martes, 27 de julio de 2021

Maldita actitud

Una vez, mientras esperaba a que me dieran un café, el señor que estaba atendiendo llamó a otro cliente para entregarle su pedido. Pregunto varias veces por un tal Yemin. Yo y otro par de personas que estábamos en la barra y esperábamos nuestro pedido, le indicamos que ninguno de nosotros se llamaba así.

De repente un señor dijo fuerte en un tono completo de indignación y con un acento quién sabe de donde “Es JEMIN, ¿pero qué es lo que hablan ustedes, acaso no es español?”

 ¿Por qué no podemos ser más tolerantes? 

A mí me dio mucho mal genio y estuve a punto de contestarle algo, pero si discutir no es agradable; mucho menos es hacerlo con un desconocido. A veces es mejor dejar que el curso de los acontecimientos siga su rumbo para que el de la vida de uno no se despiporre; en otras palabras: no meterse a donde a uno no lo han llamado, en fin.

Lo único que hice fue regalarle una de mis mejores miradas de:¿Qué putas le pasa?, que llevan una mezcla de desprecio y odio; reclame mi café y deje a Jemin o Yemin solo con su neurosis.

Pero tratemos de ponernos en sus zapatos. Sí, puede que el señor Jemin le moleste un poco porque la gente pronuncie mal su nombre, ¿pero qué le vamos a hacer si en Colombia no es común? Si fuera Jaime, seguro no lo llamarian Yaime.

El punto es,  ¿cuál es la necesidad de andar a la defensiva? Cada cuál con sus rollos, pero suficiente tenemos con que la gente se indigne en las redes sociales a cada rato, como para que anden en las mismas en la vida real.

De ahora en adelante a todo Jemin que me encuentre le diré Yemin, para ver cómo reacciona.

lunes, 26 de julio de 2021

Zapatos rojos

Un día, un sábado en la mañana para ser precisos, Luis García iba caminando hacia la panadería de la esquina. Parecía un día normal, si tal cosa se puede decir de un día, en el que García intercambiaba información y sensaciones con la realidad sin ningún sobresalto.

Cuando estaba cerca de su destino, García cayó en cuenta de que en la intersección había ocurrido un accidente. Habían atropellado a alguien y los chismosos ya habían hecho una media luna alrededor del cadáver.

García no le presto atención al hecho y entró a la panadería, compró una bolsa de pan, una de leche, y cuando iba a pagar, le dio por entablar una conversación casual con el tendero. “¿Qué fue lo que pasó en la esquina?”, le preguntó.

“Hace como unos 20 minutos atropellaron a una persona”
“Ahh ya”, respondió García y su frase quedó como flotando en el aire, pero no recibió respuesta alguna.

Cuando salió de la panadería, la curiosidad le ganó y, con pasos tímidos, se acercó al tumulto de personas.

“Pobre hombre, tan joven que era”, dijo una señora

“No lo muevan, esperen a que llegue la policía”, dijo un señor bajito de bigote, como si fuera una escena a la que estaba acostumbrado.

“Suficiente realidad por hoy”, pensó García, y Cuando iba a dar media vuelta para devolverse a su apartamento, con el rabillo del ojo vio los zapatos del muerto, que habían quedado descubiertos porque la sabana era muy pequeña, o bien la victima muy grande o, en últimas, se la habían puesto mal.

“¡No puede ser!”, exclamó en voz alta, y las personas que estaban a su alrededor lo miraron extrañados, como exigiendo una explicación.

García cayó en cuenta de que había pensado en voz alta, dio media vuelta y emprendió la huida.

Se exaltó porque los zapatos que había visto eran los de Jorge York. Eran rojos con una línea verde que bordeaba la suela. Eran feos y York lo sabía, pero justificaba su uso, pues decía que nadie más tenía esos un par de zapatos iguales en el mundo y que los había comprado en Tailandia.

Lo más sensato habría sido revisar que el muerto no era su amigo, pero se rehusaba a pensar en eso y por eso huyó del lugar.

Luego cuando metió la mano al bolsillo para sacar las llaves del apartamento, el celular le sonó. Cuando lo iba a contestar leyó en la pantalla del aparato: “Jorge Y.”

¿Acaso York lo estaba llamando desde el más allá?”

“¿Alo?”, contestó temeroso
“¿Qué más Luisito?, ¿cómo estás?”
“Bi…bi..en… y tú?
“¿Por qué el tartamudeo, suenas asustado, ¿acaso viste un muerto o qué?

Por más de que York estuviera muerto, su comentario le pareció una falta de respeto, pero camufló su reacción y, alterado, le respondió”.

“Oye, ¿sabes algo?”
“¿Qué?, dime”
“Eres un mentiroso, no eres el único que tiene un par de zapatos rojos con una línea verde”
“¿De qué hablas?”
“ Sí acabo de ver a alguien más con esos zapatos”
“¿A Quién?, ¿lo conoces?”
Ehh… no, un hombre que iba caminando por la calle”
“Ahora que hablas de caminar, precisamente estoy en tu barrio y para eso te marqué, a ver si me invitas a una cerveza o, como es temprano, por lo menos a un café”.

