martes, 23 de noviembre de 2021

De musas y otras cosas

Hay personas que afirman que para escribir es necesario contar con la presencia de la musa de la escritura, esa fuente inagotable de creatividad que, si está de nuestro lado, es posible que nos dicte cualquier texto al oído.

Un amigo al que le gusta escribir decía que él sin esa musa, que se traduce en las ganas de escribir y saber sobre qué hacerlo, no podía redactar ni media línea.

Supongo que quién se haya inventado el cuento de la musa lo hizo únicamente para darle un aire romántico a la actividad de escribir, porque con musa o sin ella, lo que cuenta es sentarse a hacerlo, así se tengan todas las ganas del universo o nada de ellas.

Una vez, en los inicios de su carrera como escritor y mientras se tomaban unas cervezas, Kurt Vonnegut le pregunto a Salman Rushdie “¿Vas en serio con esto de escribir?”. “Sí”, le contesto Rushdie y Vonnegut, con su veteranía, le dijo: “Entonces debes saber que llegará un día en que no tendrás un libro que escribir y, aun así, tendrás que escribir un libro”.

Supongo que los novelistas tienen claro eso, y que, a veces, con algo de suerte, la musa se les aparece, pero que por lo general se sientan a escribir in darle tantos rodeos al tema y ya está,  sin hacerlo ver como una actividad mística o especial.

También, supongo, debe existir una musa de la lectura que hace presencia en aquellos momentos en que uno siente un profundo deseo de leer algo.

Con el acto de leer, pienso, pasa, lo mismo que con el de escribir, si la musa no aparece, lo que se debe hacer es coger el libro y comenzar a leerlo sin pensarlo tanto; lo más probable, por lo menos en mi caso, es que en medio de la lectura la musa aparezca.

lunes, 22 de noviembre de 2021

Sangre ajena

Ese día, Antonio Muñoz se levantó de mal genio, a pesar de ser un día soleado, perfecto para salir a caminar.  Le gusta hacer esa actividad todos los días. Siempre realiza caminatas cortas, de no más de quince minutos, pero que le ayudan a despejar la cabeza para el día que tiene por delante.

Su malhumor se debía a que no podía comer nada, pues debía estar en ayuno para tomarse unas muestras de laboratorio. No poder cumplir su ritual de tomarse el primer tinto del día en el balcón de su casa, respirando el aire frío de la mañana con Gesundheit, su fiel Pastor Alemán, a su lado, lo tenía así.

Le molesta cuando siente que pierde el poco control que tiene sobre su vida, pero ¿qué puede hacer si la vida no es más que puro azar, un constante derrumbe de todas nuestras certezas?

Más tarde, en el laboratorio, una máquina le da el turno C247. No hay ninguna silla disponible en el salón y ahí, de pie, mira con rabia a todos los que están sentados. “Malditos todos”, piensa

Luego intenta encontrarle significado a la combinación de números y letras de su turno, pero se aburre al instante y mete el papel en el bolsillo.

Una pantalla empotrada en la pared produce un pitido cada vez que anuncian la atención de un nuevo turno. Muñoz mira la pantalla, pero apenas van en el C231; quién sabe cuánto tiempo le tocará esperar. “Vida perra”, piensa.

El sonido del cambio de turno se vuelve a producir y una mujer se levanta angustiada como si la corta distancia que tiene que recorrer hasta el módulo de atención le fuera a tomar horas. Muñoz aprovecha y se lanza hacia la silla con energía exagerada, sin importarle si había personas de la tercera edad o mujeres embarazadas de pie. “Que se jodan todos…y todas”, murmulla.

Después de una hora, por fin es su turno. Cuando se acerca al mostrador, una mujer con un uniforme azul claro, le pregunta si tiene la orden médica “¡Claro!”, responde, pensando que la mujer sería dichosa si él le dijera que no, para que ella pudiera decirle que se largue por donde llegó.

La mujer le entrega un frasco. “Para el parcial de orina”, le dice ante la cara de asombro de Muñoz, mientras él mira como le pone un sticker blanco en el que va su nombre y cédula.  En Otra bandeja, un poco más a la derecha, hay tubos con  sangre que también tienen el mismo sticker, con los datos de otras personas.

