lunes, 24 de mayo de 2021

Tres besos

Estoy en el conjunto de mi hermana.

Después de almuerzo decido leer y voy a un lugar que tiene unas mesas con parasoles.

Ya en el lugar, una de las mesas está ocupada por un hombre y una mujer que charlan animadamente, sin tapabocas, y que están a menos de dos metros de distancia el uno del otro.

“Buenas tardes”, digo. A veces no sé dónde almaceno tanta decencia.
“Buenas tardes”, responden de forma cansada, como si las creyeran malas.

Me hago en otra mesa, lo más alejado posible y comienzo a leer.

La conversación de la pareja me distrae, porque la mujer suelta una carcajada por cada cosa que dice el hombre. Detecto una situación de cortejo.

Decido dejar de leer para chismosear la conversación de la pareja, amigos con derechos o lo que sean.

A la distancia que estoy, el ruido del tráfico en la calle no me deja oír bien que es lo que dicen. Además, a veces bajan el volumen de su conversación como si lo que dijeran fuera un secreto, o como si se hubieran dado cuenta de que estoy poniendo atención.

La mujer ríe otra vez.

Ahora el hombre, que lleva una barba poblada, una sudadera blanca con líneas negras a los lados y unos tenis, blancos también, toma una de las manos a la mujer.

Parece que quiere decir algo serio, pero la mujer evade el tema y habla sobre los tenis que lleva el hombre.

“A ti te gusta mucho la marca adidas, ¿cierto?”, le pregunta

“Sí”, responde, “tengo 60 sudaderas”.

Intento volver a la lectura, leo dos páginas y la mujer vuelve a estallar de risa.

Levanto la mirada y el hombre todavía le sostiene la mano

“Yo estoy muy enamorado de ti, y creo que, si lo intentamos, cada día me enamoraría más”.

Le mujer se queda en silencio, como tratando de digerir la confesión amorosa que acaba de escuchar.

Responde algo que no alcanzo a escuchar, pero al rato se levanta, toma la cara del hombre con ambas manos, y le zampa uno, dos, tres besos en la boca y luego vuelve a sentarse en la su silla, como para que no vaya a pensar que está enamorada.

Una nube tapa el sol y comienza a hacer frío.

Abandono el lugar.

jueves, 20 de mayo de 2021

El Cobrador

Imaginemos la existencia de un hombre de apellido Lara. Démosle nombre: Camilo.

El señor Lara piensa que no le ha ido bien en la vida, y que esta le debe cosas, algo; no sabe precisar bien qué. Considera que las personas deben darle el lugar que se merece en el mundo, para dejar de sentir que está en desventaja cuando se compara con sus pares.

En últimas y de acuerdo con el refrán, Lara siente que no solo son sus escupitajos los que le caen en la cara, sino los de todas las personas.

Los sujetos como él, llenos de odio, son peligrosos. Ya nos lo contó el escritor Rubem Fonseca en su cuento El Cobrador.
 
El protagonista siente que todo y todos, la vida misma, el cosmos, digamos, están en deuda con él:

Digo, dentro de mi cabeza y a veces para afuera, ¡todos 
me las tienen que pagar! Me deben comida, coños, cobertores, zapatos, 
casa, coche, reloj, muelas; todo me lo deben.

Me deben escuela, novia, tocadiscos, respeto, sángüich de mortadela 
en el bar de la calle Vieira Fazenda, helado, balón de futbol.
- El cobrador -

Para nuestra fortuna el señor Lara, que puede ser un familiar cercano o un compañero de trabajo, o esa persona que camina a nuestro lado por la calle, no ha llegado a tal punto, pero ahí va, acumulando odio de a poquitos.

Uno de sus pasatiempos favoritos es cazar peleas con perfectos desconocidos en las redes sociales, personas con las que nunca ha tratado en su vida, pero por las que siente una envidia descomunal.

Confiemos en que su válvula de escape siga siendo ese espacio virtual.

miércoles, 19 de mayo de 2021

Posturas

Estoy en una sala de espera y le rindo honor a su nombre: espero.

Saco el Kindle, lo prendo y me pongo a leer.

Elijo el volumen 3 de los diarios de Anaïs Nin. Antes me había leído el volumen 4 y me pareció fascinante, porque Nin hablaba mucho sobre escritura, pero en estos, me parece, se enfoca más hacia el psicoanálisis y algunos pasajes son pesados.

