Redacto esto porque no se qué escribir y para no dejar de escribir.
Disculpen todos aquellos adictos a la escritura que les molesta ver palabras iguales o similares en una misma frase.
Dicen, algunos, supongo que saben, que eso no está bien visto, que se debería optar por el uso de sinónimos, pero para la palabra escribir me salen unos como: trazar, garabatear, garrapatear, mecanografiar, apuntar, que, a pesar de lo sonoros, poco tienen que ver con la actividad, y no logran encapsular su significado.
Comienzo a redactar este párrafo, después de un largo rato de mirar a la pantalla, sin saber qué decir y luego de haber ido a la cocina a servirme gaseosa y coger un paquete de maizitos, que devoré como un muerto de hambre.
Note usted, estimado lector, que no utilicé la palabra escribir al inicio del párrafo anterior, pero si había utilizado “redacto” en el primero. Me pregunto cuál será el número de palabras necesario, para poder repetir una sin que parezca de esa manera. Seguro alguien tiene ese dato o ya se han hecho estudios sobre eso.
No digo que deba merecer un premio o algo por eso, pero a veces la gente no sabe lo que cuesta poner la palabra que viene. Hay veces que se acaban y da algo de angustia no saber de dónde sacarlas. Siempre he pensado que escribir, hasta cierto punto, es como jugarse la vida.
Hace poco me paso eso con un texto. Cuando comencé a escribirlo, mi mente rebozaba de ideas y las palabras me salían de todos lados, hasta de los bolsillos. Luego de recoger unas cuantas que se me habían caído al piso, para insertarlas o remplazarlas por otras aquí y allá, y cuando solo me faltaban 200 quedé en blanco.
200 palabras no es mucho, si acaso 4 o 5 párrafos, pero en varios intentos lo que escribía era una repetición de lo anterior.
Al final opté por ponerme de pie y dar una vuelta por el apartamento, sin pensar nada acerca del escrito, sino más bien en los huevos del gallo.
A veces la mejor táctica, y no solo para escribir, es distraerse a propósito.
jueves, 10 de marzo de 2022
miércoles, 9 de marzo de 2022
Preguntas varias
Martín Cassiani se despierta de un momento a otro. Le extraña cuando eso ocurre después de una noche llena de excesos, en la que el cansancio lo noqueó sobre la cama.
Voltea mirar a su lado derecho y ve la espalda descubierta de Mariana, con su melena negra que parece derramarse sobre ella.
Le gustaría poner en palabras la fuerte atracción que siente hacia esa mujer, ese grado de conexión que les permite, con solo una mirada, saber lo que el otro está pensando.
Podría ser simplista y decir que la ama, ¿pero ¿qué es amar?, se pregunta. Por eso se escuda en la zona segura del “te quiero” que, cree, no lo compromete tanto. Igual ella tampoco ha pronunciado el par de palabras, y nunca le ha reprochado que él no lo haya hecho hasta el momento.
Cassiani siempre había creído que quienes hablaban así acerca de una pareja exageraban o mentían, pero ahora sabe que no es así, que por los menos algunos, como él, dicen la verdad.
Sus encuentros siempre terminan en rounds de sexo salvajes. Pero la fascinación que siente por ella trasciende lo físico, pues no solo le calienta el cuerpo sino también el corazón; es como un laberinto del que nunca espera salir.
Se siente afortunado y en problemas al mismo tiempo.
Mira el reloj y ve que son las dos de la mañana pasadas. ¿Con qué excusa le va a salir ahora a su esposa?
Ahí, acostado en la cama, se pregunta si no será verdad lo que escuchó el otro día en un programa de radio: “los seres humanos no le son fiel a su pareja sino al concepto de fidelidad”, decía una locutora con voz sedosa.
Piensa en Alejandra y sabe que la quiere. ¿Entonces qué es lo que le hace sentir Mariana? ¿No será más fácil dejar la fidelidad de lado y darle rienda suelta al deseo y a esos impulsos de conducta naturales o, más bien, animales?
A veces piensa en acabar la relación con la primera y dedicarse por entero a la segunda, dejar de dividir el amor, ¡pero no!, exclama dentro de su cabeza, a las dos las quiere intensamente.
Quizá, piensa, son amores distintos, pero no cree que uno sea mejor que el otro.
Vuelve a cerrar los ojos a ver si duerme un poco. Siempre ha creído que el sueño tiene la capacidad de reparar las dudas que abundan en su cabeza.
