martes, 9 de agosto de 2022

De qué hablamos cuando hablamos de amor

El ruido de la lluvia sobre el tejado lo despierta. Entreabre los ojos y mira la hora en el reloj despertador que tiene sobre la mesa de noche: Los palos rojos forman los números 5:20. Le quedan 40 minutos para que suene la alarma.

Da media vuelta para abrazar a Mariana, su esposa, pero la otra mitad de la cama está desocupada. “Debe estar en el baño”, piensa. Se esfuerza por escuchar algún ruido proveniente de ese lugar: el agua de la taza del baño descargando, o la del del lavamanos corriendo ,de los pequeños pies de su esposa dando pasos descalzos sobre las baldosas o acomodando la toalla en la baranda de metal. No pasa nada, el sitio es como una tumba.

¿Y si le pasó algo?, piensa. Ha escuchado historias de ese tipo, de personas que, en apariencia, gozan de plena salud, y de repente les da un ataque, ¿ictus es que le llaman? Se pregunta. El hecho es que, de un momento a otro ahí quedan y sanseacabó en un instante están vivos y al otro muertos o medio muertos.

Todo esto el hombre lo piensa en cuestión de segundos, hasta que cae en cuenta que desde hace más de tres noches Mariana ya no está con él, se fue y no tiene ni idea en dónde está y mucho menos con quién.

Luego lucha por no hacerlo, pero al final cede, toma el celular, y se pone a revisar las redes sociales de su exesposa , para ver si ha publicado algo nuevo, una foto, un estado, una ubicación, algo, lo que sea, que le un indicio de que diablos está pasando con su vida, pero nada, su vida virtual guarda el mismo silencio que el del baño.

Entonces, aprovechando que Mariana todavía no ha borrado las infinidad de fotos que se tomaron juntos, al hombre no le queda más remedio que hundirse en los recuerdos.

No entiende, no entiende nada. La vida, cree, no es más que pura confusión y caos, con algunos fogonazos de lucidez, de resto, piensa, caminamos al filo del abismo.

Ahí, en medio de esos pensamientos sombríos, el hombre recuerda el diálogo de un cuento de Raymond Carver. Uno de los personajes se pregunta a dónde carajos va a parar todo el amor que existió entre dos personas.

El hombre se levanta, va a la biblioteca, busca el libro y lucha por ubicar ese aparte como si su vida dependiera de ello hasta que por fin da con él:

“Hubo un tiempo en que creí que amaba a mi ex mujer más que a la propia vida. Pero ahora la aborrezco. De verdad. ¿Cómo se explica eso? ¿Qué ha sido de aquel amor? Qué ha sido de él, eso es lo que quisiera yo saber. Me gustaría que alguien pudiera decírmelo."
- De qué hablamos cuando hablamos de amor

Apenas termina de leer el párrafo y como una casualidad de una de esas novelas que le gusta leer, suena la alarma. Le gustaría quedarse divagando todo el día sobre el amor, pero debe alistarse para ir al trabajo.

lunes, 8 de agosto de 2022

El día de su muerte

El día de su muerte Ramón Jiménez se despertó a la misma hora de siempre 4:30 a.m, por culpa de la alarma de su celular. Al poco tiempo se puso su sudadera y salió a trotar los 45 minutos sagrados de todos los días, al parque que queda detrás de su conjunto.

Luego, de vuelta a su casa, se ducho, se preparó el desayuno, un café oscuro con unas tostadas que acompañó con mantequilla y mermelada de mora, con la toalla aún puesta en la cintura, para no chorrearse café en la ropa –suele pasarle eso–, luego se vistió y salió apurado para el trabajo. Se había desfasado 15 minutos en su rutina lo que ya le significaba encontrarse con más tráfico del esperado en la avenida Libertador.

Su predicción se hizo verdad, pero decidió tomar las cosas con calma. El mundo no se iba a acabar por llegar tarde al trabajo. Puso una emisora de música clásica y se dejó arrullar por el sonido de violines y chelos y otros instrumentos que no logró identificar.

