martes, 17 de agosto de 2021

5 campanadas de muerte

El reloj cucú está desfasado en 8 minutos. A las 5:08 dio cinco campanadas que van tarde, buscando la horas que les pertenecen o a las que corresponden. No se sabe bien si ellas son dueñas de sonar cuando les de la gana o si dependen de que las horas las reclamen para cumplir con su tarea.

Dicho esto, al parecer el reloj las da porque así está construido su mecanismo: Para cantar las horas cada vez que se cumplen.

Así lo hará hasta que alguien le deje de dar cuerda o se estropee por sí solo.

El reloj astronómico de Praga, una especie de cucú gigante, lleva en esas desde el año 1410.

Los Cucú dan la hora, porque necesitamos saber si tenemos tiempo o no, ¿para qué? Imagino que para lo que sea que queramos hacer antes de que nos visite la muerte.

Queremos atesorar ese intangible de alguna manera. Por eso, una de nuestras frases favoritas, para sentirnos importantes, es poder decirle a alguien: "no tengo tiempo", aunque este se diluya y se nos escape sin que terminemos de comprender qué es, y sin saber si alguna vez lo hemos tenido o no.

Supongo que, de forma inconsciente, queremos saber cuándo vamos a morir, de ahí la obsesión con el tiempo.

Ese extraño deseo es un absurdo, porque usted o yo, estimado lector, podríamos dejar de existir justo después de que yo termine de escribir esta entrada.

Qué se yo, un paro fulminante al corazón siempre está a la vuelta de la esquina, en el instante siguiente, en la próxima campanada o escondido en un suspiro, porque algún engranaje dentro de nuestro organismo, como los de un reloj Cucú, puede fallar en cualquier momento.

Entonces dejamos de pedir o dar la hora para siempre, y de decir que no tenemos tiempo, pues el nuestro se acabó en la tierra.

¿Sigue ahí querido lector? Me alegra saberlo.

Un minuto de silencio por los que no alcanzaron a llegar al final de este post.

lunes, 16 de agosto de 2021

Recuerdo

Es una noche fría y Jorge Di Tulio alcanza a escuchar como la lluvia golpea el pavimento allá afuera, en la calle, un lugar que, atrincherado en su casa, parece remoto.

Decide preparar chocolate.

El momento más importante de la preparación es cuando tiene que echar la pastilla del producto en la olleta, pues no puede ser una entera, sino que siempre la parte para que el tamaño sea ¾ de la pastilla, pues le gusta que la bebida le quede clara.

Parte con éxito la pastilla. Hay veces en que lo hace mal y en un arrebato de rabia, producto de su torpeza manual, cambia de opinión y decide prepararse un té.

Prende el fogón de la estufa y decide quedarse mirando la olla, como hipnotizado por ella, pues sabe que no hay nada más traicionero que un chocolate a punto de hervir, y que solo basta con quitarle los ojos de encima un segundo para que la bebida se derrame.

Justo cuando empieza a subir la espuma es cuando le llega a la cabeza un recuerdo de N, pronunciando una frase con ese “vos” que tanto le fascinaba y convirtiendo en palabra aguda algún verbo.

La conoció por accidente en un viaje a Medellín, mientras hacía la fila de un supermercado para comprar una botella de agua.

De N, un examor, un exfuturo, para ser más precisos, no le queda más que el recuerdo.

Jorge juega con él por un rato, y se le aparecen otros, como esa noche que N. lo llevo de tour por diferentes bares de la ciudad, con el firme propósito de tomarse una cerveza en cada uno.

Terminaron su travesía en un Lounge, “un barsito de musiquita chill”, lo llamaba N. y allá fue donde Jorge la besó por primera vez, después no vendrían muchos más besos y por eso ese fue tan importante.

Al otro día, uno antes de devolverse a Argentina, otra vez se vio con ella, pero N. no quería que se le acercara.

Después del almuerzo fueron al Oviedo, y Jorge le dijo que le quería regalar un libro. Ya en la librería N. se moría por uno de Juan Gossain, y él nunca entendió qué era lo que le veía a ese libro. El tenía en mente una novela de Javier Marías, pero la dejo escoger el que ella quisiera.

Cuando Jorge le da el último sorbo a la bebida, el recuerdo de N. como la espuma del chocolate, se esfuma por completo.

viernes, 13 de agosto de 2021

Tarde

Es tarde.

Quedan 13 minutos para las 10 y a esa hora quiero ver un programa de televisión.

Pienso que no debería escribir porque lo que me va a salir es un escrito a las patadas, pues, como suele ocurrir, no tengo idea sobre qué escribir.

Imagino que debería dedicar más tiempo en planear los temas de este blog, pero si hay algo que me gusta de Almojábana es precisamente su crudeza, su falta de profesionalismo, en fin, llámelo como quiera estimado lector.

Puse el punto del párrafo anterior porque ya no sabía que más escribir en él, y hace unos segundos empecé este en la misma situación. Supongo que el paso a seguir es practicar escritura libre; escribir lo que se me venga a la cabeza sin ponerle atención al tema y escasamente a la puntuación, algo así como: “sorpréndeme subconsciente”.