“Si claro, te espero”.

“Qué idiota”, pensó apenas entró y cerró la puerta. "¿Ahora qué iba a hacer?"

Se sentó en la sala y esperó unos minutos  a que la realidad se ajustara, pero, al parecer, todo seguía igual.

Alguien timbro a la puerta, una dos tres veces…

jueves, 22 de julio de 2021

Diferencia horaria

Tengo una reunión con alguien de España al medio día de allá, que son las 5 de la mañana acá.

Siempre me ha intrigado eso de la diferencia horaria, que unos se estén levantando cuando otros apenas van a dormir genera, pienso, cierto desequilibrio. Por eso quizá el mundo anda patas arriba, por el desbalance entre la vigilia y el sueño, en fin.

El día anterior me propongo dormirme como máximo a las 11 de la noche, pero entre un poco de lectura y ver televisión cierro los ojos y apago la luz de la lámpara que tengo al lado de la cama a las 12:19 a.m.

Configuro una alarma a las 5:45, para tener tiempo de prepararme un café, y otra a las 5:55 por si sigo derecho y en la que la preparación de la bebida ya queda descartada.

12:19, 12:30, 12:45 y sigo despierto. Me gustaría ser como mi hermana o hermano, que cierran los ojos y se duermen al instante, pero  ayer fue uno de esos días en los  que mis pensamientos se disparan en todas direcciones, apenas cierro los ojos para dormirme. Creo que finalmente lo logré  a eso a la 1 de la mañana.

Me despierto, tomo el celular para mirar la hora y son las 3:30 a.m. lo apago y clavo la cabeza en la almohada. Hace un mes, otro día en que también tenía una reunión a esa hora, también me desperté antes de que sonara la alarma, y decidí quedarme despierto; pasé todo el día como un zombi.

También me gustaría ser como esas personas que pueden funcionar con solo cuatro horas de sueño, pero yo necesito mínimo seis.

Me vuelvo a despertar a las 4:20 a.m, cierro los ojos de nuevo, y espero a que suene la alarma.

La reunión duró 45 minutos y heme aquí escribiendo esto a las 6:29 a.m. con una cobija sobre mis piernas y a punto de ir a servirme el segundo café del día, mientras que en España ya es la 1:30 p.m y las personas estarán almorzando o ya lo habrán hecho.

Algo raro encierra la diferencia horaria.

miércoles, 21 de julio de 2021

Novelas para una pandemia

“Tomé un polvo Seidlitz, alrededor de la 10:00 y lo vomité pronto. Luego me tome dos cucharadas de aceite de castor”, escribió Dorman B. E. Kent en su diario en 1918, luego de infectarse del virus de la gripe española.

Intento imaginar cómo actuarán los humanos dentro de 100 años, si el planeta todavía existe, cuando otra pandemia aparezca sobre la faz de la tierra.

Supongo que será un virus mucho más violento y las personas, como ocurrió con esta, entrarán en pánico los primeros meses.

Creo que volcarán su atención sobre las noticias del año pasado, y espero que no den con los videos de Wuhan en los que las personas colapsaban en la calle y los soldados sellaban las puertas de los edificios.

Otros buscarán respuestas en las novelas, pues las personas consumen historias para explorar los bordes de la realidad, las áreas con más peligros y que queremos conocer, pero no experimentar de primera mano; en otras palabras, los límites de la experiencia.

El guionista Robert Mackee dice que siempre volvemos a los clásicos de la literatura porque se pueden reinterpretar a lo largo de las décadas, pues la cantidad de verdad y humanidad que cargan es tan abundante, que cada generación se ve reflejada en ellos de una u otra forma.

Espero que muchos escritores estén creando novelas sobre esta pandemia para ayudar a los humanos del futuro.

¡Qué digo! Yo debería estar escribiendo una novela acerca de la pandemia, pero no tengo ni idea cuál podría ser la historia o cómo contarla.

Además, en los últimos días me ha costado mucho escribir. De pronto lo que dicen algunas personas es verdad, y escritor es solo aquel que publica novelas.

Yo pienso que escritor es aquel al que le gusta escribir y lo hace con cierta frecuencia. De ser así o no, seguiré escribiendo.

Ahora que me desvié por completo del tema con el que empecé el post, recuerdo una frase de La Vida a Ratos que refleja en gran parte lo que pienso acerca de escribir:

“Mis alumnos por lo general no quieren escribir bien, quieren ser escritores.”

Ese es el berraco problema, que siempre hay que tener un título o una credencial que justifique lo que sea que hagamos.

Pero bueno, en fin, como les decía, espero que los que los escritores que escriben bien, estén trabajando en las novelas que servirán de brújula para los tiempos oscuros del futuro.

martes, 20 de julio de 2021

Sin ganas

Hoy no tengo ganas de escribir.

