martes, 19 de julio de 2022

Video fallido

La mujer Piensa que debe grabar un video para publicar en sus redes sociales. ¿Por qué?, porque es lo que todo el mundo hace, la regla, el deber ser para que los algoritmos muestren lo que sus seguidores y otros desconocidos a los que, por el complejo enramado de variables, datos y gustos personales que guarda la nube, les interesa lo que va a contar.

Ajusta el nivel de luz del cuarto, prepara el micrófono y toma un sorbo de agua para aclarar la garganta. Sound Cake, su alter ego en la red, no puede fallar.

Ahí está con su pelo morado, pómulos salidos y nariz respingada, a punto de pinchar el botón de grabar, y con un libreto más o menos garabateado en la cabeza de lo que debe decir; mejor así pues ¿acaso la gente no alaba la espontaneidad y los fallos?, se pregunta. Espera que así sea porque siente que lleva encima más errores que aciertos. Menos mal que solo unos cuantos frikis ,a los que nadie les presta atención, saben lo descolorida que puede llegar a ser la trastienda de la realidad.

Tiene un poco más de 1000 seguidores, una cifra pobre para estos tiempos en los que influencers y celebridades cuentan con millones, pero el show no debe parar y hay que atender a la audiencia sin importar su tamaño. Eso dicen, eso cree, o eso cree que dicen.

Ahora le da un sorbo a una taza de café. La bebida ya se enfrió y hace un gesto. Luego abandona la tarea. Piensa en lo desgastante que es andarse curando a cada minuto del día.

Recuerda un diálogo de Mr. Robot

“But because we want to be sedated.
Because it’s painful not to pretend.
Because we’re fucking cowards.
Fuck society.”


¡Sí que se jodan todos!”, piensa, pero sabe que su rebeldía no saldría a flote si contara con una audiencia tan grande como la de cualquier ídolo de internet.

lunes, 18 de julio de 2022

Chocolatina se derrite en el bolsillo

Voy a cine.

Tengo ganas de crispetas, pero no de uno de esos baldes sin fondo, así que me compro un combo infantil. Lo pido, claro está, mixto; larga vida a la combinación de sal y dulce, sin importar cual sea el producto. Con el combo me entregan una chocolatina que interpreta, supongo, el papel de postre. La guardó en la chaqueta sin darle mucha importancia.

Tiempo después, hacia el final de la película, meto la mano en el bolsillo de forma distraída y me encuentro con la chocolatina que había olvidado. En un arrebato de ganas de dulce la saco y ahora es un material moldeable. Me enrosco en mis ganas de consumir más dulce y pienso “que se joda, me la voy a comer”.

Intento destaparla con cuidado, pero es una tarea imposible, el chocolate está muy derretido. Me mancho un dedo, me lo chupo, luego otro, hago lo mismo, y al final llevó la chocolatina, que ahora parecer tener vida propia, a mi boca. La lamo, a mi parecer, de forma animal. Así, a media luz, pienso que la tarea de destaparla sin ningún tipo de consecuencia es imposible.

Decido olvidar mis ganas de dulce, la chocolatina y volver a concentrarme en la película. “¿Vino a comer o a mirar una película?”, me pregunto. “Las dos cosas, no me joda", me respondo.

Más tarde pienso en esa frase que, creo, escuché por primera vez viendo Forrest Gump: La vida es como una caja de chocolates, nunca sabes lo que te va a tocar.

Y sí, la vida es como una caja de chocolates, pero derretidos. Sin importar cual vida escojamos, siempre intentamos darle mordiscos precisos, pero a veces los materiales que la componen se nos escapan por las comisuras de la boca y los eventos y situaciones que creíamos tener bajo control se nos escurren antes de poder chuparnos los dedos, y a veces terminan en el piso.