Un ejercicio hasta peligroso, porque quién sabe qué tipo de traumas, filias y obsesiones se guardan en los callejones oscuros del cerebro.

Eso me recuerda que mi hermana siempre le tuvo fastidio a las pruebas psicológicas en las que le tocaba dibujar, y decía que siempre trataba de hacer dibujos complejos, con paisajes de fondo, para que el psicólogo se tuviera que esforzar analizando qué carajos pasaba por su cabeza.

¿Si ven? El cerebro me encarriló a ese tema quién sabe por qué, pero ya que a esa masa con surcos y pliegues le dio por tocarlo, recuerdo que hace unos meses presente una prueba por internet que nunca me habían puesto.

Consistía en 2 imágenes, en apariencia iguales, pero las condenadas tenían detallitos maricas: tamaño de la fuente, tonos de colores, alineación de las figuras, en fin, que las hacían diferentes, y si uno es bien lento para captar detalles sutiles, como es mi caso, pues perdía, porque solo se contaba con unos segundos para seleccionar una respuesta de opción múltiple.

La persona que me hizo la prueba me la explico a las patadas y me preguntó si la había entendido. Le dije que no.

Me la volvió a explicar y seguía sin entenderla, pero el tipo se mamó de explicarme o no tenía más tiempo, y me dijo que tranquilo que la iba a entender cuando me la pusiera. Entonces el condenado me la mando así no más.

“Ya puede empezar”, dijo.

Al principio fallé como 5 preguntas, hasta que le cogí el tiro, pero es que eran tan parecidas las berracas imágenes, que muchas no me preocupé en analizarlas sino que apliqué la metodología del Tin Marin

Al día siguiente me enviaron un email en el que me informaban que había quedado fuera del proceso.

jueves, 12 de agosto de 2021

¿Un beso?

Con A. Salí por tres meses. Fue una temporada en que nos conocimos el 70.3% de los restaurantes de la ciudad. Ir a comer era nuestro plan favorito, y como los lugares donde trabajábamos quedaban cerca, era fácil encontrarnos después del trabajo, para luego montarnos en un taxi y decidir, a último momento, a dónde íbamos a ir.

A. es cristiana, pero como me gustaba tanto no le vi problema a eso y seguimos saliendo.

Las cosas, lo que sea que signifique eso, al parecer iban bien, hasta que llegó la celebración del día del amor y la amistad. Esa noche, un sábado si no estoy mal, A. me pidió que la acompañara a comprar unos zapatos. Después de eso iríamos a comer.

En un momento, en el centro comercial, me acerqué a darle un beso, pero no me lo correspondió, mejor dicho, fue como si le hubiera dado un beso a un maniquí. Le pregunté que qué pasaba. Sonrió nerviosa y dijo que nada mirando al piso. Le volví a preguntar.

“Es que me siento obligada a corresponderte los besos”, dijo. Luego me dio a entender que su actitud tenía algo que ver con su religión. ´Le respondí que me aburría mendigar cariño.

Me emputé mucho, y le dije que mejor no hiciéramos nada, que la acompañaba a su casa y listo, pero me rogó que no, que igual fuéramos a comer, y yo, aún sabiendo que en las celebraciones del amor y la amistad siempre me va como un zapato, terminé aceptando.

Ya en el restaurante. ambos tratamos de que todo fuera normal, pero yo notaba que ella estaba incomoda y ella, seguro, notaba que lo mismo pasaba conmigo.

Al día siguiente me llamó para pedirme que nos viéramos, pero le dije que no que mejor entre semana, y a la siguiente decidimos dejar de vernos, pues no tenía sentido alguno continuar en ese plan.

miércoles, 11 de agosto de 2021

Papelitos de colores

Soy malo para manejar los Post it. A veces pego algunos en la parte inferior de la pantalla del computador, pero ahí se quedan por varios días, hasta que su pegamento comienza a fallar y se desprenden.

Cuando eso ocurre los leo, y recuerdo que ya hice la tarea que había anotado, o que la olvidé por completo; luego los boto a la caneca.

Mi hermana, que ya le toca home office por los siglos de los siglos, amén, tiene la pantalla repleta de esos papelitos. No sé si al iniciar cada jornada los despega o si le gusta verlos a cada momento, como una especie de recordatorio angustioso.

En redes sociales veo como muchas personas publican fotos de ventanas y paredes repletas de esos papelitos de colores. Imagino que algunos pretenden mostrar lo ocupados que se mantienen y la gran cantidad de tareas que tienen por ejecutar.

Siempre me pregunto si en verdad tendrán toda esa cantidad de tareas o más bien son personas con mala memoria y que necesitan anotarlo todo.

Hace unos años leí una novela, no recuerdo su título, de un matemático que ya era muy viejo y sufría de Alzheimer avanzado. El hombre solo recordaba los 12 minutos previos de su existencia.

