para contestar el teléfono y en ese momento piensa que no quiere ser mamá, ni tener pareja, que no quiere ser nada ni nadie, si acaso una mísera puntada del tejido en el que trabaja, que no necesita mucho para poder ser.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Scribiere

Dice internet, bueno, una de sus millones de páginas, que escribir viene del latín scribere, que a su vez viene de skribh, una raíz indoeuropea que tiene que ver con rayar. Esto me hace pensar que la escritura y el dibujo tienen mucho en común, que el acto de contar algo, virgen de conceptos narrativos: trama, conflicto, metáforas, etc. consiste en intentar traducir en palabras lo que uno tiene o tuvo enfrente de las narices; al igual que dibujar que , para mí, consiste en lo mismo, en plasmar en el papel con la mayor precisión posible lo que se está viendo o imaginando, pero por ahí no va el tema de este post si es que tiene alguno. 

Ayer edité un escrito de agosto del año pasado. Imagino que a los que nos gusta escribir somos así, es decir, algo narcisos con los textos propios, y de vez en cuando volvemos a ellos para releerlos, retocarlos, editarlos, o bien destruirlos. Puede que esté equivocado y que necesite unas sesiones de terapia con un psicoanalista, no sé, ya les he dicho que bien bien no sé nada. 

En él escrito, un hombre está sentado en frente de su computador y debe salir para cumplir una cita. Es un día frío y el cielo está oscuro. Después del párrafo introductorio narraba esa escena, y la palabra que escogí para iniciarlo fue “Escribe”. 

Luego, cuando terminé de editar el texto, le di una leída para ver si tenía el ritmo y las transiciones adecuadas. Fue ahí cuando el verbo me llamó la atención, como preguntándome: “¿Está seguro de que debe utilizarme en presente? 

Y como no estoy seguro de nada, caí en un remolino de dudas gramaticales, y me quedé en él un buen rato, y cuando salía a la superficie textual para tomar algo de aire, los tiempos verbales me tendían dos palos de los que agarrarme: el presente, y el pretérito imperfecto. 

Tomé el primero y releí el párrafo, pero no me sonó bien, entonces lo solté y me así a "escribía", y sentí que me quedé en ese párrafo una eternidad. En un último desespero gramatical lo solté, me volví a hundir y, de nuevo en la superficie, tomé el verbo en presente. 

Ahí está en el texto, pero estoy seguro de que cuando le de una revisada “final”, como si eso existiera, me voy a volver a ahogar en mis propias dudas.

sábado, 26 de diciembre de 2020

Sueño decembrino

Me despierto temprano. Voy a la cocina, me preparo un café y lo acompaño con un pedazo de torta. Pienso que está rica, lleva trozos de nueces y manzana, y ha sido mi desayuno de los últimos días. 

Media hora después me meto en la cama a ver algo en Netflix, lo que sea que me llame la atención. Doy con un documental, pero a los pocos minutos mis ojos comienzan a cerrarse. Me gusta dormir Netflix, pero esta vez quiero prestarle atención al documental, así que apago el televisor y cierro los ojos con el firme propósito de quedarme dormido. 

Caigo en ese paraje brumoso que comprende los límites entre la vigilia y el sueño, en un estado de duermevela. y algunas imágenes comienzan a aparecer en mi cerebro. No sé si son producto de mi imaginación, micro-sueños o una mezcla de los dos. Como siempre ocurre, mi inconsciente comienza a vomitar información. 

Aparezco, con un grupo de amigos a los que no les veo la cara, en la terraza de una plazoleta de comidas. Hay platos y bebidas ya terminados enfrente nuestro, y caigo en cuenta de que no llevo tapabocas. 

Siento angustia y algo de pena con el resto de las personas que están alrededor mío, y les digo que por favor me esperen, pues necesito comprarme uno. 

Llego a una tienda, una mezcla entre droguería y supermercado, y le pregunto a uno de los empleados en dónde están los tapabocas. Me da unas indicaciones genéricas: “Al fondo y voltea a la derecha”. Cuando llego al lugar indicado veo unas bolsas blancas en las que, supongo, van empacados los tapabocas. Tomo una y me dirijo a la caja del lugar. 

Apenas pago el producto, destapo con ansias lo que compré y adentro viene una bolsa de pan tajado y algo verde, en caucho, parece una esponjilla para lavar. 

Siento rabia hacia todo: la pandemia, el supermercado, el empleado que me tomó del pelo, el haber olvidado el tapabocas en la casa, y cuando me voy a devolver para protestar, el sueño se diluye.

martes, 22 de diciembre de 2020

Algún sábado

Digito “Torta de manzana” en la barra de búsqueda del correo electrónico, una receta que he preparado y perfeccionado, eso creo, desde el inicio de la pandemia. 

La búsqueda arroja 4 resultados: el primero es el que necesito, la receta, y los otros no entiendo que tienen que ver con ella, pues el segundo es el pdf. del diario de Ana Frank; el tercero una conversación con Carolina F, una mujer con la que estudié en la universidad, y el último un documento de word con el título “observación directa”. 

Me llama la atención el de Carolina, porque nunca fuimos amigos cercanos, sino ese tipo de personas que, supongo, se terminan saludando de tanto verse, por tener amigos en común. El mail es del 2006 y le reclamó, en broma, por qué me “dejó morir” un sábado en el que estuvimos juntos en algún plan, y luego le pido que por favor no olvide enviarme unos documentos de su tesis, que me podían servir para la mía. 

Trato de ubicar esa noche en mi cerebro, pero cualquier escena que comienza a formarse en él se diluye. Solo me acuerdo de algunas facciones como su sonrisa. También recuerdo su tono de voz; era agradable y reía con ganas. 

¿Acaso Carolina me gustaba?, es posible, pero tampoco recuerdo si en algún momento llegué a sentir algo por ella. 

Su E-mail de respuesta comienza con un “Hola Juanito”, pocas personas me dicen así, y luego me pide disculpas por lo del sábado; me explica que se tuvo que ir porque se le había hecho tarde. Al final, cierra su mensaje con la frase: “Espero que hayas conseguido el amor de tu vida allá”. 

Ese allá como muchos otros, se ha perdido para siempre en las profundidades de mi cerebro. y no, no conseguí al amor de mi vida ese día.