jueves, 8 de abril de 2021

Publicaciones

Laura, una de las millones de Lauras que pueden existir en internet, incluidas esas Lauras que son gordos panzones mayores de 50 y que se hacen pasar por una, dice que siente la necesidad de hablar sobre la falsa idea de perfección que promulgan las redes sociales.

Me dice a mí, a ti, a todos, en segunda persona: “Eres mucho más que los errores, dudas o inseguridades que puedes tener sobre ti”.

Le doy la razón, nos tienen jodidos los mensajes que a cada rato nos dicen cómo debemos ser, pero yo agregaría algo más.

Yo diría, si esa Laura o el gordo panzón me lo permiten, que muchas veces no somos más que errores, bultos de dudas que vamos de un lado para otro dando tumbos, aunque creamos que tenemos el panorama claro y que controlamos todas las variables que pueden afectar el curso de nuestras vidas.

A veces, pienso, la opción a la mano es abrazar la imperfección, sin echarse a la pena y ya está, pues el mundo tiende más bien hacia el caos que hacia la estabilidad.

No entiendo, por ejemplo, porque seguimos empeñados en hablar sobre volver a la normalidad, si nunca nada ha sido normal, si la vida siempre nos ha demostrado que el curso de los eventos se puede despiporrar en menos de un segundo. Lo normal es lo que hay, lo que se vive y punto; diría que el presente, pero ese cuento con tufo budista ya está muy trajinado.

Un rato después de leer a esa Laura, caigo en la publicación de una tal Liliana, que pregunta si existe un procedimiento, no quirúrgico, para eliminar las líneas de expresión de la frente. No entiendo qué pretende; se me ocurre decirle que se eche cemento a ver cómo le va, pero vuelvo e insisto, no soy bueno para interactuar en redes sociales, así que no hago nada.

Las dos publicaciones, imagino, tienen algo que ver. Mientras la primera suplica que nos aceptemos como somos, la segunda quiere cumplir un canon de belleza, o qué se yo qué es lo que quiere cumplir.

Me gustaría ver un debate entre Laura y Liliana.

miércoles, 7 de abril de 2021

Un día con cara de otro

Hoy me desperté con la sensación de que era sábado.

A diferencia de esas veces en las que estoy convencido de eso, y luego la realidad se estrella contra mi cara, con cualquier evento que me recuerda que es un día entre semana; hoy fui consciente del día en el que estoy ubicado espacio-temporalmente: miércoles.

La sensación de sábado fue intensa, pero solo duró unos segundos.

Me levanté, con un aire de extrañeza en el ambiente, y me dirigí a la cocina con los sentidos alerta, a ver si captaba otra señal que confirmara que habitaba un miércoles con cara de otro día.

Me preparé un café, calenté unos pancakes que había hecho el día anterior, alisté los cubiertos y la miel de maple, pero no pasó nada. El día había dejado de ser sábado, para ser miércoles de nuevo.

Me gusta cuando eso ocurre, es decir, cuando la fría realidad se tiñe un poco de ficción, cuando la vida deja de ser “normal” y adquiere un tinte extraño, que obliga a a preguntarnos: “¿Qué es lo que ocurre?, ¿de qué trata todo esto?”.

Cuando eso pasa, procuro quedarme en esa zona de fantasía, digamos, el mayor tiempo posible, pero es algo que no depende de mí, pues es ella, me refiero a la zona, la que tiene el control de la situación y en cualquier momento me escupe de vuelta a la realidad.

Imagino que perdemos esa facultad de habitar lo no real a medida que crecemos, y dejamos que el terreno de la realidad le gane espacio al de la ficción.

Me gusta pensar que de esa batalla invisible entre lo real y lo ficticio dependen nuestras vidas, y procuro, en la medida de lo posible, ser un soldado de los ejércitos de la fantasía.

Déjenme decirles que la batalla no está fácil.

martes, 6 de abril de 2021

El paso del tiempo

Se podrían escribir miles de libros sobre el tiempo, textos amplios y detallados que intentarían descifrar qué es y por qué nos raya tanto la cabeza.

Imagino que una de las razones es que su paso nos acerca al futuro, aquella zona indescifrable de nuestra existencia, repleta de incertidumbre, con la que también nos hacemos un lío.