Para solucionar su problema, el viejo ideó un sistema de notas que se grapaba en sus vestidos, así podía leer que tenía qué hacer, dónde estaban los objetos que necesitaba, o quiénes eran los que lo rodeaban, si pasaba mucho tiempo sin verlos.

Por otro lado, están los que quieren ser catalogados como personas altamente creativas, y su jornada de trabajo, parece, es una lluvia de ideas eterna. Personas que quieren ser reconocidas como altamente creativas o innovadoras, en fin.

Imagino que ambos tipos de personas ya cuentan con un sistema de papeles post it que dominan a la perfección, y cuentan con un código de colores para agrupar las tareas que deben ejecutar.

Ya les contaré si algún día encuentro el mío.

martes, 10 de agosto de 2021

Dinero y balas

Messi y el Papa.

Ambos son de carácter divino. El primero es, para muchos, un dios del fútbol. El segundo, el principal emisario de Dios en la tierra.

Ahora, la gran mayoría de noticias deportivas giran en torno a Messi, por su salida del Fútbol club Barcelona y su incorporación al Paris Saint Germain.

Lo critican, hablan y especulan, sobre él: Que debió haber hecho esto y no eso, que mejor se hubiera ido a Inglaterra, que sí, que no, en fin.

Yo no me preocupo en pensar qué debería hacer el jugador, pues prefiero dedicar el tiempo a pensar qué es lo que debo hacer yo, pues hay ratos en que no lo tengo muy claro.

¿Qué pensará el futbolista argentino? Imagino que no debe ser agradable estar en la mira y boca de tantas personas, y que todos estén más pendientes de su vida que la de ellos.

El titular de una noticia dice: “90 dólares por minuto: el modesto sueldo que ganará Messi en el PSG”. Quizá, lo único en lo que está pensando es en descifrar en qué va a gastar todo el dinero que va a recibir.

También leí que le iban a pagar 35 millones de euros por temporada. Intento hacer cuentas rápidas en mi cabeza para ver si es verdad eso de los 90 dólares, pero desisto de la idea porque no hay espacio en ella para tantos ceros.

Lo mejor es que Messi, como todos, haga lo que le dé la gana con la vida que le tocó.

Ahora hablemos del Papa, un personaje que no recibe tanta atención como el primero.

Por los lados del Vaticano, al parecer, las cosas no andan bien. Si Messi está a punto de recibir miles de millones, el Papa, en cambio, por problemas monetarios, recibió una carta que llevaba tres balas calibre 9 milímetros.

Los Carabineros italianos interceptaron el documento proveniente de Francia que, junto con la munición, contenía un mensaje relacionado con irregularidades financieras del Vaticano.

El nombre del remitente apenas era legible, pero se alcanzaba a distinguir que decía: “Papa-Ciudad del Vaticano, Piazza S. Pietro en Roma”.

Me pregunto si uno, de buenas a primeras, piensa “Le voy escribir al sumo pontífice”, y le envía un mensaje con un detallito, como las 3 balas, a la ligera, en fin.

Pienso en las cantidades, pues hay algo obsceno en ellas. Recibir un cheque por muchos millones, puede ser tan contundente como recibir tres balas en un sobre.

¿Acaso qué significan? ¿Una alusión al padre, al hijo y al espíritu santo?

Qué difícil ser Messi o el Papa.

lunes, 9 de agosto de 2021

"No es para comer"

Miro productos en un almacén que da a la calle. Es un día frío y el cielo está encapotado. las ramas de los árboles del sector se mueven de un lado al otro. “Viento de lluvia”, pienso.

Por encima del ruido del tráfico, escucho que alguien grita afuera.

Me dirijo hacia la ventana del local para averiguar qué ocurre. Los gritos son de un habitante de la calle, que alega con alguien. No sé si con algún transeúnte o algún personaje imaginario, que lo acompaña, o bien lo atormenta, en sus andares por las calles de la ciudad.

Me devuelvo a mirar los productos y el hombre se ubica justo enfrente del almacén.

“¡Señor!, ¡señor!, ¡señor!” grita ahora.

Yo soy ese señor al que está llamando con tanta insistencia. Me hago el loco, pero repite la palabra sin cansancio

“¡Señor!”

Cuando está a punto de desgañitarse volteo a mirarlo.

“Regáleme una monedita”, dice y su dentadura blanca contrasta con su cara sucia. Hago un gesto y le doy a entender que no tengo “moneditas”.

El hombre dice: “no es para comer, es para drogarme”, y luego suelta una carcajada. Su franqueza me desarma y no sé qué responderle.

Como no le digo nada, continúa su camino arrastrando los pies, y con un costal, al parecer, desocupado, que lleva al hombro.

Pasados unos segundos comienza a gritar de nuevo:

“¡Vengase!, ¡vengase!”, le dice a un perro que le ladra.

Cuando el dueño le llama la atención a su mascota. El hombre vuelve a reír y luego dice: “o si no vengase usted”.

Se para en actitud de pelea con los puños a la altura del mentón, pero ni el perro ni el dueño le hacen caso.

Luego da media vuelta y sigue su camino.