El lunes a eso de las 8 de la noche pensé en escribir algo acá, pero me dio pereza y pensé: “más tarde lo haré”, pero unas horas después la pereza todavía me habitaba o volvió a aparecer y tampoco lo hice.
Fue solo hasta las 11:30 p.m. cuando me iba a acostar que me dieron ganas de escribir algo, una columna que había masticado en la cabeza durante todo el día y que decidió manifestarse en ese preciso momento.
Comencé a escribirla, y cuando la terminé la leí y resultó ser un arrume de opiniones.
Como el tema me gustaba entre a un nivel más profundo de edición e introduje un personaje en el texto, alguien que expresara, a su estilo y en una especie de monologo interno, las ideas que había planteado antes.
Miré el reloj ahora marcaba las 11:50.
A pesar del cansancio, decidí seguir adelante con el escrito, porque si no quién sabe hasta cuando lo iba a aplazar.
Ubique al personaje, un tal Maldonado, en un bus, y lo puse a vomitar pensamientos mientras miraba por la ventana.
Fue un viaje de pocas cuadras unas 10, pero mientras lo acompañaba me dieron las 12:30 a.m.
Leí el texto una última vez, lo guardé y lo cerré, para que las palabras se terminaran de acomodar por si solas hasta el día siguiente.
Luego, cuando me acosté, pensé un rato en como mejorarlo, y luego en otros asuntos que no paraban de llegar a mi cabeza.
No sé hasta que horas estuve rumiando una idea tras otra, pero me guardé las ganas de coger el celular para mirar qué horas eran y el reloj cucú no dio indicios de vida— Al otro día me enteré que se había parado, cosa que a veces ocurre cuando se abre la ventana de la sala y una ráfaga de viento detiene la palanca que le da vida a las horas—.
El martes estuve luchando con otro texto y olvidé por completo escribir en Almojábana.
Hoy retomo el ritmo pues, como ya saben, no escribir puede tener efectos secundarios, no solo en mi vida sino en la de todos.
Disculpen las molestias que les haya podido causar por mi falta de compromiso.
miércoles, 22 de septiembre de 2021
jueves, 16 de septiembre de 2021
Positivo y negativo
Me gusta cuando un texto hace sentir bien a las personas. Nada mejor que cuando uno siente que un escrito, sin tener cara de ponqué, entra directo al torrente sanguíneo, dando una sensación de bienestar y calma.
Eso me ocurre, por ejemplo, con el texto “No estoy” de Pedro Mairal, que me encontré de chiripazo en una revista médica, en la sala de espera de un consultorio. Ese día cometí el grave error de no llevar un libro conmigo.
Cada cierto tiempo lo leo para sentirme bien. Les dejo uno de los apartes que más me gusta:
Eso me ocurre, por ejemplo, con el texto “No estoy” de Pedro Mairal, que me encontré de chiripazo en una revista médica, en la sala de espera de un consultorio. Ese día cometí el grave error de no llevar un libro conmigo.
Cada cierto tiempo lo leo para sentirme bien. Les dejo uno de los apartes que más me gusta:
“Escribir me ayuda a estar, a estar bien, pero bien
significa presente, estar bien ahí, bien plantado, estar muy,
estar plus, estar más, hiper estar. Bienestar. Escribir me ayuda
a estar acá, a ubicarme en el tiempo: ni desfasado hacia atrás
pensando en lo que fue o lo que pudo haber sido, ni
inclinado hacia adelante ansiando lo que vendrá en un mañana mejor.”
- No estoy –
Pienso que esos textos de los que hablo vienen en formato historia, y cuentan con el equilibrio perfecto de humor, positivismo y descripción.
Hoy escribí algo, y cuando lo estaba editando caí en cuenta de que tenía una frase en negativo, es decir un no atravesado como en la mitad, que quizá podía hacer que el lector pensara que había cometido un error.
Insisto que una buena pieza escritas no no debe ser una oda la felicidad; el caso es que yo quería que para ese aparte del texto la frase fuera positiva.
Leí el párrafo diez veces y no di con la solución de lenguaje. A veces pasa eso. Uno lee, lee y lee algo, y las palabras que uno busca son resbaladizas y no se dejan agarrar.
Apliqué el método que consiste en alejarse del escrito por un rato, abrí un documento de Word y escribí el primer párrafo de un cuento.
Pasados 15 minutos volví al texto en el que estaba trabajando, lo leí otra vez y no se me ocurrió nada.
Le expuse mi dilema a unos amigos y me dieron un par de soluciones, como plantarlo en modo pregunta.
Les di las gracias, edite el texto, lo guarde y cerré el documento. Hay veces que lo mejor es hacer eso. Se me ocurre pensar que las palabras después de escritas necesitan ajustarse al nuevo texto del que hacen parte, y para eso necesitan su tiempo y espacio.
