lunes, 11 de octubre de 2021

"Ohh Mamá"

La mayoría de recuerdos del tiempo que pasé en el hospital, debido al accidente que me dejó el amable recordatorio, son brumosos, sin embargo hay ciertas episodios que recuerdo con claridad.

En las mañanas tenía terapia física y hacia el mediodía me subían a la habitación para darme el almuerzo.

Imagino que los ejercicios que hacía no eran nada del otro mundo, pero terminaba agotado, y luego de la terapia único que quería hacer era dormir.

Mi mamá no me dejaba y me obligaba a almorzar todo antes de recostarme en la cama. Cuando por fin podía hacerlo, apenas ponía la cabeza en la almohada caía en un sueño profundo.

Siempre me despertaba entre cinco y media y 6 de la tarde cuando, creo, mi madre ya no estaba, aunque lo más seguro es que ella me despertara para despedirse.

En los primeros días, como no tenía gafas ni lentes de contacto, y el televisor estaba empotrado en una pared lejana, me quedaba mirando pal techo hasta que me trajeran la comida.

Luego, cuando una enfermera recogía la bandeja y apagaba la luz, me quedaba mirando pal techo. Me pregunto que habré pensado todas esas noches si reflexioné mucho en lo que me había pasado o simplemente dejé que el tiempo me pasara por encima.

Horas más tarde cuando por fin decidía dormirme, cerraba los ojos, pero al rato volvía a mi dinámica de mirar pal techo, pues como había dormido toda la tarde no tenía rastros de sueño.

Cuando por fin tenía sueño de nuevo, en la madrugada, supongo, cerraba los ojos, pero a esa hora un enfermo de otro cuarto se ponía llamar a la mamá, y gritaba “¡Ohh Mamá!” “Ohh Mamá” y entonces sus gritos no me dejaban dormir por y quién sabe a qué horas conseguía hacerlo.

miércoles, 6 de octubre de 2021

Mafia Rusa

En estos tiempos es fácil que a uno lo salpique cualquier lío, si no pregúntenle a todos los que están involucrados con el escándalo de los Pandora papers.

Va uno ahí por la vida, dizque tranquilo, y de repente algo que se hizo o se dejó de hacer se nos estrella contra las narices.

Hoy recibí un email con el siguiente encabezado junto con un link para conectarme a una reunión:

мотивация сотрудников и геймификация корпоративного
бучения — ненужное развлечение или необходимость?

Me inclino a pensar que está en ruso. ¿Qué me preguntan? ¿Acaso es una amenaza, en tono irónico, a modo de pregunta retórica?

El texto viene acompañado de una imagen de verduras frescas de color verde, rojo y granos de arroz esparcidos de forma aleatoria, junto con un cuchillo. Imagino que lo que intentan decirme con ella es que me van a hacer picadillo, si no cumplo con:

удовольствием ответим на ваши вопросы!

Esa es la única frase que lleva un signo de admiración y qué, imagino, es una parte importante de la amenaza, algo así como: “¡tenga cuidado, se lo advertimos!

Pero ya ven, se preocupa uno de no tener líos con la DIAN y de repente, hay un mensaje de la mafia rusa en la bandeja de entrada.

Me gustaría poder escribir en mis redes sociales el típico mensaje de: “Responsabilizo a fulano de tal por lo que me pueda pasar”, pero no tengo idea a quién puedo responsabilizar. El único contacto que he tenido con ese país, es la esposa de un amigo de un amigo con la que alguna vez tomamos cerveza.

Si no vuelvo a escribir en este espacio ya saben qué fue lo que me pasó.

martes, 5 de octubre de 2021

Sala de espera

Espero.

¿Qué otra cosa se puede hacer en una sala de espera?, bueno sí, también leo. Está bien, espero leyendo, en fin.

Casi todas las sillas del lugar están ocupadas, y hay una libre entre cada esperador, pero la distancia entre las personas no son los 2 metros reglamentarios de los que nos han hablado desde que comenzó la pandemia.

De no ser por un televisor que está a todo volumen, la sala estaría en total silencio. Los que no le ponen atención al presentador de un noticiero, que solo habla de tragedias y noticias negativas, tienen clavada su mirada en la pantalla del celular.

Una mujer que acaba de llegar a la sala le habla fuerte a la recepcionista, y luego de que esta le responde algo, concluye con rabia “No me hable de mala gana”

“Yo no le estoy hablando así”, responde la primera
“Si lo está haciendo”, insiste la mujer.

Mientras camina para sentarse en la fila enfrente de mí, miro sus ojos y no son la ventana del alma sino de la rabia, o eso me parece.

A lo lejos escuchó el sonido de cubiertos y loza de una cafetería. Me dan ganas de tomarme un café, pero lo más seguro es que me llamen si decido ir a comprarlo.

