jueves, 4 de febrero de 2021

Preguntas sin respuesta

Mientras le da un sorbo a su bebida, un café que ya está casi frío, Camacho piensa en lo que ha dejado de ser.

Lleva 7 años junto a Juliana, pero intenta imaginar qué habría pasado si hubiera aceptado la propuesta de Ángela, su exnovia, de irse a aventurar a Europa. La idea que ella tenía era venderlo todo, y probar suerte en el primer país que los aceptara. “La vida es muy corta Jairo”, le decía ella a cada rato. Camacho no aceptó su propuesta. ¿Qué van a pensar mis familiares?, ¿cómo voy a dejar botado el trabajo?, pensaba. Eso dio pie a que terminaran la relación, viajó sola, y allá se quedó, bien o mal, pero viajó, tomó la opción que le pareció correcta.

“¿Me habré equivocado al no aceptar la propuesta de Ángela?”, se pregunta Camacho. Imposible saberlo, imposible saber que rumbo habría tomado su vida al no haber seleccionado otro curso de acción. Seguramente sería otro, con rasgos de personalidad diferentes. También piensa que cada uno está compuesto por, digamos, las equivocaciones que ha cometido, si se supone que esos caminos que no se tomaron eran la opción correcta.

“Ser, es más complicado de lo que parece”, concluye Camacho. Luego imagina que tiene enfrente un público al que le habla: “Imaginemos, solo por un breve momento, que no somos lo que creemos ser, que todos los días de nuestra existencia vivimos engañados, pensando algo que solo es verdad para nosotros mismos”, piensa como si fuera un experto en el tema, sea el que sea.

Camacho abandona ese escenario y vuelve a la realidad. Mira el fondo de la taza de café; solo le queda un cuncho y no se preocupa en beberlo. Luego pide la cuenta, mientras se pregunta si en esos posos de café, se encuentra el significado de su vida; si en esas figuras erráticas están Juliana, Ángela, y otras mujeres que han pasado por ella; si todo, presente, futuro y pasado, están ahí apeñuscados listos para darle sentido a su vida.

El mesero recoge el dinero y se lleva los platos, su vida, los caminos que tomó y no tomó.

miércoles, 3 de febrero de 2021

La culpa fue de Anais

Ayer tenía una reunión a las 6.

Minutos antes de esa hora me puse a leer. Tenía en mente el compromiso, pero se diluyó en la lectura y como siempre tengo el celular en silencio, ni modo de leer los mensajes en los que me preguntaban si me iba a conectar o no.

Faltando 20 minutos para las 7 miré el celular para ver qué hora era, y me dio por desbloquearlo. Fue ahí cuando miré los mensajes que me habían enviado. Pedí disculpas y les conté que me había puesto a leer y lo había olvidado todo. Luego me conecté.

Me gusta cuando eso pasa, es decir, cuando la lectura crea una burbuja que me aísla por un tiempo de las revoluciones del mundo y de la vida.

Si a alguien le debo echar la culpa es a Anaïs Nin, la responsable de sumergirme en ese estado, con el volumen III de sus diarios.

Como ya lo he dicho antes, los diarios de los escritores me cautivan, por su escritura cruda desprovista de estructuras narrativas, y en donde solo se preocupan en contar lo que les pasó en el día, o comparten ideas sobre la vida y cómo se sienten.

Muchas veces llego a los diarios antes que a las novelas del escritor(a). Así me pasó con Virginia Woolf, John Cheever y Anaïs Nin. Imagino que el orden, si hay alguno en esta vida, para lo que sea, debe ser el contrario: primero la ficción y luego las memorias, pero ¿qué más da?

Ayer Comencé ese volumen de diarios de Nin, y cuenta, en el invierno de 1939, lo mucho que le dolió haber dejado Paris.

Me gusta como escribe Nin, porque es muy sensible y descriptiva, pero sin necesidad de ser empalagosa, es decir, fomenta la imaginación del lector y no hace todo el trabajo por él.

“I felt every cell and cord which tied me to France snapping in me, the parting
 from a pattern of life I loved, from an atmosphere rich, creative and human, from 
intimacy with a people and a city.”

Si se trata de seguirle echando la culpa a alguien, llegué a sus diarios, primero el IV y ahora este, por unos posts de la gran Maria Popova (Brain Pickings).

Si en estas épocas virtuales les incumplo una cita, discúlpenme, seguro estaba leyendo.

martes, 2 de febrero de 2021

What's on your mind?

"What’s on your mind?”, le pregunta Facebook a Laura apenas ingresa a esa red social. No puede escribir lo que está pensando. ¿Qué van a pensar sus amigos, seguidores o familiares?, seguro creerán que es una degenerada.

