martes, 7 de junio de 2022

Cantidades

Uno de los trucos de la vida (imagino que existen varios) es aprender a medir cantidades. ¿Para qué? Para que se nos vaya la mano en lo que sea que hagamos. Esto aplica para cualquier plano de la existencia: sentimental, laboral o cualquier otro. Lo que quiero decir es que al momento de tomar una decisión de vida o muerte, o de algo tan sencillo como medir el chorrito de leche que se le echa al tinto, es importante tener en cuenta las cantidades que se utilizan,dan, vierten, desparraman, en fin.

Quiero hablar sobre el chorrito de leche, no crean ustedes que me iba a poner trascendental o algo así, eso dejémoselo a esas personas con amplios conocimientos sobre los trucos de la vida.

Preparar el desayuno (y se me llena la boca al decir esto o, mejor dicho, se me hinchan los dedos escribiéndolo, pero ya sabemos que es un café con cualquier cosa) es uno de mis momentos favoritos del día. No sé, imagino que tiene algo de Zen. También suelo pensar que dependiendo de que tanto lo disfrute o sienta que me quedó bien, mi día va a ser bueno o malo.

Cuando la cafetera comienza a hacer gárgaras, anunciando que el tinto ya está listo, saco la jarra de leche de la nevera. Esa operación, en apariencia sencilla, tiene su grado de dificultad pues la puerta de la nevera se cierra sola y eso, por alguna de las tantas manías raras que cargo, me molesta. Entonces cuando abro la puerta de la nevera y pongo la jarra de leche al lado de la estufa, estiro una de mis piernas hacia atrás para trancar la puerta de la nevera y evitar que se cierre.

Luego viene ese momento determinante en el que debo medir el chorrito de leche que le voy a echar al tinto. Tiene que ser el exacto, sino me queda muy oscuro o muy claro, de ahí que saber determinar esa cantidad sea tan importante.

Suelo imaginar que de esa simple acción dependen el día que está por delante, mi vida y su destino, junto con los millones eventos extraños que despiporran el curso de nuestra existencia en menos de una fracción de segundo.

Al final, cuando abandono la cocina, termino con el ritual del limpión de cocina, del cual también depende mi vida.

lunes, 6 de junio de 2022

Tiempo nocturno

Son las 10:15 de la noche y ocurre lo mismo de muchas veces: no se me ocurre sobre qué carajos escribir. Todo por no dedicar un espacio del día a pensar sobre un tema al cual arrancarle unas cuantas palabras.

Por eso acudo a esta fórmula fácil y vuelvo a escribir, como ya lo he hecho otras tantas veces, sobre mi incapacidad para hacerlo.

Imagino que es algo que tiene que ver mucho con desear, me explico:

Ahora, a las 10:17, escribo estas palabras, pero estoy desfasado en el futuro, es decir, estoy pensando en lo que deseo hacer aparte de escribir (ver una serie y leer), y ahora, a las 10:19, pienso que queda solo un poco más de una hora para que se acabe el día, y que al final no voy a poder hacer ni lo uno ni lo otro, o voy a tener que escoger entre algunas de las actividades que mencioné.

En resumidas cuentas estoy y no estoy en el escrito. Pero eso en medio de todo no está mal, porque como dice Julio Ramón Ribeyro en sus diarios, “Escribir no es un acto continuo, sino que generalmente va acompañado de largos intervalos de distracción”.

Y es que está claro que el tiempo corre más rápido cuando uno necesita que pase lento y viceversa. Para probar mi teoría me quedo mirando el reloj de la pantalla de computador, pero él sabe qué estoy haciendo eso, entonces los segundos y minutos duran lo que se supone deben durar, pero si le quito la mirada de encima por una fracción de segundo, fijo el tiempo arrancaría a correr como loco.

Como miro el reloj, escribo con la imagen que tengo del teclado en mi cabeza y ubico los dedos lo mejor que puedo para no descacharme a medida que tecleo. El tiempo avanza de forma normal, pero mis dedos torpes se equivocan de posición y comienzo a redactar frases con palabras no palabras como esta: ewi bo de que foce. Intento descifrar que quería decir, pero no lo logro, así que vuelvo a mirar hacia el teclado para acomodarlos bien.

