sábado, 11 de junio de 2022

Tensión

La palabra quizá no sea la adecuada, pero por alguna razón es la que me suena, o la que se repite dentro de mi cabeza. De sus definiciones creo que me sirve esta: “Estado de un cuerpo sometido a la acción de fuerzas opuestas que lo atraen”

Supongo que nos la pasamos de tensión en tensión. Está la jefa de jefas, la muerte, y ahí estamos nosotros en el medio, mientras se pelea con la vida.

Pienso en esto de la tensión porque el viernes hacia sol, como si Bogotá fuera una zona costera. Estaba por ahí, tranquilito por la calle, cuando sentí un malestar general liderado por un síntoma de nauseas: “¿Qué carajos pasa?”, me pregunte y la respuesta llegó en forma de dolor de cabeza.

Iba y venía sobre el costado derecho, pero yo ya sabía que si el muy desgraciado hace presencia es para quedarse. Entonces entré en un estado de negación y le eché la madre al mundo, a la pacha mama, al universo, al destino, incluso a usted sin conocerlo(a) querido(a) lector(a), actitud que creo solo le hizo tomar confianza al dolor, para que se instalara a sus anchas en mi cabeza.

Otra vez la tensión, en el sentido en que uno está bien y algo nos sacude para quitarnos la paz que tenemos.

Les conté que hacía sol, ¿cierto?, pues también lo maldije porque estaba esperando un carro y no había lugar para resguardarme de sus rayos. “Ahora el dolor de cabeza se me va a multiplicar con el maldito sol”, pensé.

En el trayecto hacia el lugar al que me dirigía, el sol no se cansó de escupir sus rayos, pero yo me concentré en respirar como si fuera un monje budista en un estado profundo de meditación. No sé si fue por eso, pero el dolor de cabeza desapareció.

De todas formas la ciudad seguía en tensión, ¿cuál? Pues la de sol, que seguro le estaba echando un pulso a un aguacero. Al final llovió, pero por la noche.

Que no se nos olvide que siempre andamos en tensión, que nuestro cuerpo siempre está sometido a diferentes fuerzas que tiran para lados opuestos.

jueves, 9 de junio de 2022

Jiménez escribe de madrugada

Son las 2 de la mañana y Jiménez está sentado en su escritorio casi a oscuras. Solo lo alumbra la luz de una lámpara con un bombillo intermitente. A veces siente que debe abrir más los ojos para que absorban la poca luz que les llega, no tener que forzar la vista y poder ver qué es lo que escribe.

Fuma. Cuando teclea pone el cigarrillo en su boca. Cuando termina de redactar un párrafo, lo agarra de las yemas del pulgar y el índice, le da una calada profunda, bota el humo y se queda mirando cómo comienza a ascender. A veces acompaña su ese ritual con sorbos que le da a un tinto oscuro y amargo, que ayuda a mantenerlo alerta.

Le gusta escribir de madrugada porque la ciudad está casi en silencio, de no ser por el motor de los carros que pasan por la avenida hacia la que da su cuarto o los gritos extraños de personas, locos cree, que tienen el valor de andar por las calles del centro de la ciudad a esas horas.

Una vez se vio tentado a seguir el ritual de escritura de Ōe Kenzaburo. Un amigo le contó que el escritor japonés se sentaba en la mitad de un cuarto con la luz apagada y una grabadora en sus manos. Luego la prendía y comenzaba a contar una historia, para después transcribirla.

Las pocas veces que trato de hacerlo se sintió como uno de esos locos que gritan en la calle, con la única diferencia que él le murmuraba las historias al aparato. Dejó de hacerlo porque le pareció que esos relatos a oscuras no iban para ningún lado, que su mente lo engañaba y comenzaba a decir lo primero que se le pasaba por la cabeza.

Luego lo intentó con velas, hasta que un día el sueño lo derrotó en su puesto de trabajo y casi termina por hacer un incendio.

Ahí está, sufre de esa enfermedad que se llama escribir. A veces lo hace frenéticamente y otras con el mismo desgano que tiene el bombillo de su lámpara.

miércoles, 8 de junio de 2022

Algunas ideas después de ir a sacar plata

Hay quienes dicen que se debe escribir sobre lo que se sabe. Contar lo que le pasa a uno en el día es precisamente eso, ¿acaso no?, porque si uno no sabe por cuáles experiencias transitó, ¿entonces quién?

Yo suelo hacer eso, contar lo que me pasó a mi directamente o lo que vi que le paso a alguien. En este último caso me invento cosas, pues escasamente sé qué ocurre en la vida de familiares y amigos, o qué les preocupa, así que especulo que puede estar pasando por la mente de esos extraños a quienes narro, o simplemente me invento aspectos de su vida y ya está.

Siendo sincero la verdad me gustaría alejarme cada vez más de esa voz autobiográfica, digamos, y escribir pura ficción, porque me parece que esta ayuda a evitar las opiniones personales o permite camuflarlas de manera elegante en un relato. Por alguna razón Ursula K. Le Guin afirmaba que le iba mejor inventando cosas que recordándolas.