Voltea mirar a su lado derecho y ve la espalda descubierta de Mariana, con su melena negra que parece derramarse sobre ella.
Le gustaría poner en palabras la fuerte atracción que siente hacia esa mujer, ese grado de conexión que les permite, con solo una mirada, saber lo que el otro está pensando.
Podría ser simplista y decir que la ama, ¿pero ¿qué es amar?, se pregunta. Por eso se escuda en la zona segura del “te quiero” que, cree, no lo compromete tanto. Igual ella tampoco ha pronunciado el par de palabras, y nunca le ha reprochado que él no lo haya hecho hasta el momento.
Cassiani siempre había creído que quienes hablaban así acerca de una pareja exageraban o mentían, pero ahora sabe que no es así, que por los menos algunos, como él, dicen la verdad.
Sus encuentros siempre terminan en rounds de sexo salvajes. Pero la fascinación que siente por ella trasciende lo físico, pues no solo le calienta el cuerpo sino también el corazón; es como un laberinto del que nunca espera salir.
Se siente afortunado y en problemas al mismo tiempo.
Mira el reloj y ve que son las dos de la mañana pasadas. ¿Con qué excusa le va a salir ahora a su esposa?
Ahí, acostado en la cama, se pregunta si no será verdad lo que escuchó el otro día en un programa de radio: “los seres humanos no le son fiel a su pareja sino al concepto de fidelidad”, decía una locutora con voz sedosa.
Piensa en Alejandra y sabe que la quiere. ¿Entonces qué es lo que le hace sentir Mariana? ¿No será más fácil dejar la fidelidad de lado y darle rienda suelta al deseo y a esos impulsos de conducta naturales o, más bien, animales?
A veces piensa en acabar la relación con la primera y dedicarse por entero a la segunda, dejar de dividir el amor, ¡pero no!, exclama dentro de su cabeza, a las dos las quiere intensamente.
Quizá, piensa, son amores distintos, pero no cree que uno sea mejor que el otro.
Vuelve a cerrar los ojos a ver si duerme un poco. Siempre ha creído que el sueño tiene la capacidad de reparar las dudas que abundan en su cabeza.
martes, 8 de marzo de 2022
Científicos descubren la mierda
“¡Váyase a la mierda!” es una expresión precisa.
No voy a entrar a discutir si está bien o mal indicarle eso alguien, pero es claro que la frase deja clara la intención: querer tener lo más alejado posible a alguien.
Motivos para eso hay miles. Imagino que, si no nos sentimos bien con la presencia de alguien, y se nos presenta la oportunidad, tenemos todo el derecho de mandarlo a la mierda.
Ahora bien, solo resta preguntarse: ¿Dónde queda la mierda?
Supongo que es el punto más lejano de todos. ¿Y dónde queda eso?
Afortunadamente la comunidad científica también se preocupa de las mismas cosas que nosotros, los simples mortales, y ha identificado el lugar más lejano del universo.
Eso gracias a un aparatejo llamado espectrómetro que se asoma como espectador, supongo, a los bordes de nuestro universo.
Esa cosa logro ubicar la galaxia más distante, y esta fue bautizada con el nombre Z8GND5296, que me hace pensar en una columna de un archivo inmenso de Excel.
Cabe anotar que los que bautizan galaxias necesitan una ayudita de los encargados de bautizar huracanes o virus.
No entiendo por qué los científicos no se preocupan por mirar más cerquita, en fin. Al final es verdad la frase que alguna vez le leí a Juan José Millás: “Seguimos buscando genes por dentro y galaxias por fuera”, lugares a los que nunca vamos a llegar.
Creo que podemos llegar a un acuerdo y decir que las coordenadas de esa esa nueva galaxia es ese lugar que todos podemos denominar como en la mismísima mierda
En cuanto a la frase sigo prefiriendo con la que abrí este post. “Váyase a la ZetaOchoGeEneDeCincoDosNueveSeis” resulta engorroso, y a pesar de lo larga es muy pobre y carece de la fuerza de un insulto.
No voy a entrar a discutir si está bien o mal indicarle eso alguien, pero es claro que la frase deja clara la intención: querer tener lo más alejado posible a alguien.
Motivos para eso hay miles. Imagino que, si no nos sentimos bien con la presencia de alguien, y se nos presenta la oportunidad, tenemos todo el derecho de mandarlo a la mierda.
