Hoy me acosté hacia la 1 de la mañana. La culpa la tiene mi psicorrigidez lectora y un capítulo de una novela que se negaba a terminar. Y es que uno no puede andar por ahí dejando una lectura en cualquier punto de un párrafo, ¿cierto?
Cuando digo me acosté, quiero decir que cerré los ojos, pero di vueltas para un lado y para el otro pensando en eventos y situaciones, del pasado, presente y futuro. Entonces imagino que me quedé dormido a eso de las dos.
La lectura, en mi caso, se termina cuando un capítulo acaba, pues supongo que ese punto sentencia un cambio de escena, de locación, de tiempo en la obra, es decir una forma en que el autor nos dice: “aquí va a pasar otra vaina”.
Me desperté a las cinco y después del almuerzo pensé que iba a morir de sueño. Ahora intento pensar que fue lo que almorcé, pero ese recuerdo se esfumo. Imagino que fue a parar al mismo lugar en el que mi sueño se encuentra.
De pronto algo tienen que ver el tinto que me zampé después del almuerzo y el té con el que cerré la tarde, pero vaya uno a saber; siempre he sido de esos que consumen cafeína casi a la medianoche y mi sueño sigue intacto.
Entonces aquí me encuentro escribiendo esto a ver si el cansancio le da la gana aparecer. Por el momento tengo pensado leer un rato, pero puede que apenas lo intente, el sueño me tumbe de un golpe fulminante.
Se me acaba de ir la paloma. A la mitad del párrafo anterior pensé en una idea que tenía algo que ver, pero luego del punto que lo cerró, quedé en blanco. De pronto si tengo sueño, pero me niego a aceptarlo. A veces soy así de masoquista, es decir, a pesar de estar cansado, me obligo a estar despierto hasta la madrugada.
martes, 10 de mayo de 2022
lunes, 9 de mayo de 2022
Un cigarrillo desperdiciado
Una vez en la universidad, mientras hacia una fila larga en una cafetería justo antes de clase de 2 de la tarde, una mujer que iba pasando, de pelo negro liso y largo, y ojos del mismo color, me pidió el favor de que le comprara un cigarrillo.
“Haz la fila”, le dije.
La mujer hizo una mueca de desánimo y apenas dio media vuelta para seguir mi sugerencia, la llamé y le dije que estaba molestando, que no tenía problema alguno en hacerle el favor.
Me pasó una moneda, le compré el cigarrillo, me dio las gracias. "De nada", le dije con una sonrisa.
Días después me encontraba estudiando con unos amigos en la biblioteca. Estaba aburrido y quería hacer lo que fuera diferente a pasar una tarde estudiando.
De repente alguien tocó mi hombro y cuando di media vuelta ahí estaba la mujer del cigarrillo, que iba pasando, me reconoció, y decidió saludarme.
Era bonita, o por lo menos a mi me parecía que lo era, ya saben lo que dicen: “La belleza está en el ojo del espectador”. Recuerdo que me preguntó que estaba estudiando y le conté que teníamos un parcial de física. Sonrío, de lo poco que recuerdo de ella es que sonreía mucho, y sus dientes, blancos y relucientes, parecían iluminarle la cara.
Conversamos por muy poco, ella con unos libros debajo de un brazo y 2 amigas un poco más allá que la estaban esperando; yo sentado, un poco incómodo porque mi grupo de estudio se estaba pateando toda la conversación.
Cuando sentí que iba a terminar le dije: “deberías darme tu número de teléfono”, y me dijo: “Sí claro, anótalo”.
Me fui a la última hoja del cuaderno (estamos hablando de la prehistoria cuando los únicos celulares que existían era una panelas incómodas de llevar y costosas, de las que alcancé a botar dos) y lo escribí.
La mujer del cigarrillo siguió su camino y yo volví a “concentrarme” en mi estudio. Cuándo levante la cabeza, todos me estaban mirando con cara de “¿Y eso qué fue?”
“¿Qué?”, pregunté.
“Cómo así que qué?” respondió A.
“Sí, ¿qué?”
