jueves, 26 de mayo de 2022

De notas y otras cosas

Cuando se me ocurre alguna idea que considero digna de ser escrita la trato de anotar en una libreta que orbita por diferentes zonas de mi cuarto o en la aplicación de notas del celular. Otras veces, pocas, la verdad, me envío un email, pero suelo olvidar esas ideas y al final se pierden en la bandeja de entrada.

Hay unas notas fijas como la que lleva el título LIBROS, en la que anoto títulos que leo en alguna noticia o que escuchó por ahí, o esos de los que me antojo cuando entro a una librería a practicar el fino y placentero arte de hojear libros. De esa nota me llaman la atención dos: La “M” de las moscas e Hijos del fútbol. Me hace falta anotar “El cuerpo del fugitivo”, que me recomendó D. ayer. A pesar de que no soy muy fan de la poesía, el poema que me mostró no podía ser más preciso.

Otra nota fija es SERIES Y PELÍCULAS.  Hace rato que no me enganchó con ninguna serie. La última que me vi fue The Flight Attendant y me gustó. De resto he empezado varias pero las abandono a los pocos capítulos.  A inicios de este año empecé a ver This is Us, y los primeros capítulos me gustaron porque están llenos de significado, pero luego de un par de temporadas me aburrió tanto drama.

Otras notas hacen parte de lo que yo llamo “Sabiduría urbana”, es decir, frases que escucho cuando voy por la calle o estoy en algún lugar. Las anoto porque considero que tienen carne narrativa, que hay una idea poderosa que las sustenta y que es mi deber intentar descifrarla con unas cuantas palabras. De este tipo tengo la siguiente nota que tomé en un banco, mientras esperaba que me atendieran en la caja: “Recuerde que uno no debe ser fiador ni de la mamá”, le dijo uno de los funcionarios a un hombre que llevaba una cachucha y jeans rotos y que, al perecer, había sido víctima de un fraude.

Tengo también algunos escritos dejados a medio camino como la nota “Cosa”, en donde pienso defender el uso de esa palabra que tanto se odia. Una vez vi un video en Instagram de una coach de escritores que le echaba tierra a esa palabra y decía algo como “no es literaria y bla bla bla bla”. A mí ese cuentico de la alta literatura me sabe a cacho y creo que todas las palabras se pueden utilizar,  solo que se debe saber cómo hacerlo, y ahí está el verdadero dilema del asunto, en fin.

Hay otras notas que son un completo enigma. Por ejemplo, ¿quién me puede decir para qué anoté “Organocatálisis asimétrica” y no escribí nada en la nota?

De todas la que más me llama la atención es una que dice lo siguiente: “6,8,9,4,3,2 son los números con los que sueño”. Me viene a la mente una imagen en la que justo después de despertarme hago esa anotación, pero puede ser que solo me esté sugestionando con ella. ¿Qué hago con esos números? ¿Jugar a la lotería? ¿Marcar un número de teléfono?, ¿Qué?. A manera de superstición la voy a dejar ahí. De pronto fue, como les comenté ayer, un mensaje de mi subconsciente. Agradecería que, para ocasiones futuras, no me envíe mensajes cifrados.

miércoles, 25 de mayo de 2022

El subconsciente como amigo

Vuelvo y me repito: Me acabo de sentar y no tengo idea sobre qué escribir. En algún momento del día pensé: “Voy a buscar a algún tema al cual le pueda arrancar unas cuantas palabras, pero al final no lo hice.

Hoy, más bien, hice poco, pero pues así son las cosas. Hay días de días, unos en los que somos unas máquinas y el tiempo rinde y no parece faltar, sino más bien lo contrario, y otros en los que levantarse de la cama puede considerarse uno de los logros más grandes, junto con mirar pal techo, una actividad que creo dominar bien. Igual no importa, nada está bien o mal, son solo estados y ya está.

