martes, 26 de octubre de 2021

Ritmo circadiano

Circadiano: “Concerniente o relativo a un periodo de aproximadamente 
24 horas. Se aplica especialmente a ciertos fenómenos biológicos que ocurren
rítmicamente alrededor de la misma hora, como la sucesión de la vigilia y el sueño."

Ritmo circadiano. Me gusta como suenan esas palabras. Si uno se concentra un poco en ellas, llegan a evocar diferentes sensaciones.

El punto es que mi ritmo circadiano es un desastre.

En los últimos días me he despertado entre la 1 y las 3 de la mañana y quedo como un bombillo. El sueño se me esfuma de inmediato.

Lo único bueno, creo, de esto, es que la transición del sueño a la vigilia ha sido limpia; algo que siempre he visto como un evento traumático.

Pues bien, me despierto a las 2:16 a.m. (Me gusta saber con la hora exacta. Imagino que la cifra encierra una verdad de vida que aún estoy por descubrir)

Lo distinto del día de hoy fue que me desperté con antojos de un pocillo de tinto.

“Pero hombre, ¿va a tomar tinto en plena madrugada? ¿No se supone que su ritmo circadiano está hecho trizas?”, pareció preguntarme mi cerebro.

“Sí, cierto—le respondí— Es usted muy prudente, gracias”. Acto seguido acomodé las almohadas, me arropé de nuevo con las cobijas, pero las ganas de tinto seguían ahí intactas y al alza.

“lo siento”, pensé dirigiéndome hacia mi cerebro y mi ritmo circadiano, me puse de pie y fui a la cocina a prepararme el tinto.

Allá, todos mis movimientos producían sonidos que parecían amplificarse bajo el silencio de la madrugada.

Busqué mi pocillo, que estaba enterrado en el lavaplatos y extraerlo fue como remover los escombros de una demolición. Pido disculpas si desperté a alguien como semejante escándalo.

De vuelta en el cuarto, decidí acompañar la bebida con unas galletas de chocolate amargo y esa, creo, ha sido una de las decisiones más acertadas de mi vida.

Ahora son las 2:59 a.m. Escucho cómo cae la lluvia afuera y estimo que me quedan dos sorbos de tinto.

Mi ritmo circadiano se fue al carajo, no tengo ni una pizca de sueño, pero siento una gran paz en estos momentos.

lunes, 25 de octubre de 2021

Paula Daconte

Cuando Paula Daconte se enfrenta a un problema desconocido tiende a entrar en modo parálisis y se angustia más de la cuenta, aunque resulta imposible saber si los niveles de preocupación que alcanza una persona ante cualquier situación que experimenta son justificables o no.

Ya sabemos que, y parafraseando el dicho: el caos para el insecto es la felicidad para la araña, en fin.

Cuando era pequeña y algo la asustaba, acudía a su madre, que siempre, como todas las de este mundo e imagino que las de otros, sabía qué hacer o qué decirle para tranquilizarla.

Años más tarde cuando consiguió un trabajo en la capital y experimentaba otra desazón de la vida, pero ya sola en su apartamento, se preparaba una bebida caliente, apagaba las luces de la sala, se envolvía en una manta.  Cuando ya no sabía que más pensar, se decidía a llamarla por teléfono.

Así fue hasta que se aburrió de hacerlo porque sintió que el efecto placebo no era el mismo que cuando veía como las palabras salían de su boca.

Ahora, cada vez que experimenta un nuevo achaque emocional, Daconte toma otra postura.

Con su madre ya muerta hace 5 años, lo que hace Daconte es imaginarse sola en el mundo, es decir, piensa que no tiene a quien acudir para pedirle un consejo.

Le gusta pensar que a este mundo venimos solos, lo transitamos solos, así vivamos rodeados de personas, y que, claro está, lo abandonamos solos.

Esa postura le permite analizar los problemas con cabeza fría, verlos desde otra perspectiva, una menos pasional.

Sí, habrán lágrimas y también angustia, pero se ha dado cuenta qué esa la mejor manera de enfrentarse a la vida.

sábado, 23 de octubre de 2021

La cabeza

Atravieso un episodio de cefalea en racimos en el que los dolores de cabeza van y vienen. Hay veces que no aparecen durante varios días, hasta que, de repente, uno intenso hace presencia y me tumba de nuevo en la cama.