Me meto en la lectura, la disfruto, y en medio de eso cruzo la pierna derecha sobre la izquierda, pero luego de unas cuántas líneas me canso de esa postura, descargo la pierna derecha en el suelo, me invento un ritmo y le doy a un bombo imaginario por un rato, hasta que decido cruzar la pierna izquierda sobre la derecha.

Pero esa postura tampoco la considero adecuada, entonces me escurro en la silla y estiro las piernas.

Sigo leyendo y encuentro fascinante una de las tantas posturas de Nin.

Dice que a medida que el estado del mundo empeora, es cuando ella busca, de forma intensa, crear un mundo íntimo en el que ciertas cualidades se deben preservar.

Hace una comparación con un tal Dr. Jacobson, y dice que si él lucha contra las enfermedades de los pacientes que atiende, y no puede hacer nada más que eso, ella siente que tampoco puede hacer nada más contra la epidemia de odio en el mundo.

Por eso busca uno desprovisto de dolor y horror, para aferrarse a una isla de humanidad, sin importar lo pequeña que sea.

Su postura tiene que ver, quizá, con lo que hablaba el otro día, acerca de la necesidad de amputarse la realidad.

martes, 18 de mayo de 2021

Speed King

La historia se repite. Me pongo a escribir acá tarde, cansado y con pocas ideas.

Además de eso, tengo pocos tiempo para hacerlo, más o menos quince minutos, porque quiero ver un programa de televisión.

Algunos podrán decir que no tiene sentido escribir de afán, que nada como dedicarle a un escrito todo el tiempo que sea necesario, y sí, tienen razón.

Si les llevo la contraria es es porque pienso, como ustedes ya saben, que si dejo de escribir, el curso de la vida, y aclaro, no solo la mía, se puede despiporrar, y no quiero que me vengan a echar las culpas de sus desgracias.

Mi agrupación de rock favorita es Deep Purple;  de ahí el título de este post.

Hace muchos años compre un disco compacto de esa banda, un concierto inédito en el que tocaban esa canción. El sonido era pésimo, pero la grabación era una rareza, y tenía otras canciones que nunca le había escuchado en vivo a la banda.

En Speed King hay un momento en que Ritchie Blackmore, el guitarrista, tiene un duelo con Jon Lord, el organista. En ese momento el sonido del bajo y la batería bajan, y se le da protagonismo a los duelistas.

En ese concierto del que les hablo Gillan dice en ese momento: "Speed King is someone who can sing in a hundred miles per hour."

Para este tipo de ocasiones, a mí me gustaría ser una especie de Speed King de la escritura.

lunes, 17 de mayo de 2021

Electrodomésticos y dólares

Me llega un mensaje a mi celular, destinado a una María.

En él, Amanda, su prima, me cuenta que saliendo de Ecuador la agarró la policía y, a manera de dato curioso, menciona que le salió una orden de captura; vigente, aclara.

Pero eso es lo de menos, pues lo que de verdad importa es que el conductor de un camión, que no se dio cuenta de su captura, suponemos, siguió adelante.

Ese pobre hombre, del que no sabemos nada—queda claro que hace falta contexto, ¿quién es?, ¿qué tipo de relación tiene con Amanda?—, no sabe dónde ni a quién entregar la mudanza.

Amanda me dice que su nombre es Jhon, y me da su número de teléfono para que lo llame.

Luego, sin ningún tipo de transición y sin partir el párrafo, suelta la siguiente bomba: “lo que te voy a decir no lo cuentes a nadie en la lavadora van 320 mil dólares recupéralos como sea prima”

La frase que cierra el mensaje es: “Me van a quitar el celular apenas pueda te llamo Chao”

Cualquier junkie de la gramática, dirá que el mensaje es un desastre en lo que a puntuación se refiere, pero me imagino a la pobre Amanda, acurrucada en una esquina de su casa, justo donde estaba la lavadora, tecleando a toda velocidad, mientras los policías se acercan para capturarla.

Le cuento a mi hermana sobre el mensaje y le digo que me gustaría conversar con ese tal Jhon, pero me dice que no le preste atención, que ella en días pasados también lo recibió, pero los dólares iban dentro de un equipo de sonido.

¿Pueden creerlo? 640 mil dólares andando por ahí, sin nadie que los reclame. Es una lástima.

sábado, 15 de mayo de 2021

De pensamientos y otras cosas

No pensaba escribir nada hoy, pero de un momento a otro me dieron ganas, y me senté a hacerlo o, más bien, a no hacerlo.