Si de algo me puedo sentir orgulloso hoy, es de la escaleta que preparé para una historia corta que pienso escribir. Y es que yo si necesito algo de dirección al momento de hacerlo. Si arranco a escribir a la loca, llega un momento en que me aburro o no sé qué voy a decir, y dejo la historia tirada, y como alguna vez le escuché decir a Ricardo Silva: “El mundo ya tiene suficientes primeros capítulos, páginas, párrafos, de historias sin terminar”

Envidio esos escritores como Rosa Montero, Anaïs Nin o Isabel Allende, que son capaces de conectarse con el subconsciente y no tienen necesidad alguna de planear sus historias. Cornac MacCarthy dijo en una de las pocas entrevistas que ha dado, que lo mismo que le dice a él que debe escribir es lo mismo que le dice cuando debe dejar de hacerlo.

Se refiere, claro, al subconsciente, y afirma que es como una entidad independiente de nuestro yo, que no podemos evitar, y que incluso es más viejo que el lenguaje; por eso se siente más cómodo creando dramas y contándonos cosas.

martes, 24 de mayo de 2022

Show de reggaeton fallido

Tengo una cita con una optómetra. Salgo del apartamento, justo sobre el tiempo, a esperar el taxi que pedí. A los pocos minutos aparece. Apenas me subo el conductor pregunta: “¿Don Juan?” por un segundo me siento importante por aquello del Don, pero concluyo que es una pendejada ese calificativo protocolar. Recuerdo que al papá de una amiga varias personas le decían así, porque era un hombre malencarado al que todos parecían tenerle miedo, pero la vredad de Don tenía más bien poco, en fin.

Reviso si llevo lo necesario para mi cita: las gafas, el lente de contacto izquierdo (en singular porque ayer se me cayó el derecho al piso, sin darme cuenta lo pisé y lo volví mierda), mi celular y la billetera.

“¿y el Kindle?”, me pregunto después de andar una cuadra. Lo olvidé, salí de afán, apenas terminé de terminar de escribir un email, y no se me pasó por la cabeza.

Durante el trayecto, el taxista se despachó una perorata sobre el clima político del país, a la que solo respondía con: mmmm, ajá, veo , ya. Solo deseaba que dejará de hablar de una vez por todas, pero cuando dejaba de decir algo, solo lo hacía para tomar aire, y entonces comenzaba a quejarse del tráfico, de las vías, de lo que fuera.

Más tarde somos 6 los que estamos en la sala de espera: 4 mujeres y 2 hombres. Todos estamos pegados a nuestras pantallas de los celulares, ¿qué podemos hacer? Llámenos básicos, alienados, lo que quieran, pero así somos. Ese aparatico se nos incrustó en la vida como un apéndice.

A mi lado derecho, separado por una silla que tiene un papel pegado que dice en letras mayúsculas grandes FUERA DE SERVICIO, está una mujer no se cansa de mover uno de sus pies frenéticamente. A veces hace que toda la hilera de sillas se mueva a causa de su tembladera.

"¿Se puede quedar quieta?", pienso decirle, pero fiel, como ya lo saben, a mi política de no hablar con extraños para que el curso de la vida no se despiporre más de lo normal, la dejo ser.

Atrás un hombre lleva puestos unos audífonos, tenis blancos, sin medias a la vista, jeans azules, camisa blanca, gafas oscuras y un sombrero negro de copa ancha. Una cadena gris le cuelga de su cuello y tiene anillos en ambas manos. Parece salido de un video de regaetton. Pienso que en cualquier momento se va a parar a cantar y bailar.

"Héctor Montaño" dice fuerte un médico desde su consultorio y nos priva a mí y las mujeres que me acompañan del show, pues y el reggaetonero se pone de pie.

Al poco tiempo la doctora me llama. Apenas me pongo de pie miro a mis compañeras de espera siguen con la mirada clavada en las pantallas de su celular, parece que no hay show que las distraiga.

lunes, 23 de mayo de 2022

Golpear una puerta

Al ver una película, hay momentos en que los espectadores, según lo que ocurra, se ven obligados a hacer un balance de lo que podría suceder a continuación. Suelen ser esas ocasiones en que uno se pregunta: “¿Qué carajos le va a pasar al personaje?”.

