martes, 14 de junio de 2022

Enfrente de las narices

Marcela Quiroga toma un taller de escritura creativa. En la primera sesión la escritora que dicta el taller le entrega una fotocopia a ella y sus compañeros, con una imagen de un parque en un día soleado en el que se alcanzan a ver varios grupos de personas riendo, comiendo algo o simplemente tomando el sol.

En la parte superior están las instrucciones del ejercicio: Escribe una descripción de la foto. Por favor, no cuentes una historia, solo describe el lugar.

“Fácil”, piensa Marcela, y comienza a escribir: Este parque que ves me recuerda al parque en el que terminé con mi primer novio. Las cosas entre los dos ya venían mal y era algo que debía haber hecho apenas todo comenzó a irse en picada.

Ese día, después de comer, nos sentamos en una de las bancas y le dije que no quería seguir con él. Se puso muy triste y creo que se le alcanzaron a salir un par de lágrimas, pero como era de noche no puedo asegurarlo. El me pidió que nos diéramos un último beso de despedida, pero yo no acepté, ¿para qué complicar las cosas más de lo que estaban?...

“Recuerden que no tienen que contar nada, solo describir”, dice la profesora

“Maldita sea”, piensa Quiroga, porque, bien o mal contada, lo que le había empezado a salir era una historia.

“A veces uno de los problemas con la escritura”, continúa la profesora, “es contar más allá de lo que ven los ojos. Quizás escribir  debería ser justo lo contrario, decir lo que pasa por enfrente de nuestras narices, sin adornos ni figuras narrativas. Sería, si la expresión aplica, contar la realidad, de forma fría, seca y sin adjetivos que nos distraigan.

Quiroga recuerda lo que decía Agota Kristof en Claus y Lucas:

Escribiremos: «comemos muchas nueces», y no: «nos gustan las nueces», porque la palabra «gustar» no es una palabra segura, carece de precisión y de objetividad.

Entonces deja caer el lápiz sobre la hoja, luego la arruga, la mete en un bolsillo y comienza de nuevo su ejercicio.

lunes, 13 de junio de 2022

Cartuchos narrativos

Hoy, para variar, no vengo a escribir nada en este espacio, toda una contradicción, pues es precisamente lo que estoy haciendo. Lo que les quiero decir, es que siento que hoy quemé mis cartuchos narrativos en otro escrito.

“¿Buenas, se puede?”, me preguntó aquel forastero, apenas me senté en el escritorio, después del desayuno. Antes de decirle “sí claro, bienvenido” –nada mejor que esos escritos que caen en la cabeza, ya medio esbozados y de un momento a otro–, ya se había instalado en mi cabeza, descargado su mochila y con un aire de suficiencia levanto una mano, y como haciendo un dibujo en el aire me dijo: "abra un documento que lo que le voy a decir le interesa". Le hice caso y comencé a teclearlo de inmediato, pues parecía tener prisa, y pensar que si no me daba la gana atenderlo, tenía muchas otras cabezas, sedientas de escritos, esperando por ahí.

Ante mi aturdimiento, esperó de forma paciente el tiempo necesario, y me dejó teclear lo que yo quisiera, si acaso sugiriéndome una que otra palabra. “¿Le parece bien este punto de vista?, “ ¿Cuántos personajes?”, le preguntaba a medida que redactaba, pero se quedó callado, dando a entender que ya había hecho lo suficiente con darme una idea

Logre sacarle un poco más de 500 palabras y ahí me estanqué, pero me divertí escribiéndolo y eso también es un buen indicio, pues bueno o malo, signifique lo que eso signifique, la gracia de escribir tiene mucho que ver con divertirse; de hecho la gracia de cualquier actividad, ¿acaso no?

Entonces llegó como siempre aquel momento de hace un rato en el que me siento y me pregunto: “qué carajos voy a escribir?”, y pues me inventé eso de los cartuchos narrativos y que los de hoy ya los había quemado.

Eso era todo.

sábado, 11 de junio de 2022

Tensión

La palabra quizá no sea la adecuada, pero por alguna razón es la que me suena, o la que se repite dentro de mi cabeza. De sus definiciones creo que me sirve esta: “Estado de un cuerpo sometido a la acción de fuerzas opuestas que lo atraen”

Supongo que nos la pasamos de tensión en tensión. Está la jefa de jefas, la muerte, y ahí estamos nosotros en el medio, mientras se pelea con la vida.

Pienso en esto de la tensión porque el viernes hacia sol, como si Bogotá fuera una zona costera. Estaba por ahí, tranquilito por la calle, cuando sentí un malestar general liderado por un síntoma de nauseas: “¿Qué carajos pasa?”, me pregunte y la respuesta llegó en forma de dolor de cabeza.

Iba y venía sobre el costado derecho, pero yo ya sabía que si el muy desgraciado hace presencia es para quedarse. Entonces entré en un estado de negación y le eché la madre al mundo, a la pacha mama, al universo, al destino, incluso a usted sin conocerlo(a) querido(a) lector(a), actitud que creo solo le hizo tomar confianza al dolor, para que se instalara a sus anchas en mi cabeza.