R. metió la cucharada “Pues sí, más o menos esa vieja le dijo: Hola, ¿quieres tener sexo sucio conmigo?”
Todos, incluido yo, nos reímos de esa apreciación. El caso es que nunca la llamé. Todavía me pregunto por qué no lo hice.
Mujer del cigarrillo, si por casualidad lees esto déjame un comentario.
“Haz la fila”, le dije.
La mujer hizo una mueca de desánimo y apenas dio media vuelta para seguir mi sugerencia, la llamé y le dije que estaba molestando, que no tenía problema alguno en hacerle el favor.
Me pasó una moneda, le compré el cigarrillo, me dio las gracias. "De nada", le dije con una sonrisa.
Días después me encontraba estudiando con unos amigos en la biblioteca. Estaba aburrido y quería hacer lo que fuera diferente a pasar una tarde estudiando.
De repente alguien tocó mi hombro y cuando di media vuelta ahí estaba la mujer del cigarrillo, que iba pasando, me reconoció, y decidió saludarme.
Era bonita, o por lo menos a mi me parecía que lo era, ya saben lo que dicen: “La belleza está en el ojo del espectador”. Recuerdo que me preguntó que estaba estudiando y le conté que teníamos un parcial de física. Sonrío, de lo poco que recuerdo de ella es que sonreía mucho, y sus dientes, blancos y relucientes, parecían iluminarle la cara.
Conversamos por muy poco, ella con unos libros debajo de un brazo y 2 amigas un poco más allá que la estaban esperando; yo sentado, un poco incómodo porque mi grupo de estudio se estaba pateando toda la conversación.
Cuando sentí que iba a terminar le dije: “deberías darme tu número de teléfono”, y me dijo: “Sí claro, anótalo”.
Me fui a la última hoja del cuaderno (estamos hablando de la prehistoria cuando los únicos celulares que existían era una panelas incómodas de llevar y costosas, de las que alcancé a botar dos) y lo escribí.
La mujer del cigarrillo siguió su camino y yo volví a “concentrarme” en mi estudio. Cuándo levante la cabeza, todos me estaban mirando con cara de “¿Y eso qué fue?”
“¿Qué?”, pregunté.
“Cómo así que qué?” respondió A.
“Sí, ¿qué?”
R. metió la cucharada “Pues sí, más o menos esa vieja le dijo: Hola, ¿quieres tener sexo sucio conmigo?”
Todos, incluido yo, nos reímos de esa apreciación. El caso es que nunca la llamé. Todavía me pregunto por qué no lo hice.
Mujer del cigarrillo, si por casualidad lees esto déjame un comentario.
domingo, 8 de mayo de 2022
El timbre del teléfono
Suena el teléfono y me da miedo contestarlo.
Un teléfono timbrando debería ser un momento terrorífico. ¿Cómo saber quién está al otro lado de la línea? Para eso el identificador de llamadas, dirán algunos, pero ¿y si es otra persona? ¿Qué tal que el que esté al otro lado de la línea sea alguien que no tengamos ni idea quién es?
Solo imagina la situación. Suena el celular, lo dejas timbrar un par de veces, y contestas confiado de que vas a tener una conversación habitual, si acaso banal y ¡pum! De repente, la persona que conoces habla en medio de lloriqueos. “¿Qué pasa?”, preguntas, Ya cállese, dice una voz extraña y ahora se escucha el sonido del auricular que pasa de unas manos a otras, y luego un secuestrador te saluda rápido: Fulanito(a) X, el monto de dinero que debe reunir antes de 48 horas para que su conocido, familiar o amigo siga con vida es de…
Algunos dirán que es una escena de película, pero ya está claro que, por lo general, la realidad supera a la ficción, y que el límite entre ambos terrenos a cada rato se desdibuja.
Bueno está bien, piensa que no te llama un secuestrador, sino tu médico de confianza, ese al que le enviaste los resultados de unos exámenes hace unos días.
Estás sentado (a), sin ninguna preocupación. Quizá tomando un café o viendo televisión y te entra la llamada. Contestas y saludas al doctor, que ya es como un viejo amigo. Notas preocupación en el tono de su voz. Sientes que da rodeos, que se extiende en el saludo, que te pregunta una y otra vez si estás bien. Cuando ya no puede alargar más la tensión, te suelta la noticia: un dato de los exámenes salió mal y es probable que se deba a una enfermedad terminal, algo que está anidando en tus entrañas mientras tu vas ahí tranquilo(a) por la vida.