Muñoz toma el frasco y se queda mirando los tubos fijamente. Parece que el personal del laboratorio tiene claro el procedimiento para marcar los frascos y tubos, y que no hay forma de que la orina y sangre de fulano se  la asignen a mengano, pero Muñoz no puede dejar de pensar en todas esas personas que andan  por la vida con resultados de laboratorio de otras personas y las consecuencias que eso desencadena.

Se sienta a esperar,  y hace fuerza para que no le vayan a asignar sangre ajena.

viernes, 19 de noviembre de 2021

Vista Mañanera

Después de una seguidilla frenética de clics caigo en 11 a.m la canción que más me gusta del álbum Morning View de Incubus. Mientras la escucho me devuelvo a un año al inicio de este siglo, ya no recuerdo cual, en el que viajé a Carolina del Sur a una especie de intercambio.

Yo y un grupo de personas estudiábamos dos días a la semana y en los otros trabajábamos en parques de diversiones. Las noches eran casi siempre lo mismo: Tomar cerveza y hacer fiestas improvisadas en uno de los apartamentos del edificio del campus en el que nos estábamos quedando, hasta que los pocos gringos que habían decidido quedarse ese verano en la universidad y que ocupaban un apartamento en el edificio, llamaban a la policía del lugar para que termináramos la fiesta.

Entonces alguien golpeaba la puerta y cuando uno la abría se encontraba con un hombre alto y fornido, que llevaba puestas gafas negras y que, con frases cortas, nos decía, luego de pedir identificaciones, que no hiciéramos más ruido.

Pero les estaba hablando del Vista Mañanera ¿cierto? Lo que pasa es que como compré ese disco ese verano, siempre me inserta otros recuerdos.

Fue en una semana que tuvimos libre y alquilamos una Van para viajar a Atlanta. Cuando fuimos al lugar donde alquilaban los autos, y como era un viaje de más de 8 horas, yo pensé que debíamos comprar un seguro contra accidente. “Lo pagará usted me dijo M”. “Tan marica”, le respondí, y al final nos llevamos la camioneta así no más, sin seguro ni nada.

Viajamos a punta de mapas, pues no teníamos celulares en ese momento y fue en Atlanta, luego de perdernos por las calles de la ciudad y terminar en un barrio que parecía peligroso, en un centro comercial inmenso que parecía una selva por todas las plantas que tenía, donde compre el álbum en una tienda de Tower Records.

En ese viaje alternábamos el álbum con discos de vallenato, pero recuerdo que desde ese momento identifiqué, en mi humilde opinión, el top 3 de sus canciones: 11 a.m, Blood in the ground y Just a Phase.

En Atlanta nos quedamos en la casa de unos amigos de Ana María, una mujer que decidió unirse a nuestro viaje un día antes.

La casa de los amigos, una pareja, que al final no eran tan amigos de Ana, sino conocidos, quedaba en las afueras de la ciudad y cuando por fin la encontramos P. comenzó a echar reversa para parquear y se llevó el buzón de correo.

Después de un viaje de más de 8 horas sin ningún inconveniente, la luz stop derecha se había rajado con el golpe.

“¿Y cuánto nos va a costar esto sin seguro?”, me pregunté, pero al rato olvidé el asunto y me dediqué a disfrutar del viaje.

A los 5 días, devuelta en Carolina del Sur, cuando fuimos a dejar la camioneta en el lugar de alquiler de carros, listos para asumir una deuda, la mujer que atendía nos firmó un papel y sin revisarla nos dijo: "parquéenla allá”, señalando un espacio libre en el parqueadero.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Análoga y digital

Por azares de la vida, acaso de qué otra forma podría ser, termino en un café que no conocía.

Adentro, el mostrador expone tortas con cremas de colores rojo, verde y naranja, entre otros.

Todas se ven apetitosas, pero para ir a la fija me decido por una vieja conocida, la de zanahoria, que lleva una cubierta blanca, queso crema al parecer, y la acompaño con un capuchino.

Me siento en una mesa que está contra una pared.

La mayoría de clientes del local están sentados en la terraza, algo que no entiendo porque la tarde ya es casi noche, hace frio y sopla una fuerte brisa, pero ¿quién soy yo para juzgar los gustos meteorológicos de las personas?

Adentro estamos dos mujeres y yo.