Ahora bien, solo resta preguntarse: ¿Dónde queda la mierda?
Supongo que es el punto más lejano de todos. ¿Y dónde queda eso?
Afortunadamente la comunidad científica también se preocupa de las mismas cosas que nosotros, los simples mortales, y ha identificado el lugar más lejano del universo.
Eso gracias a un aparatejo llamado espectrómetro que se asoma como espectador, supongo, a los bordes de nuestro universo.
Esa cosa logro ubicar la galaxia más distante, y esta fue bautizada con el nombre Z8GND5296, que me hace pensar en una columna de un archivo inmenso de Excel.
Cabe anotar que los que bautizan galaxias necesitan una ayudita de los encargados de bautizar huracanes o virus.
No entiendo por qué los científicos no se preocupan por mirar más cerquita, en fin. Al final es verdad la frase que alguna vez le leí a Juan José Millás: “Seguimos buscando genes por dentro y galaxias por fuera”, lugares a los que nunca vamos a llegar.
Creo que podemos llegar a un acuerdo y decir que las coordenadas de esa esa nueva galaxia es ese lugar que todos podemos denominar como en la mismísima mierda
En cuanto a la frase sigo prefiriendo con la que abrí este post. “Váyase a la ZetaOchoGeEneDeCincoDosNueveSeis” resulta engorroso, y a pesar de lo larga es muy pobre y carece de la fuerza de un insulto.
De ahí la necesidad de acortarla para poder hacer uso de la expresión de forma fácil.
lunes, 7 de marzo de 2022
Otra vez la muerte
“Sólo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo; la Tierra detiene su rotación y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina.”
Eso dice Rosa Montero en La ridícula idea de no volver a verte, y sí, esos dos extremos que encierran la vida, se encarga de que le demos una nueva mirada a todo lo que hacemos, y que muchas cosas no son tan importantes como parecen.
La tía tenía 90 años. Me pregunto: ¿hasta que edad será prudente vivir?
Sándor Márai lo analizaba de otra forma en sus diarios:
“Dos momentos míticos de la existencia: cuando en el óvulo fecundado empieza a manifestarse la vida, esa energía terrible e inabarcable, y cuando esa misma energía deja de activar las células, entregando el testigo a esa otra fuerza terrible e inabarcable, la muerte. Ésta es la realidad, todo lo demás son ilusiones triviales, repugnantes”.
Hacía rato que la tía se venía marchitando. Llevaba ya varios meses sin hablar y cuando alguien le decía algo, sus ojos se movían como atentos a la voz, pero quién sabe qué tan delgado era el hilo que la conectaba con la realidad.
El fin de semana la pasó muy mal. El sábado tuvo fiebre, vómito, la oxigenación en la sangre se le fue al piso y la tensión se le disparó por las nubes. Llevaba horas sin dormir, presa, al parecer, de angustia.
Ya en la clínica lograron estabilizarla.
La enfermera que se quedó con ella, llamó a las 6 de la mañana del domingo para avisar que seguía bien: Dormía y sus signos vitales eran normales.
Luego, a las 7, Liliana volvió a llamar. “En un momento respiró y exhaló profundo, y ya" dijo.
“Silencio antes de nacer, silencio después de la muerte, la vida es puro ruido entre dos insondables silencios.”
- Isabel Allende -
Eso dice Rosa Montero en La ridícula idea de no volver a verte, y sí, esos dos extremos que encierran la vida, se encarga de que le demos una nueva mirada a todo lo que hacemos, y que muchas cosas no son tan importantes como parecen.
La tía tenía 90 años. Me pregunto: ¿hasta que edad será prudente vivir?
Sándor Márai lo analizaba de otra forma en sus diarios:
“Dos momentos míticos de la existencia: cuando en el óvulo fecundado empieza a manifestarse la vida, esa energía terrible e inabarcable, y cuando esa misma energía deja de activar las células, entregando el testigo a esa otra fuerza terrible e inabarcable, la muerte. Ésta es la realidad, todo lo demás son ilusiones triviales, repugnantes”.
Hacía rato que la tía se venía marchitando. Llevaba ya varios meses sin hablar y cuando alguien le decía algo, sus ojos se movían como atentos a la voz, pero quién sabe qué tan delgado era el hilo que la conectaba con la realidad.
El fin de semana la pasó muy mal. El sábado tuvo fiebre, vómito, la oxigenación en la sangre se le fue al piso y la tensión se le disparó por las nubes. Llevaba horas sin dormir, presa, al parecer, de angustia.