El teléfono sigue sonando.
Lo Contesto, al final nos acostumbramos a todo.
Es mi hermana.
Un teléfono timbrando debería ser un momento terrorífico. ¿Cómo saber quién está al otro lado de la línea? Para eso el identificador de llamadas, dirán algunos, pero ¿y si es otra persona? ¿Qué tal que el que esté al otro lado de la línea sea alguien que no tengamos ni idea quién es?
Solo imagina la situación. Suena el celular, lo dejas timbrar un par de veces, y contestas confiado de que vas a tener una conversación habitual, si acaso banal y ¡pum! De repente, la persona que conoces habla en medio de lloriqueos. “¿Qué pasa?”, preguntas, Ya cállese, dice una voz extraña y ahora se escucha el sonido del auricular que pasa de unas manos a otras, y luego un secuestrador te saluda rápido: Fulanito(a) X, el monto de dinero que debe reunir antes de 48 horas para que su conocido, familiar o amigo siga con vida es de…
Algunos dirán que es una escena de película, pero ya está claro que, por lo general, la realidad supera a la ficción, y que el límite entre ambos terrenos a cada rato se desdibuja.
Bueno está bien, piensa que no te llama un secuestrador, sino tu médico de confianza, ese al que le enviaste los resultados de unos exámenes hace unos días.
Estás sentado (a), sin ninguna preocupación. Quizá tomando un café o viendo televisión y te entra la llamada. Contestas y saludas al doctor, que ya es como un viejo amigo. Notas preocupación en el tono de su voz. Sientes que da rodeos, que se extiende en el saludo, que te pregunta una y otra vez si estás bien. Cuando ya no puede alargar más la tensión, te suelta la noticia: un dato de los exámenes salió mal y es probable que se deba a una enfermedad terminal, algo que está anidando en tus entrañas mientras tu vas ahí tranquilo(a) por la vida.
El teléfono sigue sonando.
Lo Contesto, al final nos acostumbramos a todo.
Es mi hermana.
viernes, 6 de mayo de 2022
Palabras exactas
8 de la mañana.
Camino por un sector que no conozco con un cielo gris a punto de quebrarse por la lluvia. Hace frío y estoy de mal genio, porque no me he tomado el primer café del día. Veo un establecimiento con bombillos encendidos. “Debe ser una cafetería”, pienso. Apresuro el paso.
Cuando estoy al frente del local, me doy cuenta que es un restaurante de hamburguesas y que las luces están encendidas porque los empleados organizan el lugar para la hora del almuerzo.
Mi nivel de rabia se incrementa.
Empiezo a caminar de nuevo, sin rumbo alguno, mal encarado y como con deseos de que alguien me busque problema para agarrarnos a trancazos, qué sé yo, que una persona se estrelle contra uno de mis hombros, y que a partir de eso se arme una trifulca. Mientras recreo esa fantasía, aprieto los puños, imaginando la tormenta de golpes que le voy a soltar a esa persona imaginaria que anda por la calle.
Como son pocas las personas que transitan por el andén, me concentro de nuevo en mi búsqueda, y a lo lejos alcanzó a divisar un Tostao. Mi contrincante se salvó de la pelea, y yo también, pues soy más bien pacífico y un boxeador cero ágil.
Apenas entro al café, comienza a caer una llovizna leve. Juanma: 1 el clima: 0. Compro un capuchino y una porción de torta de zanahoria y me siento en una de las mesas de la terraza. Después de un tiempo de perfeccionar el arte de ver pasar gente, saco el Kindle.
Me decido por 1984.
Las últimas líneas de una página dicen: “The tales about Goldstein and his underground army were simply a lot...”
“La palabra que sigue tiene que ser rubbish”, pienso antes de pasar la página o tocar la pantalla, ustedes me entienden.
“of rubbish which the party…”
Sonrío.
Muchas veces intento hacer eso: adivinar cuál fue la palabra que escogió el escritor, pero pocas veces le atino.
