miércoles, 1 de diciembre de 2021

Mujer incógnita

En los últimos días he soñado dos veces con una mujer que en los sueños me encanta, es decir, la sensación cuando estoy cerca de ella es muy placentera.

Si me pusieran a describirla para hacer un retrato hablado, seguro que no lo lograría, porque de su aspecto solo tengo fogonazos: la curva de su sonrisa, sus labios rosados que contrastan con unos dientes blancos, y su pelo negro y largo.

En los sueños también apareció Raúl Medina, un hombre que conocí en la universidad. Él trata de que la mujer y yo coincidamos en ciertos espacios. Recuerdo un pequeño dialogo que sostuve con él:

“Ese día todos estábamos esperando que se cogieran de las manos. No sé qué paso”.  No entendí por qué lo dijo como si fuera gran cosa.

Recuerdo la escena a la que hace referencia. Estábamos cerca y ella me ponía atención a algo que le estaba contando, pero de un momento a otro, la mujer que, imagino, es como una colcha de retazos con características de diferentes mujeres que me han atraído a lo largo de mi vida, se puso de mal genio y se alejo del lugar en el que estábamos.

No sé porque mi yo del sueño no trato de retenerla, es como si fuera consciente de que dijo algo que la molesto y  por eso sabía que no tenía sentido buscarla, pues seguro lo (me) rechazaría.

En otra escena, después de ese incidente me encuentro con Medina y le pregunto cómo les terminó de ir ayer y qué habían hecho.

“Mejor le cuento que fue lo que no hicimos”, respondió.

Ahí sentí rabia, porque imaginé que la mujer tenía mucho que ver con esa frase. Pero me quedé callado y no respondí nada,  aunque me moría de ganas de preguntarle por ella

Después en el siguiente corte, digamos, la vi sentada y riendo con un grupo de personas, pero no me acerqué.

Ahí me desperté e intenté dormirme de nuevo a ver si podía, como a veces ocurre, continuar con el sueño, pero no lo logré.

martes, 30 de noviembre de 2021

Extra de una serie coreana

Espero a alguien en un centro comercial. Me siento en una barra exterior de un café Juan Valdez y me pongo a leer. A mi lado derecho una mujer teclea de forma frenética en su portátil y lleva puestos unos audífonos de orejera grandes. Alega con alguien sobre Shopify, y cómo deberían ser las cosas, las de ella, del negocio del que habla, en fin.

Pasados unos minutos, me arqueo hacia atrás porque siento dolor en la espalda. Imagino que se debe a la postura en la que estoy porque la silla no tiene espaldar.

Hay una mesa desocupada, y mientras pienso si ocuparla o no, una mujer con vestimenta elegante, zapatos de tacón negro y un pantalón ajustado, la ocupa. Saca su celular del bolsillo y se pone a darle scroll down como si el mundo se fuera a acabar.

En ese momento entran en escena los actores coreanos. Yo solo soy un extra de relleno, como la mayoría de personas que se encuentran en el lugar.

Son dos y se paran enfrente de mí. Uno de ellos pone su bebida sobre la barra y descarga dos bolsas con compras del lugar. Por lo que alcanzo a ver, están repleta de bolsas de café.

Comienzan a conversar y, claro está, no entiendo ni una palabra de lo que dicen, pero tengo claro que debe ser así, pues en la trama solo soy un un personaje secundario que, se supone, no tiene por que alterar elcurso de la trama de la historia principal.

Mi espalda no da más, decido irme del lugar y dejo a los dos actores coreanos con su animada conversación, y al resto de extras: la mujer enfrascada en su llamada telefónica y a la del celular, con un acompañante que acaba de llegar a su mesa.

Ingreso a otro café, pido un capuchino, y logro conseguir un puesto un sofá largo con espaldar.

Sigo leyendo. Al poco tiempo llega otro actor coreano, se sienta a mi izquierda y no hace nada, pero estoy seguro que no es un extra.

Tiempo después, dos hombres de una empresa de seguridad pasan caminando por el pasillo del centro comercial, uno de ellos lleva agarrada una bolsa de lona negra y el otro va detrás de él, escoltándolo con una escopeta plateada reluciente. Imagino que está así de brillante porque nunca la ha tenido que usar y lo único que puede hacer con ella es limpiarla.

Miro al coreano. Ahora escribe en su celular de forma rápida. Imagino que está hablando con los otros dos y que el mensaje que acaba de enviar tiene algo que ver con los dos hombres que acaban de pasar con bolsas de dinero.

El coreano se levanta y se aleja rápido del lugar.

Sigo leyendo. Imagino que ese es mi papel en esa escena.

lunes, 29 de noviembre de 2021

Impulso

Los viejitos, con barbas largas y túnicas que besan el piso con cada paso que dan, de la RAE, definen la palabra impulso de la siguiente manera: “Deseo o motivo afectivo que induce a hacer algo de manera súbita, sin reflexión”. Así, a veces, suelo comprar libros.

