martes, 25 de enero de 2022

Dibujar y los universos paralelos

Todo el día me la pase esperando un email que no llega. Tal vez nunca llegue, en fin.

Después de una seguidilla de ingresos al correo electrónico, me dije: “oiga mí mismo, bájele a la ansiedad”.

Como no podía dejar de pensar en el asunto, decidí dibujar.

Dibujar me calma porque toda mi atención se la dedico a la tarea; me baja las revoluciones. Escribir también me produce el mismo efecto, pero siento que cuando dibujo mi mente divaga lo menos posible.

En un instante, cuando le sacaba punta a uno de los lápices, el 5B, el que utilizo para colorear los espacios de color negro, imaginé que debe existir un universo paralelo en el que soy dibujante.

Intento imaginar cuál fue esa decisión de vida que creo ese otro plano, pues se supone que es en esos momentos se crean los universos paralelos: cuando debemos elegir una opción de lo que sea, cuando deseamos vivir una vida y desechar otra.

Lo bueno, por si sirve de consuelo, es que la física cuántica dice que cada una de esas vidas que dejamos de vivir y la que finalmente escogimos, ocurren al mismo tiempo. En otras palabras, lo que esto quiere decir es que todo lo que podría suceder de hecho sucede, pero uno solo vive una serie de experiencias y eventos que se desarrollan para poder existir.

Todo es extraño, tanto este mundo, como esos otros que no vemos, pero en los que también existimos, porque solo imagínense la cantidad de copias que debemos tener, cuando nuestros yoes de otros mundos también comiencen a decidir.

Supongo que esa vida, resultado de la copia de la copia de la copia está echada a perder, pues es como una cinta que se ha grabado muchas veces y pierde calidad.

Relaciono esto con La República del Vino, una novela de Mo Yan que me regalaron y que se me dificulto leer, pues al parecer era una doble traducción: de chino a inglés y luego a español, entonces la obra a veces tenía inconsistencias en el punto de vista.

A lo mejor nuestra vida solo es una vida que desecho nuestro yo superior, si se le puede llamar así.

lunes, 24 de enero de 2022

Dejar el tinto servido

Acompaño a mi hermana a cambiar ropa.

Luego de un tiempo de andar por el centro comercial, le digo que mejor la espero en un café, mientras leo; que termine de hacer sus vueltas a su ritmo, sin tenerme a mí revoloteando a su lado.

Cuando llegó al lugar, pienso en comprar alguna bebida para acompañar la lectura, pero al final desisto de la idea, porque seguro me antojo de algo de pastelería y no quiero dañar el almuerzo, así que me siento en la primera mesa desocupada que veo.

Alguien dejó un tinto servido. Pienso que la bebida afianza mi derecho a ocupar la mesa, pues parece como si fuera mía.

Después de sentarme toco la base de la mesa con un pie y noto que está tembleque, pues el tinto comienza a mecerse dentro del vaso de cartón.

Para evitar un accidente, decido ponerlo sobre una barra que está a mi izquierda y cuando tomo el vaso noto que todavía está algo caliente.

¿Qué le pasó a la persona que dejo el tinto servido?

Me aventuro a pensar que es un hombre al que le gusta tomar el café bien oscuro. “Démelo cargado”, siempre dice cuando lo ordena. Le gusta beberlo muy caliente y de esa forma, pues el tinto clarito, piensa, es para personas flojas.

Ese día, sábado en la mañana, el hombre había salido a hacer su caminata habitual de 5 kilómetros que siempre termina en el centro comercial. Llegó al café, hizo la fila, luego el pedido y lo esperó en la barra.

Apenas se lo entregaron le dio un sorbo y cuando se sentó en la mesa le sonó el celular.

No sabemos que noticia le dieron, pero no era buena. Por eso salió de inmediato para su casa, pues no tenía tiempo que perder.

Podemos parafrasear a Joan Didion: “La vida cambia rápido, la vida cambia en el instante. Te sientas a tomar un tinto y la vida, como la conocías, se acaba”.

viernes, 21 de enero de 2022

Sencillez

L. Me regalo la novela Panza de Burro en navidad.

La empecé a leer ayer y me ha sorprendido por su sencillez. Me gusta como Abreu juega con las palabras y las acomoda a su antojo, pero bueno, no quiero escribir mucho acerca de su obra, porque aun no la he terminado y también porque estoy cocinando un artículo en mi cabeza y no quiero quemar los cartuchos narrativos antes de tiempo.

Escribir sencillo no es tan fácil como parece. Antes que nada, quiero dejar dejar claro que dista mucho de escribir simple.

A veces siento que las personas que escriben, en ocasiones también me pasa, intentan sonar listas y exponer ideas y pensamientos brillantes, y con eso se pierde mucha originalidad y sinceridad.