En fin, solo quería contarles que cuando fui a cine, se me derritió una chocolatina en el bolsillo de la chaqueta.

domingo, 17 de julio de 2022

Amar menos

Siempre he pensado que el amor es como la muerte, es decir, creemos entenderlo, pero no tenemos mucha idea en qué consiste.

De pronto los gringos lo tienen más fácil porque solo cuentan con la palabra love, pero a los hispano hablantes las cosas se les complican porque existen los términos querer y amar, el primero, imagino, un degradé del segundo, en fin.

Me compro un mousse de maracuyá, al que le riegan salsa inglesa por encima. Voy a la mesa que ocupó mi familia, dejo el postre ahí y pienso: "acompañarlo con un tinto debe ser el Nirvana".

Escaneo el lugar con la mirada y veo, en una pared, un cartel que dice café y una flecha:

"Bingo", pienso.

Me dirijo hacia el lugar y en la fila, delante de mí, hay un hombre que tiene tatuadas dos palabras debajo de su oreja izquierda: Love Less dice su tatuaje.

Siempre he oído a algunas personas decir que el amor lo es todo "¿Qué es todo?", me pregunto. ¿Qué es el amor?

Por eso me llamó la atención el tatuaje del hombre ¿Qué tal que, en ciertas ocasiones, amar menos sea lo indicado?¿Cómo quiere uno menos a algo o a alguien cuando ya se está metido de cabeza en una relación o situación?

Todo son preguntas.

Cuando es mi turno pido un café y cuando me lo entregan lo pruebo y sabe amargo, así que le pido al barista que por favor le eche más agua.

Luego de que me lo entregan, doy media vuelta y comienzo a caminar despacio porque el tinto está a rebosar, y el piso es de adoquines y uniforme.

La superficie del líquido tiembla con cada paso y me imagino que me estoy jugando la vida en ese corto trayecto.

Me inclino y un poco de la bebida cae al suelo. Cuando el líquido se estampa contra él, por alguna razón pienso que esa imagen tiene que ver con amar menos.

jueves, 14 de julio de 2022

Un perrito con zapatos

La funcionaria del banco le indica a una clienta que ponga el dedo de la mitad en el aparato que registra la huella dactilar.

Escucho la frase y por un segundo pienso que la mano debería tener 6 dedos, para poder llamar a uno el de la mitad, pero está claro que el dedo 2.5 recibe ese nombre, porque tiene dos dedos a cada uno de sus lados, en fin, a veces dedico mi tiempo a pensar cosas absurdas.

La mujer del dedo medio ahora le dice a la funcionaria que si quiere no cosa unos papeles, o mejor si, o solo si quiere, bueno que la verdad imagina que ya es algo que ella hace de forma inconsciente por ser parte de su trabajo, una actividad más de su día a día, tan natural como respirar o caminar, Al final concluye: “Mejor si cóselo, así sabes que haces bien tu trabajo”.

"¡AYYY pero que bonito!", dice ahora una señora que hace fila en la caja y su frase me saca de mi cabeza.

Volteo a mirar qué es lo que le parece bonito dentro de un banco, un sitio, a mi parecer, frio y aburridor, y la señora se refiere a un perrito blanco y pequeño, de esos que ladran como si su vida dependiera de ello.

"De bonito no tiene nada señora, esos perros son un fastidio", pienso

"Mire tan bonitos los zapatos que tiene", le dice la señora a su hija.
"Qué qué?", me pregunto y bajo más la mirada para comprobar lo que dice.

Efectivamente el perrito lleva en sus patas una especie de baletas negras, pero por la forma de sus extremidades, parece como si llevara puestos cuatro tacones diminutos.

El animal parece darse cuenta de que le están hablando acerca de él y de sus zapatos y comienza a ladrar. La dueña lo alza y le murmulla algo cerca de sus orejas.

