lunes, 22 de marzo de 2021

Manto pesado

Soñé algo. Ya no recuerdo qué fue. Solo tengo unas imágenes borrosas de un bosque y que mi yo en el sueño pasaba un rato agradable con alguien.

Eran las 6 de larde y leía en una de esas posiciones, de medio lado, que solo son cómodas para leer, pero mortales para el cuello.

Estaba en esas cuando de repente un manto pesado de sueño me cubrió en cuestión de segundos. Primero, parece, caí en un micro-sueño, porque cuando abrí los ojos había perdido el renglón de lectura en el que iba.

En el relato, una mujer vive una vida que no es la suya y una de las personas se da cuenta de eso, pues ella, que se supone es una científica, trata de evadir las preguntas que le hacen.

Eso fue lo último que leí, antes de que el manto pesado del que les hablo cayera sobre mí. Luego me quité los lentes de contacto, acomodé de nuevo las almohadas, e hundí mi cabeza en ellas.

Me pregunto si ese sueño que tuve tiene que ver con lo que leí. Si extrapolé algo de esa información, minutos antes de cerrar los ojos, a mi relato onírico. No lo sé.

Me desperté pasadas las 8 de la noche con la garganta seca y con una sensación extraña de noqueo, es decir, sin saber quien soy o qué hago en el mundo, pero me importó poco mi ignorancia.

Intenté recordar el hilo de los eventos del sueño que tuve, pero este se diluyo en mi cabeza, tan rápido como se había cubierto con el manto pesado.

Luego me quedé unos minutos mirando pal techo, intentando descifrar qué significa la vida, pero esa superficie no me dio ninguna respuesta.

Me puse de pie y fui al baño  a echarme agua en la cara para despertarme del todo.

sábado, 20 de marzo de 2021

Otra cosa

Algún día escribiré un post que titularé: “En defensa de la palabra Cosa”, esa que tantas personas desprecian.

Hace un tiempo leí una publicación de una mujer, en la que decía que era una palabra fácil e imprecisa, y que empobrece los textos pues les hace perder su calidad literaria, signifique lo que eso signifique.

No sé, pero nunca me han gustado ese tipo de consejos tan determinantes. Siempre he pensado que el lenguaje es lo suficientemente flexible para que cualquier palabra se pueda amoldar a un texto, en fin.

¿Y qué es otra cosa? Otra cosa es cuando un texto marcha bien, cuando uno siente que sus engranajes narrativos se acoplan de forma precisa y se cuenta algo sencillo sin ínfulas de nada.

Eso me paso hoy. Necesitaba sacudirme de encima esa sensación de fracaso que me había dejado el escrito de ayer, así que no me preocupé en volver a leerlo, sino que me puse a escribir otro que llevaba masticando un buen tiempo y que trata sobre la muerte.

Pienso mucho sobre la muerte e imagino que todos lo hacemos, pues atraviesa cualquier aspecto de nuestras vidas. Si lo hago seguido es porque creo que lo mejor es sentirla cerca, que nos respira en la nuca todos los días, y no verla como un evento lejano.

Pero bueno, no quiero caer en ese tema. Les hablaba del texto de hoy que, creo, fluyó porque no me compliqué, no traté de escribir algo que pareciera inteligente, sino que me limité a narrar lo que le pasó a alguien y ya está.

El año pasado participé en Bogotá en 100 palabras y mi cuento tenía que ver con Transmilenio. Antes de escribirlo me puse a leer los cuentos seleccionados de las ediciones anteriores del concurso, y di con uno bellísimo que más que un cuento era una descripción de una escena de vida.

En él, el narrador, en primera persona, contaba lo que veía, sin intentar adornarlo mucho: un puesto de frutas callejero y un repartidor en bicicleta que pasaba por el lugar.

Como dice la escritora Agota Kristof: “Debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos.”

A eso yo lo llamo narrar la vida; en principio parece fácil, pero contar lo cotidiano es difícil, porque en cualquier momento a uno se le salta la opinión.

viernes, 19 de marzo de 2021

Si no se pudo pues no se pudo

Creo que el primer borrador de texto tiene potencial, así que trabajo en él todo el día. Es un escrito algo experimental, en el que espero que el lector se convierta en el personaje sobre el que lee.

Terminé una segunda versión en horas de la tarde y la deje reposar hasta hace media hora. Cuando la volví a leer me pareció que no tenía ni pies ni cabeza.

Se lo mostré a mi hermana y no lo entendió. Intenté explicárselo, y me sugirió mocharle un par de párrafos que le sobraban.

Ese es, quizás, uno de los aspectos más complicados al momento de escribir: saber qué dejar y qué eliminar. Determinar si se debe borrar un pedazo por más que sea una belleza lírica o esté tremendamente bien escrito, pues si no le aporta nada al escrito y lo único que hace es chirriar, entre más rápido se elimine mucho mejor.