Continuo con mi lectura y al rato es interrumpida por una mujer con tacones que camina pisando fuerte el piso de mármol. Parece que intentara decir: “Vean acá llegué yo”, con sus pisadas,

Se anuncia con la recepcionista que, recordemos, se supone habla de mala gana, y esta le dice que por favor espere en la sala.

La mujer debe estar estrenando zapatos o le gusta el ruido que producen los tacones con el piso, pues decide caminar de un lado al otro sin parar.

Mientras tanto leo y espero o espero y Leo.

martes, 28 de septiembre de 2021

Orishas

Entro al edificio de consultorios y camino derecho hacia los ascensores. La mujer de la recepción me detiene con una pregunta: ¿Señor, para dónde va?”

Me acerco a su garita de cristal.

“Voy al 302 a terapia física”.

Abre un libro, lo que parece una minuta, toma un esfero azul que no lleva tapa y me pregunta mi número de cédula. Se lo dicto y cuando me voy a ir, sus palabras me detienen de nuevo: “¿Cuál es su nombre?”

“Juan Rodríguez”.

Hace la anotación con una letra redonda y veo que arriba de mi nombre, ya hay bastantes anotados.

Me pregunto para qué les sirve esa información y que hacen con esos libros al final del año o cuando se les acaban. De pronto, pienso, los echan en una hoguera y danzan alrededor de ella, qué sé yo.

Media hora más tarde estoy recostado en una camilla, y Alejandra, la fisioterapeuta, me pone electricidad en el músculo abductor de la pierna izquierda que, según ella está recogido.

Es une mujer parlanchina y en un momento dice: “Hoy le tengo música más suave”, y luego ríe. Dice eso porque la emisora que tiene sintonizada es de baladas y en una sesión anterior me recibió con salsa sexual, ya saben: Devórame otra vez y ese tipo de canciones.

Sonrío (no sirve de nada porque llevo tapabocas) y le digo que no hay problema. Apenas me conecta el aparato de la electricidad abandona el cubículo.

Me pongo a mirar el techo y a pensar en un cuento que quiero escribir y que está trabado en la punta de mis dedos.

En medio de mi divagación suena El kilo de Orishas.

La canción me transporta a una noche fría en el Parkway. Caminábamos con M. cogidos de la mano por un camino con árboles a lado y lado. Nos dirigíamos hacia un bar en el que luego nos tomamos unas cervezas y hablamos mucho: de nuestros pasados, presentes y sobre todo de nuestros futuros o lo que esperábamos de ellos.

Antes habíamos estado en su casa. Allí fue donde escuché por primera vez ese grupo, y me gustó mucho.

Ahora cada vez que suena, la recuerdo.

Años después estuve a punto de verlos en vivo. Me hubiera gustado ir con ella a ese concierto.

Estaba a un metro de la tarima y los Orishas decidieron comenzar su presentación a la 1 de la mañana. Al final no los pude ver porque el ambiente estaba muy pesado, había más humo de cigarrillo que aire, una amiga se desmayó y la tuvimos que sacar del teatro.

"Recordando los tiempos de antaño
Solo puedo quitarme el sombrero"
- El kilo -

lunes, 27 de septiembre de 2021

De levantarse temprano y otras cosas

Me levanto tarde producto de mi torpeza, pues ayer, justo antes de acostarme, configuré una alarma en el celular, pero no la activé.

Me ducho, me preparo un café y evito caer en la tónica de la auto-recriminación, ustedes saben: pensar que si no se madruga se pierde el día, que soy un vago, etc. “No es el fin del mundo”, pienso, y me escudo con esa frase.

Imagino por un rato eso, es decir, el fin del mundo, de todo, y me tranquiliza pensar que si uno supiera que está ocurriendo, no desperdiciaría el tiempo que queda trabajando, en fin.

Me siento a trabajar y, parece, entro en ese estado que los psicólogos llaman flujo o Flow, para que suene más internacional.

Hay momentos en los que intento distraerme, pero las ideas que salen de mi cabeza con facilidad, no me permiten abandonar el flujo, o el estado que sea en el que me encuentro inmerso. Vuelvo a él como si nada.

Trabajo toda la mañana sin parar, como si fuera una máquina, o bien, como si supiera que el fin del mundo va a llegar en las próximas horas.

En la tarde, después de almuerzo, salgo a comprar el pan y de regreso me siento en la banca de un parque.

Me distraigo mirando unas palomas que caminan cerca, picoteando el piso de forma terca.

Ahí, pienso, en esa determinación de la paloma que picotea el piso en busca de migajas o sobras de comida, se encuentra el significado de la vida.

“¿En que pensarán?, me pregunto. Siempre las he creído algo esquizofrénicas por la forma en que caminan y mueven la cabeza de un lado para el otro. Quizás ellas piensan lo mismo de nosotros, esos seres extraños que también caminan raro y que nunca dejan de fastidiarlas.