El autor Robert MacKee plantea lo siguiente en su libro Story: un guionista escribe una escena en la que un personaje se encuentra ante una puerta cerrada. La golpea y, pasados unos segundos, la puerta se abre amablemente para invitarlo a pasar.

El escritor concluye que esa es una escena que nunca verá la luz de la pantalla, pues se está desperdiciando una gran oportunidad para inyectarle tensión e incertidumbre a la historia, y eso es lo que nos mantiene pegados a un relato, pues la curiosidad es un sentimiento visceral que genera una placentera descarga de dopamina, y en donde haya grandes cantidades de esa hormona, ahí nos queremos quedar.

Imagino que esos principios básicos de escritura de guion se pueden aplicar a la vida. Todos los días se tocan puertas, pero esperar a que nos abran y nos inviten a pasar le resta intriga a la existencia. Sin embargo, eso es lo que la mayoría de veces deseamos, transitar por la vida sin ningún inconveniente.

Nos cuesta aceptar que la vida es puro caos y conflicto, y que siempre  está lista para hacernos zancadilla en cualquier momento. Como dice Rosa Montero: “La realidad es caótica, la vida es un susto, no controlamos nada de lo que nos sucede".  Pero eso, creo, no debería preocuparnos tanto, pues está claro que sin conflicto no hay historia.


Acerca de nuestro repudio a los inconvenientes, MacKee también dice algo en su libro: Los cambios significativos en la situación de la vida de un personaje se logran por medio del conflicto.

viernes, 20 de mayo de 2022

Rakija

Minutos antes de que todo ocurra Valmir ve cómo la mujer se dirige hacia  la barra. Antes de sentarse y con un par de movimientos elegantes, como de serpiente, se quita el abrigo negro que lleva puesto. Lleva un vestido rojo ceñido y de tiras, que le deja la espalda descubierta. Desde que atravesó la puerta del Liquid Café Bar, Valmir no le ha quitado los ojos de encima.

Está sentado en una mesa esquinera, y le da sorbos a un vaso de Rakija, tratando de no hacer gestos cuando el líquido se desliza por su cuello y le quema la garganta. Ahí tiene a la mujer de perfil.

Ella lleva puestos unos zapatos de tacón del mismo color del vestido. Cuando comenzó a caminar moviendo las caderas de un lado al otro, Valmir se imaginó el sonido de los tacones contra el piso de madera del lugar. Todo fue como un espejismo sonoro, pues la música, Jazz experimental, estaba a todo volumen.

La mujer pide un bourbon y se lo sirven en un vaso de rabo ancho. Desde el lugar en el que está, Valmir no tiene forma de distinguir qué trago es, pero ese es el dato que le habían dado, así la habían perfilado.

La mujer Comienza a darle sorbos concentrada en quién sabe en qué asuntos. Al verla sola un hombre se acerca a la barra, y se inclina para decirle algo al oído. La mujer le responde al instante, y el hombre se retira apenado.

De los parlantes del lugar comienza a salir Animal Chin de Jaga Jazzist. Hace unos días Valmir no tenía idea alguna de ese grupo, pero ha escuchado esa canción cientos de veces, para saber el momento en que debe actuar, esa es la señal le habían dicho.

Una mujer, que por su voz espesa Valmir imagina negra, entona unas notas sucesivas que forman un adorno sobre la vocal a, cuando por fin termina una trompeta entra en escena y luego viene un estruendo de instrumentos como si el grupo estuviera conformado por 100 músicos.

Por el rabillo del ojo, Valmir ve cómo los dedos de la mujer tamborilean el vaso de vidrio, y le ocurre lo mismo que con los tacones, escucha el tintineo que producen sus uñas.

Luego el estruendo, y dos fogonazos que iluminan por un segundo el lugar. No se sabe quién de los dos disparó primero.

jueves, 19 de mayo de 2022

Ideas del olvido

Me siento en el escritorio, se me viene a la cabeza una melodía de una canción de Pearl Jam,  y toco batería aérea por unos segundos.  Luego, cuando pierdo el ritmo, miro para todo lado a ver si algo dispara una idea en mi cabeza para escribir, o si de pronto un recuerdo se asoma a la superficie de mi consciencia.