A mí derecha, una mesa de por medio se encuentra una de ellas, llamémosla la digital. Está sentada al lado de una ventana que da a la calle. Teclea de forma frenética en un pequeño portátil y sobre la mesa tiene dos celulares, uno de ellos conectado a un cargador; una cartuchera con estampados de flores y una libreta. Sobre la que reposa un esfero. También hay una tasa desocupada. A ratos fija la mirada en un punto cualquiera de la pared de enfrente como buscando una idea, y cuando esta le llega la descarga con furia en el teclado.

“Me puedes traer, en un ratico, una infusión de frutos rojos”, le dice a una de las meseras cuando pasa cerca de su mesa. Imagino que debe ser una cliente frecuente porque la empleada del lugar parece saber a cuantos minutos equivalen ese “ratico” que menciono la mujer.

En un momento se pone de pie para ir al baño y deja todas sus pertenencias en la mesa. Envidio su tranquilidad.

A lo lejos, cerca a la entrada, se encuentra sentada la análoga que, a diferencia de la primera escribe a mano y con parsimonia en una libreta. Estaa cruzada piernas y mueve la que le cuelga de un lado a otro.

La digital sale del baño y minutos después, luego de sentarse, una pareja de viejitos que carga unas bolsas y unas cajas de cartón, le hacen señas desde fuera del local, para que les de algo de comer. La digital se las responde y les indica que entren.

La pareja le hace caso. Apenas ingresan, la aliada de la tecnología le dice a un mesero que por favor les sirva dos aromáticas y dos Croissants.

Los viejitos descargan lo que llevan en sus manos en el piso y antes de tomar asiento, la mujer le ayuda a su pareja a sentarse. El hombre se desploma en la silla cuando ve que es seguro hacerlo. Luego dan media vuelta y le dan las gracias a la mujer digital.

martes, 16 de noviembre de 2021

La mujer que no sentía las piernas

Ese día, parece que fue hace siglos, una pareja de amigos, novios en ese entonces, se fueron del bar para llevar a Laura a la casa porque ya estaba muy borracha. Yo estaba en las mismas y la estaba pasando bien con ella, pero uno de mis viajes a la barra por una cerveza, coincidió con el momento en que mis amigos decidieron llevársela a la casa.

La busqué por un rato y deambulé de un lado a otro del lugar, hasta que por fin la encontré. Me acerqué para darle un beso, pero resulta que confundí a Laura con su prima,  Esta me dijo algo como: "¡oiga,qué le pasa!" y, creo, se aguantó las ganas de darme una bofetada. En mi defensa puedo decir que eran muy parecidas.

"Estoy muy borracho”, pensé en ese momento y tomé la sabía decisión de abandonar el lugar. Dejé la botella de cerveza, a medio tomar, sobre un muro y emprendí mi huida de aquel sitio.

Pero como todo siempre puede empeorar, en la salida trastabillé y terminé en el piso. Uno de los guardias de seguridad del lugar me ayudó a levantarme y me preguntó si estaba bien. Le dije que sí, pero era mentira porque una pierna me quedó doliendo mucho por el golpe que me acababa de dar.

Salí del lugar cojeando y me senté en un muro a esperar a que el dolor pasara un poco.

Mientras estaba ahí, solo, pensando en Laura y con ideas locas, producto del alcohol, una mujer rubia y flaca también se tropezó en frente de mí. Me puse de pie, la ayudé a pararse y a sentarse en el muro que yo estaba ocupando.

La mujer lloraba desconsolada.

“¿Qué te pasa?”, le pregunte.

“No siento las piernas”, respondió. Era claro que su borrachera era mil veces peor que la mía, que, después del malentendido con la prima de Laura y el porrazo que me había dado, ya había pasado un poco.

“¿Y con quién estás?”

“Con unos amigos, pero ya se fueron”. Valientes amigos, pensé.

Y ahí estaba yo en plena madrugada, recuperándome de un golpe, de mi borrachera y con una extraña que no sentía las piernas.

“¿Qué hacemos?”, le pregunté

“No sé respondió…No siento las piernas”, y otra vez comenzó a llorar desconsolada.

Después de un rato la mujer sacó su celular, pero no lo podía manejar. Se lo pedí prestado y le pregunté que a quién quería llamar”

“A mis papás”, respondió.

Marqué el número de sus padres, y me contestó la mamá, pero como la mujer no estaba en condiciones de hablar, le expliqué que su hija estaba con un extraño, sentada a las afueras de un bar y que, para completar, no sentía sus piernas.

