jueves, 22 de abril de 2021

Muchos días son así

Me pregunto qué pasaría con estas palabras si yo, Federico Cipriani, las escribo mañana. ¿Contarían lo mismo? Supongo que no, que toda palabra escrita tiene un tiempo y un instante determinado para contar algo, y que si me las grabo en la cabeza para escribirlas mañana, dentro de un mes o un año, seguro significarían algo diferente.

Hablemos de otra cosa, ¿de qué? De que hoy robé a la empresa para la que trabajo, solo un decir. A lo que me refiero es que no hice casi nada, solo esperar la hora de salida. Muchos días son así, y estoy seguro de que no soy el único que se siente de esa manera.

Muchos días son así cuando no tengo mucho trabajo. Bueno, de hecho si tengo mucho, pero decidí relajarme y pensar lo contrario, y me la pase echando globos todo el día, ese debería ser mi trabajo: pasármela mariqueando todo el santo día.

Alguna vez leí que uno no debe usar tantos gerundios, pero no se me ocurrió otra manera para cerrar el párrafo anterior.

Después del almuerzo me llamo Laura, mi parcera del alma. Hace mucho tiempo me enamoré por completo de ella. Alcanzamos a salir en plan de pareja, besitos por aquí y por allá también, pero la vaina no fluyó. Es raro porque nos queremos como un putas, pero ese entendimiento y ese amor se fueron a la mierda cuando intentamos ser pareja. Supongo que así funcionan la relaciones a veces, y que hay viejas que son como una hermanita perdida.

Laura tenía ganas de ir a cine, y fuimos a Unicentro a ver “La Familia Belier”. Casi me hace llorar esa película, pero me gusta ese tipo de tristeza feliz, un oxímoron que debería crear un nuevo sentimiento, ¿Sí o qué?.

Cuando salimos del cine cogí de la mano a Laura y caminamos así hasta su casa. Cuando nos íbamos a despedir, pensé en darle un pico, pero al final solo la abracé.

miércoles, 21 de abril de 2021

En un agujero...

Cuentan que el origen del hobbit, la novela de Tolkien, surgió con la frase: “En un agujero vivía un Hobbit”, y que el escritor la anotó en un examen que estaba calificando.

Hoy tengo mucho sueño, pero igual escribo, para no perder la costumbre. También para que el curso de los eventos de mi vida, de la suya y del universo entero no se alteren mucho; en últimas para que no ocurra una tragedia.

Pienso mucho en eso, que todo está conectado de extrañas maneras, y como lo que uno hace, por más simple o trivial que parezca, puede llegar a desencadenar la tercera guerra mundial. De pronto exagero porque no soy, ni conozco a alguien del calibre del archiduque Francisco Fernando.

Lo hago, escribir me refiero, sin un tema concreto en la cabeza como para variar, pero me agrada hacerlo de esa manera porque hay veces que, pienso, logro textos buenos, es decir, textos sinceros y que me agradan.

Es como si mi cerebro, en medio de su cansancio, realizara conexiones forzadas.

Lo más probable es que mañana tenga que editar este escrito, porque el cansancio no me deja ver fallas de ortografía ni de ritmo, ese pa pa pa que no se ve, pero se siente, y que Virginia Woolf decía, en sus diarios, que era la característica más importante de la escritura.

Hasta este momento no se me ha ocurrido ninguna frase para iniciar una obra maestra de la literatura. Quizá sea porque no estoy calificando algo, o porque simplemente no soy Tolkien y ya está.

En un agujero…en un agujero me gustaría meterme a descansar y que nadie me moleste.

martes, 20 de abril de 2021

Desayuno en la campiña francesa

Al momento de acostarme me programo para despertarme temprano, práctica que consiste en repetir mentalmente varias veces “Me voy a levantar temprano”. De todas maneras, programo el celular, porque él método solo me funciona de vez en cuando.

Hoy funcionó, pero todavía estoy afinando la técnica pues suelo desfasarme, y me despierto, por lo general, una hora y media antes de la hora que necesito hacerlo.

Apenas me desperté, intenté quedarme dormido de nuevo, pero fracasé en el intento. Cuando me di cuenta de que no iba a poder dormir, abrí los ojos, me puse a mirar pal techo y a respirar profundo.

Cuando esa práctica careció de sentido —la verdad nunca lo tuvo, o de pronto si, pero no di con él nunca— me puse de pie y me fui a la cocina a preparar café.