Imagino que hay frases que necesitan de palabras exactas. Frases que perderían su fuerza y sentido si se utilizan otras.
Cuando uno escribe siempre anda tras la búsqueda de esas palabras, pero la mayoría de las ocasiones, muchas veces por pereza, se nos escapan, pues seleccionamos una equivocada que creemos funciona, y dejamos huérfana de frase a esa palabra exacta.
Camino por un sector que no conozco con un cielo gris a punto de quebrarse por la lluvia. Hace frío y estoy de mal genio, porque no me he tomado el primer café del día. Veo un establecimiento con bombillos encendidos. “Debe ser una cafetería”, pienso. Apresuro el paso.
Cuando estoy al frente del local, me doy cuenta que es un restaurante de hamburguesas y que las luces están encendidas porque los empleados organizan el lugar para la hora del almuerzo.
Mi nivel de rabia se incrementa.
Empiezo a caminar de nuevo, sin rumbo alguno, mal encarado y como con deseos de que alguien me busque problema para agarrarnos a trancazos, qué sé yo, que una persona se estrelle contra uno de mis hombros, y que a partir de eso se arme una trifulca. Mientras recreo esa fantasía, aprieto los puños, imaginando la tormenta de golpes que le voy a soltar a esa persona imaginaria que anda por la calle.
Como son pocas las personas que transitan por el andén, me concentro de nuevo en mi búsqueda, y a lo lejos alcanzó a divisar un Tostao. Mi contrincante se salvó de la pelea, y yo también, pues soy más bien pacífico y un boxeador cero ágil.
Apenas entro al café, comienza a caer una llovizna leve. Juanma: 1 el clima: 0. Compro un capuchino y una porción de torta de zanahoria y me siento en una de las mesas de la terraza. Después de un tiempo de perfeccionar el arte de ver pasar gente, saco el Kindle.
Me decido por 1984.
Las últimas líneas de una página dicen: “The tales about Goldstein and his underground army were simply a lot...”
“La palabra que sigue tiene que ser rubbish”, pienso antes de pasar la página o tocar la pantalla, ustedes me entienden.
“of rubbish which the party…”
Sonrío.
Muchas veces intento hacer eso: adivinar cuál fue la palabra que escogió el escritor, pero pocas veces le atino.
Imagino que hay frases que necesitan de palabras exactas. Frases que perderían su fuerza y sentido si se utilizan otras.
Cuando uno escribe siempre anda tras la búsqueda de esas palabras, pero la mayoría de las ocasiones, muchas veces por pereza, se nos escapan, pues seleccionamos una equivocada que creemos funciona, y dejamos huérfana de frase a esa palabra exacta.
miércoles, 4 de mayo de 2022
Cenizas
A la abuela le compraron un nicho para sus cenizas. Años después a dos de sus hijas también. Ahora las tres, cenizas claro está, comparten un mismo lugar.
Vicente Delgado conoce esos detalles porque ese es su trabajo en la funeraria. Unos venden qué sé yo, cremas adelgazantes, fajas o bebidas energéticas, y a él le tocó dedicarse a la venta de nichos para cenizas.
No comprende por qué a las personas les gusta invertir en ese servicio, y le cuesta creer que haya gente que visita con frecuencia las cenizas de sus seres queridos para rezarles, hablarles e incluso pedirles consejo.
Pero su trabajo no consiste en cuestionar las actitudes de sus clientes, sino en vender la mayor cantidad de nichos al mes. Allá las personas y sus costumbres, lo único por lo que se debe preocupar es por cumplir con la meta de ventas mensual.
Se pregunta dónde le gustaría que depositaran sus cenizas, si también en uno de esos nichos, que le parecen caros y poco prácticos, o si más bien su familia no debería darle tantas vueltas al asunto y botarlas en una caneca.
Delgado, a diferencia de muchas personas, no cuenta con un lugar preferido en el que le gustaría que las regaran.
El típico, el cliché, es el mar. De hecho, ese es el nuevo producto que debe ofrecer, un ritual para llevar las cenizas del ser querido al océano, con un plan 8 personas en una embarcación más acompañamiento musical. El traslado y hospedaje no están incluidos.