No pasa nada.

Me da algo de rabia mi incapacidad para generar ideas. “pues no escribo nada, ¿y qué?” pienso, y cuando estoy a punto de ponerme de pie, mis ojos caen sobre el libro de la risa y el olvido de Milan Kundera, que no tengo idea cómo llegó a mi biblioteca.

De ese autor solo he leído La Insoportable Levedad del Ser cuando estaba en el colegio y ya no recuerdo nada. Esa fue una época de lecturas tristes, podría decirse, porque todavía no le había encontrado el gusto a la lectura y entonces lo hacía más por obligación que por placer.

Hace pocos días J. me contó que ese era uno de sus libros favoritos. De pronto la vida me está diciendo que hay algo que debo aprender con ese autor y que sería bueno darle un vistazo a su obra.

Kundera, me parece, es bueno para poner títulos. Tomo el libro que apareció como por arte de magia o que de pronto alguien me  regalo, pero ya no lo recuerdo; el olvido nos va acabando. Lo inspecciono y me doy cuenta de que tiene algo entre sus páginas. Resulta ser un portavasos de una cerveza alemana, que por uno de sus lados dice: “Todo era mejor antes. Con nosotros todo es como antes”, y ´por el otro concluye: “Esto queda entre nosotros.”

Eso de que todo era mejor antes ya sabe a cliché y, si no estoy mal, hace un par de año un autor escribió un libro o un ensayo en el que refutaba esa idea con datos y estadísticas precisas.

Pero mejor sigamos hablando del libro de Kundera que apareció en mi cuarto. Puede ser que su exdueño(a) haya utilizado el portavasos para marcar el lugar en el que iba; cualquier cosa es mejor que doblarle la punta a una de las páginas.

En este punto, pienso, debería llegar a una conclusión que conecte estas ideas sueltas de las que he hablado, pero la verdad es que no se me ocurre nada. Lo único que sé es que solo quería escribir algo, lo que fuera, y esto fue lo que salió.

Espero que a alguien le sirva, y si no, pues no pasa nada, supongo que esas palabras que se desperdician en textos sin mucho sentido, van abriéndole camino a otras que en algún momento florecerán del inconsciente para contar una historia repleta de significado.

miércoles, 18 de mayo de 2022

La trastienda de la realidad

Falta media hora para las 4 de la tarde, hora en la que tengo una reunión. Tengo pensado, prepararme un café minutos antes y acompañarlo con algo. Tengo lo primero, pero carezco de lo segundo.

“Debería comprarse una dona de chocolate”, me dice mi yo.
“Pero es que me tocaría salir y que pereza, ¿no cree? Además, está lloviendo, respondo al instante.
“No busque excusas que ya a dejo de llover. Ahí verá, ya sabe que si no lo hace luego se va a arrepentir”

Que pereza tener la razón. Salgo a regañadientes a enfrentarme al frío, y del agua ya no debo preocuparme tanto, solo procurar no pisar ningún charco o alguna de esas baldosas acuáticas desencajadas que parecen almacenar litros del líquido.

Llego al lugar y antes de entrar pienso: “Fijo no hay de la dona que quiero. Debí haberme quedado en la casa”, pero al instante corto ese chorro de pensamientos que invocan a Murphy y miro la vitrina de las donas que está a mi derecha. Ahí está la dona de chocomaní que tanto quiero.

Hay un hombre en la caja que está a punto de pagar y la cajera le dice que son 65.000 pesos, “le va la madre si se lleva mi dona”, pienso, pero ya le habían empacado su pedido. Cuando es mi turno pago, tomo la bolsa con mi dona y me devuelvo al apartamento.

Parece que en lo que he narrado hasta el momento no ocurrió nada extraño, pero estoy seguro de que sí, que debajo de los eventos que transcurren en nuestro día a día, se agazapan grandes historias que esperan ser contadas y que nos volarían el cerebro.

Eso que llamamos realidad y que parece andar en orden, en verdad es puro caos disfrazado.   Esa apariencia de tranquilidad nos hace  poner la atención donde no debe ser y por eso se nos escapan conflictos que encierran buenas historias.