Ya está claro que no importa cuántos se tengan arrumados sin leer, bien sea en la biblioteca o en cualquier rincón del cuarto, e incluso todavía con el plástico transparente que los envuelve, o, como una vez me contó un amigo que almacena los suyos, en torrecitas esparcidas a lo largo del apartamento; no importa nada, siempre vamos a querer más.

Mi yo suele engañarme y me pregunta: “¿Y qué tal que esta sea la última oportunidad que va a tener para comprar ese libro?... ¿la va a dejar pasar?”

“Hombre sí, tiene razón”, suelo responderle, mientras pienso: “¿qué tal que una gavilla de lectores, se interesen justo por ese libro que tengo en la mira de compra y cuando me decida ya sea muy tarde?

Entonces, sin reflexionarlo mucho, decido comprarlo y ya está, porque comprar libros se siente bien, porque el simple acto también asegura un subidón de dopamina, por la expectativa, creo, de la experiencia de lectura que se espera tener.

Pues bien, el domingo que acaba de pasar me senté a escribir un rato sin tenerlo planeado y cuando terminé de editar el texto, y por las extrañas maneras en que funciona el cerebro para generar ideas, llegó a mi mente el título de un libro: “La tentación del fracaso” de Julio Ramón Ribeyro.

Es un libro que, después de leer sus Prosas apátridas, he buscado como loco, sin éxito alguno, en las librerías locales. Son sus diarios desde 1950 a 1978 y tengo debilidad por ese formato de libro.

Creo que de cierta forma los diarios alimentan la obra de los escritores, pero al ser anotaciones diarias de su cotidianidad, y como los autores, imagino, no están pensando en formato historia, cuentan con una crudeza que, siento, los hace especiales,

Así que, sin dudarlo un segundo, gracias al impulso lo compré, y se convirtió en el primer autorregalo de esta navidad.

domingo, 28 de noviembre de 2021

Las tinieblas ganan terreno

Recuerdo que cuando se murió Joe Arroyo, muchas personas, al parecer, estaban devastadas por la noticia y decían que habían llorado mucho, y claro, al instante les llovían las críticas: “No, pues tan fan del cantante, fijo no se sabe ni una canción”, y así.

No sé si algún día llegué a llorar la muerte de una figura pública, creo que no. No critico a quienes lo han hecho, pero en mi caso me parece exagerado, aunque mejor no digo nada, porque la vida siempre se empeña en derrumbar nuestras certezas.

Sin embargo, cada vez que muere un escritor siento, digamos, una ligera desazón.

Este sábado falleció Almudena Grandes. No soy un fanático de su obra y solo me he leído una de sus novelas: Las tres bodas de manolita; una historia que se desarrolla en Madrid, luego de la guerra civil.

Malena es un nombre de tango es otra de sus novelas y me cautiva mucho el título, quizá la lea pronto a manera de homenaje póstumo a la escritora.

Les decía que cada vez que muere un escritor siento algo de tristeza, porque es como si las tinieblas ganaran un poco más de terreno en este mundo que está tan patas arriba.

En estos días la he visto hablando en unos videos cortos y me parece que uno de sus fines en la vida era hacerle frente al caos y al horror; ponerle un poco de orden al mundo, el suyo por lo menos, con sus letras.

Considero que Los escritores, los de ficción para ser precisos, mantienen a raya la locura diaria que nos envuelve y que cuando uno(a) de ellos deja este mundo, independiente de su nacionalidad y si lo hemos leído o no, se genera un desequilibrio en el curso de nuestras vidas.

“Porque existen hambres mucho peores que no tener nada que comer ,
intemperies “mucho más crueles que carecer de un techo bajo el
que cobijarse, pobrezas más asfixiantes que una vida en una casa
sin puertas, sin baldosas ni lámparas.”
- Las tres bodas de Manolita –

Las tinieblas ganan algo de terreno, ya les digo yo.

sábado, 27 de noviembre de 2021

Desfasado

Esta semana habría sido como cualquier otra de este año, si no fuera porque estoy, o bien, me siento desfasado. Como explicarlo; diría que estoy y no estoy en ella.

El jueves juré todo el día que era viernes y trasnoché a propósito por eso. “Mañana es sábado, ¿qué más da? Si quiero no me levanto y me quedo metido en la cama todo el santo día, con el mismo empeño con el que Yoko Ono y John Lennon duraron una semana en la cama de un hotel”, pensé.

A eso de la 1 de la mañana pasadas, cuando ahora sí era ese viernes que había creído habitar, y mientras cambiaba los canales, de forma frenética, como si el mundo se fuera a acabar, buscando algo con que distraerme; caí en cuenta de que el sábado que había justificado mi trasnochada no iba a llegar.

