Espero a que me entreguen un documento en una entidad pública. Llevo sentado más de media hora y veo como llaman y llaman a personas y nada que mencionan mi nombre. Me pregunto si ya lo habrán hecho y no me di cuenta por estar leyendo, así que decido dejar de hacerlo, pero a los pocos minutos me muero del aburrimiento y vuelvo a la lectura.
Podría decirse que leo mal o a medias, porque también intento poner atención a lo que ocurre a mi alrededor por si pronuncian mi nombre y piensan “no está, a bueno, pues se jodió”. Como estoy en ese trance de estar aquí y allá, me pateo un par de conversaciones de las personas que están sentadas a mi alrededor, además del llanto incansable de un bebé que, parece, lo están torturando.
Una señora de una de las filas de atrás le dice por celular a alguien: “Lo siento mucho, pero no le puedo colaborar más. Pero esté tranquilo que no le va a pasar nada. Además, es ambulatoria y yo voy a estar en oración”.
Por un momento mi mente comienza a preguntarse qué tanto le sirve a esa otra persona saber que la mujer va a estar en oración, es decir, si va a escribir en el grupo de chat de su familia: “no se preocupen que fulanita acaba de entrar en modo oración”, y mi cabeza comienza a encadenar otras preguntas relacionadas con la religión y la fe que, creo, no tienen repuesta, o me da pereza argumentarlas conmigo mismo, así que mejor decido volver a los diarios de Josep Pla, y cuando decido meterme de lleno en la lectura, escuhó a una mujer decir fuerte y claro mi nombre.
martes, 13 de septiembre de 2022
lunes, 12 de septiembre de 2022
Alexander, el hombre más rico de toda Colombia
Cuando terminé la universidad no tenía muy claro que quería hacer a partir de ese momento– Ahora no es que diga uyy que bruto como la tengo de clara en esta vida, pero bueno, eso es un tema que dejaré para “De la vida y otros ensayos” un libro que lo más probable es que nunca escriba–. Me atraía la idea de un trabajo dinámico en el que no tuviera que repetir una misma tarea todos los días. La cámara de comercio de Bogotá ofrecía un diplomado en consultoría empresarial y pensé que esa podría ser una opción a lo que estaba buscando, así que lo tomé.
En la primera clase llegó el momento de la típica presentación de: nombre, diga qué hace y qué le gusta, todos nos presentamos más o menos de forma normal hasta que llegó el turno para Alexander. Ya no recuerdo cuál era su apellido, pero si su objetivo en la vida.
Cuando llegó su turno se puso de pie, se abotonó la chaqueta y comenzó a hablar mirando hacia el frente, como a un punto en la distancia, probablemente el futuro, que ninguno de los que estaba en la sala podía ver: “Hola a todos, mi nombre es Alexander y voy a ser el hombre más rico de toda Colombia”.
Pienso en esto, es decir, en trazarse objetivos de vida, por la muerte del escritor español Javier Marías. Leí un artículo que contaba su vida resumida desde que era un bebe y posiblemente importunaba a Nabokov con su llanto, pues el escritor ruso había vivido en el piso de arriba en la casa que su familia ocupó en el Wellesley College de Massachusetts, hasta cuando vivió en Paris y se alimentaba a punta de Pan con mostaza.
El objetivo de Marías era claro: escribir como si de ello dependiera su vida y al final lo logró. Parece que, si uno desea algo con mucha fuerza, es un deber convertirlo en obsesión para alcanzarlo.
En cuanto a Alexander, no me importa saber si cumplió con su objetivo o no. Allá cada persona con sus obsesiones o lo que sea que se les cruce por sus cabezas; creo que están en su derecho de perseguir sus "disparates" mientras no le hagan daño a nadie.
En la primera clase llegó el momento de la típica presentación de: nombre, diga qué hace y qué le gusta, todos nos presentamos más o menos de forma normal hasta que llegó el turno para Alexander. Ya no recuerdo cuál era su apellido, pero si su objetivo en la vida.
Cuando llegó su turno se puso de pie, se abotonó la chaqueta y comenzó a hablar mirando hacia el frente, como a un punto en la distancia, probablemente el futuro, que ninguno de los que estaba en la sala podía ver: “Hola a todos, mi nombre es Alexander y voy a ser el hombre más rico de toda Colombia”.
