lunes, 17 de enero de 2022

Volver de la muerte

No hablo de volver de la muerte como una de esas experiencias en la que las personas flotan fuera de su cuerpo y se ven ahí tendidos, con las mismas propiedades de un bulto cualquiera, hasta que por fin logran volver a su cuerpo, sino de regresar cuando ya todos los conocidos han seguido con sus vidas, luego de haberse hecho a la idea de la ausencia de la persona muerta.

Más allá, como me contó una profesora de biología, de entender la muerte como un proceso en el que un organismo deja de funcionar, es decir, cuando sus células no pueden volver a comunicarse entre sí y con el ambiente, nunca terminamos de comprender qué ocurre cuando alguien cercano muere, y es por eso que, en medio del duelo, esperamos su regreso.

Cuenta Joan Didion en El año del pensamiento mágico que cuando murió su esposo, ella no quería desprenderse de su ropa, por si acaso él volvía a aparecer.

Cómo la escritora era tan aguda evaluando lo que le pasaba se pregunta: “Si los muertos realmente regresaran, ¿qué volverían sabiendo? ¿Seríamos capaces de confrontarlos?”

Javier Marías también plantea, de cierta forma, esa pregunta en su novela Los Enamoramientos.

En una conversación de dos de los personajes, se menciona El coronel Chabert, una novela de Balzac, cuya trama, a grandes rasgos, consiste en una viuda de un coronel que fue dado por muerto y que vuelve a aparecer cuando la mujer ya ha vuelto a rehacer su vida con otro hombre.

Puede que la viuda haya deseado con todas sus ganas que Chabert volviera, pero en ese momento ya no le interesaba.

¿Qué haríamos si los muertos volvieran?

"Todo el mundo acaba por sacudirse a los muertos, ese es su
destino final, y lo más probable es que ellos se mostraran
conformes con esa medida, y que, una vez conocida y probada
su condición, no estuvieran tampoco dispuestos a regresar.”
- Los enamoramientos- 

viernes, 14 de enero de 2022

Ella era como una pluma

Siempre he creído que a los buenos narradores las figuras narrativas les salen hasta por los oídos y siempre encuentran la indicada para hacer más potente una narración.

Algunos locutores de fútbol, en especial los ingleses son buenísimos al hacer eso.

Recuerdo que para el partido Costa de Marfil vs Colombia en el mundial del 2014, di con una transmisión de ese país.

En un momento los africanos comenzaron a atacar y uno de sus delanteros se descolgó por una punta a toda velocidad. El locutor. en vez de decir que comenzó a correr rápido o cualquier otra frase plana y falta de sustancia, se le ocurrió decir lo siguiente: “Ohhhh a great storming run from…

Hace poco escuché una entrevista que le hicieron al locutor y escritor colombiano Andrés Salcedo. Es un programa, no recuerdo el nombre, en el que los entrevistados proponen la banda sonora de su vida, de acuerdo a cada etapa, y presentan las canciones que por una u otra razón los marcaron.

Cuando Salcedo estaba hablando de la adolescencia, contó que conoció a una mujer que le encantaba, pero que todos los mensajes se los transmitía por medio de una amiga en común.

Un día hubo una fiesta a la que, aun sin saber bailar nada y para su extrañeza, fue invitado.

Ese día la mujer que le gustaba estaba allí y Salcedo junto todos sus ánimos para sacarla a bailar.

La describe como delgada de pelo negro liso largo y ojos grises, y dice que cuando la agarró para empezar el baile tenía muchos nervios, pero que todo salió bien porque ella era como una pluma y el baile resulto natural.

“Ella era como una pluma”, no hace falta decir nada más para describir esa escena.

jueves, 13 de enero de 2022

Significado

Este día les conté que tenía ganas de escribir un cuento. Hace tres días programé una hora del día para comenzarlo, pero no alcancé a redactar más de una página y dejé de hacerlo porque sentí que no iba hacia ningún lado.

Con eso me refiero a que me falta imprimirle significado, pues más allá de que a un personaje le pasen muchas cosas, buenas o malas, interesantes o no, la gracia de un cuento, creo, está en imbuirle (no sé de dónde me salió esa palabreja) algo más allá del texto; que cuando las personas lo lean se sientan especiales porque piensan que han descubierto una verdad que resonó en ellos.

Con eso de sentir algo, recuerdo el cuento: The Dog hair de Lydia Davis:

“The dog is gone. We miss him. When the doorbell rings, no one barks. When we come home late there is no one waiting for us. We still find his white hairs here and there around the house and our clothes- We pick them up. We should throw them away. But they are all we have left of him- we don’t throw them away. We have a wild hope —if only we collect enough of them, we will be able to put the dog back together again.

Cuando estaba leyendo ese libro: Can’t and won’t stories, y leí ese cuento, recuerdo que me golpeó emocionalmente, pues tiene todo el significado del mundo. Lo tenía que compartir con alguien y se lo mostré a Vicki y cuando lo terminó de leer dijo “Awwhh!”, porque a ella también la sacudió.

