miércoles, 3 de agosto de 2022

Superioridad moral

Una mujer, llamémosla Petronila, está claro que no se llama así, es decir no es que tenga nada contra ese nombre, sino que nunca he conocido a alguien que se llame así, en fin, estás líneas, pueden leerse como el inicio de esos libros que dicen: Esta es una obra de ficción y los nombres, personajes, lugares, e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de forma ficticia. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, es pura coincidencia. Esto solo por si alguna Petronila se da por aludida.

Pero bueno, para no seguir desviándome del tema el hecho es que nuestra amiga Petronila –pues si, que más da, ya démosle ese estatus–, se despachó en una publicación de una red social en contra de otra mujer, sobre algo que esta amiga, conocida, contacto, sea quien sea, había escrito , diciendo que estaba lleno de superioridad moral. Luego procedía a argumentar el por qué de su declaración dando las razones X, Y y Z, de una forma, digamos, hilvanada y coherente.

La leo un par de veces a ver si logro hallar fallas en su lógica, en su narrativa, pero parece no haberlas. Está bien redactada, es compacta, sólida. Cuando estoy a punto de olvidar el asunto, me parece que en el texto si contiene una gran falla: precisamente está repleto de esa superioridad moral que tanto crítica.

Por un segundo se me cruza por la cabeza la terrible idea de responderle, de decirle algo como: “disculpe, querida doncella, sin ánimo de ofenderla, permítame decirle, que su respuesta exuda esa superioridad moral de la que tanto habla”, pero para no entrar en peleas con extraños le soy fiel a una cita que trato de aplicar como un mantra en mi vida: 

To avoid criticism say nothing, do nothing, and be nothing.

martes, 2 de agosto de 2022

Un café y ver pasar la vida

La alarma vuelve a sonar y Sofía Lomb mira el celular. Son las 5:45 a.m. Suspira. Justo cuando expulsa el aire decide desactivarla. Luego se da media vuelta y al instante cae en un sueño profundo.

Cuando se vuelve a despertar, de forma natural, sin ningún paso traumático hacia la vigilia por culpa de una chicharra, ya son más de las 9 de la mañana. “Esto es despertarse bien”, piensa. Luego se recuesta sobre la pared y ocupa su cabeza con Joaquín, su novio, ¿Qué estará haciendo?,se pregunta.

Por un segundo piensa en llamarlo, pero desiste de la idea, pues cree que su equilibrio mental también depende de pasar tiempo sola, atrapada en su cabeza con sus pensamientos, cuidando los buenos y aplacando los malos.

Decide meditar 5 minutos, solo un decir, pues lo único que hace es respirar, inhalar y exhalar profundo, una y otra vez, sin importarle si por su cabeza se le cruzan mil pensamientos.

Luego se ducha y cuando sale, le da pereza arreglarse y se pone un pantalón para hacer yoga y unos tenis, “así, ligero, es que uno debe andar por la vida”, se dice. Cuando se termina de vestir y apenas sale del cuarto, se da cuenta que no tiene ganas de preparar desayuno, así que decide ir a Café Volcán, el café de la esquina de su casa que, espera, tenga una mesa desocupada.

Cuando llega, el lugar está, como siempre, lleno de personas que teclean de forma frenética en sus portátiles. A Lomb le parece que cada uno de ellos o ellas, quiere ser el próximo Jobs, Musk, Branson, en fin, el próximo gran magnate que va deslumbrar al mundo con un producto o servicio.

Un hombre que está en una mesa y lee el periódico la ve buscando mesa y la invita a sentarse. Lomb le regala una sonrisa lastimera y sigue de largo hacia la barra. Allí se sienta en la punta, el lugar más apartado, y espera que a nadie le de ganas de hablarle.

Pide un café con un eclair de chocolate y se sienta a observar el panorama y a tratar de pensar en nada. Trata de fijar su atención en el ruido del ambiente: el sonido de los cubiertos contra los platos, las conversaciones, en las otras mesas, los sonidos de la caja registradora, el ruido de los motores de los carros que pasan por la calle. Combina eso llevando con cuidado la tasa de café a su boca, al igual que pegándole mordiscos al bizcochuelo.

“¿Qué estarán pensando en mi oficina?”, se pregunta.

lunes, 1 de agosto de 2022

Grogui

Leo, en internet, que una mujer recomienda el documental Como cambiar tu mente de Netflix, así que el Domingo, después de almuerzo me recuesto en la cama y lo sintonizo. Al poco tiempo comienzo a practicar una actividad en la que me he convertido en un experto: dormir Netflix.