Ya en la clínica lograron estabilizarla.
La enfermera que se quedó con ella, llamó a las 6 de la mañana del domingo para avisar que seguía bien: Dormía y sus signos vitales eran normales.
Luego, a las 7, Liliana volvió a llamar. “En un momento respiró y exhaló profundo, y ya" dijo.
“Silencio antes de nacer, silencio después de la muerte, la vida es puro ruido entre dos insondables silencios.”
- Isabel Allende -
viernes, 4 de marzo de 2022
El hombre con los audífonos
Hace sol.
Qué entrada tan floja. Debería enganchar con un primer párrafo arrollador, lleno de tensión y que de ganas de seguir leyendo, pero no se me ocurre nada en este momento.
Podría acudir a la ficción, algo como: Hace sol, pero, en un instante, el ambiente se oscurece por completo. Ese inicio, sin duda, sería mejor. Lo voy a tener presente para una futura entrada, pues, ¿cómo no preguntarse qué hace que la luz del sol se apague de un momento a otro?
Solo quiero narrar un hecho y ya está. Contar una tajada de vida —no todo puede tener un inicio, nudo y desenlace—, una viñeta, en fin.
Un hombre que va pasando frena y se sienta en una silla de parque. Estira las piernas, las cruza y luego echa la espalda hacia atrás para acomodar de mejor forma su espalda sobre las tablas de madera.
“Es inútil, pienso. Si está en busca de comodidad una silla de parque no es una buena opción.
¿Quién es ese hombre? ¿Qué hace ahí justo en ese momento? Sería fascinante tener la habilidad de ver un poco más allá de lo evidente, con tan solo observar una persona por un par de segundos, es decir, saber cosas determinantes acerca de su vida, que sé yo: qué le apasiona, por qué razón lloró la última vez, qué o quién lo hace sentir vivo y cosas así; pura carne narrativa para un relato.
Sabemos muy poco de las personas. Me refiero a que no sabemos nada importante, sino puros detalles superficiales con los que nos formamos un concepto de ellas.
Volvamos al hombre. Después de que se sienta busca unos audífonos en uno de los bolsillos internos de su chaqueta. Los cables son amarillos y están enredados. Comienza a desenredarlos con una parsimonia envidiable, sin rastro de desespero.
Cuando por fin lo logra los conecta a su teléfono móvil y pone las manos detrás de la cabeza. ¿Qué escucha? Se me ocurre pensar que tiene un playlist que títuló: “Canciones para después del almuerzo”. Tiene melodías que, cree, le inyectan algo de energía para el tiempo que le resta de jornada laboral.
El café que me estoy tomando se acaba. Desde lejos, y con un tiro certero, lo encesto en una caneca. Nadie me aplaude a pesar de que fue un tiro difícil. Me pongo de pie y dejo al hombre con su música o lo que sea que esté escuchando. El sol también abandona el lugar.
Qué entrada tan floja. Debería enganchar con un primer párrafo arrollador, lleno de tensión y que de ganas de seguir leyendo, pero no se me ocurre nada en este momento.
Podría acudir a la ficción, algo como: Hace sol, pero, en un instante, el ambiente se oscurece por completo. Ese inicio, sin duda, sería mejor. Lo voy a tener presente para una futura entrada, pues, ¿cómo no preguntarse qué hace que la luz del sol se apague de un momento a otro?
Solo quiero narrar un hecho y ya está. Contar una tajada de vida —no todo puede tener un inicio, nudo y desenlace—, una viñeta, en fin.
Un hombre que va pasando frena y se sienta en una silla de parque. Estira las piernas, las cruza y luego echa la espalda hacia atrás para acomodar de mejor forma su espalda sobre las tablas de madera.
“Es inútil, pienso. Si está en busca de comodidad una silla de parque no es una buena opción.
¿Quién es ese hombre? ¿Qué hace ahí justo en ese momento? Sería fascinante tener la habilidad de ver un poco más allá de lo evidente, con tan solo observar una persona por un par de segundos, es decir, saber cosas determinantes acerca de su vida, que sé yo: qué le apasiona, por qué razón lloró la última vez, qué o quién lo hace sentir vivo y cosas así; pura carne narrativa para un relato.
Sabemos muy poco de las personas. Me refiero a que no sabemos nada importante, sino puros detalles superficiales con los que nos formamos un concepto de ellas.
