jueves, 23 de diciembre de 2021

Poetas

Me aparece en Facebook una publicación de una escuela de escritura que ofrece un curso sobre poesía.

De la parilla de profesores o tutores, solo conozco a Piedad Bonnet, el resto: 3 mujeres y dos hombres, nunca los había oído nombrar; seguro son conocidos, pero no los tengo presentes.

Me pongo a leer los comentarios de la publicación y muchas de las personas que escribieron algo, se encuentran ofendidas e indignadas.

Los comentarios son variados. Un tal Hugo dice que la poesía clásica ha sido desplazada por la moderna, y que esta última al no presentar rima es como un jardín sin flores. Luego concluye que el es poeta y que no necesita que le enseñen, pues es un don que Dios le dio.

Una mujer también dice que escribe poesía y que nunca nadie le enseñó a hacerlo. Afirma que lo que escribe le nace del alma.

Luego Ulises salta para apoyar a sus amigos poetas y menciona que la poesía no necesita de reglas ni de entrenamientos, y explica que esta nace de lo desconocido e intangible, de lo que el ser humano tiene en su interior marcado por los sentidos. 

Otro, un tal Ruben Dario, quizá porque lleva el nombre de un gran poeta, es más tajante y establece su postura en una sola frase: “El poeta nace y el escritor se hace”. Luego sugiere buscar paz y recogimiento. Indica que las las personas deben dialogar con su propio corazón, y también que “escriban lo que dice el viento, enamorado de su ensoñación”, signifique lo que eso signifique.

Luego Álvaro con un deje de rabia en su comentario, pisa fuerte, como blandiendo un machete verbal y dice “Yo hago poesía y no necesito cursos online, ella brota del corazón, tomo papel y lápiz.”

Myriam es la más en enigmática y anota que el poeta “nace con un don que mira la sombra y trasciende a las letras. Él —a Miryam le vale madres lo del género— narra con el corazón lo pasado, el presente y a la sombra la viste sin estudiar el viento ni el miedo”

Y a esos le siguen más comentarios similares.

El dilema es el mismo de siempre: ¿Se puede enseñar a escribir? No sé, quizá puede ser, como dicen esos poetas y poetisas, algo  innato, o de pronto se puede aprender como cualquier otro oficio.

Yo he tomado varios cursos de escritura y pienso que si me han enseñado cosas valiosas para escribir mejor.

A la larga pienso que de eso se trata, es decir, de cada día querer escribir mejor y que el deseo de ser e escritor o poeta pase a un segundo plano, pero, claro está, puede que esté equivocado.

También pienso que uno de los fines principales de los cursos de escritura es disfrutar de un espacio con personas  que se chiflan con lo mismo: lo libros y la literatura.

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Arrastrar los pies

Son las 10:40 a.m. y da un paseo por un parque. Hace sol, pero es una de esas mañanas frías.

El sonido de las campanas de un carro de helados lo rescata del fondo de la piscina de sus pensamientos; menos mal porque se estaba ahogando en ellos.

Apura el paso y alcanza al vendedor. Mientras acorta la distancia para llegar a él, un hombre viejo,  de bigote canoso, que lleva un delantal rojo y una cachucha azul, ya sabe qué es lo que va a comprar: un cono de mora con leche condensada y chispas de chocolate.

Ese es su favorito desde que paseaba los domingos, en la plaza del pueblo, con su padre. Su pueblo, ese lugar de cuatro calles, una plaza, una iglesia y casas con fachadas blancas y verdes con techos de paja.

Daría lo que fuera por poder volver a ese lugar en el que el tiempo alcanzaba para todo, pero apenas le cayeron unos años encima decidió, como la mayoría, emigrar a la ciudad, a esa mole de cemento que, se supone, está llena de oportunidades, pero que nadie nunca termina de descifrar.

¿que puede ofrecer un pueblo con casuchas y unas cuantas calles en comparación a rascacielos que besan las nubes y ocupaciones a cada momento del día?

"Tiempo y tranquilidad" se responde mentalmente; ahora lo tiene claro

Eso piensa Alfonso Parbou, mientras le da lengüetazos al helado que acaba de comprar.

En eso y también en lo cansado que está de que la mayoría de personas le indiquen cómo tiene que vivir: por quién debe votar, qué debe comer , cómo debe llevar sus asuntos profesionales, qué lugares debe visitar antes de morir, qué marcas debe comprar, en fin este o tal otro asunto.

"A tomar por culo", piensa en voz alta con acento español. Aunque no comprende muy bien el sentido de la frase; asume que significa que todos se vayan a la mierda.

Una señora que pasa por su lado y lleva un niño pequeño agarrado de la mano lo mira mal, pero él ni se da cuenta, pues sigue tirando del hilo de sus pensamientos y devorando el helado que ya comienza a derretirse.

TAN, TAN, TAN. Los campanazos de un reloj que no tiene a la vista y que van a marcar las once, lo traen de vuelta a esa mañana de sol frío.

"El maldito tiempo", piensa. Sabe que debe volver a la oficina.