Pero de todos modos recordar también es pura ficción, pues se suele narrar lo que se cree que pasó, ya que al intentar revivir un recuerdo nunca vamos a poder contar de forma exacta cómo ocurrió.

Es imposible contar una cosa exactamente tal como ocurrió, porque lo que 
uno dice nunca puede ser exacto, siempre se deja algo, hay muchas partes, aspectos, contracorrientes, matices; demasiados detalles que podrían significar esto o aquello, demasiadas formas que no pueden ser totalmente descritas, demasiados aromas y sabores en el aire o en la lengua, demasiados colores.
– El cuento de la criada –

Hablo de esto, porque hoy quería contarles que salí a sacar plata en la mañana y luego, cuando llegué a la casa, el cansancio de toda la humanidad me cayó encima.

Sentado en mi escritorio, lo único que quería hacer era echarme en la cama. Había dormido bien, entonces  no entendía por qué me sentía así.

Eso era lo que pretendía contar, pero justo ahí mi cabeza comenzó a hacer asociaciones raras y llegué al  temadel que les hablé al principio.

Ya en este punto, en el que la volqueta se fue al río, podría seguir tirando de esa hebrita narrativa que me encontré y decir que si somos pura ficción, eso que llamamos realidad no es más que otra simulación, una mentira que nos esforzamos en contar día tras día.

Como leí hace poco: “Nunca estamos tan seguros de la realidad como cuando es ilusión”.

martes, 7 de junio de 2022

Cantidades

Uno de los trucos de la vida (imagino que existen varios) es aprender a medir cantidades. ¿Para qué? Para que se nos vaya la mano en lo que sea que hagamos. Esto aplica para cualquier plano de la existencia: sentimental, laboral o cualquier otro. Lo que quiero decir es que al momento de tomar una decisión de vida o muerte, o de algo tan sencillo como medir el chorrito de leche que se le echa al tinto, es importante tener en cuenta las cantidades que se utilizan,dan, vierten, desparraman, en fin.

Quiero hablar sobre el chorrito de leche, no crean ustedes que me iba a poner trascendental o algo así, eso dejémoselo a esas personas con amplios conocimientos sobre los trucos de la vida.

Preparar el desayuno (y se me llena la boca al decir esto o, mejor dicho, se me hinchan los dedos escribiéndolo, pero ya sabemos que es un café con cualquier cosa) es uno de mis momentos favoritos del día. No sé, imagino que tiene algo de Zen. También suelo pensar que dependiendo de que tanto lo disfrute o sienta que me quedó bien, mi día va a ser bueno o malo.

Cuando la cafetera comienza a hacer gárgaras, anunciando que el tinto ya está listo, saco la jarra de leche de la nevera. Esa operación, en apariencia sencilla, tiene su grado de dificultad pues la puerta de la nevera se cierra sola y eso, por alguna de las tantas manías raras que cargo, me molesta. Entonces cuando abro la puerta de la nevera y pongo la jarra de leche al lado de la estufa, estiro una de mis piernas hacia atrás para trancar la puerta de la nevera y evitar que se cierre.

Luego viene ese momento determinante en el que debo medir el chorrito de leche que le voy a echar al tinto. Tiene que ser el exacto, sino me queda muy oscuro o muy claro, de ahí que saber determinar esa cantidad sea tan importante.

Suelo imaginar que de esa simple acción dependen el día que está por delante, mi vida y su destino, junto con los millones eventos extraños que despiporran el curso de nuestra existencia en menos de una fracción de segundo.

Al final, cuando abandono la cocina, termino con el ritual del limpión de cocina, del cual también depende mi vida.

lunes, 6 de junio de 2022

Tiempo nocturno

Son las 10:15 de la noche y ocurre lo mismo de muchas veces: no se me ocurre sobre qué carajos escribir. Todo por no dedicar un espacio del día a pensar sobre un tema al cual arrancarle unas cuantas palabras.

Por eso acudo a esta fórmula fácil y vuelvo a escribir, como ya lo he hecho otras tantas veces, sobre mi incapacidad para hacerlo.

Imagino que es algo que tiene que ver mucho con desear, me explico:

Ahora, a las 10:17, escribo estas palabras, pero estoy desfasado en el futuro, es decir, estoy pensando en lo que deseo hacer aparte de escribir (ver una serie y leer), y ahora, a las 10:19, pienso que queda solo un poco más de una hora para que se acabe el día, y que al final no voy a poder hacer ni lo uno ni lo otro, o voy a tener que escoger entre algunas de las actividades que mencioné.

En resumidas cuentas estoy y no estoy en el escrito. Pero eso en medio de todo no está mal, porque como dice Julio Ramón Ribeyro en sus diarios, “Escribir no es un acto continuo, sino que generalmente va acompañado de largos intervalos de distracción”.

Y es que está claro que el tiempo corre más rápido cuando uno necesita que pase lento y viceversa. Para probar mi teoría me quedo mirando el reloj de la pantalla de computador, pero él sabe qué estoy haciendo eso, entonces los segundos y minutos duran lo que se supone deben durar, pero si le quito la mirada de encima por una fracción de segundo, fijo el tiempo arrancaría a correr como loco.