Llego al trabajo medía hora tarde, pero nadie pareció notarlo. Jiménez no supo si alegrarse o ponerse triste por eso, pues por un lado estaba bien que nadie le reclamara su tardanza, pero por otro el asunto le hizo lo notar lo solo que estaba en el mundo.

Pasó toda la mañana sentado en su escritorio fingiendo que estaba trabajando, con muchas ventanas de documentos abiertas, pero la mayoría del tiempo se quedaba observándolas absorto en sus pensamientos, triste y deprimido pensando que tal vez lo mejor sería dejar de existir.

No sabía Jiménez, de la fuerza que tiene el dicho: ten cuidado con lo que deseas porque se te puede cumplir.

Cuando llegó la hora del almuerzo tomó su chaqueta del perchero y no se preocupó en buscar a nadie para ir a almorzar. Desde temprano en la mañana tenía pensado en ir al mismo sitio de siempre cuando no llevaba almuerzo a la oficina, Picaditas.

Cuando llegó al lugar, le tocó hacerse en la barra porque estaba repleto. Ese día había 2 opciones de almuerzo: Carne a la plancha o muslitos de pollo. “Tráigame una carne”, le digo al mesero. “Claro señor”. Al rato el este volvió y le dijo: “Señor, la carne se nos agotó, nos quedan 5 platos de muslitos, ¿le traigo uno?”

Jiménez frunció el ceño. Por un segundo, pensó en marcharse del lugar, pero ¿a dónde se iba a ir? Ya había desperdiciado más de medía hora de almuerzo y tenía hambre. “Bueno pues, será almorzar lo que tengan”, le respondió al mesero”. “Sí señor, están buenísimos. Ya verá que no se va a arrepentir”.

El plato le llegó en menos de 1 minuto y Jiménez comenzó a comer los muslitos de pollo que venían acompañados de arroz, verduras, tajadas de plátano, y papas al vapor, más una limonada en vaso de plástico. Como todo un cirujano experto, le desprendió toda la carne que pudo a los muslitos, hasta ese punto en que no queda más que tomarlos con la mano para llevarlos a la boca.

En medio de esa operación quebró uno de los huesos con la boca, y una de las astillas fue a dar a su garganta. Comenzó a toser ligeramente. Le dio un sorbo a la limonada, pero la tos persistía, el aire no pasaba hacia sus pulmones, y comenzó a ponerse rojo. la tos comenzó a aumentar. Se llevó las manos a la garganta. Era claro que se estaba ahogando, intentaba tomar bocanadas de aire pero nada, sus vías respiratorias estaban obstruidas. El resto de comensales y los meseros lo miraban sin saber que hacer.

“¡Un médico, un médico!” grito alguien , pero no había ninguno, o al médico no le dio la gana actuar o le dio pánico escénico y el cobarde simplemente no reveló su identidad. Para ese entonces Jiménez ya estaba retorciéndose en el piso, hasta que, de un momento a otro, dejó de moverse.

sábado, 6 de agosto de 2022

Preguntas sin respuesta

Estoy recostado en la cama dándole Scroll down al celular como si el equilibrio del universo dependiera de ello. Algunas de las imágenes pasan tan rápido ante mis ojos, que por un segundo imagino que mi cerebro no las alcanza a procesar.

Mi yo, o sospecho que un personaje independiente que a veces me habita, me pregunta: “¿No debería estar haciendo algo más productivo?” En principio le doy la razón, pero en menos de una fracción de segundo lo contraargumento y le digo que todo depende de qué entienda él por productivo  o por productividad, pues ¿quién dice que estar echado en una cama no lo sea?

El hecho es que me quedo ahí, a mis anchas, o acostado o anchamente o ancho y acostado; creo que me entienden, no sé si a manera de protesta o qué, pero también me quedo pensando sobre el tema. “¿Y si tiene algo de razón? ¿Y si uno deja pasar la vida?, me pregunto. "¿Qué es dejar pasar la vida?"