Ahora son las 10:37 y me dispongo a echar una moneda al aire. Cara: Leo, Sello: Veo serie. A veces lo mejor es confiarle las cosas al azar.

domingo, 5 de junio de 2022

Poseído por los puntos de vista

Comienzo a escribir un texto. Horas antes, cuando lo comencé a cocinar en mi cabeza, mi olfato narrativo me sugirió la segunda persona como mejor opción, esa que tanto recomiendan para textos persuasivos porque le habla más cercano a las personas que lo leen, pues centra al lector(a) justo ahí, en medio de la acción.

Empiezo a narrar y de inmediato me convierto en narrador, narratario, personaje y lector. El efecto que produce es bueno, pero me parece que sostenerla, a veces, cansa un poco. Cuando voy por el tercer párrafo, la tercera persona irrumpe en mi cabeza y me pregunta: ¿Y cómo carajos va a contar las acciones que vienen en segunda persona? A ver, lo veo, concluye y luego la muy desgraciada se echa a reír dentro de mi cabeza.

La tercera siempre tiene ese tonito de superioridad moral, porque se cree mejor que los otros puntos de vista. Con la primera persona casi no se mete, porque esa está segura de lo que le pasó, entonces que no la jodan por su manera de contar las cosas, pero a la segunda la tilda de loquita por la forma en que adopta diferentes roles al mismo tiempo, y piensa que sufre de un trastorno disociativo de personalidad, de ahí el sentido confuso de su identidad. En medio de todo tiene algo de razón, pues yo he visto caminar a la segunda por las calles de mi cabeza con un costal a la espalda, el pelo ensortijado, hablando sola.

La tercera mantiene todos los agentes separados, es el dios del relato, pero en medio de todo ese poder que aparenta, también anda un poco mal de la cabeza, pues le habla a un narratario imaginario, ese alguien que espera la lea; sufre, como todos en estos tiempos, de unas ganas de atención desmedidas.

“Sí, tiene razón”, le respondo a la tercera. Al final se debe escoger el punto de vista que le convenga al relato, y procurar evitar las obsesiones del narrador, escritor, de los puntos de vista, y pues ni hablar de las del lector. A ese es mejor no meterlo en este lío, pues es una pieza fundamental para que todo el conjunto de escritura-lectura, funcione, ¿acaso no?

jueves, 2 de junio de 2022

Nächer y Juliana

Hubo un tiempo en el que sufrí de una ligera obsesión por el alemán. Mi primer acercamiento con el idioma fue en los últimos semestres de la universidad, cuando lo tomé como electiva.

El profesor era un Alemán que siempre andaba de saco y corbata y con la cara roja. Se notaba que entendía bien el español, pero le costaba comunicarse en ese idioma, entonces cuando lo hablaba, parecía que lo estuviera haciendo en cámara lenta.

En el curso, conformado por no más de 7 personas, había gente de distintas carreras, entre ellos estaban:  2 hombres que estudiaban economía y se la pasaban riendo, una mujer de artes y Juliana, una estudiante de Ciencias Políticas que me parecía linda, tenía una de las mejores narices respingadas que he visto en mi vida y pelo rubio, largo y liso, que a veces adornaba con trenzas delgadas.

Juliana dominaba el idioma porque había estado de intercambio en Alemania 6 meses. Lo que a mí me fascinaba y asombraba como primíparo, qué sé yo, poder decir diferentes números y los días de la semana, ella ya lo tenía dentro de su sistema.

Siempre trate de pegármele porque me gustaba, pero también para aprender de ella. Me gustaba oírla hablar con el profesor antes de empezar la clase, porque su pronunciación era muy buena.

“¿Qué más Herr Rodríguez?", Me saludaba
Gut, un dir Frau Valencia?, le respondía
Auch gut”, decía y luego cambiaba al español, segura, imagino , de que yo solo podía sostener una conversación hasta ese punto.