La madre me pidió la dirección del lugar, se la di, y me dijo que ya mismo salían a recogerla.

Para ese momento mi borrachera ya se había extinguido y tenía ganas de irme a mi casa, pero dejar sola a esa mujer me pareció una canallada, así que esperé a que llegaran sus padres, contesté el teléfono cuando le marcaron y la ayudé a caminar hasta el carro.

Nunca me volví a ver con Laura.

lunes, 15 de noviembre de 2021

Tres cosas



A veces, cuando siento que los engranajes de la realidad son ridículos, cuando no le encuentro mucho sentido a la vida, me siento a escribir.

Escribir, pienso, cura esa rabia que a veces siento contra el mundo, contra las redes sociales, contra las personas y sus comportamientos de: mírenme, quiero llamar la atención”.

No entiendo nada y como no entiendo nada, escribo, porque escribir me desenreda, me da perspectiva y me calma. Me desacelera y evita que caiga en estados de superioridad moral, porque esa rabia que a veces siento no es más que eso, creerme mejor que las personas. ¡Que estupidez tan gigante!

Escribir, escribir cura, y mucho.

Otra cosa que también cura —disculpen los eruditos de la lengua que aborrecen el uso de la palabra cosa, pero no se me ocurrió ninguna otra, y quiero terminar este escrito para ponerme a leer (leer también cura) —es vivir en un permanente estado de asombro.

Asombrarse también cura, me refiero a ver el mundo con profundo interés, no dar por echo nunca nada, sino maravillarse por lo que sea. Pensé en esto hoy, un día desordenado en alimentación, cuando a las 5 de la tarde decidí pedir mi almuerzo-comida por una aplicación de celular.

¿No les parece asombroso eso? ¿Pedir comida desde un teléfono móvil? A mí sí, porque pienso cuántas cosas habrán tenido que ocurrir en la historia de la humanidad para poder llegar a ese avance tecnológico, cuántas personas lo dejaron todo por dedicarse de lleno a algo que fue fundamental en la creación de esos aparatos, incluso cuántas personas por X o Y motivo murieron por esa causa que defendían y que fue un eslabón para crear los teléfonos celulares, en fin.

Recuerden: Escribir, asombrarse y leer.

jueves, 11 de noviembre de 2021

Sol de lluvia

Son las 10 de la mañana y espero un Uber. Hace sol, pero también brisa. El clima aplica para colgarse de esa frase hecha: “está haciendo puro sol de lluvia”, que pretende dar a entender que el calor que hace es la antesala de un aguacero en la tarde.

Me pongo a pensar en la frase. Si se analiza un poco se cae por si sola, pues es un sinsentido pensar en un sol de lluvia. Más bien, se me ocurre, sería como un sol de vapor, pues las gotas se evaporarían al escurrirse por su superficie, pero no sé, no sé nada la verdad, o mejor dicho no sé nada a ciencia cierta, y el sol, saber de él me refiero, es pura ciencia, ¿acaso no?

Mientras pienso en eso, saco el celular y la aplicación me dice que el carro está a cinco minutos. Lo guardo en el bolsillo, miro hacia el piso y justo en ese momento una ráfaga de viento eleva por los aires una bolsa de basura negra. Se eleva y comienza a caer describiendo cualquier trayectoria hasta que otra ráfaga de viento la vuelve a elevar.

Quién sabe cuanto tiempo lleva en esas la pobre bolsa. Pobre si suponemos que siente algo. Puede que sí, pero me inclino a pensar que, de ser así, su situación le importa poco, pues no le molesta ser llevada de un lado a otro sin ningún propósito.

“¿En que carajos estoy pensando?”, me pregunto, al tiempo que el carro llega y la bolsa por fin descansa en el suelo, no por voluntad propia, sino porque el viento dejó de soplar, de ser, digamos, a diferencia del sol de lluvia que ahora es más picante.

Una bolsa negra que vaga por los aires sería una buena metáfora para retratar lo impredecible que es la vida, y como nos lleva de un lado a otro, mientras pensamos que tenemos el control de todo, pero que pereza eso, es decir, siempre tratar de adornar lo que se cuenta con figuras narrativas; yo solo les quería hablar del sol de lluvia y de la bolsa negra.