No es una pregunta sencilla. una cosa puede ser, digamos, hacerlo de forma deliberada, como yo hace un rato echado en la cama mirando el celular sin propósito alguno, si suponemos que eso es dejar pasar la vida. Pero el tema es que que a uno también se le va la vida sin quererlo ¿cómo?, por ejemplo, en viajes de ascensor al lado de desconocidos, en el transporte público, en las colas de banco, en fin, Inserte aquí una forma en que usted deja pasar la vida sin quererlo.

Entonces ahí, tirado en la cama, con la semillita del sentimiento de culpa echando raíces en mi cabeza empiezo a pensar en este escrito, pero no era este sino otro, con otra estructura y otro rumbo,  otro tema quizá, pero ya no recuerdo cuál. Apenas me puse de pie, pensé “que frío tan berraco está haciendo, me voy a preparar un café”, pero antes de eso fui al baño a ponerme los lentes de contacto.

Mientras estaba en esas me pregunté: “¿Y con qué algo voy a acompañar el café?” y estuve tentado de ir a comprarme la mejor dona del mundo mundial: la de chocomaní, pero me dio una pereza infinita salir, así que al final me trancé por unas galletas wafer de vainilla y media chocolatina jet que quién sabe cuánto tiempo llevaba encima de un mueble de mi cuarto.

Al final escribí. Imagino que no deje pasar la vida, o eso creo.

jueves, 4 de agosto de 2022

De taxistas, Uber, citas médicas, chocolate y otras cosas

Son más de las cinco y salgo de una cita médica. Pienso que debería tomar un Uber, es decir un Cabify, pues tengo una pelea cazada con la primera plataforma, que insiste en cobrarme 3000 pesos que no les debo y que sí o sí se los debo pagar con mi tarjeta de crédito. “qué se los pague su madre”, pienso, ¿cuál?, la de alguno de los dueños.

Está claro que mi pataleta no ha producido ningún impacto en las finanzas del gigante tecnológico, pero bueno, me iré a la tumba con mi supuesta deuda, en fin.

Cruzo la avenida y le saco la mano a un taxi que por alguna extraña alineación de planetas o porque me van a hacer el paseo millonario, pasa desocupado. Apenas me subo, le doy la dirección al conductor y me pongo a mirar por la ventana, a darle vueltas a una pregunta sin respuesta:

¿tendrá algún sentido la vida o no es más que un absurdo ni el berraco?

La consigna es no hacer contacto visual para no entrar en conversa con el taxista. Imagino que soy parte de un comando secreto y el líder de mi escuadrón me dice, al auricular que tengo implantado en mi oreja derecha, “Do not engage soldier”. Le hago caso.

Hay trancón, hace sol y miro por la ventana, analizando la pregunta que me hago por diferentes ángulos, pero todos dan a callejones sin salida, a cul-de-sacs pintorescos. Cuando me encuentro en esas, el conductor rompe el equilibrio del ambiente. Como busca alguna forma para hablar arranca suave, y como de la nada dice:

“Ahora mucha gente está saliendo del país”. Y Deja la frase flotando en el aire. Es obvio que espera una respuesta. Eso me dicen sus ojos por el retrovisor. I repeat do not engage!

“Ahh si ¿y cómo lo sabe?”, le respondo.

“Pues he escuchado muchas conversaciones de gente que he transportado. Por ejemplo, el otro día llevé a un man al aeropuerto que se iba con la hija a Europa y hablaba por teléfono y decía que él iba a abrir un préstamo y lo pagaba desde allá”.

“Por eso el dólar ha subido tanto".

Subo las cejas en modo de pregunta.

"Pues sí, a mayor demanda sube el precio”, dice con propiedad.

“Ahh ya”, le respondo.

“Vuelvo a mirar por la ventana. El líder mi escuadrón no ha vuelto a hablar, seguro ya cortó la comunicación conmigo.