En el último examen del curso, o el único, ya no recuerdo, nos tocaba hacer una composición corta. Cuando llegué a ese punto saqué mi diccionario  y busqué algunas palabras nuevas y revisé si otras que había escrito estaban bien. Una de las que encontré y que no conocía fue nächer (después, más tarde). Con mis pocos conocimientos gramaticales, y recordando una de las premisas clásicas del profesor: verb am ende (el verbo va al final) la inserté en mi escrito lo mejor que pude.

En la clase siguiente nos entregaron los exámenes y lo pasé. Juliana me pidió que se lo mostrara y leyó mi escrito. “Uyy utilizó nächer y todo Herr Rodríguez, muy bien", y luego soltó una carcajada.

Me gustaba verla reír, imaginaba que su risa era en alemán.

miércoles, 1 de junio de 2022

un disparo y caer al suelo

Antonio le pregunto a Jaime, su gran amigo, si lo podía acompañar a cambiar 10 millones de pesos a dólares en una casa de cambio. Los necesitaba porque su hija iba a hacer un viaje a Estados Unidos.

El viernes Jaime hizo un hueco en su agenda y llamó a su amigo. Antonio busco cuál era el mejor lugar para ir a cambiar los dólares y al final, por cuestiones de distancia, escogió una casa de cambio en el centro comercial Gran Estación.

Los amigos llegaron a ese lugar hacia las 6 de la tarde y, sin perder tiempo, fueron directo al local Money Cambios JWC C.C. Antonio realizó la transacción sin ningún inconveniente, pero ninguno de los dos se había dado cuenta de que alguien los estaba siguiendo.

Cuando dejaron el centro comercial y después de caminar un par de cuadras, dos hombres los detuvieron, los apuntaron con una pistola, y uno de ellos les dijo: “No se hagan los machitos y pasen el dinero”.

En ese momento había trancón en la calle y coincidió que por el lugar iba pasando un carro con policías encubiertos, quienes se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo. se bajaron del carro y encañonaron a los ladrones.

Al darse cuenta el extraño giro de los eventos, Antonio dio media vuelta y comenzó a correr como si fuera Usain Bolt. Cuando había recorrido media cuadra escuchó un disparo. Sin detenerse volteó a mirar y vio a Jaime tendido en el suelo.

Avanzó un poco más y decidió parar, recuperar el aliento y esperar unos minutos. Luego volvió al lugar del enfrentamiento, preocupado por el destino de su amigo. Estaba preparado para lo peor “ ¿Y ahora como le digo a Claudia –la esposa de Jaime– que su marido murió por acompañarme a cambiar dinero a una casa de cambio?”

Cuando llegó al lugar vio que Jaime hablaba de forma apresurada con los policías, mientras gesticulaba con los brazos. Cuando vio a Antonio se abrazaron.

“Marica, ¿qué le paso? Creí que le habían metido un tiro. Jaime le contó que el disparo que oyó había sido un tiro al aire.

“Pues yo vi por el rabillo del ojo que usted arrancó a correr en pura y pues pensé: voy a hacer lo mismo, entonces di media vuelta y apenas iba a arrancar me tropecé y caí al suelo”.

martes, 31 de mayo de 2022

Una mujer come helado

El cielo está despejado y un sol picante cuelga de él. Al clima lo acompaña una brisa tenue, que a veces toma fuerza, pero como que se arrepiente y al final no abandona su estado inicial.

La mujer está sola sentada en la banca de un parque y se concentra en darle lengüetazos a un cono de helado de dos bolas: la superior es roja y la de abajo verde. Por los costados les escurre una salsa roja que, al parecer, es de mora.

Yo, ese narrador en tercera persona podría aventurarme a contarles cualquier cosa sobre la mujer, qué sé yo, podría especular e inventarme una razón tras otra de por qué se encuentra sola, como esas fotos que publican en internet, con personas que comen algo sin compañía alguna y le insertan cualquier frase barata, con tintes motivacionales, a la imagen.

Tal vez podría concentrarme en describir su apariencia física: si es gorda, flaca, cómo tiene su pelo, la ropa que lleva puesta, el lunar que tiene en el mentón, pero a veces, como dice Elvira Lindo, esas descripciones físicas impacientan al narrador.