Supongo que de ese conflicto tan berraco que tenemos con el tiempo, y que existirá por los siglos de los siglos, amén, basó el budismo su teoría de anclarse al presente.

Pero no voy a ser yo uno de los que se dedique a desmenuzar el concepto del tiempo. Solo vengo a hablarles de cómo se contrae y se expande a su antojo, es decir, cómo las unidades básicas que utilizamos para medirlo: segundos, minutos y horas cambian a su antojo y mutan de la una a la otra como si nada.

Me di cuenta de esto el otro día que me desperté y decidí hacer pereza. Apenas sonó la chicharra —excelente palabra esta—, que tengo configurada en el celular, y después de apagarla pensé: “Voy a perecear 5 minutos”, y programé una alarma nueva para eso.

No sé por qué creí que esos cinco minutos iban a brindarme más descanso, si estaban acompañados de la angustia que produce saber que dentro de poco va a sonar la alarma.

El punto es qué, apenas la configuré cerré los ojos y sonó en cuestión de segundos. Miré el reloj y eran las y 37. En ese momento pensé: “voy a descansar hasta las y 40 como Dios manda, expresión que, si uno se fija bien, entra en conflicto con la de “ al que madruga dios le ayuda”, en fin.

Esta vez no programé alarma, pues me parecía ridículo hacerlo solo para tres minutos, pero cerré los ojos y sentí que pasaron 20 minutos; incluso en un momento tomé el celular par ver qué horas eran. Cuando hice eso, el reloj marcaba las y 48; hasta ese momento habían pasado 10 minutos.

Finalmente, por miedo a quedarme dormido de nuevo me levanté a las y 49.

Con base a esa experiencia es que afirmo que el tiempo pasa a su antojo, mientras nosotros creemos que lo podemos medir.

lunes, 5 de abril de 2021

Dormir

Me despierto a las 4:00 a.m, al parecer, sin ningún motivo. Siempre que ocurre eso escaneo mentalmente mi cuerpo a ver si puedo identificar algún dolor o sensación que haya interrumpido mi sueño. Esta vez no identifico nada, de hecho, nunca lo he logrado.

Doy media vuelta e intento volver a dormir, pero fracaso en el intento. Decido echar globos y antes de ponerme existencial, estiro la mano para tomar mi celular y dedicarme al fino arte del scroll down.

Siento que he perdido facultades para dormir.

Hay personas que se vanaglorian por dormir poco, y sacan pecho diciendo que no necesitan más de 5 horas de sueño. Dicen ellos o otros, no sé — mejor digamos algunos , que para qué dormir si hay tantas cosas por hacer en la vida, es decir, si hay que vivir, signifique lo que eso signifique.

Una vez viajé con unos amigos a Cartagena y un día les propuse hacer una siesta después del almuerzo. Eso que dije fue como si les hubiera echado la madre, y uno de ellos, a modo de poeta, respondió: “Para dormir la eternidad”.

Siento que hace mucho no duermo seguido esas 8 horas reglamentarias de las que tanto se habla, que siempre me despierto antes de que suene la alarma que programé en el celular, incluso cuando me acuesto en la madrugada y creo estar agotado.

Una vez, saliendo de un episodio de migraña, visité a una acupunturista y luego de la cita dormí 11 horas seguidas. Ha sido uno de los mejores sueños de mi vida; todavía recuerdo la sensación de descanso apenas desperté.

Ojalá fuera más como mi hermana que se duerme con una facilidad increíble cada vez que se lo propone.

sábado, 3 de abril de 2021

El portero

De pequeño, a los 7 años, mis abuelos enviaron a mi papá a un internado. Allá le tocó duro, porque la educación era a punta de golpes, y si los profesores le daban quejas a sus papas, también recibía la misma medicina por parte de ellos.

En el colegio había un portero mala clase que le caía mal a todos los alumnos, porque los acusaba con el director, el malnacido ese que una vez agarro a mi papá a patadas, cuando él se tiró al suelo, intentando esquivar una cachetada.

Cuenta mi padre que, al momento de hacer una pilatuna, lo importante era hacer una que mereciera la pena, pues no importaba cuál fuera, como hablar mientras hacían una fila, por ejemplo; el castigo, por lo general, siempre era el mismo: golpes por esto o por lo otro, 

Al portero, a pesar de que les caía mal, debían llevarlo por las buenas, porque además de su labor principal, también ayudaba en la cocina, sirviendo la sopa en las comidas. Si tenía a algún alumno entre ojos, al momento de servirle solo le echaba caldo sin nada de recado.