¡Que vida esta! Exclama apenas se pone de pie. luego mete las manos en los bolsillos y comienza a caminar arrastrando los pies.

"Alfonso, camina como una persona decente”, Le decía su padre cuando lo hacía.

martes, 21 de diciembre de 2021

La mujer que debe morir

Hay veces, como en este momento, que tengo muchas ganas de escribir, pero no se me ocurre sobre qué.

Imagino que es el no encontrar un tema y poder hilar un par de ideas sobre el mismo es pura pereza mental, pues uno, creo yo, debería estar en la capacidad de contar grandes relatos a partir de hechos nimios, como levantar un vaso de jugo para darle un sorbo.

Es justo ahí, en esas pequeñas acciones que realizamos a diario, donde se debe encontrar el sentido de la vida, pero lo que pasa es que somos muy despistados y siempre fijamos nuestra atención en asuntos de poca importancia.

Eso pensé hace unos días que acompañé a mi hermana a un centro comercial.

“Voy a escribir algo sobre esto”, pensé y con esto me refiero a ese ambiente de gastar dinero, de compradores compulsivos caminando de afán de un lado a otro con bolsas de distintos almacenes engarzadas en sus manos, como si de ese agarre dependiera su vida.

Al final me distraje mirando vitrinas y echando globos sobre temas completamente distintos a lo que me había propuesto. Si algo se me quedó grabado fue lo que dijo una mujer en la caja de una tienda de artículos de cuero, cuando le preguntaron por su email:

“¿Tengo que darlo?”, pregunto en un tono con sabor a soberbia.

No, pues tan importante será”, pensé.

“No señora, usted solo tiene que morirse”, respondió la cajera.

La mujer quedó desarmada ante el buen uso del cliché, y a regañadientes dijo cuál era su correo electrónico.

Estoy seguro de que esa escena, ese pequeño dialogo, encierra una gran historia, quizá algún día me aventure a escribirla. Un título podría ser: La mujer que debe morir”.

Pero sí, definitivamente debemos prestarle más atención a la cotidianidad, pues esta encierra grandes personajes e historias y estás, precisamente, son las que le dan algo de sentido a la vida, si es que tiene alguno.

sábado, 18 de diciembre de 2021

Día dos y el libre albedrío

Nos sentamos en la sala y mi madre prende unas velas. Me pasan el librito de la novena para que lea el día segundo.

Empiezo. Tal vez podría recitar las oraciones de memoria, porque no me cuesta adivinar cuál es la frase que sigue apenas termino de leer una. Llego a la consideración para el segundo día. Cuenta el breve relato que mientras María oraba, “el verbo tomó posesión de su morada creada”.

Luego dice que no llego inopinadamente, es decir, así no más de sopetón, sino que antes del evento apareció un mensajero, el Arcángel San Gabriel, que tenía una tarea: pedirle permiso a María; tener su consentimiento para la encarnación, pues Dios no quería hacerlo sin su aquiescencia. Que palabra tan complicada esa, debe ser que así hablan los arcángeles.

Luego dice que María podía prestarse o no para todo el plan. Ya sabemos cómo se desenvuelve la historia, pero ¿cuál habría sido si a María se le hubiera ocurrido decir que no? ¿Habría Dios buscado a otra mujer que si quisiera, una patricia, Carla, en fin la que fuera?

Pienso en todo esto durante el ping-pong verbal de los  gozos y espero el ven a nuestras almas ven no tardes tanto para contestar de vuelta. Me gusta el ritmo que llevan, aunque también tienen palabras que solo utilizo cuando los leo.

¿Tenemos siempre la libertad de tomar nuestras propias decisiones? ¿Es posible que existan ocasiones en las que nos toca dar una respuesta para quedar bien con todo el mundo?

No sé, no sé nada. De pronto ese cuentico del libre albedrío son puras patrañas, puros pañitos de agua tibia para hacernos creer que tenemos el control, mientras que siempre hay alguien que, de una u otra forma, nos domina.

Espero que alguna consideración de los días restantes me de alguna luz sobre este tema.

viernes, 17 de diciembre de 2021

Locura temporal

Me ocurre sobre todo cuando me baño.

Luego de abrir el grifo, mi mente comienza a repasar temas, actuales y pasados, a toda velocidad.

A veces caigo en uno que me cautiva y me quedo quieto, sin hacer nada, solo dejo que las gotas golpeen mi cabeza y luego que escurran por el cuerpo.

Caigo en cuenta de que estoy desperdiciando agua y que debo enjabonarme o echarme champú.

Y entonces, en medio de la toma de decisión, de un momento a otro se me aparece una melodía en la cabeza. Luego la canto en diferentes tonos, graves, agudos; sostengo una nota como para ver cuánto tiempo duro en esas, como si fuera un reto que alguien me puso: a que no es capaz de… ¿Quién? Un ser imaginario, mi otro yo, el loco que me habita y a veces se asoma a la superficie de mi personalidad, en fin, qué sé yo.