Espero que mañana suenen como, imagino, deben sonar.
miércoles, 15 de septiembre de 2021
Comprar una dona
Salgo a comprar unos medicamentos.
De camino de vuelta de la droguería, un Dunkin Donuts se me cruza en el camino y decido, en una fracción de segundo, comprarme una Dona de Choco-maní, la que más me gusta, porque las que tienen relleno de arequipe, mora o crema chantillí me parecen muy empalagosas.
Apenas voy a entrar al local un niño pequeño, de unos 5 años, con un tubo de cartón en una mano está engarzado en una pelea con un ser imaginario. Me desvió un poco para no intervenir en el altercado, ganarme un tubazo de cartón o enfurecer al monstruo que los adultos no vemos, pero que seguro anda por ahí.
Apenas entro al local hago fila detrás de la mujer que va con el niño, que no es la mamá, sino su cuidadora, ustedes saben, esas mujeres que por lo general llevan uniformes como de enfermera y saquitos abiertos de color azul oscuro.
La mujer esta eligiendo lo sabores de seis donas. El niño se da cuenta de eso e ingresa al local para decirle que él quiere una de mora. La mujer dice “Ahh no, vamos a llevar todas del mismo sabor, o si no ustedes se ponen a pelear allá”.
Parece que el niño sopesa por un instante la decisión salomónica de la mujer; al final la acepta y deja que compré todas las donas de un mismo sabor: Choco-fiesta, que es muy parecida a la dona que me gusta a mí, pero que en vez de maní lleva trocitos de azúcar de diferentes colores.
El ustedes, supongo, hace referencia a los hermanos del niño, a menos que la señora se esté refiriendo a la bestia imaginaria a la que se estaba enfrentando el niño, que no sabemos si fue derrotada o huyó.
En medio de mis pensamientos un grupo de oficinistas, 3 hombres y una mujer, llegan a hacer fila. Uno de ellos, de barba poblada, le dice a sus amigos: “Vean, lo que pasa es que yo no creo en la fidelidad, creo en la lealtad.”
Nadie responde nada y la frase se la traga el aire del lugar.
Puede ser que el hombre en cuestión de relaciones, como el niño que quería una dona diferente, no prefiera un único sabor, sino que quiere probar uno distinto a cada rato.
Puede ser eso, pero no lo podemos afirmar, porque es imposible conocer a alguien en su totalidad.
martes, 14 de septiembre de 2021
Nariz, boca y ojos
11:01 p.m.
Ya debería estar dormido, para que no me cueste tanto levantarme mañana.
El caso es que tenía una deuda con la vida, pues si uno no hace lo que le gusta se queda debiendo y ¿cuándo se lo cobra? De pronto, solo de pronto, en la siguiente reencarnación si es que eso existe y las vidas que uno vive se conectan de alguna manera, y existe la posibilidad de saldar cuentas de vidas pasadas.
De no ser así, debemos aprovechar cobrar todo en esta vida única tan corta, fugaz, efímera, que nos tocó. Detenernos, observar bien y cobrar, de eso, creo se trata en gran parte todo esto de la vida, que a veces resulta tan extraño.
Les decía que le debía a la vida, a la mía por lo menos, escribir algo hoy. A eso de las 8 intenté hacerlo, pero no me salió nada, o bueno si escribí algo, pero lo borré porque me pareció un escrito flojo.
Quizá no debí hacerlo, y dejar reposar lo que había escrito, que madurará como un pernil de jamón serrano a ver si mañana o la siguiente semana me sabía mejor.
Eso es lo que estoy haciendo con un dibujo que comencé ayer. Es una foto de una mujer, una pin-up girl, y alcancé a dibujar su nariz, boca y ojos. La mujer lleva un corset y pestañas, al parecer, postizas.
No continué el dibujo porque, como el escrito de las 8:00 p.m., me pareció flojo, pero si lo dejé reposando.
lunes, 13 de septiembre de 2021
Canas y calvicie
Hace unos días me vi con A, un amigo, y me preguntó: oiga, ¿se está quedando calvo?”.
No me había fijado, pero las entradas en mi cabeza han ganado territorio, o bien protagonismo.
No sé si me vaya a quedar calvo, puede que sí, pero es algo que no me preocupa mucho en este momento.
Tal vez para mi amigo, que tiene bastante pelo, esa es una idea que le aterra, en fin.
Recuerdo que en la universidad Oscar, un amigo de un par de semestres más abajo, comenzó a quedarse Calvo, poco después de cumplir los 20 años. Hace un tiempo caí en su perfil de Facebook y en todas sus fotos lucía su calvicie sin problema.
Hoy, después del Almuerzo, y como hacía sol, decidí salir a caminar un poco,
Fui hasta un parque que queda a pocas cuadras, le di una vuelta y me devolví.