Podría incluso darle un nombre, decirles que se llama Carolina y que su novio la dejó por otra, pero ella todavía no lo sabe porque él le dijo que tenía que viajar por trabajo. Por eso salió a comerse un helado sola.

Pero es que uno nunca debe confiarse de los narradores, porque inventan muchas cosas, más si son omniscientes, esos dioses que lo ven y saben todo. Entonces, aparte de conocer hasta el más mínimo detalle de vida de la mujer que come helado, también conoceríamos sus pensamientos, lo que sea que alguien piensa cuando le da un lengüetazo a una bola de helado y cierra los ojos como para apreciar más el sabor.

También podría hacer uso de figuras narrativas, de esas que uno lee y siente que calan produndo, porque al afectan las asociaciones individuales de cada lector y transforman las experiencias que ha vivido.

Podría hacer eso, pero hoy solo quiero contarles que, en un instante del tiempo, una mujer estaba sentada en la banca de un parque dándole lengüetazos a un helado.

Aunque no parezca esa simple acción narrativa puede ser más importante que mil páginas que hablen en detalle sobre ella y su vida.

jueves, 26 de mayo de 2022

De notas y otras cosas

Cuando se me ocurre alguna idea que considero digna de ser escrita la trato de anotar en una libreta que orbita por diferentes zonas de mi cuarto o en la aplicación de notas del celular. Otras veces, pocas, la verdad, me envío un email, pero suelo olvidar esas ideas y al final se pierden en la bandeja de entrada.

Hay unas notas fijas como la que lleva el título LIBROS, en la que anoto títulos que leo en alguna noticia o que escuchó por ahí, o esos de los que me antojo cuando entro a una librería a practicar el fino y placentero arte de hojear libros. De esa nota me llaman la atención dos: La “M” de las moscas e Hijos del fútbol. Me hace falta anotar “El cuerpo del fugitivo”, que me recomendó D. ayer. A pesar de que no soy muy fan de la poesía, el poema que me mostró no podía ser más preciso.

Otra nota fija es SERIES Y PELÍCULAS.  Hace rato que no me enganchó con ninguna serie. La última que me vi fue The Flight Attendant y me gustó. De resto he empezado varias pero las abandono a los pocos capítulos.  A inicios de este año empecé a ver This is Us, y los primeros capítulos me gustaron porque están llenos de significado, pero luego de un par de temporadas me aburrió tanto drama.

Otras notas hacen parte de lo que yo llamo “Sabiduría urbana”, es decir, frases que escucho cuando voy por la calle o estoy en algún lugar. Las anoto porque considero que tienen carne narrativa, que hay una idea poderosa que las sustenta y que es mi deber intentar descifrarla con unas cuantas palabras. De este tipo tengo la siguiente nota que tomé en un banco, mientras esperaba que me atendieran en la caja: “Recuerde que uno no debe ser fiador ni de la mamá”, le dijo uno de los funcionarios a un hombre que llevaba una cachucha y jeans rotos y que, al perecer, había sido víctima de un fraude.

Tengo también algunos escritos dejados a medio camino como la nota “Cosa”, en donde pienso defender el uso de esa palabra que tanto se odia. Una vez vi un video en Instagram de una coach de escritores que le echaba tierra a esa palabra y decía algo como “no es literaria y bla bla bla bla”. A mí ese cuentico de la alta literatura me sabe a cacho y creo que todas las palabras se pueden utilizar,  solo que se debe saber cómo hacerlo, y ahí está el verdadero dilema del asunto, en fin.

Hay otras notas que son un completo enigma. Por ejemplo, ¿quién me puede decir para qué anoté “Organocatálisis asimétrica” y no escribí nada en la nota?

De todas la que más me llama la atención es una que dice lo siguiente: “6,8,9,4,3,2 son los números con los que sueño”. Me viene a la mente una imagen en la que justo después de despertarme hago esa anotación, pero puede ser que solo me esté sugestionando con ella. ¿Qué hago con esos números? ¿Jugar a la lotería? ¿Marcar un número de teléfono?, ¿Qué?. A manera de superstición la voy a dejar ahí. De pronto fue, como les comenté ayer, un mensaje de mi subconsciente. Agradecería que, para ocasiones futuras, no me envíe mensajes cifrados.