Preparar café: medir el agua, la cantidad de café y prender la estufa es uno de los mejores rituales de iniciación del día que pueden existir. Cuando estuvo listo, lo acompañé con un cereal de avena con leche fría y fui a sentarme al computador.

Siempre me ha gustado hacer eso, desayunar mientras hojeo noticias, reviso mi correo o las redes sociales. Sé que algunos dirán que debería ser una práctica más consciente, como de comunión personal, pero dejemos eso para cuando pueda desayunar en alguna campiña francesa.

Soy algo descuidad con el desayuno, en el sentido en que no lo tomo como la comida más importante del día. Antes, en el colegio, desayunaba chocolate, huevo, pan con mantequilla y mermelada e incluso repetía, pero ahora me conformo con un café con cereal o con alguna galleta o porción de torta.

Imagino que para algunos mi conducta es una especie de sacrilegio alimenticio, pero vuelvo y repito el día en que desayune en una campiña francesa con una mesa repleta de manjares, adornada con un mantel de cuadros rojos y blancos, ese día, lo prometo, me pegaré un desayuno bien trancado.

lunes, 19 de abril de 2021

El mundo está lleno de efes.

Hace ya muchos años, en mis inicios laborales, conseguí un trabajo en una empresa de consultoría. Recuerdo que estaba contento de haberlo logrado sin ningún tipo de palanca o favoritismo, sino a punta de mérito propio.

Me imagino que, en medio de mi felicidad, le contaba a todo aquel con el que hablaba de mi nuevo logro, y así lo hice con F. un amigo de ese entonces.

F. es de ese tipo de personas que le encuentran fallas a todo y son buenísimos cuando se trata de desmotivar a alguien. Después de contarle la noticia, lo primero que me preguntó, en un tonito de burla que daban ganas de partirle la cara, es que si yo salía en la página web de la empresa. Le pregunté que a qué se refería y me dijo que si no había una foto mía en esa típica sección de "¿Quiénes somos?".

F, siempre me ha parecido, es de ese tipo de personas que piensan que el universo les debe algo, y por esa razón siempre salen con ese tipo de comentarios que no aportan nada, y los camuflan con risitas y bromas pendejas.

En los 4 años que duré en esa compañía nunca me tomaron una foto para salir en la página. De hecho nadie del equipo de trabajo salía en la página, pues esta tenía imágenes con modelos X, como los de esas tarjetas con fotos de familias felices, que traen las billeteras nuevas.

No entiendo por qué ese debe ser un requisito para sentirse realizado en un trabajo, por qué ese afán de establecer quién somos, cuando pocos quieren saberlo.

Ustedes ya saben que entiendo muy pocas cosas, bueno, la verdad casi nada, pero soy bueno disimulando.

De F. les cuento que me fui alejando poco a poco, no porque me lo propusiera, sino porque los intereses personales de cada uno son muy diferentes.

viernes, 16 de abril de 2021

Insultos y traperazos

Debo hacer un pago y la página del banco no funciona. Salgo a una sucursal que queda a menos de una cuadra. Hace sol, pero casi no hay personas en la calle, un claro síntoma de pre-cuarentena.

Cuando llego al banco, las puertas están cerradas y la mujer del aseo trapea con un buen ritmo y cadencia, como si el trapero fuera una extensión de sus brazos.

Le pregunto que si están atendiendo y asiente con la cabeza. Para no estropear su trabajo, doy unos pasos ridículos en puntillas. La mujer me mira como pensando: “¡Camine bien tarado! Igual ya pisó donde había trapeado.” Le pido disculpas, pero parece que no me escucha, porque se concentra de nuevo en su tarea al instante.

Cuando la voy a pasar de largo me dice: “déjeme ver su cédula”. La busco rápido y se la muestro, pues no tengo intención alguna de ganarme un traperazo.

Adentro el panorama es tan desolador como el de la calle. Solo hay dos personas: una en la caja y otra delante de mí, pisando una línea amarilla que indica la distancia a la que debemos estar el uno del otro. Miro hacia el piso y no estoy pisando la mía. Retrocedo un poco hasta que aparece.

Cuando es mi turno, le digo a la cajera el número de la cuenta de ahorros en la que quiero consignar. “¿Cómo?”, pregunta. Repito el número 2 veces, y a pesar de que hablo fuerte, el tapabocas, al parecer, amortigua el sonido de los números que pronuncio, sobre todo el 2.

“ ¿Me deja ver el número de la cuenta?”, me dice en un tono cansado, y se lo paso antes de ganarme un insulto.