Hay días que se siente un poco mal por sacarle provecho a la muerte, pero sabe que al final todo, querámoslo o no, se reduce a una transacción comercial.
Vicente Delgado conoce esos detalles porque ese es su trabajo en la funeraria. Unos venden qué sé yo, cremas adelgazantes, fajas o bebidas energéticas, y a él le tocó dedicarse a la venta de nichos para cenizas.
No comprende por qué a las personas les gusta invertir en ese servicio, y le cuesta creer que haya gente que visita con frecuencia las cenizas de sus seres queridos para rezarles, hablarles e incluso pedirles consejo.
Pero su trabajo no consiste en cuestionar las actitudes de sus clientes, sino en vender la mayor cantidad de nichos al mes. Allá las personas y sus costumbres, lo único por lo que se debe preocupar es por cumplir con la meta de ventas mensual.
Se pregunta dónde le gustaría que depositaran sus cenizas, si también en uno de esos nichos, que le parecen caros y poco prácticos, o si más bien su familia no debería darle tantas vueltas al asunto y botarlas en una caneca.
Delgado, a diferencia de muchas personas, no cuenta con un lugar preferido en el que le gustaría que las regaran.
El típico, el cliché, es el mar. De hecho, ese es el nuevo producto que debe ofrecer, un ritual para llevar las cenizas del ser querido al océano, con un plan 8 personas en una embarcación más acompañamiento musical. El traslado y hospedaje no están incluidos.
Hay días que se siente un poco mal por sacarle provecho a la muerte, pero sabe que al final todo, querámoslo o no, se reduce a una transacción comercial.
martes, 3 de mayo de 2022
Isola y sus recuerdos
La mujer está sola en la mesa de un restaurante. Se nota que es espigada. Da la impresión de que la silla y mesa le quedan pequeñas.
La acompaña un vaso con un líquido verde, parece un batido de verduras. A ratos, cuando cae en cuenta de que ordenó esa bebida, le da sorbos esporádicos. También mira su celular, pero no le dedica mucho tiempo al aparato. Su actividad favorita consiste en concentrar su mirada en un punto de la pared de enfrente que no ve, un recuerdo. Ahí se queda ensimismada por unos segundos, hasta que se acuerda de su bebida y vuelve a levantar el vaso, pero de nuevo vuelve a tropezar con un recuerdo o pensamiento y el mundo la pierde.
Da algo de envidia ver como disfruta de su soledad con desparpajo. Se nota que no le pone mucha atención al hecho de no estar acompañada por nadie. Se preocupa solo por estar, pero no cobija su conducta con toda esa retahíla budista del presente; disfruta del simple hecho de existir, estar ahí, sola o acompañada, feliz, triste o como sea que se siente.
Dan ganas de preguntarle que piensa, pues seguro ha sacado conclusiones importantes sobre la vida durante todo el rato que lleva sentada.
Otra vez mira ese punto fijo del que hablamos, hasta que una mujer se acerca y la llama por su nombre: "Isola”, dice una vez, pero la mujer del batido verde no atiende al llamado. “Isola, ¿eres tú?, pregunta más fuerte la intrusa y la saca de sus pensamientos.
Sí, es ella.
“?Hola Karen!”, responde Isola, “estaba distraída”. Se pone de pie para darle un abrazo a la recién llegada. Intenta que sea fraternal, pero solo le resulta cordial. Karen no se da cuenta de esto y la abraza como si Isola hubiera vuelto de la muerte.
“Ya había pasado por aquí y no te había visto”, dice Ahora. Isola sonríe. De pronto eso era justo lo que quería, que nadie la viera, perderse en sus pensamientos y en los sorbos de su bebida verde, estar y ya.
“Estoy en la terraza con fulanito y fulanita”, le dice Karen ahora, y ve que Isola duda en dejar su mesa, así que refuerza su frase con un “¿vamos?”.
Isola se pone de pie como a regañadientes. De pronto quería estar sola y seguir rumiando sus recuerdos, pero no lo sabemos.
No sabemos nada.