Pienso en esto, es decir, en trazarse objetivos de vida, por la muerte del escritor español Javier Marías. Leí un artículo que contaba su vida resumida desde que era un bebe y posiblemente importunaba a Nabokov con su llanto, pues el escritor ruso había vivido en el piso de arriba en la casa que su familia ocupó en el Wellesley College de Massachusetts, hasta cuando vivió en Paris y se alimentaba a punta de Pan con mostaza.
El objetivo de Marías era claro: escribir como si de ello dependiera su vida y al final lo logró. Parece que, si uno desea algo con mucha fuerza, es un deber convertirlo en obsesión para alcanzarlo.
En cuanto a Alexander, no me importa saber si cumplió con su objetivo o no. Allá cada persona con sus obsesiones o lo que sea que se les cruce por sus cabezas; creo que están en su derecho de perseguir sus "disparates" mientras no le hagan daño a nadie.
jueves, 8 de septiembre de 2022
En un bar
Un hombre está sentado solo en la barra. Evitemos, por favor, conjeturas estúpidas sobre su soledad, si es feliz o no, y que a nadie se le ocurra sacarle una foto sin su permiso, para luego postearla en alguna red social con alguna frase barata. Solo es un hombre que, sea cual sea el motivo, parece disfrutar un momento sin la compañía de alguien.
Desde hace un momento toda su concentración está dedicada a una sola tarea: quitarle la etiqueta a la botella de cerveza, pero sin dañarla. Hace un rato trató de hacer lo mismo con la anterior, pero la ansiedad y las uñas la destrozaron. Apenas ocurrió eso, y sin haberla terminado, pidió la que tiene ahora en sus manos y apartó la de la etiqueta estropeada hacia un rincón de la barra donde reposan otras tres botellas.
, Parece que cada vez que logra despegar un trozo del papel se premia con un sorbo de cerveza, pero es una tarea lenta y testaruda, como una penitencia más bien.
Al otro costado una mujer de piernas largas y falda roja corta se pone de pie y camina hasta la rockola. Todos los hombres la siguen con la mirada, menos el de la barra que sigue peleando con la etiqueta de la botella. La mujer se inclina de forma seductora introduce una moneda en la máquina y selecciona la canción Mala suerte de Henry Fiol. Empieza a sonar y la mujer comienza a bailar sola.
El hombre de la barra comienza a cantarla. Arranca la etiqueta de un tirón, se bebe lo que le queda de cerveza de un sorbo y abandona el lugar.
Desde hace un momento toda su concentración está dedicada a una sola tarea: quitarle la etiqueta a la botella de cerveza, pero sin dañarla. Hace un rato trató de hacer lo mismo con la anterior, pero la ansiedad y las uñas la destrozaron. Apenas ocurrió eso, y sin haberla terminado, pidió la que tiene ahora en sus manos y apartó la de la etiqueta estropeada hacia un rincón de la barra donde reposan otras tres botellas.
, Parece que cada vez que logra despegar un trozo del papel se premia con un sorbo de cerveza, pero es una tarea lenta y testaruda, como una penitencia más bien.
Al otro costado una mujer de piernas largas y falda roja corta se pone de pie y camina hasta la rockola. Todos los hombres la siguen con la mirada, menos el de la barra que sigue peleando con la etiqueta de la botella. La mujer se inclina de forma seductora introduce una moneda en la máquina y selecciona la canción Mala suerte de Henry Fiol. Empieza a sonar y la mujer comienza a bailar sola.
Que he hecho yo, pa’ tener tan mala suerte
Que he hecho yo, pa’ sufrir tanto dolor
Triste dolor, de vivir siempre angustiado
De vivir siempre frustrado, buscando algún remedio
A mi pobre situación
El hombre de la barra comienza a cantarla. Arranca la etiqueta de un tirón, se bebe lo que le queda de cerveza de un sorbo y abandona el lugar.
miércoles, 7 de septiembre de 2022
El delirio de los puntos de vista
Resulta que el libro de ficción que hace parte de mis lecturas del momento es Delirio de Laura Restrepo. Cuando lo empecé no había comenzado a picar tantos libros al tiempo y me llamó mucho la atención el narrador, porque a veces sentía que había cambios bruscos en el punto de vista, pero leía y releía esos apartes y aunque notaba esos cambios no había forma de señalar el error, además pensaba: “¡Gran pendejo es Laura Restrepo y con esa novela se ganó el premio Alfaguara de novela! Imposible que sea el primero en darme cuenta de un error de ese estilo”.