Para no responsabilizar a mi tedio, al destino, dios, el chupacabras, en fin, lo que sea, le echo la culpa a la hora: 7:17 p.m. y a este martes con cara de domingo.

Si menciono que no tengo ganas, no debería hacerlo y ya está. Quizá solo quiero llamar la atención y dármelas de víctima, para que alguien me pregunte qué me pasa, y esperar a que me suelten una frase vacía del estilo: “tranquilo, todo va a estar bien”.

¿Por qué lo hago?, es decir, ¿Por qué escribo si no tengo ganas? Porque ayer tampoco lo hice y pienso que si lo hago hoy, evitaré una catástrofe en mi vida o en la de otra persona.

Con catástrofe, como ya lo he dicho antes, me refiero a pequeños desbarajustes, casi imperceptibles en nuestras vidas, pero tan determinantes como un balazo en la cabeza, es decir, algo que no tiene reversa, pero que desvía al cauce de la vida en direcciones inimaginables.

Lo de no escribir es solo un decir, porque hoy acabé un texto de 2700 palabras, pero no pertenece a este espacio donde hablo de lo primero que se me venga a la cabeza, y que, repito, controla que el curso de los acontecimientos de la vida no se despiporre más de la cuenta.

Sufro hoy, parece, de eso que algunos llaman El síndrome del domingo, pero como es martes, démosle un nuevo nombre: El síndrome del día festivo.

Recuerdo un domingo en el que ese síndrome tuvo un pico. Trabajaba en un lugar con un ambiente laboral tóxico y pensar que ya quedaban solo unas cuantas horas para volver me causaba un malestar, digamos espiritual.

No contento con lidiar con el tedio de la mejor forma posible, me fui a cine con mis hermanas a ver El Pianista, una película berracamente triste, que potencio la melancolía que cargaba ese día.

viernes, 16 de julio de 2021

Vino y libros

A mi mamá le agrada el vino, sobre todo para acompañar una buena comida. Prefiere el tinto que el blanco.

Un día, una pareja amiga de mis padres, que ha tomado cursos de catas de vino, los invito a un almuerzo en su casa.

Cuando terminaron de comer y se fueron a conversar a la sala, Fabio, su amigo, les dio de sobremesa una copita, y luego de que mi madre le dio un sorbo, él le pidió su opinión.

“Está un poco dulzón”, fue su respuesta, y Fabio quedó algo desanimado pues, al parecer, era un vino muy fino.

Cuando mi madre cuenta la anécdota siempre se ríe y concluye que para ella solo hay dos tipos de vinos: los que le gustan y los que no.

Lo mismo que le pasa a mi madre con esa bebida, me ocurre a mí con los libros; creo que los hay de dos clases: los que son de mi agrado y los que no.

Ayer terminé de leer Cómo maté a mi padre de Sara Jaramillo, y me gustó mucho. Hoy me puse a mirar artículos sobre la escritora, y reseñas de su obra.

Me encontré con varias que alababan el libro y la forma de escribir de la autora, mientras que otras lo criticaban, porque les había parecido muy malo, una repetidera, y que utilizaba ciertos mecanismos narrativos hasta la saciedad y no sé qué más cosas.

Sé que están en su derecho, pero con lo que no puedo es con esas reseñas llenas de superioridad moral que pretenden dar una clase sobre lo qué significa escribir bien.

A mí solo me gusta decir si el libro me pareció bueno o no, y suelo compartir citas que por una u otra razón resonaron conmigo.

Me gusta lo que dice Virgnia Woolf en Las Olas:

I am like a log slipping smoothly over some waterfall. 
I am not a judge. I am not called upon to give my opinion.

miércoles, 14 de julio de 2021

La paz del mundo

Estudié en un colegio de curas y por eso el componente religioso siempre estuvo presente. En un año, ya no preciso cuál, nos toco de director un padre, un hombre alto, canoso y que, parecía, había llegado a una edad en la que ya no envejecía más, era una especie de Highlander.

Todas las mañanas leíamos un fragmento de la biblia que, creo, acompañábamos con un par de oraciones.

Para mí, como para la mayoría, era un trajín rutinario al que nos acostumbramos como si nada, pero un día, el director decidió añadirle una arandela a la rezada: De ahora en adelante, de acuerdo al orden de los pupitres, cada alumno tenía que hacer una petición.

Como era de esperarse, ninguno tenía idea qué pedir, pero a alguien, muy brillante, y una de las primeras personas que le tocó eso de la petición, dijo: “Por la paz del mundo”.

Todo ese año la dinámica fue la misma, una rutina más, hasta que llegaba el día en que a uno le tocaba hacer la petición.

Cuando ese era el caso, la persona en cuestión intentaba pedir consejo a los que estaban sentados cerca, pero a nadie, la verdad, le importaba lo de la petición, hasta que por fin alguien decía: “Pida por la paz del mundo”.

Nunca un grupo de personas pidió tantas veces por la paz del mundo en un mismo año.