Otra vez la tensión, en el sentido en que uno está bien y algo nos sacude para quitarnos la paz que tenemos.

Les conté que hacía sol, ¿cierto?, pues también lo maldije porque estaba esperando un carro y no había lugar para resguardarme de sus rayos. “Ahora el dolor de cabeza se me va a multiplicar con el maldito sol”, pensé.

En el trayecto hacia el lugar al que me dirigía, el sol no se cansó de escupir sus rayos, pero yo me concentré en respirar como si fuera un monje budista en un estado profundo de meditación. No sé si fue por eso, pero el dolor de cabeza desapareció.

De todas formas la ciudad seguía en tensión, ¿cuál? Pues la de sol, que seguro le estaba echando un pulso a un aguacero. Al final llovió, pero por la noche.

Que no se nos olvide que siempre andamos en tensión, que nuestro cuerpo siempre está sometido a diferentes fuerzas que tiran para lados opuestos.

jueves, 9 de junio de 2022

Jiménez escribe de madrugada

Son las 2 de la mañana y Jiménez está sentado en su escritorio casi a oscuras. Solo lo alumbra la luz de una lámpara con un bombillo intermitente. A veces siente que debe abrir más los ojos para que absorban la poca luz que les llega, no tener que forzar la vista y poder ver qué es lo que escribe.

Fuma. Cuando teclea pone el cigarrillo en su boca. Cuando termina de redactar un párrafo, lo agarra de las yemas del pulgar y el índice, le da una calada profunda, bota el humo y se queda mirando cómo comienza a ascender. A veces acompaña su ese ritual con sorbos que le da a un tinto oscuro y amargo, que ayuda a mantenerlo alerta.

Le gusta escribir de madrugada porque la ciudad está casi en silencio, de no ser por el motor de los carros que pasan por la avenida hacia la que da su cuarto o los gritos extraños de personas, locos cree, que tienen el valor de andar por las calles del centro de la ciudad a esas horas.

Una vez se vio tentado a seguir el ritual de escritura de Ōe Kenzaburo. Un amigo le contó que el escritor japonés se sentaba en la mitad de un cuarto con la luz apagada y una grabadora en sus manos. Luego la prendía y comenzaba a contar una historia, para después transcribirla.

Las pocas veces que trato de hacerlo se sintió como uno de esos locos que gritan en la calle, con la única diferencia que él le murmuraba las historias al aparato. Dejó de hacerlo porque le pareció que esos relatos a oscuras no iban para ningún lado, que su mente lo engañaba y comenzaba a decir lo primero que se le pasaba por la cabeza.

Luego lo intentó con velas, hasta que un día el sueño lo derrotó en su puesto de trabajo y casi termina por hacer un incendio.

Ahí está, sufre de esa enfermedad que se llama escribir. A veces lo hace frenéticamente y otras con el mismo desgano que tiene el bombillo de su lámpara.

miércoles, 8 de junio de 2022

Algunas ideas después de ir a sacar plata

Hay quienes dicen que se debe escribir sobre lo que se sabe. Contar lo que le pasa a uno en el día es precisamente eso, ¿acaso no?, porque si uno no sabe por cuáles experiencias transitó, ¿entonces quién?

Yo suelo hacer eso, contar lo que me pasó a mi directamente o lo que vi que le paso a alguien. En este último caso me invento cosas, pues escasamente sé qué ocurre en la vida de familiares y amigos, o qué les preocupa, así que especulo que puede estar pasando por la mente de esos extraños a quienes narro, o simplemente me invento aspectos de su vida y ya está.

Siendo sincero la verdad me gustaría alejarme cada vez más de esa voz autobiográfica, digamos, y escribir pura ficción, porque me parece que esta ayuda a evitar las opiniones personales o permite camuflarlas de manera elegante en un relato. Por alguna razón Ursula K. Le Guin afirmaba que le iba mejor inventando cosas que recordándolas.

Pero de todos modos recordar también es pura ficción, pues se suele narrar lo que se cree que pasó, ya que al intentar revivir un recuerdo nunca vamos a poder contar de forma exacta cómo ocurrió.

Es imposible contar una cosa exactamente tal como ocurrió, porque lo que 
uno dice nunca puede ser exacto, siempre se deja algo, hay muchas partes, aspectos, contracorrientes, matices; demasiados detalles que podrían significar esto o aquello, demasiadas formas que no pueden ser totalmente descritas, demasiados aromas y sabores en el aire o en la lengua, demasiados colores.
– El cuento de la criada –

Hablo de esto, porque hoy quería contarles que salí a sacar plata en la mañana y luego, cuando llegué a la casa, el cansancio de toda la humanidad me cayó encima.

Sentado en mi escritorio, lo único que quería hacer era echarme en la cama. Había dormido bien, entonces  no entendía por qué me sentía así.