Recuerdo que en un diplomado de escritura creativa que tomé, la idea del profesor era que trabajáramos el borrador de una novela. Yo comencé a escribir una en la que el protagonista se llamaba Heinz, pero fracase en el intento porque a las pocas páginas se me acabo la gasolina. Si eso ocurrió fue porque yo no quise echarle más, porque no tenía claro a dónde quería llegar.

Carlos presentó unos capítulos de una novela que se desarrollaba en un convento donde varias de las monjas eran lesbianas, pero hacia el final dejó de presentar avances, Martha nunca presentó nada, y Javier fue el único que terminó su novela: una profesora de colegio que tenía un pasado turbio de actriz porno y al final uno de sus alumnos la descubría.

Pero de todos los proyectos, el que más me gustaba era el de Simón, un periodista que escribía para la sección de deportes de un portal de noticias. Su novela se desarrollaba en un centro comercial y trataba sobre un hombre que trabajaba en una compraventa y estaba enamorado de una vendedora de zapatos.

No pasaba mucho, es decir, los capítulos eran tajadas de la vida de esos personajes en ese lugar, pero su escritura tenía buen humor y era un ambiente cercano. Al final también dejó de presentar avances, pero siempre admiré su propuesta y su estilo sencillo de escritura.

jueves, 20 de enero de 2022

De escritores y opiniones

El escritor Ramón Jiménez piensa que ha tenido algunos aciertos literarios en su vida. Si todavía se mantiene en escena es por su trilogía Blanco púrpura, pero desde que publicó Mañanas Frías el último libro de la saga, no ha vuelto, cree, a producir nada con la misma calidad.

A veces piensa que hay escritores de un solo libro, escritores que no evolucionan con el paso de los años, sino que por alguna razón —alineación de planetas, ayuda de los dioses de la escritura, confabulación de las musas, la que sea— publican un libro en los inicios de su carrera, que adquiere el título de obra maestra según la crítica.

Esos escritores después la pasan mal, porque piensan que la siguiente obra que escriben debe sobrepasar a la anterior, pero muy pocos son los que lo logran y por eso se quedan ahí, estáticos, con un único libro que les brinda la fama necesaria para hacer parte de la escena literaria actual y que les permite participar en festivales y simposios.

Hace poco a Jiménez lo invitaron a participar en una antología de cuentos.  Aceptó solo porque lleva atascado 2 años en una novela, de la que siente que la trama se le esfumo por completo.

Piensa que escribir cuentos es uno de los mejores métodos para desbloquearse creativamente.

El tema de la antología era la soledad y Jiménez escribió Llama viva, un cuento que le gustó mucho, quizá no el mejor que ha escrito, pero si uno sincero. La antología contaba con más de 10 autores, algunos conocidos y otros que era la primera vez que los oía nombrar.

Uno de ellos era Robert Fisher, un escritor con ínfulas de estrella que siempre le ha caído mal.

Hace poco leyó una entrevista que le hicieron, donde le preguntaron por la antología y el escritor dijo que solo unos pocos cuentos tenía un nivel literario aceptable y que otros, si acaso, deberían salir en publicaciones no profesionales como fanzines.

Jiménez detesta esa superioridad moral y prefiere no opinar. Le es fiel a una cita de Las Olas de Virginia Woolf.

"I am like a log slipping smoothly over some waterfall. I am not a judge. I am not called upon to give my opinion."

miércoles, 19 de enero de 2022

Diarios familiares

Francisco almuerza con Diana, una amiga que es escritora y ella le cuenta que una tía le entregó sus diarios, pues quiere que cuente su historia.

Empezó a llevarlos desde que era una niña y en relata el camino que la llevó al alcoholismo, y cómo logro superar su adicción.

Más tarde mientras prepara un tinto, Francisco piensa en lo que le contó su amiga, pues resonó en él de cierta forma. Piensa que eso es una prueba de que todo está conectado, de que estamos ligados a cualquier suceso, solo que no nos fijamos bien y por eso no nos damos cuenta de casi nada.

Francisco recuerda su accidente y como quedó en coma por dos semanas. El dictamen: Trauma craneoencefálico Epidural. Lo del coma, claro esta no lo recuerda, sino que se lo han contado.

Cuando superó esa zancadilla del desino, y cuando más o menos ya se había habituado a la rutina de la vida —como si tal cosa en verdad fuera posible—, le explicaron que el coma había sido por barbitúricos, es decir, el neurólogo le produjo un profundo estado de inconsciencia por medio de un fármaco.

2 semanas borradas de su existencia, 14 días en un sueño profundo del que no se sabía si iba a despertar o no.

Hace un tiempo se enteró que una de sus hermanas, a modo de ejercicio catártico, llevó un diario de los días que duró en cuidados intensivos. Un recuento de las cosas que pasaban en esos días, como la compra de su carro, o el nacimiento de un primo. Solo consistía en eso, en contarle a su hermano qué ocurría en su mundo cercano mientras él dormía.

Siempre hay alguien mirando, alguien dispuesto a contar la historia de la forma que mejor le parezca.