Pero volvamos al cuento que intenté escribir el otro día, supongo que su falla, más allá de mi incapacidad narrativa, se encuentra en su falta de significado, y ¿dónde lo encuentro? Imagino que debo dedicar más tiempo a su planeación y no sentarme a escribir apenas con la idea garabateada en mi cabeza.

Aunque de pronto solo fue una mala racha de escritura, porque ese día luego de que abandoné la escritura del cuento, intenté escribir un artículo y logré terminarlo, pero cuando lo leí, tenía el mismo problema del cuento, era solo un arrume de palabras carente de significado.

miércoles, 12 de enero de 2022

La existencia

María Bruni siempre trata de llevar con cuidado cualquier asunto de su vida, el que sea. Por ejemplo, si va por la calle, se asegura de pisar firme para no resbalar, pues ¿cómo saber si ese tropiezo no va a terminar en un golpe en la nuca que le va a producir la muerte?

Bruni piensa que todos, independiente de las condiciones de vida que se tengan, caminamos al filo del abismo todos los días, y que si no nos damos cuenta de ello, es porque andamos preocupados por minucias de la vida: El trabajo, los estudios, las redes sociales, si fulano dijo y mengano le respondió, la política, que los carnívoros están acabando con el planeta, pues que se jodan los veganos, en fin, mil y un asuntos en los que vamos consumiendo los segundos de nuestra existencia.

“Existir. Claro. Es que nos creemos los amos y dueños del universo así seamos unos pobres diablos que no tienen en donde caer muertos; siempre cargando esa falsa sensación de inmortalidad. Obvio, ¿cómo va a ser posible que algo malo me pase a mí que soy tan buena gente?, bien lo tienen merecido esos condenados a los que la mala suerte siempre acompaña”.

En eso piensa Bruni mientras viaja a su oficina en un bus en el que es difícil respirar. Ella lo toma en los primeros tramos de la línea y siempre alcanza a conseguir un puesto al lado de una ventana del lado derecho, pues el otro lo considera de mala suerte, y los 30 minutos que dura el viaje los dedica a perderse en sus monólogos mentales.

Hace poco un hombre se sentó al lado de ella, lo miro de reojo, pero al instante continuó mirando el paisaje y masticando un pensamiento detrás de otro.

Ahora que acaba de llegar a esa conclusión sobre la existencia. Voltea de nuevo a mirar hacia el interior del bus y no puede evitar que sus ojos lean el titular de una noticia del periódico que está leyendo el hombre que está sentado a su lado: “Un asteroide de un kilómetro de diámetro pasará cerca de la tierra el martes que viene”.

“La existencia, que cosa tan frágil”, piensa Bruni.

martes, 11 de enero de 2022

Los CAMIS y los hijos

En la mesa de al lado un hombre hojea su celular y juega a darle scroll down. Su actitud, parece, se trata de solo eso, de no detenerse nunca a leer nada, sino de pasar el tiempo deslizando hacia abajo la pantalla.

Dejo de mirarlo y me concentro en una idea que se me acaba de ocurrir para escribir algo. Mientras comienzo a masticarla, a exprimirle sus jugos a ver si cuenta con los suficientes o si solo es una bala perdida que cayó en mi cabeza porque sí, le doy sorbos a una taza de capuchino.

Pasados un par de minutos otro hombre llega y saluda fuerte al primero desde lejos “¿Entonces? ¿Qué se dice el Cami?

Cami, Camilo supongo —a menos de que CAMI sea un acrónimo de una sociedad secreta a la que ambos pertenecen, y a sus miembros se les conoce como “los Camis” — se para a saludarlo.

Se dan un fuerte abrazo— al diablo el distanciamiento social— acompañado de fuertes palmadas en la espalada por parte de ambos.

Bien por ellos, quién sabe cuánto tiempo llevaban estos CAMIS sin verse pues, como la mayoría de encuentros presenciales, los de su sociedad secreta también llegaron a su fin con la aparición del virus, el Covid, Covi, Covis, la Covid, en fin.

Mientras tanto ahí sigo yo con mi idea y mi bebida y no sé cuál de las dos se está enfriando más rápido, y ahí están esos hombres, felices por verse de nuevo. Cada mesa en lo suyo, en sus conversaciones, saludos o monólogos internos.

Pasado un rato escucho que el primer CAMI, el que esperaba, le pregunta al que acaba de llegar:

“Cómo va con su matrimonio? ¿Ya hay planes de heredero? Los niños son muy lindos, pero es pesadito jaja, como decirlo, requieren de mucha energía.

“Sí, es verdad, si tenemos ganas con Marcela, estamos mirando a ver, y también ver si Dios también lo quiere. Pero tiene razón, es un cambio de vida total.”

“Sí, es un cambio grande, pero son hermosos los chiquitines”.

Luego, al instante, olvidan ese tema y se ponen de hablar de carros, pues el CAMI 2, el que llegó, está vendiendo el suyo.

Le pierdo interés a la conversación y vuelvo a mis pensamientos, a mi idea que yace muerta en algún pliegue del cerebro y que tiene pocas posibilidades de revivir.

