miércoles, 15 de diciembre de 2021

Los pensamientos de Martínez

Alfredo Martínez escribe para un portal de bienestar. Detesta tener que levantarse en la madrugada, porque su oficina queda en la otra punta de la ciudad. Podría hacer teletrabajo, pero prefiere aguantarse un viaje de 2 horas y media en un bus a reventar de personas, que tener que aguantarse la cantaleta de su mujer todo el día, acompañado del lloriqueo de sus hijos pequeños. “Para escribir, así sea basura, necesito concentrarme”, piensa.

Su fuerte son los artículos sobre meditación, y los redacta en primera persona, como si en verdad él realizara dicha práctica, pero le aburre de sobremanera sentarse en silencio, en posición flor de loto y repetir Ohmm hasta el cansancio.

La mente, piensa, está hecha para producir cientos, miles, millones de pensamientos, entonces ¿para que ir en contra de la corriente? Cree que el primero en decir que era necesario acallarla  estaba loco. “Déjenla ser”, piensa.

Martínez está harto de la buena onda que pretenden desprender las personas hoy en día. Piensa que la gran mayoría meditan, madrugan, comen sanamente y sonríen a cada rato solo por seguir una moda.

Supone que la gran mayoría son paz y amor de dientes para fuera, pero ay donde tuviéramos acceso a sus pensamientos íntimos, a esas filias que nos acompañan a rodos y que evidencian lo retorcidos que somos.

Mientras piensa sobre el tema le llega a la cabeza un cuento que leyó hace poco. Trata sobre un hombre trabajador y padre de familia ejemplar, que por las noches, cuando su esposa duerme, sale a asesinar a seres nocturnos como los vagabundos y prostitutas.

No nos engañemos, hay pensamientos que siempre vuelven s nosotros sea lo que sea que hagamos", piensa Martínez.

El, a diferencia de su núcleo cercano de amigos y familiares no desea estar en sintonía con el universo.

martes, 14 de diciembre de 2021

Eramos tres

En esa oficina eramos 3: M.C., M. y yo.

M.C era la directora el área. Fue una buena jefe, una mujer que estudió Diseño Industrial, pero que nunca trabajó en algo que tuviera que ver con su carrera y se dedico al área comercial., o de pronto sí tenía que ver, porque todo se relaciona de extrañas maneras y simplemente no nos damos cuenta.

Los consultores de la empresa le tenía envidia, pues decían que ganaba más que ellos, aunque hacía menos.

No sé en qué basaban sus cálculos de esfuerzo o de trabajo y la verdad me importaba poco cuanto ganara ella o quien fuera en la empresa; más bien procuraba relacionarme poco con esas personas que hacían ese tipo de comentarios.

Yo me llevaba bien con M.C. y nuestras charlas casi siempre trataban sobre gustos musicales, de acuerdo a listas de música que ella ponía. Cuando sonaba una canción que conocía, yo comentaba algo.

Otras veces le preguntaba quien era el artista y así, por ejemplo, conocí a Regina Spektor cuando sonó the consequence of sound, buena canción esa.

El otro, M. era un consultor con mucha experiencia que casi no se la pasaba en la oficina sino visitando clientes para solucionarles problemas serios.

M. Es judio; un hombre grande y al que sacarle un par de palabras era todo un logro. Cuando estaba con nosotros  no participaba en nuestras conversaciones; si acaso sonreía con alguno de nuestros comentarios y luego volvía a encorvarse sobre su portátil. Era un hombre que cumplía una rutina rigurosa y, parecía, tenía los tiempos de su jornada medidos, y  no podía traicionar su rutina.

Hablábamos poco en esa oficina,es como si le le hubieramos hecho caso a las primeras líneas de la canción de Spektor:

My rhyme ain't good just yet,
My brain and tongue just met,
And they ain't friends, so far,
My words don't travel far…

Después de un tiempo M.C renunció porque le salió una oferta irresistible de la competencia y a M. lo cambiaron de área. Luego llego A. de Jefe y L. como compañera de área y fuimos otros 3, con una dinámica de trabajo muy diferente.

jueves, 9 de diciembre de 2021

De citas y otras cosas

Los jeans que tengo están a punto de sacar la mano, así que decido ir a comprar un nuevo par. Cuando llego al centro comercial, el alboroto de Diciembre se estrella contra mí, con personas que caminan afanadas de un lado a otro, presas de una excitación por comprar lo que sea, o bien lo que puedan.

Me uno a esa corriente humana, también hago parte de ella, ¿para qué les digo mentiras?

Empiezo a caminar sin rumbo alguno a ver qué almacén de ropa me llama la atención y una librería se cruza en mi camino.