Cuando estoy con un pie en el territorio de la vigilia y otro en el territorio del sueño mi consciente alcanza a escuchar a Michael Pollain, el protagonista del documental, hablando sobre el LSD y sus ventajas.

“¿Se acuerda que lo vimos en el HAY Festival hace unos años?”, me pregunta.

“Sí, claro, pero, ¿será que puedo dormir? El documental no lo van a quitar de la plataforma”, le respondo.

“Es verdad, pero mire lo que está diciendo sobre el subconsciente, tiene algo que ver con eso que empezó a escribir hoy. Ahí verá si le pone atención”.

Y tiene razón. Ahí, grogui, alcanzo a escuchar como Pollain dice que las sustancias psicoactivas ayudan a activar zonas del subconsciente que serían imposibles acceder de otra manera. Es un tema que me llama mucho la atención, pues muchos escritores afirman que la escritura es un proceso subconsciente, como Cornac MacCarthy que dice que que él solo escribe lo que se le ocurre, lo que se le aparece en la cabeza, sin ningún tipo de planeación y de arco narrativo y esas cosas tan literatas, tan narrativas, en fin.

Por un segundo pienso tomar nota en mi celular de lo que dice Pollain o, por lo menos, anotar el minuto en el que lo dice, pero al final el sueño me vence, así que decido apagar el televisor.

viernes, 29 de julio de 2022

Nombres

Una pareja de amantes está en dormida en la cama de un motel. El hombre se despierta y se entra al baño a ducharse, pues ya es sábado y quedó de llevar a su hijo al entrenamiento de fútbol. Parece que la mujer sigue durmiendo. Lo que el hombre no sabe es que está muerta.

Esa es la escena que abre un cuento que estoy escribiendo.

Busco un nombre para ese personaje infiel. Sé que podría ponerle cualquiera: Pedro, Carlos, Mario, Juan, Dario, etc. pero al final me decido por Derek, pues resulta que el señor es gringo, y se apellida O'Moore.

Me pregunto si los nombres tendrán algo que ver con los rasgos de personalidad de cada persona, qué sé yo, si los Camilos, por decir cualquier cosa, tienden a ser mala clase, mientras que las Marías son buenas personas.

Imagino que hay personajes que solo podían tener un único nombre, por ejemplo Urania en la Fiesta del Chivo de Vargas Llosa:

“Su nombre daba la idea un de planeta, de un mineral, de todo, salvo de la mujer, espigada y de rasgos finos tez bruñida y grandes ojos oscuros, algo tristes, que le devolvía el espejo.”

Siempre recuerdo esa descripción, que me parece tan precisa, tan Urania, en fin. No había forma de que Llosa le hubiera puesto Carolina, Patricia o cualquier otro nombre, tenía que ser Urania sí o sí. Quién sabe de donde lo sacó.

A veces me vuelvo un ocho escogiendo los nombres de mis personajes. el de O'Moore, por ejemplo, lo saqué de un página de que genera nombres aleatorios. Lo más seguro es que lo cambie porque no me convence de a mucho, me suena como a nombre de vaquero, pero ¿qué carajos sé yo de vaqueros?, en fin, el hecho es que no me termina de sonar del todo.

jueves, 28 de julio de 2022

Preguntas en la mañana

Apenas se despierta, Alfonso Buendía siente que no descanso bien. No recuerda que soñó. Sabe que fueron cosas extrañas, con tramas enredadas, escenas fragmentadas y personajes desconocidos. Llega a esa conclusión por la manera en que están revueltas las cobijas de su cama.

Buendía se lleva la mano a los ojos y los frota un poco, con el ánimo de intentar recordar qué fue lo que soñó, pero no logra consolidar ninguna imagen en su cabeza.

Acto seguido toma el celular que reposa en la mesa de noche y comienza a revisar sus redes sociales porque sí, porque en eso se nos va la vida, ¿y qué?

Da con una publicación de Nicolás Domenico, un viejo conocido de la universidad que ni sabe por qué lo tiene agregado como amigo. Entra en un albúm que lleva como título “vacaciones de verano”. Domenico sale con gafas oscuras, gorro y chaqueta de invierno, junto a Carolina Franco, su novia eterna. Al fondo se ven unas montañas coronadas por nieve. La foto dice que están en Montreux. Se les ve felices, enamorados, hinchados de dicha.