La acompaña un vaso con un líquido verde, parece un batido de verduras. A ratos, cuando cae en cuenta de que ordenó esa bebida, le da sorbos esporádicos. También mira su celular, pero no le dedica mucho tiempo al aparato. Su actividad favorita consiste en concentrar su mirada en un punto de la pared de enfrente que no ve, un recuerdo. Ahí se queda ensimismada por unos segundos, hasta que se acuerda de su bebida y vuelve a levantar el vaso, pero de nuevo vuelve a tropezar con un recuerdo o pensamiento y el mundo la pierde.
Da algo de envidia ver como disfruta de su soledad con desparpajo. Se nota que no le pone mucha atención al hecho de no estar acompañada por nadie. Se preocupa solo por estar, pero no cobija su conducta con toda esa retahíla budista del presente; disfruta del simple hecho de existir, estar ahí, sola o acompañada, feliz, triste o como sea que se siente.
Dan ganas de preguntarle que piensa, pues seguro ha sacado conclusiones importantes sobre la vida durante todo el rato que lleva sentada.
Otra vez mira ese punto fijo del que hablamos, hasta que una mujer se acerca y la llama por su nombre: "Isola”, dice una vez, pero la mujer del batido verde no atiende al llamado. “Isola, ¿eres tú?, pregunta más fuerte la intrusa y la saca de sus pensamientos.
Sí, es ella.
“?Hola Karen!”, responde Isola, “estaba distraída”. Se pone de pie para darle un abrazo a la recién llegada. Intenta que sea fraternal, pero solo le resulta cordial. Karen no se da cuenta de esto y la abraza como si Isola hubiera vuelto de la muerte.
“Ya había pasado por aquí y no te había visto”, dice Ahora. Isola sonríe. De pronto eso era justo lo que quería, que nadie la viera, perderse en sus pensamientos y en los sorbos de su bebida verde, estar y ya.
“Estoy en la terraza con fulanito y fulanita”, le dice Karen ahora, y ve que Isola duda en dejar su mesa, así que refuerza su frase con un “¿vamos?”.
Isola se pone de pie como a regañadientes. De pronto quería estar sola y seguir rumiando sus recuerdos, pero no lo sabemos.
No sabemos nada.
lunes, 2 de mayo de 2022
Siguiendo los pasos de Borges
Le doy un sorbo al Gin Tonic, mientras me pegunto: “¿Qué es ser un escritor? O mejor aún ¿cómo convertirse en uno? ¿Acaso publicando un libro, escribiendo hasta tener ampollas en los dedos o de qué forma?
Es extraño, es decir, si dices que eres ingeniero Civil, puedes demostrarlo con tu diploma de grado, y uno asume que no finges, pues tu nombre está impreso en un pedazo de cartón.
Pero cualquiera puede decir que es un escritor y no hay forma de refutarlo.
El otro día una mujer me pregunto: “ ¿Cuándo empezaste a escribir de verdad, quiero decir, cuándo publicaste tu primer libro?
En ese momento pensé: “Debo escribir de mentiras, porque no he publicado ninguno hasta el momento.
Mi nombre es Damián, tengo 26 años y soy escritor.
Me presento así, como un alcohólico, porque escribir es mi enfermedad crónica y lo que hago la mayor parte del día. Es, como dice Millás, una actividad que abre y cauteriza las heridas al mismo tiempo.
Todos los días me levanto a las 6, me preparo un café oscuro, casi a la temperatura de un volcán, y me lo tomo mientras miro la calle por la ventana. Luego tomo una ducha de agua fría por 2 minutos. Ya en el cuarto, me pongo la primera camiseta que encuentro al abrir el closet y luego me siento en el escritorio.
A veces, en ese lugar las palabras fluyen de mi cabeza a mis manos de forma fácil, pero otras veces no.
En esas ocasiones en que la maquinaria de la creatividad está atorada, salgo a dar una vuelta y mis pasos, por lo general, me llevan a El Preferido de Palermo.
Hoy tomé la callé Soler y cuando llegué a la esquina doblé a la izquierda para tomar la avenida Thames. Más o menos hacia la mitad de esa vía me detuve a observar por un un par de segundos el Colegio Palermo Chico, lugar en el que estudié la primaria y parte del bachillerato.