Como si se hubiera enterado de eso, el taxista ataca de nuevo:

“¿Y qué, saliendo del trabajo?”

Me toma por sorpresa, así que tardo unos segundos en comprender que me está hablando de nuevo. Le respondo con un tímido: “Sí”

“ ¿Y trabaja ahí en el hospital?”

Amigo, pero ¿cuál es la gana de conocer mi vida al detalle?

Reconozco que tal vez solo quiera hablar, que andar al volante todo el día metido en trancones, aguantándose los putazos y la rabia de los demás conductores no debe ser placentero, y que una forma de terapia es conversar con los pasajeros, pero hoy, por alguna razón no tengo ganas de hacerlo, tal vez porque estoy en modo trascendental.

Sé que es una mamera, pero yo no me esfuerzo por estar así, sino que simplemente es un estado que llega y se instala como si nada. La verdad, si ustedes me lo preguntan, prefiero el estado bobada, o el estado vale huevismo puro.

“Por el sector”, le respondo. Mentira número 1.

Otra vez miro por la ventana, es mi única salvación. Fijar la mirada en los otros carros, en las fachadas de los edificios que vamos dejando atrás, en las personas que ocupan por un segundo mi campo visual, pero ya todo está perdido.

“y en qué sector o industria?"

“Diseño”. Mentira número 2.

"Diseño.  Ahhh ya"

Ahora fijo me sale con algo del estilo: Mi esposa es diseñadora, o alguna vaina así y  ¿ahí qué?, igual estoy listo a inventar cualquier respuesta elaborada con la palabra Photoshop o Illustrator, pero el taxista no hace más preguntas.

A pocas cuadras de la casa suena una canción de salsa conocida, pero se inventa el coro y la canta a todo pulmón. Por un segundo pienso decirle que la letra no es así, pero ¿para qué? Se le ve feliz.

Cuando me bajo decido comprarme una dona de chocomaní para bajarle a la pensadera.

El chocolate como terapía de vida.

miércoles, 3 de agosto de 2022

Superioridad moral

Una mujer, llamémosla Petronila, está claro que no se llama así, es decir no es que tenga nada contra ese nombre, sino que nunca he conocido a alguien que se llame así, en fin, estás líneas, pueden leerse como el inicio de esos libros que dicen: Esta es una obra de ficción y los nombres, personajes, lugares, e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de forma ficticia. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, es pura coincidencia. Esto solo por si alguna Petronila se da por aludida.

Pero bueno, para no seguir desviándome del tema el hecho es que nuestra amiga Petronila –pues si, que más da, ya démosle ese estatus–, se despachó en una publicación de una red social en contra de otra mujer, sobre algo que esta amiga, conocida, contacto, sea quien sea, había escrito , diciendo que estaba lleno de superioridad moral. Luego procedía a argumentar el por qué de su declaración dando las razones X, Y y Z, de una forma, digamos, hilvanada y coherente.

La leo un par de veces a ver si logro hallar fallas en su lógica, en su narrativa, pero parece no haberlas. Está bien redactada, es compacta, sólida. Cuando estoy a punto de olvidar el asunto, me parece que en el texto si contiene una gran falla: precisamente está repleto de esa superioridad moral que tanto crítica.

Por un segundo se me cruza por la cabeza la terrible idea de responderle, de decirle algo como: “disculpe, querida doncella, sin ánimo de ofenderla, permítame decirle, que su respuesta exuda esa superioridad moral de la que tanto habla”, pero para no entrar en peleas con extraños le soy fiel a una cita que trato de aplicar como un mantra en mi vida: 

To avoid criticism say nothing, do nothing, and be nothing.

martes, 2 de agosto de 2022

Un café y ver pasar la vida

La alarma vuelve a sonar y Sofía Lomb mira el celular. Son las 5:45 a.m. Suspira. Justo cuando expulsa el aire decide desactivarla. Luego se da media vuelta y al instante cae en un sueño profundo.