Ahí, sentado, espero un rato a ver si el fin del mundo va a llegar, pero no ocurre nada.

El resto del día, gracias al flujo de la mañana, lo trabajo a media marcha.

Levantarse temprano está sobrevalorado.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Lunes y martes

El lunes a eso de las 8 de la noche pensé en escribir algo acá, pero me dio pereza y pensé: “más tarde lo haré”, pero unas horas después la pereza todavía me habitaba o volvió a aparecer y tampoco lo hice.

Fue solo hasta las 11:30 p.m. cuando me iba a acostar que me dieron ganas de escribir algo, una columna que había masticado en la cabeza durante todo el día y que decidió manifestarse en ese preciso momento.

Comencé a escribirla, y cuando la terminé la leí y resultó ser un arrume de opiniones.

Como el tema me gustaba entre a un nivel más profundo de edición e introduje un personaje en el texto, alguien que expresara, a su estilo y en una especie de monologo interno, las ideas que había planteado antes.

Miré el reloj ahora marcaba las 11:50.

A pesar del cansancio, decidí seguir adelante con el escrito, porque si no quién sabe hasta cuando lo iba a aplazar.

Ubique al personaje, un tal Maldonado, en un bus, y lo puse a vomitar pensamientos mientras miraba por la ventana.

Fue un viaje de pocas cuadras unas 10, pero mientras lo acompañaba me dieron las 12:30 a.m.

Leí el texto una última vez, lo guardé y lo cerré, para que las palabras se terminaran de acomodar por si solas hasta el día siguiente.

Luego, cuando me acosté, pensé un rato en como mejorarlo, y luego en otros asuntos que no paraban de llegar a mi cabeza.

No sé hasta que horas estuve rumiando una idea tras otra, pero me guardé las ganas de coger el celular para mirar qué horas eran y el reloj cucú no dio indicios de vida— Al otro día me enteré que se había parado, cosa que a veces ocurre cuando se abre la ventana de la sala y una ráfaga de viento detiene  la palanca que le da vida a las horas—.

El martes estuve luchando con otro texto y olvidé por completo escribir en Almojábana.

Hoy retomo el ritmo pues, como ya saben, no escribir puede tener efectos secundarios, no solo en mi vida sino en la de todos.

Disculpen las molestias que les haya podido causar por mi falta de compromiso.

jueves, 16 de septiembre de 2021

Positivo y negativo

Me gusta cuando un texto hace sentir bien a las personas. Nada mejor que cuando uno siente que un escrito, sin tener cara de ponqué, entra directo al torrente sanguíneo, dando una sensación de bienestar y calma.

Eso me ocurre, por ejemplo, con el texto “No estoy” de Pedro Mairal, que me encontré de chiripazo en una revista médica, en la sala de espera de un consultorio.  Ese día cometí el grave error de no llevar un libro conmigo.

Cada cierto tiempo lo leo para sentirme bien. Les dejo uno de los apartes que más me gusta:

“Escribir me ayuda a estar, a estar bien, pero bien
significa presente, estar bien ahí, bien plantado, estar muy,
estar plus, estar más, hiper estar. Bienestar. Escribir me ayuda
a estar acá, a ubicarme en el tiempo: ni desfasado hacia atrás
pensando en lo que fue o lo que pudo haber sido, ni
inclinado hacia adelante ansiando lo que vendrá en un mañana mejor.”
- No estoy –

Pienso que esos textos de los que hablo vienen en formato historia, y cuentan con el equilibrio perfecto de humor, positivismo y descripción.

Hoy escribí algo, y cuando lo estaba editando caí en cuenta de que tenía una frase en negativo, es decir un no atravesado como en la mitad, que quizá podía hacer que el lector pensara que había cometido un error.

Insisto que una buena pieza escritas no no debe ser una oda la felicidad; el caso es que yo quería que para ese aparte del texto la frase fuera positiva.

Leí el párrafo diez veces y no di con la solución de lenguaje. A veces pasa eso. Uno lee, lee y lee algo, y las palabras que uno busca son resbaladizas y no se dejan agarrar.

Apliqué el método que consiste en alejarse del escrito por un rato, abrí un documento de Word y escribí el primer párrafo de un cuento.

Pasados 15 minutos volví al texto en el que estaba trabajando, lo leí otra vez y no se me ocurrió nada.

Le expuse mi dilema a unos amigos y me dieron un par de soluciones, como plantarlo en modo pregunta.

Les di las gracias, edite el texto, lo guarde y cerré el documento. Hay veces que lo mejor es hacer eso. Se me ocurre pensar que las palabras después de escritas necesitan ajustarse al nuevo texto del que hacen parte, y para eso necesitan su tiempo y espacio.

Espero que mañana suenen como, imagino, deben sonar.