Luego de ver las fotos con desgano y dejar el celular, Buendía se pregunta por qué para algunas personas las piezas de la felicidad parecen encajar a la perfección en sus vidas, mientras que para otras todo siempre tiende hacia el caos, como si caminaran al filo del abismo de la desgracia.

Se pregunta si tendrá que ver con las ganas de vivir de cada uno, con la intensidad con la que se desea algo. También piensa que puede ser que la suerte si exista y se reparta de forma arbitraria entre las personas.

La alarma del celular suena y con suerte o no, sabe que debe levantarse para no llegar tarde al trabajo.

miércoles, 27 de julio de 2022

La tentación del fracaso

Hoy, después de mucho tiempo, volví a leer los diarios de Ribeyro.

Me gusta mucho ese género, si es que se le puede llamar de esa forma, pero creo que cuando se lee uno, es bueno combinarlo con otras lecturas y no leerlos de corrido. Además en mi caso, las ganas de consumir una historia siempre están presentes, y las entradas de un diario, por más lírico o bien escrito que esté, son como tiros narrativos  al aire.

Hace poco, como les contaba ayer, también comencé a leer El cuaderno gris, los diarios de Joseph Pla, un escritor Catalán ¿Cómo llegué a ellos?, la culpa la tiene La vida a ratos, el diario novelado de Juan José Millás, en el que menciona tanto los de Ribeyro, como los de Pla.

Pensé en escribir sobre esto hoy, porque en una nota que tomé de La tentación del Fracaso, Ribeyro hablaba sobre la necesidad compulsiva de escribir lo que fuera cada noche.

De cierta manera eso es lo que trato de hacer en Almojábana, despojarme de las ganas de escribir. ¿Qué bien o mal? No lo sé, pero como dice Rosa Montero, la idea es convertir a la escritura en un proceso orgánico más, uno como la sudoración, sobre el que no tenemos control alguno.

Creí que la nota de la que les hablo la había tomado hoy, pero no fue así. Quizá la hice otro día, o simplemente no pertenece a los diarios del escritor peruano y quién sabe donde leí eso. A veces se me cruzan los cables de lo leído.

Pero si recuerdo una de Pla, que, creo, explica muy bien porque me gustan tanto los diarios:

“A mí, personalmente, me entretiene muchísimo leer memorias, reminiscencias, recuerdos, por muy humildes y vulgares que sean”.
–El cuaderno gris.

martes, 26 de julio de 2022

La última porción de torta sobre la faz de la tierra

Cuando salgo del edificio comienza a llover. Le estiro la mano a un taxi, pero no me ve o se hace el loco, me inclino más por la segunda opción, pero bueno como dice la canción de los Rolling Stones “you can’t always get what you want”.

“Mojémonos ¿qué más da?”, pienso, así que me pongo la capucha de mi chaqueta cortavientos y comienzo a caminar, al tiempo que a maldecir el clima. Cruzo la calle y en el separador, que es ancho, la gente frena de un momento a otro. 

“¿Pero qué coños hacen? ¿Por qué no siguen caminando?" 

Intento adelantarlos, solo para darme cuenta de que el grupo de personas se detuvo porque la calle está encharcada y a los conductores parece no importarle mojar a las personas.

Comienza a llover más duro, Maldita sea, doy medía vuelta y vuelvo a cruzar la calle, ya con el firme propósito de escampar en una cafetería.

Adentro el lugar está casi desocupado, de no ser por 3 grupos de personas que ocupan mesas. Hago la fila para pedir algo y alcanzo a ver en el mostrador una porción de torta solitaria. Hay 3 personas delante de mí, que no se le ocurra a ninguna pedir esa torta que tiene mi nombre, pero como todo puede torcerse en un segundo, la señora que está adelante la pide. “You can’t always get what you want”.

¡Maldita sea! Exclamo mentalmente, y pienso que es la última porción de torta sobre la faz de la tierra.

Cuando es mi turno le pregunto a la cajera que si no tienen más porciones y saca una entera de una nevera de la parte posterior, “Si, pero solo queda de naranja, concluye”. Asiento con la cabeza y la pido con un capuchino. Luego me siento a leer una entrada del Cuaderno Gris de Josep Pla.  Cuando deja de llover, salgo a buscar transporte.