Cuando se vuelve a despertar, de forma natural, sin ningún paso traumático hacia la vigilia por culpa de una chicharra, ya son más de las 9 de la mañana. “Esto es despertarse bien”, piensa. Luego se recuesta sobre la pared y ocupa su cabeza con Joaquín, su novio, ¿Qué estará haciendo?,se pregunta.

Por un segundo piensa en llamarlo, pero desiste de la idea, pues cree que su equilibrio mental también depende de pasar tiempo sola, atrapada en su cabeza con sus pensamientos, cuidando los buenos y aplacando los malos.

Decide meditar 5 minutos, solo un decir, pues lo único que hace es respirar, inhalar y exhalar profundo, una y otra vez, sin importarle si por su cabeza se le cruzan mil pensamientos.

Luego se ducha y cuando sale, le da pereza arreglarse y se pone un pantalón para hacer yoga y unos tenis, “así, ligero, es que uno debe andar por la vida”, se dice. Cuando se termina de vestir y apenas sale del cuarto, se da cuenta que no tiene ganas de preparar desayuno, así que decide ir a Café Volcán, el café de la esquina de su casa que, espera, tenga una mesa desocupada.

Cuando llega, el lugar está, como siempre, lleno de personas que teclean de forma frenética en sus portátiles. A Lomb le parece que cada uno de ellos o ellas, quiere ser el próximo Jobs, Musk, Branson, en fin, el próximo gran magnate que va deslumbrar al mundo con un producto o servicio.

Un hombre que está en una mesa y lee el periódico la ve buscando mesa y la invita a sentarse. Lomb le regala una sonrisa lastimera y sigue de largo hacia la barra. Allí se sienta en la punta, el lugar más apartado, y espera que a nadie le de ganas de hablarle.

Pide un café con un eclair de chocolate y se sienta a observar el panorama y a tratar de pensar en nada. Trata de fijar su atención en el ruido del ambiente: el sonido de los cubiertos contra los platos, las conversaciones, en las otras mesas, los sonidos de la caja registradora, el ruido de los motores de los carros que pasan por la calle. Combina eso llevando con cuidado la tasa de café a su boca, al igual que pegándole mordiscos al bizcochuelo.

“¿Qué estarán pensando en mi oficina?”, se pregunta.

lunes, 1 de agosto de 2022

Grogui

Leo, en internet, que una mujer recomienda el documental Como cambiar tu mente de Netflix, así que el Domingo, después de almuerzo me recuesto en la cama y lo sintonizo. Al poco tiempo comienzo a practicar una actividad en la que me he convertido en un experto: dormir Netflix.

Cuando estoy con un pie en el territorio de la vigilia y otro en el territorio del sueño mi consciente alcanza a escuchar a Michael Pollain, el protagonista del documental, hablando sobre el LSD y sus ventajas.

“¿Se acuerda que lo vimos en el HAY Festival hace unos años?”, me pregunta.

“Sí, claro, pero, ¿será que puedo dormir? El documental no lo van a quitar de la plataforma”, le respondo.

“Es verdad, pero mire lo que está diciendo sobre el subconsciente, tiene algo que ver con eso que empezó a escribir hoy. Ahí verá si le pone atención”.

Y tiene razón. Ahí, grogui, alcanzo a escuchar como Pollain dice que las sustancias psicoactivas ayudan a activar zonas del subconsciente que serían imposibles acceder de otra manera. Es un tema que me llama mucho la atención, pues muchos escritores afirman que la escritura es un proceso subconsciente, como Cornac MacCarthy que dice que que él solo escribe lo que se le ocurre, lo que se le aparece en la cabeza, sin ningún tipo de planeación y de arco narrativo y esas cosas tan literatas, tan narrativas, en fin.

Por un segundo pienso tomar nota en mi celular de lo que dice Pollain o, por lo menos, anotar el minuto en el que lo dice, pero al final el sueño me vence, así que decido apagar el televisor.