Cuando iba llegando al edificio Cecilia, una señora de un piso arriba del mío, iba saliendo con la hija con la que vive que, imagino, debe estar cerca de los 50 años.
Ella, la hija, que no tengo idea de como se llama, y con quien, si acaso, cruzo el saludo y otras frases zonzas de conversación, tiene el pelo completamente blanco.
Es la primera vez que la veo así. El contraste de su pelo con el saco negro que llevaba, llamaba la atención.
No sé si alguna vez llegó a utilizar tinturas para el pelo. De pronto sí, hasta que llegó un momento en el que se cansó de pintarse el pelo y decidió aceptar sus canas sin echarle tanta tiza al asunto.
Creo que esa es una sabía decisión para los cambios físicos que no tienen reversa, es decir, no resistirse a ellos y aceptarlos, incluso con honor.
sábado, 11 de septiembre de 2021
"Lo tenían merecido"
Recuerdo que hace 20 años tenía clase de 9.
Cuando llegué a la universidad, en el edificio de comunicación, las personas miraban con atención los televisores que estaban en la cafetería.
Me quedé un rato y ahí vi por primera vez la toma del segundo avión que impactó las Torres Gemelas.
Luego vendrían las imágenes de las personas que eligieron saltar para no morir quemadas.
No sé que sentí en ese momento. Supongo que no se le podía llamar miedo porque era algo que ocurría a miles de kilómetros de donde yo estaba, y estaba claro que el ataque estaba dirigido contra los gringos.
No iban a acabar con ellos, pero atacar con éxito su principal centro militar y el financiero fue, creo, un golpe directo a la psiquis del mundo entero.
¿Desesperanza entonces? Sí, tal vez sentí eso, mezclada con algo de tristeza por ver lo retorcidos que podemos ser, en fin.
Me quedé un rato más hasta que decidí ir a clase. Supongo que eso también me parecía extraño, es decir, el hecho de que uno pueda seguir su vida como si nada, mientras en otro rincón del mundo las personas sufren y mueren.
Cuando llegué a clase, me encontré a Diana, una amiga de ese entonces. “¿Viste lo qué paso?, le pregunté”. “!Claro!”, respondió con un tono sobrado y luego con un gesto lleno de maldad dijo: "los gringos lo tenían merecido."
La miré en silencio. Me pregunto si los que saltaban al vacío hacían parte de los “gringos” a los que se refería.
No respondí nada.
Al rato concluyó: “Dicen que murieron más personas que en el ataque a Pearl Harbor.
jueves, 9 de septiembre de 2021
Fernanda
Hoy algo disparo un recuerdo de Fernanda, una amiga.
No sé bien en que momento comenzamos a hacer planes juntos. Tal vez fue por aquella época en la que todos nuestros amigos andaban emparejados, menos nosotros dos, y por eso, supongo, coincidimos en ese momento de la vida.
En algún momento nos prometimos que si llegada cierta edad seguíamos solteros, nos teníamos que cuadrar sí o sí. La edad llegó, pero la promesa quedo inconclusa, pues Fernanda ahora vive en otro país. Igual, no creo que lo hubiéramos hecho.
Recuerdo que cuando estaba en búsqueda de una relación, se metió con J. Coincidieron en una salida y luego las repitieron. Fernanda parecía quererlo, pero J. era más bien frío, o tal vez la palabra deba ser desinteresado.
El caso es que quedó embarazada de él y no dudo ni un segundo en que debía abortar. Creo que fui una de las pocas personas a las que lo contó todo lo que pasó. A simple vista parecía no afectarle, pero imagino que no fue así, que fue una decisión que luego la obligaría a confrontarse.
No tengo idea que habrá pensado J. Tengo entendido que al principio estuvo pendiente y luego se desentendió por completo de ella, de todo.
Luego de J. Fernanda conoció a S, un economista. Enigmático es, para mí, la palabra que mejor lo describía. Algún par de veces intenté conversar con él, pero nunca logré sacarle más que un par de palabras y sonrisas que, a mi parecer, no eran del todo sinceras. S. siempre andaba como inmerso en su mundo, y no dejaba que nadie entrara en él porque seguro ninguno lo entendería.
Fernanda me contaba que S. era brillante, casi un genio y que ya estaba estudiando la posibilidad de hacer un doctorado de matemáticas en Francia.
Nunca seguí de cerca su relación, pero de un momento a otro se acabó.
Al poco tiempo, el papá de Fernanda tuvo un problema legal que lo obligó a irse a Alemania, junto con su familia, en cuestión de semanas.
Hace unos años Fernanda estuvo de visita por pocos días y me llamo para que nos viéramos. Fuimos a un pub, y hablamos hasta la madrugada recordando viejos tiempos; una época en la que la vida parecía sencilla.
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