Ya ven, un perrito con zapatos. Es extraño este mundo.

miércoles, 13 de julio de 2022

El universo y las sillas de un parque

De clic en clic caigo en un video que habla sobre multiversos y lo mucho que, como raza, desconocemos. La persona que narra se pregunta: ¿Qué tal que hagamos parte de un organismo vivo gigante que no sea consciente de nosotros?

Suena loco, pero no del todo, pues imagino, por ejemplo, que no somos conscientes de muchas partes de nuestro cuerpo y que hay zonas de él que no tenemos ni la más mínima idea que existen.

Y es que ser consciente 100% no es cosa fácil.

Hace un sol picante y me encuentro en un parque con una zona con 6 bancas de madera, donde un grupo de tres se enfrenta al otro. La observo desde lejos y veo que dos están ocupadas: una por un hombre que, a pesar del calor, lugar lleva una bufanda azul con líneas blancas que combina a la perfección con sus zapatos y chaqueta que también son de ese color. Lleva la prenda enroscada en el cuello con un nudo perfecto que, o bien tiene dominado, o se demoro mucho tiempo hasta lograrlo, nunca lo sabremos.

Saca su celular y se pone a revisar sus mensajes, redes sociales, en fin. Decide hacer una llamada y al poco tiempo que le contestan, y como en un arrebato de desesperación, tal vez por el calor que siente y la aversión a traicionar su estilo, se pone de pie y comienza a caminar de afán cerca al sector de las bancas. Luego se sienta, conversa un rato y vuelve a ponerse de pie. Imagino que su conversación lo acaloró más, pero quiere conservar su pinta, su unidad, su elegancia y no podemos hacer nada contra eso, por más absurdo que nos parezca.

En la banca de al lado están sentados una mujer y un hombre. Sus carnés de oficina cuelgan de sus cuellos y el sol les esta dando de frente. La mujer se pone la mano en la cabeza a modo de visera, pero eso no evita que el solo se siga estampando en su cara. A su acompañante no parece importarle nada y es el que domina la conversación.

El hombre de la bufanda se volvió a poner de pie, y muy de malas porque 2 hombres con cigarrillos en una mano y un vaso de café en la otra la ocupan.

Ahora que me acuerdo de esa pequeña tajada de vida y trato de recrearla, me pongo a pensar en todos detalles importantes que seguro se me escaparon, yo que sé: el movimiento de las ramas de los árboles con el viento, el trino de los pájaros, las otras personas que componían la escena y a las que no les preste atención por concentrarme solo en unas cuantas.

Por eso les decía que ser consciente es muy difícil. A la larga no somos tan diferentes a ese ser gigante que contiene a nuestro universo.

martes, 12 de julio de 2022

El duende

Antes de esto, trabajé toda mi vida en campos petroleros, siempre andaba de viaje y lejos de casa, pero no me importaba porque ganaba buen dinero.

Vivia, si se puede decir, en piloto automático, con el mes repartido entre 15 días de trabajo y 15 de descanso. El segundo periodo del mes siempre estaba lleno de excesos: licor, drogas, malas influencias y todas esas cosas que el dinero tiende atraer.

“Señor Álzate”, es hora de su medicina, dice la enfermera. Es morena, gorda, de pelo corto y negro; brazos gruesos y siempre lleva mala cara. Nunca la he visto sonreír. Lo más sensato es cumplir con sus órdenes.

No me la quiero tomar. Me pone a dormir de inmediato. Por algún tiempo busqué la manera de mantener la pastilla debajo de la lengua, para luego escupirla en el inodoro, pero el otro día mi compañero de cuarto se puso de mal genio, porque yo no quería apagar la luz, así que me delató.

Nos llaman locos, pero ¿quién es normal? La verdad no lo sé. Lo único cierto es que lo que me ocurrió fue real.

Antes de que comenzara la pandemia, me enviaron al campo de Rubiales. Allá vivíamos por pares en containers, y la rotación de personal era frecuente. El lugar no tenía nada que ver con los lujos de los campos de Dubái, pero como les dije, la paga era buena y eran condiciones que podía aguantar por dos semanas.