Una nube tapa el sol, y se apaga el color de los objetos que me rodean. Termino la bebida y abandono el lugar.

lunes, 10 de enero de 2022

Comerse la cabeza

Cuando entra a su casa, después de uno de esos días de trabajo lleno de chicharrones, Camilo Góngora ve a su novia de espaldas, preparando algo en la estufa de la cocina. Se da cuenta cómo mueve las manos con agilidad y con la punta de los dedos le espolvorea una pizca de sal a lo que sea que esté preparando.

El solo echo de verla le despeja la cabeza de inmediato. A veces piensa que el amor que siente hacia ella no es normal, y se le instala un rato en la cabeza ese cliché horroroso de: Eso tan bueno no dan tanto.

“Hola amor”, le dice luego de descargar, sobre la mesa de la cocina, el morral azul deshilachado que lleva a la oficina.

Espera la respuesta de siempre que, segundos después, siempre viene acompañada de una ligera risa: “¿no te da pena ponerte corbata y colgarte esa porquería?”, pero esta vez solo le habla el chisporroteo de trozos de cebolla y tomate finamente picados que Marcela sofríe en un sartén negro, con abolladuras en los bordes, más viejo que su mochila.

Se acerca por detrás para plantarle un beso en la boca. La rodea con sus brazos. El gesto amoroso no la rescata de su silencio y sigue clavada en él, de ahí no la saca nadie. De todas formas no rehúsa el abrazo, da media vuelta, y deja que se acerque.

El contacto de los labios dura pocos segundos, pero es un beso frío, sin sustancia; mejor dicho no es un beso de pareja, donde se necesitan las ganas de ambos para poder catalogarlo de esa manera. Fue, siente Camilo, como haberle dado un beso a un maniquí.

Las alarmas se prenden. ¿Qué hice?, piensa y repasa las imágenes del desayuno, lo que hablaron puras trivialidades mezcladas con mimos y palabras tiernas, intenta recordar sus gestos, algo, lo que sea, que le de un indicio de la actitud de  su novia.

Cree que luego de salir de la casa, después de despedirse, todo andaba en orden. Siempre creemos, pero muy rara vez sabemos a ciencia cierta qué es lo que ocurre.

No le queda más remedio que preguntarle si le pasa algo, pero justo antes de hacerlo, Marcela habla.

“Cami”, le dice mirándolo fijo a los ojos —tenemos que hablar, concluye él la frase en su cabeza— las cosas no andan bien”

Por lo menos no utilizó esa maldita frase, piensa Góngora, aunque el golpe es el mismo. ¿Cosas?, ¿cuáles cosas?, ¿Su relación, ella, él, el mundo? ¿Qué cosas?

Góngora se come la cabeza intentando descifrar que ocurre, para tener la combinación de palabras más adecuadas cuando sea su momento de hablar.

“Necesito despejar mi cabeza. Perdóname”, es lo único que le dice Marcela.

Es Ahí cuando ve la maleta negra de rodachines en una de las esquinas de la cocina. Lo va a dejar.

“¿Qué hice? ¿Ahora qué voy a hacer? ¿Qué fue lo que paso?, se pregunta, mientras Marcela toma la maleta y abandona la casa con la cabeza gacha.

viernes, 7 de enero de 2022

Un único libro

Me gusta pensar que hay un libro único para mí, es decir, que en algún lugar del planeta, un escritor, sin saber de mi existencia, claro está, escribió un libro que le da algo de luz a todos los miedos e inseguridades que llevo por dentro, al tiempo que celebra mis alegrías y aciertos, o lo que yo considero aciertos en esta vida.

Aún no creo haberlo encontrado. Podría ser Articuentos Completos de Millás, pero ese es mi libro favorito, y creo que el libro favorito y el único no son lo mismo, en fin.

Imagino que resulta difícil coincidir con ese libro dado el número de libros publicados  a lo largo de la historia de la humanidad.

Quizá por eso es que  las personas a las que nos gustar leer, practicamos ese deporte de comprar libros, así tengamos varios sin empezar, pues inconscientemente andamos tras la búsqueda de esa obra única que nos va hablar directamente.

Puede que uno nunca lo encuentre, pues ya sabemos que la vida es muy corta para cualquier actividad, sobre todo para leer, por eso, pienso, se debe afinar el arte de comprar libros a puro feeling.

En épocas antiguas cuando se podía ir a la feria del libro, me gustaba visitarla la primera semana y sin compañía. La paseaba despacio, a mi antojo, hojeando muchos libros y demorándome en cada pabellón lo que me diera la gana.

A veces llevaba una lista de títulos y otras iba sin nada, dispuesto a antojarme de las portadas y la breve reseña de las contraportadas; dejaba que el azar jugara su papel.

En una de sus ediciones, para la que si llevé un listado de títulos, conseguí Vibrato de Isabel Mellado y el Tumbao de Beethoven, una novela corta, pero muy agradable, mucho más para los fanáticos de la salsa.

Esa vez también compré a puro feeling El hombre que murió la víspera y Como los Perros Felices Sin Motivo.

Supongo que una correcta dosis de feeling al momento de comprar libros, es lo que se necesita para dar con esa lectura única de la que les hablo.