Desde ahí el escrito estaba destinado al fracaso, pues una forma de probar que un escrito tiene futuro, es mirar si aguanta cualquier embestida de lectura por sí solo; si hay que explicarlo significa que está herido, posiblemente de muerte.

Igual intenté arreglarlo, pero llegó un momento en el que me aburrí, aunque logré una versión mucho mejor que la anterior.

Al final lo abandoné, porque a pesar de que la idea me gustaba, el texto no decía nada entre líneas y no le dejaba nada al lector, era un arrume de letras plano si nada de fondo.

De pronto, algún, día cuando descifre qué quiero decir con él, lo retomaré.

miércoles, 17 de marzo de 2021

Demonio


No sé para qué miro tanto twitter si es un lugar repleto de fanatismos y verdades absolutas, en el que uno no puede decir “mu” porque lo van tildando de hijueputa.

Imagino que una de las razones por la que hago eso, es que soy masoquista. Hay veces, por ejemplo, que quiero indignarme a propósito, entonces voy a las cuentas de personas que me caen mal y leo sus publicaciones en silencio; ya saben que no me gusta interactuar con desconocidos en una red social, y mucho menos para que me echen la madre por cualquier cosa.

Hoy, yendo de un perfil a otro y en un arrebato de Scroll down, caí en una noticia que me llamó la atención: “Mujer capta un demonio junto a la cama de su nieto”. El tweet venía acompañado de una imagen en blanco y negro, en la que se veía una figura humana cerca de una cuna.

Contaba la noticia que, a causa de unos ruidos, una mujer decidió instalar una cámara en el cuarto de su nieto, apuntando hacia la cuna, y que se llevó una gran sorpresa cuando revisó las imágenes que había captado el aparato.

La noticia decía: “se puede observar una figura humana con cuernos”, o algo así, pero yo la verdad no le vi los cuernos por ningún lado.

La mujer se metió a un grupo de Facebook para pedir ayuda, y le dijeron que a veces eso pasa, y que son los familiares muertos, como los abuelos, que vienen a visitar a su nieto.

La noticia tiene toda la pinta de ser falsa o de relleno. Mientras la leía me preguntaba si no debería, más bien, buscar noticias relacionadas con escritura, libros o cualquier otro tema, digamos, más “serio”.

Supongo que algunos nos sentimos más atraídos hacia esas historias que bordean la fantasía y la ficción, y creemos que nos pueden aportar mucho más a nuestras vidas, que eso a lo que llamamos realidad.

martes, 16 de marzo de 2021

Ella

En un universo paralelo estamos casados. Vivimos en las afueras de la ciudad, porque a ella le encanta la naturaleza y se cansó por completo de la ciudad, su cemento y su caos. 

 Nuestra casa es muy sencilla: El techo está cubierto con tejas de barro, las paredes son de color blanco, y cuenta conuna habitación, la cocina, una sala con chimenea y un cuarto dónde ella se dedica a pintar cuadros al oleo que nunca he entendido, por más de que trate de explicármelos.

A Bröntë, nuestra gata, le gusta ese rincón de la casa y se echa a dormir entre tarros de pintura lienzos y otras herramientas de su trabajo.

Balzac, un perro, también hacía parte de nuestra familia. Él andaba libre por el campo, pero siempre regresaba a la casa antes de que oscureciera. Un día no volvió y nunca lo volvimos a ver. Nos dio duro, lo extrañamos por un par de días, y luego la vida y sus rutinas nos absorbieron por completo.

Por las tardes, justo cuando el día se va a convertir en noche, nos gusta caminar hasta una colina que queda a unos 200 metros. Ella prepara café en un termo y nos lo tomamos despacio, mirando el atardecer,  a veces en silencio y otras en medio de una charla estimulante.

En esta vida, en este universo tuve una clase con ella en la universidad, y nunca supe cuál era su nombre, ¿Leda, Leca, Leia? Era repitente, utilizaba sacos con mangas que siempre le quedaban largas y tenía un aspecto algo gótico que me encantaba. Solía llegar tarde a clase, con cara de “ ¿Qué carajos estamos haciendo acá?”.

Muy pocas veces le hablé, y cuando lo hacia pronunciaba cualquier palabra que se pareciera al que creía era su nombre.

Esa decisión de no atreverme a conocerla fue la que creo ese universo paralelo del que les hablo.

lunes, 15 de marzo de 2021

Ser Nadie

Me cuesta lidiar con las ganas, propias y de los demás, de ser alguien en la vida. Me molesta esa necesidad malsana de ufanarse  de los triunfos, cargos o títulos que hemos obtenido.

Hoy por unos 20 minutos me tocó ser el M903 en una sala de espera. Esos lugares me generan una pizca de ansiedad, pues siempre pienso que me voy a englobar y no me voy a dar cuenta del momento de mi turno.