Cree que eso es lo que le pide la pregunta, que escriba lo que piensa, aunque la traducción literal es: “Que tienes en tu mente?”. Ahí la cuestión se suaviza un poco, pues no se trata solo de lo que piensa, sino que puede hablar de cualquier cosa que lleva en la mente.

Podría recordar una frase motivacional cualquiera y aparentar felicidad infinita, decir en dónde se encuentra o publicar una foto del plato de comida que tiene en frente. Sí, eso sería mejor que revelar información de los callejones oscuros de su mente, donde se esconden todas sus manías y filias.

Tamborilea la mesa con los dedos pensando qué escribir, pero no se le ocurre nada interesante ni gracioso. Pasados unos minutos se aburre en ese rincón virtual y abre Twitter.

Allá, las cosas son ligeramente distintas, porque la pregunta es: ¿Qué está pasando? Laura podría crear un perfil falso y contar esa barbaridad que pasa por su mente, porque la pregunta también se puede asimilar de esa forma.

Lo que está pasando es que espera a una amiga en la terraza de un restaurante. Hace un rato pidió un jugo de mandarina, pero todavía no se lo han traído. También prendió un cigarrillo y lo fuma de forma lenta, como si fuera el último que va a disfrutar en su vida. A dos mesas a su derecha una pareja discute. Agudiza el oído, pero lo único que alcanza a escuchar es: “Nooo, Come mucha mierda Carlos. A mí no me tratas así”. Afuera, un celador intenta calmar a un rottweiler que le ladra de forma desesperada a un indigente que busca comida en una caneca. Eso es lo que está pasando.

lunes, 1 de febrero de 2021

Lapsus Lingu

“Menos mal que solo conjugamos los verbos, caso contrario comunicarnos sería un lío”, piensa García.

García trabaja como asesor de comunicaciones para la presidencia de un país cualquiera, uno, digamos, como en el que usted vive, apreciado lector.

“Así lo querí”, dijo el mandatario de ese país en el que vive García, con desparpajo y sin rectificar su error ni corregirlo trastabillando verbalmente.

Apenas lo escucho, García pensó: “¡Qué imbécil! Y luego se preguntó en una pequeña conversación interna que sostuvo con sus adentros:

“Es quise, ¿cierto?”, y sus adentros le respondieron

“Claro animal, ¿no sabe conjugar verbos o qué?”

Muchas veces le pasa eso con asuntos del lenguaje que supone son fáciles, y las dudas lingüísticas le caen encima. En esas ocasiones recurre a la RAE o a cualquier página de internet para cerciorarse de que no está cometiendo un error. Cree que en eso se le pasa la vida, en intentar no quedar como un tarado frente a los demás. Aparentar ser normal, al parecer, y signifique lo que eso signifique, define la mayoría de nuestros actos.

García piensa que esos lapsus lingu, esos errores espontáneos en el habla, sacan a flote el bully que todos llevamos dentro, pues hay que caerle a quien los comete. Las ganas de poner en evidencia los errores lingüísticos de los demás son viscerales y hacen que, sin importar quien los haya cometido, un rey o un mendigo, lapidemos gramaticalmente al interlocutor, pues es nuestro deber hacerle saber al mundo entero de la idiotez que esa persona acaba de decir.

Nadie, piensa García, puede quitarnos la satisfacción que nos da burlarnos de aquellos que están en el poder.

jueves, 28 de enero de 2021

El sepulturero

Hace sol, y faltan pocos minutos para el medio día. Ignacio Bohórquez, abogado, camina desprevenido por el centro de la ciudad, perdido en una conversación interna sobre gramática alemana, que trata sobre el uso de los pronombres posesivos en genitivo.

Aunque lleva 10 años estudiando esa lengua, a veces siente que apenas puede decir cómo se llama, cuál es su edad, y preguntar dónde queda el baño. Cuando repasa el femenino: meiner, deiner, seiner… ve a un hombre, cavando un hueco en la calle, que tiene puesto un overol azul oscuro y un casco amarillo.

Sabe que debe ser un operario del acueducto o de una empresa telefónica, pero a Bohórquez se le antoja pensar que es un sepulturero. El hombre cava una tumba para enterrar un cuerpo que no está a la vista. Ese personaje, le parece, es invisible para el resto de personas que caminan por la calle y lo pasan de largo. “¡Va a enterrar a alguien en plena calle! ¿por qué alguien no dice o hace algo?”, se pregunta. Sabe que él podría ser ese alguien, pero cree que es mejor no meterse dónde nadie lo ha llamado, que no interferir con el curso de la vida, si tiene alguno, siempre es la mejor opción.

Igual que los otros, Bohórquez también pasa de largo al hombre y vuelve a concentrarse en lo del genitivo, ahora el plural: meiner, deiner, ihrer… hasta que pasa por enfrente de una oficina de migración, en la que más de 10 personas hacen fila con papeles en la mano y caras expectantes.