Por eso he estado ausente en este espacio y también porque en los valles de tranquilidad mental, he escrito otras cosas.

Las crisis empiezan como una ligera molestia que va escalando, como una de esas sinfonías que comienzan con las suaves notas de unos clarinetes, hasta que llega el clímax de la pieza, en el que todos los instrumentos de la orquesta suenan al mismo tiempo.

Tomo pastillas, me pongo toallas mojadas en el costado izquierdo, me lo masajeo, y maldigo por un buen rato. Si me quedo mucho tiempo quieto me desespero, así que a veces me pongo a caminar de un lado a otro del apartamento como si mi vida dependiera de ello.

Cuando ya no le encuentro sentido a estar en movimiento me vuelvo a recostar hasta que el dolor desparece tan rápido como llego.

En ese último tramo del dolor, la cabeza funciona de forma extraña y comienza a disparar todo tipo de ideas que, en apariencia, no tienen nada que ver las unas con las otras, pero no sé si es por todo el medicamento que circula por mis venas o qué, mi cerebro comienza a ver puntos en común entre ellas.

En ese punto, y si me animo, tomo el celular y comienzo a anotar todos los disparates que la cabeza me dicta, ideas que, pienso, no se me ocurrirían si no tuviera el dolor.

A veces, si el flujo no para, alcanzo a redactar borradores completos en la app de notas del celular.

El delirio como fuerza creativa.

martes, 19 de octubre de 2021

Escribir de verdad

“¿En qué momento comenzaron a escribir de verdad y publicaron su primer libro?”, pregunta una mujer en una red social. Varios respondes a su llamado tribal y dicen: a tal edad, a esta otra, a mis veintitantos, cuando no sé qué...

Me hago la misma pregunta, no porque quiera comentar la publicación, sino que esta hace que me pregunte si “escribo de verdad”, o lo que sea que eso signifique, pues hasta el momento no he publicado ningún libro; por lo menos no solo.

Imagino que todo el tema tiene que ver con los títulos, con poder gritarle al mundo entero “soy esto o lo otro, porque mira lo que he conseguido”.

No entiendo bien ese afán de tener que catalogarse de cierta manera, para poder ser algo.

Me parece que esto tiene que ver con algo que dice Millás en su diario novelado La Vida a Ratos:

“Si no conquistáis la ingenuidad, tampoco lograréis
escribir bien. “Mis alumnos por lo general no
quieren escribir bien, quieren ser escritores.”

Anne Lamott también toca el tema en su libro Bird by Bird:

I just try to warn people who hope to get published that publication
is not all that it is cracked up to be. But writing is. Writing has so
much to give, so much to teach, so many surprises. That thing
you had to force yourself to do—the actual act of writing—turns
out to be the best part. It’s like discovering that while you thought
you needed the tea ceremony for caffeine, what you really needed was the tea ceremony.
 
if what you have in mind is fame and fortune, publication is
going to drive you crazy.

Dicho esto, imagino que debo escribir de mentiras. 
Disculpen ustedes.

Lo seguiré haciendo.


sábado, 16 de octubre de 2021

Idealizar

Los seguidores de este blog —solo un decir, de pronto no lo sigue nadie, cosa que no me preocupa mucho, pues siempre he pensado que escribir tiene algo de  egoísta, es decir, se escribe primero para uno, y puede que, con algo de suerte, eso que se escribe le guste a alguien más. Como dice Zableh:” Lo único que tengo que hacer por el resto de mi vida es escribir sin parar así no me publiquen, aunque nadie me lea. O como dice Leila Guerrero en uno de sus artículos citando a Enrique Lihn “porque escribí porque escribí estoy vivo” —deben saber que mi escritor favorito es Juan José Millás.

Hace uno días di con una nota de prensa peculiar sobre él: un chat que sostuvo con sus fans cuando lanzó su novela Dos Mujeres en Praga. Sus seguidores, su fanaticada, digamos, le iba haciendo preguntas que el escritor iba respondiendo, pero muchas veces lo hacia con un tono burlón que rayaba en lo grosero.