Me senté cerca de una pantalla empotrada en la pared, que anunciaba los turnos, y me puse a hacer lo que la mayoría de las personas del lugar hacían: esperar, por supuesto, pero también mirar el celular como si no hubiera un mañana.

A mi lado había una mujer con un pantalón negro, con la pierna derecha cruzada sobre la otra y no dejaba de mover la primera. La pantalla no dejaba de sonar anunciando cada turno, pero como el mío no aparecía, guardé el turno en el bolsillo de la chaqueta y me dispuse, como ya les conté, a darle scroll down al celular porque sí.

En un momento sonó la pantalla y cuando la miré, todos los números ya habían cambiado. ahora aparecía el M902. Me confundí y creí que era el mío. “Vida perra, no me di cuenta y se me pasó mi turno”, pensé. Me puse de pie como un resorte, y a medida que me acercaba al mostrador hurgaba mi bolsillo con furia, sin encontrar el berraco papelito, hasta que por fin di con él, lo saqué y me di cuenta de que yo era el 903.

En ese preciso momento sonó la pantalla, para indicarme que debía acercarme al módulo 2. A mí lado, en el módulo 3, estaba una mujer delgada, de pelo rubio, crespo y mojado, como si hubiera acabado de salir de la ducha.

“¿Cuál es su e-mail señorita Camila?”, le preguntó la mujer que atendía ese módulo.

Camila se lo dictó, y era uno con números y una palabra -no-palabra, que nada tenía que ver con su nombre. En él, la letra g se repetía varias veces. Camila se lo tuvo que volver a decir.

“¿A qué se dedica?”
“Soy empleada.”
“La recepcionista levantó la cabeza y sus ojos expresaban solo duda”
“Sí, ok, pero ¿empleada de qué?, le volvió a preguntar
“Trabajo para una minera”, respondió Camila esta vez, con un dejo de fastidio en su voz, como si quisiera ser nadie, para no tener que responder esa pregunta.
“Si, pero qué hace”, volvió a contratacar la recepcionista

Camila, ya rendida y ante la insistencia de la mujer que exigía conocer sus credenciales, cedió terreno personal y respondió.

“Soy gerente de comunicaciones”.
“Ahh”, respondió la recepcionista, como dando a entender que le daba igual.

Hay una caricatura de Quino que tiene algo que ver con el tema que toco. En ella, Felipe sale hablando con Mafalda. El primero, en un soliloquio corto, le dice a su amiga a modo de pregunta-respuesta: “¿Qué necesita una vaca para ser una vaca?: ser una vaca; ¿qué necesita un perro para ser un perro?: ser un perro, ¿Qué necesita un león para ser un león?: ser un león; ¿qué necesita un ser humano para ser un ser humano?: ser un médico, un ingeniero, un economista, un arquitecto…”

Todos deberíamos ser más como Camila y restarle importancia a quién somos o creemos ser.

I feel in my private pocket and find my credentials—what I carry to prove my superiority.
— The waves —

jueves, 11 de marzo de 2021

Aventarse

Una vez, en la universidad, en un curso o taller, nos preguntaron qué coleccionábamos. No recuerdo que respondí. En algún momento de mi vida coleccioné llaveros, pero me aburrí. En cambio, si recuerdo lo que respondió una mujer de pelo negro corto, con un aire de nostalgia y seriedad: “Yo colecciono recuerdos”. ¿Acaso no hacemos eso todos?, en fin.

Si ese es el caso, yo intento coleccionar citas que leo y me llaman mucho la atención. Hoy me acordé de una de Oscar Wilde que memoricé a medias, pero, si no estoy mal, hablaba acerca de rendirse ante los deseos más profundos que tenemos, y hacer lo que tengamos que hacer, sin pensar mucho en el qué dirán.

Imagino que el autor hace referencia a esos deseos inconfesables, que no le contamos ni siquiera a la(s) almohada(s).

En últimas lo que les cuento tiene que ver con aventarse, palabra que la RAE define muy bien: “ir violentamente hacia alguien o algo”.

Pienso en esto, porque creo que ese es uno de los tantos efectos que nos va a dejar la pandemia, que nos recordó lo finito que somos.

En muchas partes he leído la frase: “Cuando éramos felices, pero no lo sabíamos”. Imagino que después de que pase esta locura, va a haber una epidemia, si me permiten decirlo, de aventamiento.

La gente se va arriesgar más, de forma violenta, a hacer lo que sea: declararle su amor a alguien, viajar a ese destino que mueren por conocer, renunciar a un trabajo o relación, escalar el Everest o nadar con tiburones, yo qué sé.

No sé si eso vaya a ser bueno o malo, pero seguro que las personas dejarán de tomarse todo tan en serio y tratarán de vivir más, de aventarse hacia eso que no pueden sacarse de la cabeza.

Guarden este post para dentro de 100 años, para ver si tengo o no razón.