Al hombre le gustaría leer ese recuento de hechos, saber cómo fueron esos días marcados por su ausencia; le gustaría estrellarse con la cotidianidad de ese tiempo que  fue borrado de su existencia.

El hombre nunca le ha pedido a su hermana que le deje leer esas hojas. Cree que hay que respetar esos textos que solo se escriben para uno mismo.

martes, 18 de enero de 2022

La escurridiza verdad

“Al menos 50 personas mueren en un ataque suicida en Diwaniya, capital de la provincia de Cadisia en Irak”.

Ese es el titular que lee Valentina Bustamante, mientras toma un café y hojea el periódico.

Lo primero que se le viene a la cabeza son las palabras Al·lahu-àkbar (Dios es grande), esa frase inocente que ha sido degradada por los atentados terroristas.

Luego, quién sabe por qué tipo de asociaciones que realiza su cerebro, piensa sobre el concepto de verdad.

Bustamante anda por la vida tratando de descifrar qué es la verdad o, por lo menos, definir la suya. Cree que está ligada al punto de vista de cada persona y que por más increíble o ridícula que nos parezca le verdad de alguien,  es casi imposible cambiar lo que las personas consideran como verdad.

Después de darle un sorbo a la bebida caliente y respirar su vaho, deja el pocillo sobre la mesa, toma su celular y busca la palabra en la RAE:

Se encuentra con seis definiciones y, de esas, 2 le llaman la atención:

“Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa.”

Cree que esta tiene que ver con lo del punto de vista: estar conformes con lo que sea que hagamos, y que el resto de mortales se muerdan el codo si no les gusta; es nuestra verdad y punto.

Piensa en el hombre que llevaba puesto un chaleco con explosivos. Para él su verdad era esa: inmolarse y llevarse con él a unas cuantas personas. ¿Quién le puede cambiar su forma de pensar? Seguro que es casi imposible hacerlo, esa era su verdad y no hay nada que hacer.

La otra definición dice:

“Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna”.

Bustamante cree que es muy difícil encapsular el significado de una palabra y todo lo que nos hace sentir en tan solo una frase. Piensa que ambas definiciones, como muchas cosas en esta vida, están bien y mal al mismo tiempo, que hay verdad en ellas, valga la redundancia, pero también mentira o, más bien, desconocimiento.

Decir que la verdad es siempre la misma, sin mutación alguna le parece un absurdo. Recuerda la definición que da el escritor español Manuel Vilas:

“La verdad está siempre en constante transformación, por eso es difícil decirla, señalarla. Más bien siempre está huyendo. Más bien lo importante es reflejar su continuo movimiento, su irregular y desacomplejada metamorfosis.”

Le gustan más la definiciones de verdad que dan los escritores, como esta otra de Javier Marías:

“La verdad no es nunca nítida, sino que siempre es maraña.”

O la manera en que la describe Anaïs Nin en uno de sus diarios:

“In creation I would reveal what I am, or all the truth.

lunes, 17 de enero de 2022

Volver de la muerte

No hablo de volver de la muerte como una de esas experiencias en la que las personas flotan fuera de su cuerpo y se ven ahí tendidos, con las mismas propiedades de un bulto cualquiera, hasta que por fin logran volver a su cuerpo, sino de regresar cuando ya todos los conocidos han seguido con sus vidas, luego de haberse hecho a la idea de la ausencia de la persona muerta.

Más allá, como me contó una profesora de biología, de entender la muerte como un proceso en el que un organismo deja de funcionar, es decir, cuando sus células no pueden volver a comunicarse entre sí y con el ambiente, nunca terminamos de comprender qué ocurre cuando alguien cercano muere, y es por eso que, en medio del duelo, esperamos su regreso.

Cuenta Joan Didion en El año del pensamiento mágico que cuando murió su esposo, ella no quería desprenderse de su ropa, por si acaso él volvía a aparecer.

Cómo la escritora era tan aguda evaluando lo que le pasaba se pregunta: “Si los muertos realmente regresaran, ¿qué volverían sabiendo? ¿Seríamos capaces de confrontarlos?”

Javier Marías también plantea, de cierta forma, esa pregunta en su novela Los Enamoramientos.

En una conversación de dos de los personajes, se menciona El coronel Chabert, una novela de Balzac, cuya trama, a grandes rasgos, consiste en una viuda de un coronel que fue dado por muerto y que vuelve a aparecer cuando la mujer ya ha vuelto a rehacer su vida con otro hombre.

Puede que la viuda haya deseado con todas sus ganas que Chabert volviera, pero en ese momento ya no le interesaba.

¿Qué haríamos si los muertos volvieran?

"Todo el mundo acaba por sacudirse a los muertos, ese es su
destino final, y lo más probable es que ellos se mostraran
conformes con esa medida, y que, una vez conocida y probada
su condición, no estuvieran tampoco dispuestos a regresar.”
- Los enamoramientos-