Volvamos al hombre. Después de que se sienta busca unos audífonos en uno de los bolsillos internos de su chaqueta. Los cables son amarillos y están enredados. Comienza a desenredarlos con una parsimonia envidiable, sin rastro de desespero.
Cuando por fin lo logra los conecta a su teléfono móvil y pone las manos detrás de la cabeza. ¿Qué escucha? Se me ocurre pensar que tiene un playlist que títuló: “Canciones para después del almuerzo”. Tiene melodías que, cree, le inyectan algo de energía para el tiempo que le resta de jornada laboral.
El café que me estoy tomando se acaba. Desde lejos, y con un tiro certero, lo encesto en una caneca. Nadie me aplaude a pesar de que fue un tiro difícil. Me pongo de pie y dejo al hombre con su música o lo que sea que esté escuchando. El sol también abandona el lugar.
jueves, 3 de marzo de 2022
Ser como Holden Caulfield
Uno debería actuar como Holden Caufield, el protagonista de El guardián entre el centeno.
Algunos critican ese libro y afirman que no tiene trama.
Puede que sea así. De lo poco que me acuerdo Salinger va contando lo qué le pasa al adolescente, pero son como eventos aislados. Pero eso, creo, no le resta calidad a la obra. Es un librazo.
De pronto nuestras vidas funcionarían mejor así, sin tanta planificación, sin tanta alharaca y bombo, sin tantas ínfulas de grandeza, sin tanto orden preestablecido, sin tanto paso a paso, en fin, usted me entiende querido lector.
De pronto el secreto de la vida consiste en comprarse un café, sentarse en un murito de una esquina y ver pasar la gente. Hilvanar un pensamiento detrás de otro con cada sorbo de la bebida, pero sin la angustia de tener que buscarle significado a todo. Tal vez sea eso y ya está, pero no nos damos cuenta. Nunca nos damos cuenta de nada.
“I'm always saying "Glad to've met you" to somebody I'm not at all glad I met. If you want to stay alive, you have to say that stuff, though.”
Eso dice Caullfield. De pronto es por eso que vivimos despistados, porque queremos agradar a todo momento.
Es posible que en el territorio de “no agradar”, que quizá comparte terreno con el de la soledad, hay información importante que desconocemos, pero el temor de caer en cualquiera de los dos nos aleja de ella.
Quizá la clave de todo este rollo de la existencia consista en ser un personaje secundario. Entender que nuestra trama de vida no es especial sino idéntica a la de millones de personas, y que, si acaso, interpretamos un rol pequeño en la de alguien.
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Algunos critican ese libro y afirman que no tiene trama.
Puede que sea así. De lo poco que me acuerdo Salinger va contando lo qué le pasa al adolescente, pero son como eventos aislados. Pero eso, creo, no le resta calidad a la obra. Es un librazo.
De pronto nuestras vidas funcionarían mejor así, sin tanta planificación, sin tanta alharaca y bombo, sin tantas ínfulas de grandeza, sin tanto orden preestablecido, sin tanto paso a paso, en fin, usted me entiende querido lector.
De pronto el secreto de la vida consiste en comprarse un café, sentarse en un murito de una esquina y ver pasar la gente. Hilvanar un pensamiento detrás de otro con cada sorbo de la bebida, pero sin la angustia de tener que buscarle significado a todo. Tal vez sea eso y ya está, pero no nos damos cuenta. Nunca nos damos cuenta de nada.
“I'm always saying "Glad to've met you" to somebody I'm not at all glad I met. If you want to stay alive, you have to say that stuff, though.”
Eso dice Caullfield. De pronto es por eso que vivimos despistados, porque queremos agradar a todo momento.
Es posible que en el territorio de “no agradar”, que quizá comparte terreno con el de la soledad, hay información importante que desconocemos, pero el temor de caer en cualquiera de los dos nos aleja de ella.
Quizá la clave de todo este rollo de la existencia consista en ser un personaje secundario. Entender que nuestra trama de vida no es especial sino idéntica a la de millones de personas, y que, si acaso, interpretamos un rol pequeño en la de alguien.
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miércoles, 2 de marzo de 2022
Los tres esferos de Vladímir Putin
Caigo en una noticia del presidente ruso, de la que solo leo el titular, porque dedicó mi atención a la foto que viene debajo: El “emperador” sentado en su escritorio.