Cuando termino la transacción, abandono el lugar rápido, pues siento que alguien está a punto de echarme la madre.

jueves, 15 de abril de 2021

Museos

Es mediodía y hay un trancón monumental en la carrera 30. El conductor mira el Waze y me dice que nos demoramos 75 minutos en llegar al destino, mientras que 37 por otra opción de ruta que le bota la aplicación, aunque tendríamos que dar una vuelta grande.

Miro el reloj y solo tengo 40 minutos. Le digo que sí, que tome esa ruta que parece más complicada que la actual. Pasados unos minutos y para no pensar que voy a llegar tarde, le pongo atención al radio.

Están en uno de esos programas en que los locutores charlan sobre cualquier cosa, “La Tertulia”, creo que se llama.

Hablan sobre la carrera espacial de diferentes países. Dicen que Emiratos Árabes va a enviar un robot a la Luna a estudiar su superficie, “Como allá si tienen platica”, dice uno de los periodistas del panel a modo de broma.

Luego hablan sobre una empresa que pretende hacer vuelos al espacio por los que cobrará 20 millones de dólares. “Es que el mundo está muy loco —anota otro locutor— mientras unos no tienen que comer, otros están mirando como gastar una millonada para viajar al espacio.”

Como el programa aparenta una charla entre amigos, sin ningún tipo de orden, otro hombre, de la nada, dice: “Yo les pido disculpas, pero les voy a decir cuáles son, para mí, los museos que se deben visitar”. Sí claro fulanito”, le responden, lo que parece traducir, “bien pueda diga lo que se le de la gana, que este programa es un revoltijo de temas y por eso nos pagan”.

Entonces da una lista de museos, y por qué los recomienda, primero unos nacionales y luego menciona unos del exterior, como el museo de las relaciones rotas que queda en Zagreb, Croacia, y que le rinde homenaje a relaciones de amor fallidas.

Luego menciona unos de Londres, y cuando termina su intervención, una mujer dice que le llama mucho la atención el de la Cruz roja. “Es un museo en el que, por ejemplo, puedes experimentar lo que es un bombardeo en un bunker, como los ciudadanos de Siria”; eso me parece muy chévere, concluye.

miércoles, 14 de abril de 2021

La tenista

La conocí repitiendo una materia en la universidad, y su ternura fue lo que, desde un principio, me llamó la atención. Teníamos algunos amigos en común, pero no recuerdo como terminé por conocerla.

En algunos huecos pasábamos tiempo juntos. En esa época yo andaba muy trascendental, y ella escuchaba todas mis quejas en contra del universo o la vida. Por lo general no respondía nada, y se quedaba callada como analizando a detalle lo que le contaba, pero guardándose la respuesta.

Las pocas veces que me respondía algo, siempre lo hacía con preguntas del estilo: ¿Pero crees que ….? ¿No te parece…? y nunca con un consejo o una opinión. Me encantaba pasar tiempo con ella y tener alguien que me escuchara.

Sus piernas eran el epítome de las piernas, pues como jugaba tenis las tenía torneadas. Un día me pidió que la acompañara a un partido que tenía en una cancha en el Salitre, y me sentí importante.

En la universidad, al finalizar la semana, íbamos a tomar cerveza, pero nunca solos, sino con un grupo de amigos.

Un día la invité a a tomar cocteles y aceptó. Recuerdo que estaba decidido a decirle lo mucho que me gustaba.

Ya en el lugar, con un coctel a toda marcha por mi torrente sanguíneo, lleno de valentía, le tomé ambas manos y pronuncié un pequeño discurso. Al terminarlo, comencé a halarla hacía mí, hasta que las puntas de nuestras narices se tocaron.

Parecía la escena de una película. Solo faltaba que comenzara a caer nieve o que el director dijera “corte”. Justo cuando iba a besarla. Alguien la llamó desde la calle —estábamos en la terraza de un bar—, y el momento perfecto se esfumó como una ráfaga de aire.

La intrusa era una amiga del colegio con la que llevaba tiempo sin verse. Se saludaron, tocaron cualquier tema zonzo de conversación: en qué andaba cada una, que tenían que cuadrar para verse, que qué más de fulanita y zutanita, hasta que no les quedó nada más por decir y se despidieron.

Luego nos miramos y sonreímos. Intenté retomar el curso de los eventos, pero fue imposible. Nuestros cocteles estaban a punto de acabarse y a ella le dio afán de irse, porque al día siguiente tenía un partido.