“Que bueno sería migrar, irse para ser otro(s)”, piensa Bohórquez, y siente algo de envidia por esas personas que, imagina, están por abandonar su lugar de residencia o llegaron a su ciudad para ser otros.

Migrar, cree, es una forma de morir, de despojarse del yo; una oportunidad perfecta para convertirse en alguien más. 

Ahí está, de forma simbólica, el cuerpo que va a enterrar el sepulturero que acaba de ver.

miércoles, 27 de enero de 2021

Cables cruzados

Alguien, un perfecto desconocido, me escribe por WhatsApp. En la foto del perfil sale un hombre tocando batería y lleva un gesto de concentración; una mezcla de sentimiento y furia. Las baquetas están a media altura, y se me ocurre pensar que el baterista está a punto de ejecutar un flam, una figura de notas cercanas, que al final se convierten en una más gruesa. Parece que fuera solo una, pero son dos seguiditas.

Mauricio es el nombre que acompaña la foto en la esquina inferior derecha. Después del saludo, el hombre, el baterista, Mauricio, ya está; me pregunta que si le puedo proveer de servicio de internet en Coveñas. Le contesto que no, que se equivocó, pues no presto esos servicios. 

¿Qué hace Mauricio, un baterista, em Coveñas? ¿vive allá o se va a trasladar a ese lugar? ¿Para qué necesita internet? Sé que son inquietudes que no me incumben, pero el cerebro siempre intenta encontrarle significado a todo lo que nos ocurre. 

Más tarde me llega un E-mail de un spa al que nunca he ido, en el que me saludan como Nelson, y me ofrecen planes de estética corporal y facial con los mismos precios del año pasado. En las fotos sale una mujer de mirada desafiante y glúteos redondos en ropa interior. 

¿Cómo habrá llegado Mauricio hasta mí?, no tengo ni la más mínima idea. ¿Quién es Nelson? De pronto uno es muchos al mismo tiempo, y se pasa la vida sin que lo sepamos, de pronto somos como ese flam en batería y necesitamos de otra persona para estar o ser completos, qué sé yo. 

Imagino que en ese vericueto de cables cruzados y equivocaciones, seguro hay una historia por contar, que será de interés para todos. 

Debe existir algún vínculo entre Mauricio, Nelson y yo. De pronto el segundo es el que le puede instalar internet en Coveñas al baterista, o los hombres que menciono hacen parte de un triángulo amoroso. 

Tal vez sería mucho decir que la otra arista de ese triángulo es la mujer de la foto del spa, o quizá no, quizá sea cierta esa creencia oriental que habla de un hilo rojo que conecta a todas las personas que en algún momento se deben conocer. 

Espero poder zafarme de Mauricio, Nelson y la mujer del aviso. Yo no sé, pero solo huelo lío en ese asunto, sea el que sea.

martes, 26 de enero de 2021

Wait a minute man

En épocas de universidad había días en los que disfrutaba pasar tiempo solo. Había diferentes lugares a los que iba, pero el que más me gustaba era la cafetería de la facultad de música, donde vendían unas pizzas personales tremendas. 

 Ya en el lugar, buscaba una mesa y , de acuerdo con la hora, me compraba algo para comer o tomar. Mi plan casi siempre consistía en leer o simplemente me dedicaba a perfeccionar el arte de ver pasar gente.

Me gustaba ese lugar porque tenía un ambiente diferente al resto de cafeterías de la universidad y me embobaba ver a los alumnos cantar o solfear, con sus partituras sobre las piernas, mientras llevaban el tiempo con los pies o moviendo una mano de un lado a otro, al tiempo que chasqueaban los dedos y murmuraban una melodía.

Supongo que el músico frustrado que llevo dentro se sentía bien en ese lugar. Fue precisamente ese personaje el que me empujó a hablarle a Adriana. En ese entonces me intrigaba cómo sería eso de leer una partitura.

Un día ella y una amiga se sentaron cerca de la mesa en la que yo estaba. Me acerqué y les pregunté en qué semestre iban, Adriana me dijo que ella estaba en octavo. Luego le propuse que si me podía dictar unas clases de música, establecimos un precio por dos horas, un horario, martes a las 4 de la tarde, y listo.

Alcanzamos a vernos tres veces , porque las ocupaciones del semestre nos consumieron, pero en una de nuestras clases, le pregunté a cuál cantante admiraba, y no dudo ni un segundo en darme la respuesta: Alanis Morissette.

“¿Cuál canción de ella que más te gusta?, le pregunte. “Right Through You”, respondió, y sin  pedírselo la comenzó a cantar:

“Wait a minute man 
You mispronounced my name 
You didn’t wait for all the information 
Before you turned me away.” 

Le sonó muy bien, muy Alanis.