Como miro el reloj, escribo con la imagen que tengo del teclado en mi cabeza y ubico los dedos lo mejor que puedo para no descacharme a medida que tecleo. El tiempo avanza de forma normal, pero mis dedos torpes se equivocan de posición y comienzo a redactar frases con palabras no palabras como esta: ewi bo de que foce. Intento descifrar que quería decir, pero no lo logro, así que vuelvo a mirar hacia el teclado para acomodarlos bien.

Ahora son las 10:37 y me dispongo a echar una moneda al aire. Cara: Leo, Sello: Veo serie. A veces lo mejor es confiarle las cosas al azar.

domingo, 5 de junio de 2022

Poseído por los puntos de vista

Comienzo a escribir un texto. Horas antes, cuando lo comencé a cocinar en mi cabeza, mi olfato narrativo me sugirió la segunda persona como mejor opción, esa que tanto recomiendan para textos persuasivos porque le habla más cercano a las personas que lo leen, pues centra al lector(a) justo ahí, en medio de la acción.

Empiezo a narrar y de inmediato me convierto en narrador, narratario, personaje y lector. El efecto que produce es bueno, pero me parece que sostenerla, a veces, cansa un poco. Cuando voy por el tercer párrafo, la tercera persona irrumpe en mi cabeza y me pregunta: ¿Y cómo carajos va a contar las acciones que vienen en segunda persona? A ver, lo veo, concluye y luego la muy desgraciada se echa a reír dentro de mi cabeza.

La tercera siempre tiene ese tonito de superioridad moral, porque se cree mejor que los otros puntos de vista. Con la primera persona casi no se mete, porque esa está segura de lo que le pasó, entonces que no la jodan por su manera de contar las cosas, pero a la segunda la tilda de loquita por la forma en que adopta diferentes roles al mismo tiempo, y piensa que sufre de un trastorno disociativo de personalidad, de ahí el sentido confuso de su identidad. En medio de todo tiene algo de razón, pues yo he visto caminar a la segunda por las calles de mi cabeza con un costal a la espalda, el pelo ensortijado, hablando sola.

La tercera mantiene todos los agentes separados, es el dios del relato, pero en medio de todo ese poder que aparenta, también anda un poco mal de la cabeza, pues le habla a un narratario imaginario, ese alguien que espera la lea; sufre, como todos en estos tiempos, de unas ganas de atención desmedidas.

“Sí, tiene razón”, le respondo a la tercera. Al final se debe escoger el punto de vista que le convenga al relato, y procurar evitar las obsesiones del narrador, escritor, de los puntos de vista, y pues ni hablar de las del lector. A ese es mejor no meterlo en este lío, pues es una pieza fundamental para que todo el conjunto de escritura-lectura, funcione, ¿acaso no?

jueves, 2 de junio de 2022

Nächer y Juliana

Hubo un tiempo en el que sufrí de una ligera obsesión por el alemán. Mi primer acercamiento con el idioma fue en los últimos semestres de la universidad, cuando lo tomé como electiva.

El profesor era un Alemán que siempre andaba de saco y corbata y con la cara roja. Se notaba que entendía bien el español, pero le costaba comunicarse en ese idioma, entonces cuando lo hablaba, parecía que lo estuviera haciendo en cámara lenta.

En el curso, conformado por no más de 7 personas, había gente de distintas carreras, entre ellos estaban:  2 hombres que estudiaban economía y se la pasaban riendo, una mujer de artes y Juliana, una estudiante de Ciencias Políticas que me parecía linda, tenía una de las mejores narices respingadas que he visto en mi vida y pelo rubio, largo y liso, que a veces adornaba con trenzas delgadas.

Juliana dominaba el idioma porque había estado de intercambio en Alemania 6 meses. Lo que a mí me fascinaba y asombraba como primíparo, qué sé yo, poder decir diferentes números y los días de la semana, ella ya lo tenía dentro de su sistema.

Siempre trate de pegármele porque me gustaba, pero también para aprender de ella. Me gustaba oírla hablar con el profesor antes de empezar la clase, porque su pronunciación era muy buena.

“¿Qué más Herr Rodríguez?", Me saludaba
Gut, un dir Frau Valencia?, le respondía
Auch gut”, decía y luego cambiaba al español, segura, imagino , de que yo solo podía sostener una conversación hasta ese punto.

En el último examen del curso, o el único, ya no recuerdo, nos tocaba hacer una composición corta. Cuando llegué a ese punto saqué mi diccionario  y busqué algunas palabras nuevas y revisé si otras que había escrito estaban bien. Una de las que encontré y que no conocía fue nächer (después, más tarde). Con mis pocos conocimientos gramaticales, y recordando una de las premisas clásicas del profesor: verb am ende (el verbo va al final) la inserté en mi escrito lo mejor que pude.

En la clase siguiente nos entregaron los exámenes y lo pasé. Juliana me pidió que se lo mostrara y leyó mi escrito. “Uyy utilizó nächer y todo Herr Rodríguez, muy bien", y luego soltó una carcajada.

Me gustaba verla reír, imaginaba que su risa era en alemán.