Eso era lo que pretendía contar, pero justo ahí mi cabeza comenzó a hacer asociaciones raras y llegué al  temadel que les hablé al principio.

Ya en este punto, en el que la volqueta se fue al río, podría seguir tirando de esa hebrita narrativa que me encontré y decir que si somos pura ficción, eso que llamamos realidad no es más que otra simulación, una mentira que nos esforzamos en contar día tras día.

Como leí hace poco: “Nunca estamos tan seguros de la realidad como cuando es ilusión”.

martes, 7 de junio de 2022

Cantidades

Uno de los trucos de la vida (imagino que existen varios) es aprender a medir cantidades. ¿Para qué? Para que se nos vaya la mano en lo que sea que hagamos. Esto aplica para cualquier plano de la existencia: sentimental, laboral o cualquier otro. Lo que quiero decir es que al momento de tomar una decisión de vida o muerte, o de algo tan sencillo como medir el chorrito de leche que se le echa al tinto, es importante tener en cuenta las cantidades que se utilizan,dan, vierten, desparraman, en fin.

Quiero hablar sobre el chorrito de leche, no crean ustedes que me iba a poner trascendental o algo así, eso dejémoselo a esas personas con amplios conocimientos sobre los trucos de la vida.

Preparar el desayuno (y se me llena la boca al decir esto o, mejor dicho, se me hinchan los dedos escribiéndolo, pero ya sabemos que es un café con cualquier cosa) es uno de mis momentos favoritos del día. No sé, imagino que tiene algo de Zen. También suelo pensar que dependiendo de que tanto lo disfrute o sienta que me quedó bien, mi día va a ser bueno o malo.

Cuando la cafetera comienza a hacer gárgaras, anunciando que el tinto ya está listo, saco la jarra de leche de la nevera. Esa operación, en apariencia sencilla, tiene su grado de dificultad pues la puerta de la nevera se cierra sola y eso, por alguna de las tantas manías raras que cargo, me molesta. Entonces cuando abro la puerta de la nevera y pongo la jarra de leche al lado de la estufa, estiro una de mis piernas hacia atrás para trancar la puerta de la nevera y evitar que se cierre.

Luego viene ese momento determinante en el que debo medir el chorrito de leche que le voy a echar al tinto. Tiene que ser el exacto, sino me queda muy oscuro o muy claro, de ahí que saber determinar esa cantidad sea tan importante.

Suelo imaginar que de esa simple acción dependen el día que está por delante, mi vida y su destino, junto con los millones eventos extraños que despiporran el curso de nuestra existencia en menos de una fracción de segundo.

Al final, cuando abandono la cocina, termino con el ritual del limpión de cocina, del cual también depende mi vida.

lunes, 6 de junio de 2022

Tiempo nocturno

Son las 10:15 de la noche y ocurre lo mismo de muchas veces: no se me ocurre sobre qué carajos escribir. Todo por no dedicar un espacio del día a pensar sobre un tema al cual arrancarle unas cuantas palabras.

Por eso acudo a esta fórmula fácil y vuelvo a escribir, como ya lo he hecho otras tantas veces, sobre mi incapacidad para hacerlo.

Imagino que es algo que tiene que ver mucho con desear, me explico:

Ahora, a las 10:17, escribo estas palabras, pero estoy desfasado en el futuro, es decir, estoy pensando en lo que deseo hacer aparte de escribir (ver una serie y leer), y ahora, a las 10:19, pienso que queda solo un poco más de una hora para que se acabe el día, y que al final no voy a poder hacer ni lo uno ni lo otro, o voy a tener que escoger entre algunas de las actividades que mencioné.

En resumidas cuentas estoy y no estoy en el escrito. Pero eso en medio de todo no está mal, porque como dice Julio Ramón Ribeyro en sus diarios, “Escribir no es un acto continuo, sino que generalmente va acompañado de largos intervalos de distracción”.

Y es que está claro que el tiempo corre más rápido cuando uno necesita que pase lento y viceversa. Para probar mi teoría me quedo mirando el reloj de la pantalla de computador, pero él sabe qué estoy haciendo eso, entonces los segundos y minutos duran lo que se supone deben durar, pero si le quito la mirada de encima por una fracción de segundo, fijo el tiempo arrancaría a correr como loco.

Como miro el reloj, escribo con la imagen que tengo del teclado en mi cabeza y ubico los dedos lo mejor que puedo para no descacharme a medida que tecleo. El tiempo avanza de forma normal, pero mis dedos torpes se equivocan de posición y comienzo a redactar frases con palabras no palabras como esta: ewi bo de que foce. Intento descifrar que quería decir, pero no lo logro, así que vuelvo a mirar hacia el teclado para acomodarlos bien.

Ahora son las 10:37 y me dispongo a echar una moneda al aire. Cara: Leo, Sello: Veo serie. A veces lo mejor es confiarle las cosas al azar.