¿Saben los profesores que tipo de personas educan? Es decir yo resulté ser un escritor, digamos que un ser humano funcional, pero bien podría haberme convertido en un asesino en serie, ¿quién sabe?
Es extraño, es decir, si dices que eres ingeniero Civil, puedes demostrarlo con tu diploma de grado, y uno asume que no finges, pues tu nombre está impreso en un pedazo de cartón.
Pero cualquiera puede decir que es un escritor y no hay forma de refutarlo.
El otro día una mujer me pregunto: “ ¿Cuándo empezaste a escribir de verdad, quiero decir, cuándo publicaste tu primer libro?
En ese momento pensé: “Debo escribir de mentiras, porque no he publicado ninguno hasta el momento.
Mi nombre es Damián, tengo 26 años y soy escritor.
Me presento así, como un alcohólico, porque escribir es mi enfermedad crónica y lo que hago la mayor parte del día. Es, como dice Millás, una actividad que abre y cauteriza las heridas al mismo tiempo.
Todos los días me levanto a las 6, me preparo un café oscuro, casi a la temperatura de un volcán, y me lo tomo mientras miro la calle por la ventana. Luego tomo una ducha de agua fría por 2 minutos. Ya en el cuarto, me pongo la primera camiseta que encuentro al abrir el closet y luego me siento en el escritorio.
A veces, en ese lugar las palabras fluyen de mi cabeza a mis manos de forma fácil, pero otras veces no.
En esas ocasiones en que la maquinaria de la creatividad está atorada, salgo a dar una vuelta y mis pasos, por lo general, me llevan a El Preferido de Palermo.
Hoy tomé la callé Soler y cuando llegué a la esquina doblé a la izquierda para tomar la avenida Thames. Más o menos hacia la mitad de esa vía me detuve a observar por un un par de segundos el Colegio Palermo Chico, lugar en el que estudié la primaria y parte del bachillerato.
¿Saben los profesores que tipo de personas educan? Es decir yo resulté ser un escritor, digamos que un ser humano funcional, pero bien podría haberme convertido en un asesino en serie, ¿quién sabe?
De todas formas creo que todos andamos un poco jodidos de la cabeza, especialmente nosotros los escritores que vivimos con diferentes voces que nos hablan a cada rato.
Después de que comencé a caminar de nuevo y al llegar a la esquina, tomé la calle Guatemala y luego doblé de nuevo a la izquierda para llegar al restaurante, que da hacia la avenida Jorge Luis Borges.
“Un almacén rosado como revés de naipe”. Así es como el escritor argentino describió la vieja estructura en su poema Fundación Mítica de Buenos Aires.
Entré al restaurante y me senté en la barra.
“ ¿Lo de siempre?” me preguntó Alejandra, la bartender, pero más que pregunta me sonó a afirmación.
“Le dije sí, con una sonrisa.” Y ella, sin responder, comenzó a preparar mi Gin & tonic.
Siempre lo tomo en sorbos pequeños, a veces mirando como prepara las ordenes que le llegan, con unos congeladores y una pared con botellas de múltiples formas y colores que están detrás suyo. Otras veces me pierdo en mis pensamientos, buscando la mínima chispa de escritura en mi cabeza.
Después de que comencé a caminar de nuevo y al llegar a la esquina, tomé la calle Guatemala y luego doblé de nuevo a la izquierda para llegar al restaurante, que da hacia la avenida Jorge Luis Borges.
“Un almacén rosado como revés de naipe”. Así es como el escritor argentino describió la vieja estructura en su poema Fundación Mítica de Buenos Aires.
Entré al restaurante y me senté en la barra.
“ ¿Lo de siempre?” me preguntó Alejandra, la bartender, pero más que pregunta me sonó a afirmación.
“Le dije sí, con una sonrisa.” Y ella, sin responder, comenzó a preparar mi Gin & tonic.
Siempre lo tomo en sorbos pequeños, a veces mirando como prepara las ordenes que le llegan, con unos congeladores y una pared con botellas de múltiples formas y colores que están detrás suyo. Otras veces me pierdo en mis pensamientos, buscando la mínima chispa de escritura en mi cabeza.
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