La expresión de su rostro la misma de siempre: Una mezcla de mal genio y sufrimiento. Su semblante hace pensar que, aunque con todo el poder que ostenta, ha tenido una vida reprimida, o puede ser que ande estreñido a toda hora y ya está. De ahí la rabia contra la vida, el mundo el universo, el más allá, y que quiera agarrar a bombazos a quien se oponga a sus planes.
Sale mirando una pantalla en la que, me imagino, le informan sobre los avances de las tropas rusas sobre Ucrania.
Sobre la mesa también hay unos papeles desordenados aquí y allá y casi al borde un jarro de color azul oscuro: el típico mug en el que uno se toma el primer café del día.
Parece que fuera un regalo que le hizo alguien que aprecia mucho. ¿Quién? No sé, digamos que uno de sus nietos, si es que tiene. Pensemos que sí y que su preferida es Irina, una rubia de ojos azules y pelo rubio liso. Es difícil imaginarlo en rol de abuelo, pero puede ser que Putin se derrita cada vez que la niña le dice: “я люблю тебя дедушка” (ya lyublyu tebya dedushka): Te quiero abuelo.
Ni modo de culparla, uno no escoge la familia que le tocó.
Como todos nos parecemos en algo, Putin utiliza el regalo de su nieta para guardar esferos. Pero a diferencia de esos mugs repletos de esferos de múltiples colores, que usted o yo, querido lector, tenemos en la casa u oficina, Putin solo tiene 3 y todos son de color verde militar; todo es guerra para él.
¿Por qué 3 y para qué los utiliza?
Uno es de tinta negra y con él firma todos los documentos y leyes de su país. Otro es el que le presta a los pocos invitados que tienen la oportunidad de pisar su despacho, y que, aún con la cara de puño que siempre lleva, se atreven a pedirle prestado un esfero.
El último, una pluma, lo utiliza para una filia de la que solo su círculo cercano tiene conocimiento.
Cuando algo le sale mal, el dirigente ruso le quita la tapa se baja los pantalones y se clava la punta con sevicia, una y otra vez, en sus muslos. De esa forma reprime sus rabia y pataletas de conquistador.
Quizá también a ello se deba su gesto serio e indescifrable: siempre está muriéndose del dolor.
La expresión de su rostro la misma de siempre: Una mezcla de mal genio y sufrimiento. Su semblante hace pensar que, aunque con todo el poder que ostenta, ha tenido una vida reprimida, o puede ser que ande estreñido a toda hora y ya está. De ahí la rabia contra la vida, el mundo el universo, el más allá, y que quiera agarrar a bombazos a quien se oponga a sus planes.
Sale mirando una pantalla en la que, me imagino, le informan sobre los avances de las tropas rusas sobre Ucrania.
Sobre la mesa también hay unos papeles desordenados aquí y allá y casi al borde un jarro de color azul oscuro: el típico mug en el que uno se toma el primer café del día.
Parece que fuera un regalo que le hizo alguien que aprecia mucho. ¿Quién? No sé, digamos que uno de sus nietos, si es que tiene. Pensemos que sí y que su preferida es Irina, una rubia de ojos azules y pelo rubio liso. Es difícil imaginarlo en rol de abuelo, pero puede ser que Putin se derrita cada vez que la niña le dice: “я люблю тебя дедушка” (ya lyublyu tebya dedushka): Te quiero abuelo.
Ni modo de culparla, uno no escoge la familia que le tocó.
Como todos nos parecemos en algo, Putin utiliza el regalo de su nieta para guardar esferos. Pero a diferencia de esos mugs repletos de esferos de múltiples colores, que usted o yo, querido lector, tenemos en la casa u oficina, Putin solo tiene 3 y todos son de color verde militar; todo es guerra para él.
¿Por qué 3 y para qué los utiliza?
Uno es de tinta negra y con él firma todos los documentos y leyes de su país. Otro es el que le presta a los pocos invitados que tienen la oportunidad de pisar su despacho, y que, aún con la cara de puño que siempre lleva, se atreven a pedirle prestado un esfero.
El último, una pluma, lo utiliza para una filia de la que solo su círculo cercano tiene conocimiento.
Cuando algo le sale mal, el dirigente ruso le quita la tapa se baja los pantalones y se clava la punta con sevicia, una y otra vez, en sus muslos. De esa forma reprime sus rabia y pataletas de conquistador.
Quizá también a ello se deba su gesto serio e indescifrable: siempre está muriéndose del dolor.
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