No tenía previsto comprar libros, pero como tengo un encuentro con Ricardo Silva la próxima semana, me vendo la idea de que necesito comprar Zoológico humano, su última novela.

Mas tarde, luego de comprar el Jean en tiempo record, pues por conversaciones a mi alrededor caigo en cuenta de que hay ciclovía nocturna, y recuerdo lo imposible que se pone el tráfico.

Después de alimentar la maquinaria navideña, me pongo a hacer fila para coger taxi.

Ya son casi las 6 de la tarde y delante de mí se encuentran un hombre y una mujer, que parecen estar en el tramo final de una cita.

Al hombre, que lleva una gabardina gris, le cuelga del cuello una bufanda negra. Luce nervioso y, parece, se esfuerza en soltar frases para hacer reír a su acompañante.

La mujer decide que la espera está muy larga, le dice al hombre que mejor pidan un Uber y saca su celular para hacerlo. Luego le pregunta su dirección

"¿ Y para qué quieres mi dirección?”, Le pregunta él en tono galán.

Luego de voltear los ojos, la mujer responde: "pues para ponerla como segundo destino".

"Ahhh" dice el hombre y suelta una risa nerviosa.

Pasados unos minutos la mujer decide llamar al conductor.
"Buenas, ¿dónde está?... ¿en el Oxo?, ok”
"¿Donde queda el Oxo?”, le pregunta al hombre.
"Mmm pues a ver hay tres, uno en tal parte, en tal otra y el otro allá, dice él, a medida que señala la ubicación de cada local con el dedo índice de su mano derecha".

La mujer en lo que parece un arrebato de desesperación, de ¿qué carajos hago aquí?, le da un abrazo incómodo para despedirse.

La fila no se ha movido ni un milímetro.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

Mejor cortos

Me refiero a los capítulos de los libros.

Ayer iba a escribir sobre eso, pero 2666 me trajo el recuerdo de L. Y decidí no desperdiciarlo. De pronto, de forma inconsciente, guardé este tema para hoy por la pereza de tener que pensar en otro, o porque sabía que iba a tener dificultad de encontrar uno nuevo en medio de un festivo entre semana, uno de esos días que parecen muertos y que se van como por entre un tubo.

Mejor volvamos a lo de los capítulos cortos. La extensión de los capítulos de esa novela de Bolaños, fue algo que, a veces, me hizo sentir pesada la lectura.

Creo que, a la larga, no me enganchó mucho, pero a pesar de eso lo terminé de leer. Era una época en que tenía esa mala práctica y terminé muchos libros que me parecieron flojos a mitad de camino.

Eso es algo que no haría ni loco  en estos momentos, pues como decía García Márquez: “el método más saludable es renunciar a la lectura en la página en que se vuelva insoportable”. 

Y es que la vida es muy corta para leer libros con los que sentimos que no conectamos, ¿acaso no?, en fin.

De pronto mi error fue haberle hecho caso a medias a L., pues ella siempre me habló de los Detectives Salvajes, pero un día visité una librería, antes de uno de nuestros encuentros, y 2666 era el único libro que tenían de Bolaños; una edición en pasta roja dura, hojas muy delgadas y letra diminuta.

Dicho esto, prefiero los capítulos cortos que los extensos.

No sé si eso signifique que soy un mal lector, uno desagradecido o quién sabe qué, pero así son las cosas.

Quizás mi gusto por los diarios de los escritores se deba a eso, pues las entradas suelen ser cortas, a veces de no más de una línea.

martes, 7 de diciembre de 2021

Sushi + cerveza

Una vez M, un buen amigo, se puso las botas de celestino y me contactó con L, una mujer que conoció en la universidad y que, según él, le gustaba leer igual o más que a mí.

Se hicieron los arreglos necesarios, se entregaron los números de teléfono. “Oye L. mi amigo te va a llamar bla bla bla”, en fin, todas esas cosas que se hacen en ese tipo de situaciones para que no parezcan más extrañas de lo que son.

finalmente nos conocimos y la pasamos bien. L es relajada y era verdad que le gustaba leer, pero en ese entonces ya no era tan aficionada a la lectura como antes. sin embargo, hablábamos mucho de libros y autores. Fue ella quien me recomendó leer a Bolaños, y así, sin más ni más, me sumergí en la lectura de 2666.

Para nuestros encuentros, establecimos un ritual de sushi + cerveza, que siempre nos subía el ánimo.

Después de un tiempo de estar saliendo intenté venderme la idea de que L. me gustaba mucho y que sería bueno tener una relación con ella; todo por creer que para tener algo con alguien, basta con que a la otra persona le gusten las mismas cosas que a uno.