Podría parecer que soy un hombre que canta en la ducha, algo, digamos, normal, pero a ratos me parece que hay rastros de locura en esas pequeñas acciones que, al parecer, no guardan sentido alguno.

Me pregunto si soy infantil. pero ¿acaso no lo somos todos en cierta medida? ¿Qué es ese cuento de la madurez que nos han querido vender?

Pienso en mis primos pequeños y en lo felices que se ven cuando juegan solos, en como conversan consigo mismos y se abstraen del mundo.

Esas melodías, mi locura, en fin, es temporal. Puede que consiga retener una en mi memoria mientras me seco con la toalla, pero apenas abro la puerta del baño, cuando abandono ese terreno creativo de la ducha y me vuelvo a sumergir en la realidad, las olvido por completo.

Es una lástima, pienso que algunas son realmente buenas; con buenas me refiero a pegajosas.

Durante el resto del día intento caer deliberadamente en mi zona de locura, pero no lo logro, lo más cercano es cuando toco batería aérea, pero no le llega ni a los talones.

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Los pensamientos de Martínez

Alfredo Martínez escribe para un portal de bienestar. Detesta tener que levantarse en la madrugada, porque su oficina queda en la otra punta de la ciudad. Podría hacer teletrabajo, pero prefiere aguantarse un viaje de 2 horas y media en un bus a reventar de personas, que tener que aguantarse la cantaleta de su mujer todo el día, acompañado del lloriqueo de sus hijos pequeños. “Para escribir, así sea basura, necesito concentrarme”, piensa.

Su fuerte son los artículos sobre meditación, y los redacta en primera persona, como si en verdad él realizara dicha práctica, pero le aburre de sobremanera sentarse en silencio, en posición flor de loto y repetir Ohmm hasta el cansancio.

La mente, piensa, está hecha para producir cientos, miles, millones de pensamientos, entonces ¿para que ir en contra de la corriente? Cree que el primero en decir que era necesario acallarla  estaba loco. “Déjenla ser”, piensa.

Martínez está harto de la buena onda que pretenden desprender las personas hoy en día. Piensa que la gran mayoría meditan, madrugan, comen sanamente y sonríen a cada rato solo por seguir una moda.

Supone que la gran mayoría son paz y amor de dientes para fuera, pero ay donde tuviéramos acceso a sus pensamientos íntimos, a esas filias que nos acompañan a rodos y que evidencian lo retorcidos que somos.

Mientras piensa sobre el tema le llega a la cabeza un cuento que leyó hace poco. Trata sobre un hombre trabajador y padre de familia ejemplar, que por las noches, cuando su esposa duerme, sale a asesinar a seres nocturnos como los vagabundos y prostitutas.

No nos engañemos, hay pensamientos que siempre vuelven s nosotros sea lo que sea que hagamos", piensa Martínez.

El, a diferencia de su núcleo cercano de amigos y familiares no desea estar en sintonía con el universo.

martes, 14 de diciembre de 2021

Eramos tres

En esa oficina eramos 3: M.C., M. y yo.

M.C era la directora el área. Fue una buena jefe, una mujer que estudió Diseño Industrial, pero que nunca trabajó en algo que tuviera que ver con su carrera y se dedico al área comercial., o de pronto sí tenía que ver, porque todo se relaciona de extrañas maneras y simplemente no nos damos cuenta.

Los consultores de la empresa le tenía envidia, pues decían que ganaba más que ellos, aunque hacía menos.

No sé en qué basaban sus cálculos de esfuerzo o de trabajo y la verdad me importaba poco cuanto ganara ella o quien fuera en la empresa; más bien procuraba relacionarme poco con esas personas que hacían ese tipo de comentarios.

Yo me llevaba bien con M.C. y nuestras charlas casi siempre trataban sobre gustos musicales, de acuerdo a listas de música que ella ponía. Cuando sonaba una canción que conocía, yo comentaba algo.

Otras veces le preguntaba quien era el artista y así, por ejemplo, conocí a Regina Spektor cuando sonó the consequence of sound, buena canción esa.

El otro, M. era un consultor con mucha experiencia que casi no se la pasaba en la oficina sino visitando clientes para solucionarles problemas serios.

M. Es judio; un hombre grande y al que sacarle un par de palabras era todo un logro. Cuando estaba con nosotros  no participaba en nuestras conversaciones; si acaso sonreía con alguno de nuestros comentarios y luego volvía a encorvarse sobre su portátil. Era un hombre que cumplía una rutina rigurosa y, parecía, tenía los tiempos de su jornada medidos, y  no podía traicionar su rutina.

Hablábamos poco en esa oficina,es como si le le hubieramos hecho caso a las primeras líneas de la canción de Spektor:

My rhyme ain't good just yet,
My brain and tongue just met,
And they ain't friends, so far,
My words don't travel far…

Después de un tiempo M.C renunció porque le salió una oferta irresistible de la competencia y a M. lo cambiaron de área. Luego llego A. de Jefe y L. como compañera de área y fuimos otros 3, con una dinámica de trabajo muy diferente.