“¿Y ahora qué?”, pensé. “¡Ya qué! Hombre”, me respondí, o me respondió mi otro yo, pero a los pocos minutos me invadió un sentido de responsabilidad, apagué el televisor y me quedé dormido pronto, o eso creo.

Hoy me invadió esa misma sensación, es decir, todo el día he sentido que es domingo. Vamos a ver si creer eso, me va a funcionar en horas de la tarde, cuando la luz del día se empieza a extinguir y uno se comienza a sentir extraño.

Una vez un coach, de esos que dicen que ayudan a conseguir el trabajo de los sueños y no sé qué más cosas extrañas, decía, en el inicio de su charla, para activar un punto de dolor de los asistentes, que el día en que más se reportan suicidios son los domingos en horas de la tarde, en fin.

Les decía que la sensación de estar en Domingo siendo sábado, de pronto va a evitar aquella sensación de extrañeza de domingo por la tarde, pues recordar que ese no es el día en el que creo estar, será un motivo de alegría.

No sé qué haré mañana a esa hora, pero como estoy desfasado, es posible que mañana sienta que habito un martes o miércoles.

Los mantendré informados.

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Salvar el mundo

Salvar el mundo es lo que hago en este preciso instante, por lo menos el mío. Vuelvo y me repito. Esta es una idea sobre la que suelo escribir cuando los temas no abundan en mi cabeza, estoy cansado o tengo ganas de ponerme a leer.

Escribo para no perder la costumbre de redactar un par de líneas diarias sobre lo que sea y sin importar si al final no tienen mucho sentido. Imagino que en algún lugar del planeta siempre habrá alguien que se se identificará con mis textos, aunque puede ser que nunca los lea, qué sé yo, de pronto a Akihiro Yoshida, un campesino que vive en la periferia de la ciudad de
Kōbe, este escrito le caiga como anillo al dedo, pero es una lástima que el sr. Yoshida no tiene idea alguna del español y nunca se va a enterar de su existencia.

Da un poco de angustia eso, es decir, pensar que en algún lugar del planeta existe un texto que va a salvar nuestro mundo, uno que es justo lo que necesitamos leer cuando sentimos que la vida nos oprime el pecho, y que nunca vamos a tener acceso a él porque quién sabe en dónde y en qué idioma se encuentra escrito.

Quizá esa es una de las razones para aficionarse por la lectura, porque andamos, de forma inconsciente, detrás de ese escrito único. Puede ser que por eso se compran libros de forma compulsiva, porque en algún momento de la vida, que no alcanza para nada de lo que realmente queremos hacer, esperamos aterrizar en él.

Pero les decía que estoy salvando el mundo, ¿cierto? Siempre suelo pensar eso cuando escribo, que de alguna forma corrijo un poco el curso de mi vida y evito precipicios de desesperación para mí y otras personas.

A esta hora ya son las 12:55 del mediodía en Kōbe, ojalá que mi estas líneas le ayuden en algo al señor Yoshida.

martes, 23 de noviembre de 2021

De musas y otras cosas

Hay personas que afirman que para escribir es necesario contar con la presencia de la musa de la escritura, esa fuente inagotable de creatividad que, si está de nuestro lado, es posible que nos dicte cualquier texto al oído.

Un amigo al que le gusta escribir decía que él sin esa musa, que se traduce en las ganas de escribir y saber sobre qué hacerlo, no podía redactar ni media línea.

Supongo que quién se haya inventado el cuento de la musa lo hizo únicamente para darle un aire romántico a la actividad de escribir, porque con musa o sin ella, lo que cuenta es sentarse a hacerlo, así se tengan todas las ganas del universo o nada de ellas.

Una vez, en los inicios de su carrera como escritor y mientras se tomaban unas cervezas, Kurt Vonnegut le pregunto a Salman Rushdie “¿Vas en serio con esto de escribir?”. “Sí”, le contesto Rushdie y Vonnegut, con su veteranía, le dijo: “Entonces debes saber que llegará un día en que no tendrás un libro que escribir y, aun así, tendrás que escribir un libro”.

Supongo que los novelistas tienen claro eso, y que, a veces, con algo de suerte, la musa se les aparece, pero que por lo general se sientan a escribir in darle tantos rodeos al tema y ya está,  sin hacerlo ver como una actividad mística o especial.

También, supongo, debe existir una musa de la lectura que hace presencia en aquellos momentos en que uno siente un profundo deseo de leer algo.

Con el acto de leer, pienso, pasa, lo mismo que con el de escribir, si la musa no aparece, lo que se debe hacer es coger el libro y comenzar a leerlo sin pensarlo tanto; lo más probable, por lo menos en mi caso, es que en medio de la lectura la musa aparezca.