Siempre he pensado que Millás es un tipo agradable, con el que sería bueno sentarse a tomar café y hablar sobre libros, la vida y la literatura, pero quizá no, quizá es un tarado mala clase, y le tiene fastidio a sus seguidores.

Dicho esto, no lo voy a dejar de leer por eso. Creo que esa es una tarea que debemos hacer los lectores, es decir, aprender a diferenciar las obras de sus autores, y que la calidad literaria no tiene nada que ver con su personalidad. 

Quizá, como leí hace poco, de pronto lo mejor es no conocer a los ídolos para que nunca pierdan esa aura especial que les conferimos.

miércoles, 13 de octubre de 2021

Los dioses del desayuno

Debo trabajar un guion con un publicista y me cita a las 8 de la mañana.

Me levanto justo sobre el tiempo, pongo a hervir un huevo y me meto a la ducha. Cuando el agua me comienza a golpear la cabeza me pongo a pensar en el tema del guion y lo que llevo adelantado del primer borrador. Me pregunto cómo hacer digerible, para el público al que nos debemos dirigir, un tema que, como está, es un ladrillazo en la cara.

Quién sabe cuánto duro en esas —Parece que el tiempo se expande debajo del chorro de agua— y apenas llego al cuarto, luego de salir del baño, miro el celular y solo faltan 5 minutos para las 8.

Podría conectarme 10 minutos tarde, mientras me preparo un café y me como el huevo en tres mordiscos, pero seguro me tomaría más tiempo, pues soy pésimo pelándolos; además, no me gusta llegar tarde a las reuniones.

En medio de ese pequeño dilema, con hambre y aún con la toalla en la cintura, me llega un mensaje al celular: “Me salió un tema acá en el trabajo y no puedo conectarme ahorita, ¿nos vemos a las 9:30?"

Sonrío y le doy gracias, mentalmente, tanto al dios del desayuno como al dios del café, para no incomodar al dios de las bebidas calientes que, supongo, vive más ocupado que el anterior.

Nada mejor que tener el tiempo suficiente para desayunar echando globos, pero no sobre el trabajo, sino sobre la vida en general. Pensar, por ejemplo, por qué no había leído a Javier Marías antes, si es un escritor tan tremendo.

Hemos vivido engañados: El desayuno no es la comida más importante del día por ser la primera y una fuente importante de energía, sino porque es un espacio en el que se puede, o más bien se debe, reflexionar sobre temas que uno considera importantes.

lunes, 11 de octubre de 2021

"Ohh Mamá"

La mayoría de recuerdos del tiempo que pasé en el hospital, debido al accidente que me dejó el amable recordatorio, son brumosos, sin embargo hay ciertas episodios que recuerdo con claridad.

En las mañanas tenía terapia física y hacia el mediodía me subían a la habitación para darme el almuerzo.

Imagino que los ejercicios que hacía no eran nada del otro mundo, pero terminaba agotado, y luego de la terapia único que quería hacer era dormir.

Mi mamá no me dejaba y me obligaba a almorzar todo antes de recostarme en la cama. Cuando por fin podía hacerlo, apenas ponía la cabeza en la almohada caía en un sueño profundo.

Siempre me despertaba entre cinco y media y 6 de la tarde cuando, creo, mi madre ya no estaba, aunque lo más seguro es que ella me despertara para despedirse.

En los primeros días, como no tenía gafas ni lentes de contacto, y el televisor estaba empotrado en una pared lejana, me quedaba mirando pal techo hasta que me trajeran la comida.

Luego, cuando una enfermera recogía la bandeja y apagaba la luz, me quedaba mirando pal techo. Me pregunto que habré pensado todas esas noches si reflexioné mucho en lo que me había pasado o simplemente dejé que el tiempo me pasara por encima.

Horas más tarde cuando por fin decidía dormirme, cerraba los ojos, pero al rato volvía a mi dinámica de mirar pal techo, pues como había dormido toda la tarde no tenía rastros de sueño.

Cuando por fin tenía sueño de nuevo, en la madrugada, supongo, cerraba los ojos, pero a esa hora un enfermo de otro cuarto se ponía llamar a la mamá, y gritaba “¡Ohh Mamá!” “Ohh Mamá” y entonces sus gritos no me dejaban dormir por y quién sabe a qué horas conseguía hacerlo.