Llevo más de 10 minutos mirando y no mirando la pantalla, es decir, perdido en mis pensamientos. Digo perdido porque no me detengo en ninguno en particular, sino que solo los dejo pasar y ya.

Estoy de pie en cualquier esquina de mi cabeza, y ahí van los pensamientos con las manos en los bolsillos, caminando de afán y mirando hacia los pliegues del cerebro, cada uno con sus afanes, y dispuestos a activar quién sabe que patrón de conducta o a tirar de alguna palanca emocional.

Entonces escribo y no escribo, me ubico en la zona de 1 – escritura, su complemento, su contraparte, ese otro lado que tienen y necesitan todas las cosas, para poder ser lo que son.

No hago más que mirar la pantalla y ver como el cursor titila de forma impaciente. Espera a que yo escriba algo, lo que sea, porque es la única forma en la que puede descansar unos míseros segundos.

“ ¿Para qué me invocó?”, pregunta.

Estampo mis dedos en el teclado:

Uiyhoefcguifyg

Ahí tiene su sacrificio de letras, para que no moleste más.  Suficiente tiene uno con no saber qué escribir. 

Afuera se escuchan carros que transitan de forma veloz. y también escucho música de gaitas y tambores a lo lejos; yo le pongo a unas 3 cuadras.

Ahora viene en camino un estornudo. Se desarrolla más rápido de lo esperado, pero alcanzo, como dictan los cánones del buen manejo de estornudos, a amortiguarlo con el pliegue del codo.

El estornudo, ejemplifica bien eso de que después de la tempestad viene la calma.

jueves, 13 de mayo de 2021

Sin conocimiento

Un día, Julio Martínez se levantó sin nada de conocimiento en su cabeza.

Sabía que había estudiado economía, pero no recordaba ningún concepto.

No le prestó atención al asuntó, pues creyó que era algo pasajero, y se metió a la ducha, seguro de que un chorro de agua fría lo terminaría de despertar.

Cuando salió del baño, su situación era la misma: no sabía nada práctico para desenvolverse como un “profesional”.

Sentado en la mesa de la cocina, levantó la tasa de café con la mirada perdida en un punto en la pared. Su mujer, que leía el periódico; en un momento lo bajó y se dio cuenta de lo abstraído que estaba. “¿En qué piensas?”, le preguntó.

Martínez odiaba esa pregunta. Él, a diferencia de la mayoría de personas, siempre la respondía con la verdad.

“Se me olvido todo, no sé que tengo que ir a hacer a la oficina”, dijo.

“Déjate de bromas—le respondió su esposa—, seguro estás nervioso por la reunión que tienes hoy con la junta directiva. Tranquilo, todo te va a salir bien”

Todo te va a salir bien, “que frase tan zonza y falta de argumentos”, pensó Martínez, pero igual sonrió, apuró su café y salió a la calle, como todos, a estrellarse con la vida.

Cuando encendió el motor de su carro, tuvo miedo de no acordarse de la ruta a la oficina, pero no tuvo inconveniente alguno en llegar a la sucursal del centro.

Luego de parquear, y de camino a los ascensores, saludó a todas las personas con las que se encontraba por su nombre, y recordó conversaciones pasajeras que tuvo con ellos un par de días atrás, pero seguía sin acordarse que era lo que hacía.

Cuando abrió la puerta de la sala de juntas, todos los puestos de una mesa ovalada estaban ocupados por hombres de gestos serios, igual de oscuros que sus trajes.

En el ambiente flotaba un tufo dulzón, mezcla de todo tipo de perfumes y lociones para después de afeitar.

Martínez sintió náuseas y contuvo la respiración.

Sabía que su intervención era la que abría la reunión. Se sirvió agua en un vaso, tomó un sorbo, y buscó quemar tiempo con sus palabras.

“Señores, los noto muy tensos, les propongo que hagamos unos ejercicios de respiración”. Los ejecutivos lo miraron consternados, pero siguieron sus indicaciones, se pusieron de pie e inhalaron y exhalaron cinco veces seguidas.

Martínez nunca supo si esa dinámica de emergencia fue la que le devolvió su conocimiento, o parte de este, pero a pesar de algunos vacíos e ideas inconclusas, que camufló con chistes flojos, salió bien librado de su intervención.

Luego, su conocimiento fue llegando poco a poco, hasta que, cree, lo recuperó por completo.

Desde ese día, cada vez que se enfrenta con cualquier tema, nuevo o viejo, prefiere pensar que no sabe nada.