Un día, mi papá y un amigo entraron al baño y se dieron cuenta que el portero estaba tomando agua. Alguien había dañado el interruptor del baño y para que las luces funcionaran, dos cables sueltos debían hacer contacto.

Mi padre y su amigo se dieron cuenta que los cables estaban cerca del tubo del agua de los lavamanos. Uno de ellos tomo uno de los cables y lo acerco al tubo. Apenas entró en contacto, se escuchó el grito del portero, y ellos salieron corriendo a esconderse en uno de los cubículos.

jueves, 1 de abril de 2021

Incompetencia narrativa

Quiero escribir algo, pero me cuesta decidir qué. No me refiero a que esté indeciso por un tema, sino que simplemente no se me ocurre ninguno. Cuando eso me pasa, suelo evadir el problema escribiendo sobre mi incompetencia para escribir, mi no-escritura.

Podría acudir a la escritura libre y comenzar a anotar lo primero que se me venga a la cabeza. A la larga, este blog, más o menos, consiste en eso. No tiene un rumbo fijo o derrotero a seguir.

En ese sentido este espacio es similar a las prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro. Le pido a los fanáticos de ese escritor que no me malinterpreten; ya quisiera yo tener la misma habilidad para narrar que tuvo el escritor peruano. Lo que quiero decir es que todo lo que escribo aquí, son escritos huérfanos de cualquier territorio literario, como por darles caché, es decir, no hacen parte de ninguna obra.

Decía que podría acudir a la escritura rápida, pero no sé. Imagino que al hacer uso de ese método, la mente comienza a hacer todo tipo de asociaciones, tomando como base la cantidad de barbaridades que uno guarda en la cabeza, y que la idea es botarlo todo, para después mirar qué sale a ver si vale la pena.

Mi inconveniente con ese método es que veo a la escritura como un volador sin palo, y pues, creo, no se trata de eso, ¿o sí? La verdad no sé, dígamelo usted, apreciado lector, si conoce del tema.

A la larga lo que les cuento son puras opiniones. Debería, más bien, haber escrito sobre la taza de té que me acabo de tomar. Ya solo le queda un cuncho y esta frío. Igual me lo voy a tomar, como para hacer la tarea completa.

La verdad no tengo mucho para contarles sobre el té, pero el problema es mío, tiene que ver con mi incompetencia narrativa y no con el té, gran bebida esa y de la que, de cada taza, se podría contar una historia fascinante.

miércoles, 31 de marzo de 2021

Avisos para desnutrir el alma

Las gafas de las que les hable hace un tiempo, se estropearon por completo, así que hoy tuve que ir a donde una optómetra para que me recetara una fórmula nueva.

Tenía una pereza infinita por tener que salir. No entiendo cómo las personas se mueren de ganas por viajar o salir de la casa, si a mi me da pereza hasta salir a la esquina, en fin.

Pedí un Uber y ya en el carro, la aplicación decía que el viaje se iba a demorar alrededor de 20 minutos. “20 minutos para mirar por la ventana y echar globos", pensé, así que evité el contacto visual con el conductor, para no tener que iniciar una conversación sobre el clima o el tráfico, y me dispuse a mirar, digamos, el paisaje urbano.

El carro tomo la carrera 30 y en un punto en que la vía estaba trancada, me puse a leer unos avisos que estaban pegados a la columna de un puente. Uno decía inglés – Inmersión Neurolingüistica. Imaginé entonces el mar de la neurolingüística y un buzo que se sumergía en él a encontrar ese idioma, una fantasía producto de la palabra inmersión que, me parece, evoca buenas imágenes.

Más adelante, pasado el atasco, había otro aviso pegado a un muro con dibujos precolombinos, que decía: “Vendo lote”, y abajo aparecía un número de celular en color rojo.

El más seco de los mensajes decía: planos y licencias. También lo acompañaba un número de celular, pero no decían ¡llame ya! o cualquier indicación para tomar alguna acción, todo un sacrilegio en contra del copywriting.

Después intenté fijarme en más avisos, pero la vía se despejó, y a la velocidad que iba el carro no los alcanzaba a leer.

El último que vi fue el de Místico restaurante-café: Nutre el cuerpo y el alma.