Un día, después de llegar al campamento de uno de mis periodos de descanso, el compañero de container que me asignaron se llamaba Newén Zabaleta. Era un guajiro de piel oscura, que siempre llevaba sombrero, botas texanas y una mochila cruzada sobre el pecho.

Siempre me pregunté, como podía vestirse de esa manera, y no con las botas de caucho y el casco, requeridos por los estándares internacionales. Pero lo que más me intrigaba era la mochila que siempre llevaba atravesada, a la que parecía cuidar con su vida.

Un día decidí preguntarle que cargaba en ella. “Un duende”, ¿quiere verlo?”, respondió.

Me eché a reír y mientras lo hacia le dije: “¿En serio qué es lo que carga?”

Me miro serio y no respondió nada.

Esa noche cuando ya nos íbamos a dormir, Zabaleta estaba recostado en su cama y me estaba dando la espalda. Parecía que sostenía una conversación. “Debe estar hablando con su duende”, pensé.

A la siguiente mañana, antes de ir a mi puesto de trabajo, le pregunté con quien hablaba la noche anterior.

“Ya le dije Zabaleta, estaba hablando con mi duende, él me dice en quien debo confiar y en quien no”, respondió, y me pareció ver rastros de locura en su mirada.

Me asusté, así que antes de comenzar la jornada laboral, me fui a hablar con el supervisor del campo, para pedirle un cambio de container.

“Señor Cáceres, cómo está? Quería pedirle un favor: me puede cambiar de container?

“Le puedo preguntar por qué Alzate?

“Es que no me siento a gusto con Zabaleta señor”.

“Con quién?”.

“Con mi actual compañero de cuarto”.

“Alzate, deje de hablar pendejadas, usted lleva más de un mes solo en ese container.”

lunes, 11 de julio de 2022

Dejar de escribir

Hace un rato escribí 262 palabras que me parecieron flojas, pues todo el escrito revoloteaba alrededor de una opinión desabrida.  Mientras miraba como arrancarle otras 48 palabras, para cumplir con mi cuota mínima de 300, pensé “pues hoy no escribo y ya está”.

Al poco rato me dio remordimiento de conciencia, pues creo que dejar de hacerlo puede causar una catástrofe en el curso de mi vida, pero imagino que también en la de los demás, pues lo que sea que hagamos repercute en los otros de extrañas maneras.

Si pienso eso es porque me ayuda a ser terco y a escribir algo, lo que sea.

Bradbury decía que uno debe emborracharse de escritura para no ser destruido por la realidad, pues si se dejan de maquinar cosas, el mundo termina por alcanzar a quien no escribe, para enfermarlo.

Si uno no escribe a diario, decía el escritor, los venenos se acumulan y entonces comienzas a morir, a actuar como un loco o ambas cosas.

Concluye que la escritura es una cura porque permite digerir la realidad sin hiperventilar.

Imagino que la mayoría de escritores piensan de forma similar. Rosa Montero por ejemplo, cuenta en La Loca de la Casa que inventar historias es una forma de ser eterno, pues uno siempre escribe contra la muerte.

Tan brillante como siempre, también dice que cada uno escribe como puede, es decir, bien, mal, magnífico o como sea, pues la escritura viene a ser una función orgánica más, como sudar, por ejemplo, y uno no controla la sudoración.

Por otro lado, Millás, mi escritor favorito, dice que es imposible jubilarse de escritor, pues “uno se puede jubilar de lo que le da sentido a su vida”.

Tengo claro que por dejar de escribir un día no va a pasar nada, pero hay que reunir las fuerzas necesarias no dejar de hacerlo, independiente de lo que se desee contar; como el vaso de agua que tengo encima del escritorio, por ejemplo, y que me mira como diciéndome tómeme de una buena vez. Otro día les hablaré de eso.