Quizás esa es una gran mentira y hay que hacerle caso a eso de: “los polos opuestos se atraen”. No sé, la verdad, no sé nada, o más bien sé muy poco, en fin.

Un día la llamé y le solté, ya no recuerdo cuál, alguna frase de conquista tonta. De inmediato noté un cambio en su tono de voz y las ganas que tenía de terminar la llamada.

Fue ahí cuando toda mi estantería de conquista se fue al piso, y decidí no insistir más, porque caí en cuenta de que L. no me gustaba, y que yo tampoco le gustaba a ella.

Años después volvimos a vernos, pero yo ya no tenía expectativas de nada. Ese día volvimos a nuestro ritual de sushi + cerveza y hablamos de esa época en la que nos vimos con frecuencia y de mi fallido intento de conquista.

lunes, 6 de diciembre de 2021

Manzanas en una esquina

6:08 P.M

Verde.

Amarillo.

La camioneta frena en la esquina luego de que el semáforo cambia a rojo. Las personas que caminan por la calle, afanadas, parecen una masa elástica que se expande y contrae a cada momento y que se cuela por entre los carros, para llegar a donde tengan que llegar; no tienen tiempo de ponerle atención a nada ni a nadie, lo único que les interesa es avanzar, dar un paso y después otro y otro más: ta ta ta, sus pisadas tienen un tempo constante.

La luz del día está a punto de irse y el cielo tiene ese color morado oscuro característico de esa hora.

A pocos metros del semáforo un hombre está parqueado con una carretilla que lleva manzanas. No las alcanzo a ver, pero sé que ese es el producto, porque el hombre no se cansa de anunciarlo: “Manzanas chilenas, 6 manzanas chilenas en $3000, no deje pasar esta oportunidad, no pase de largo y cómprelas ya”. Sus palabras son amplificadas por un parlante.

Por un instante pienso en las personas que componemos la escena, e imagino que si coincidimos en ese lugar a una misma hora, tiene que ser por algo; así nunca crucemos palabra alguna en lo que duren nuestras vidas. Imagino que, de cierta forma, la vida procura mantener algún tipo de equilibrio, pero llega un momento en el que se aburre y por eso todo, casi siempre, tiende más bien hacia el caos.

De pronto fueron las manzanas chilenas las que nos juntaron en la esquina.

Las personas que en ese momento no son dueñas de sus actos, de su movimiento, pues ya sabemos que hacen parte de una masa humana voluble, siguen de largo y ninguna se preocupa por examinar la oferta.

El vendedor no se da por vencido e inventa, con las mismas palabras, mil combinaciones posibles. Juega con ellas, cambia una palabra aquí, pone un verbo allá, siempre resaltando el precio y la procedencia de las manzanas.

“No deje pasar esta oportunidad. 6 manzanas chilenas a $3000”.

Verde.

jueves, 2 de diciembre de 2021

Como McCartney

Mi hermano afirma que McCartney fue el gran cerebro de los Beatles. Siempre discute con M. uno de sus amigos, pues este le dice que no, que el verdadero genio del grupo era Lennon.

Entonces cada vez que se ven, se engarzan en la misma discusión, y ninguno cede ni medio palmo de terreno.  Al final, mi hermano saca el mismo as de debajo de la manga, un recurso que nunca le falla, y le pregunta: “A ver, sin pensarlo mucho, dígame las primeras cinco canciones de los Beatles que se le vengan a la cabeza”.

Entonces en ese ejercicio rápido de, digamos, asociación, M. un gran fan de la banda, se siente retado y da el nombre de esos cinco títulos que se le aparecen en la cabeza, y siempre resultan ser temas que compuso McCartney. Ahí termina la discusión, hasta la próxima vez que se hablan.

Viendo el documental que acaba de salir, opino igual que mi hermano: Mccartney era el cerebro del grupo.

Y es que parece que su cabeza es una fuente inagotable de composiciones, y que no deja de producir ideas en ningún momento.


Hay días en los que me siento a escribir y si he tenido un día muy pesado y ya es tarde, escribo lo primero que se me ocurra y no me preocupo mucho de cual sea el resultado final.

En ocasiones me salen escritos con los que me siento a gusto, pero en  otras siento que son una completa basura, pero igual los dejo, porque uno de los fines de este espacio es editarme lo menos posible.

Dicho esto, me gustaría escribir como compone Mccartney, es decir, siempre tener un tema a la mano; que no sería cualquiera , sino uno cargado de significado, lirico y con un ritmo casi perfecto.

A veces, muy pocas la verdad , logro rasguñar esa superficie de escritura de la que les hablo.