Luego discutí el asunto con un grupo de amigos y una amiga lo sentencio diciendo lo siguiente: “lo que ella hace es que va cambiando del narrador omnisciente a los diálogos, sin la puntuación convencional, es decir, quedan mezclados o eso creo. Y otro amigo, un escritor, concluyó: “Es lo que hacía Saramago, O sea lo que dice Andrea. Van saliendo las voces."
Ayer, después de varios días en los que estuve metido en otras lecturas, volví a retomar esa novela, y pensé que ese detalle de los puntos de vista me iba complicar meterme en la historia de nuevo.
Ese puede ser un punto en contra de leer varios libros al mismo tiempo, es decir, se corre el peligro de perder el ritmo de lectura con alguno. O puede que a uno se le olvide un libro que estaba leyendo, como caí en cuenta ayer con Zen en el arte de escribir de Bradbury.
El punto es que con Delirio me armé de calma y vi de forma clara a Agustina, la protagonista. Creo que también algo que le suma puntos a la experiencia de lectura es que ese nombre me encanta, puede parecer una estupidez, pero así es.
Esa forma de narrar de Restrepo me parece artificiosa. No sé si yo sería capaz de lograrla. Me pregunto si le saldrá de forma natural o es algo que planea minuciosamente.
Luego discutí el asunto con un grupo de amigos y una amiga lo sentencio diciendo lo siguiente: “lo que ella hace es que va cambiando del narrador omnisciente a los diálogos, sin la puntuación convencional, es decir, quedan mezclados o eso creo. Y otro amigo, un escritor, concluyó: “Es lo que hacía Saramago, O sea lo que dice Andrea. Van saliendo las voces."
Ayer, después de varios días en los que estuve metido en otras lecturas, volví a retomar esa novela, y pensé que ese detalle de los puntos de vista me iba complicar meterme en la historia de nuevo.
Ese puede ser un punto en contra de leer varios libros al mismo tiempo, es decir, se corre el peligro de perder el ritmo de lectura con alguno. O puede que a uno se le olvide un libro que estaba leyendo, como caí en cuenta ayer con Zen en el arte de escribir de Bradbury.
El punto es que con Delirio me armé de calma y vi de forma clara a Agustina, la protagonista. Creo que también algo que le suma puntos a la experiencia de lectura es que ese nombre me encanta, puede parecer una estupidez, pero así es.
Esa forma de narrar de Restrepo me parece artificiosa. No sé si yo sería capaz de lograrla. Me pregunto si le saldrá de forma natural o es algo que planea minuciosamente.
martes, 6 de septiembre de 2022
Faltan horas
Me trasnoché vilmente. Lo hice mirando un documental y cuando terminé el capítulo, apagué el televisor, pero en vez de acomodar las almohadas para dormir (tirar dos al suelo y quedarme solo con una) me puse a mirar el celular. Lo admito, perdí tiempo de lo lindo.
Me absorbió ese aparato del demonio y no vi nada importante. Lo mismo de siempre. Pero uno se queda ahí, haciendo scroll down, como a la espera de alguna noticia que le va a cambiar la vida.
Imagino que mirar el celular con compulsión le drena un poco la vida a uno, que el tiempo que desperdiciamos en él equivale a X cantidad menos de vida, pero ni modo, no todos podemos ser monjes budistas ni seres iluminados, ni ninguna de esas jodas. Así que ya está, no hay que darse tanto palo e intentar vivir lo mejor que cada uno pueda con o sin celular, con o sin templo budista, con o sin inserte aquí algo de su preferencia bien sea objeto u emoción.
Cuando por fin decidí dormir, programé 1000 alarmas en mi celular. Al final o al otro día, mejor dicho, pasó lo que muchas veces pasa, me desperté temprano antes de que sonara cualquier maldita alarma.
No sé por qué ocurre eso.
¡Claro!, debí haberme puesto de pie e irme directo a duchar para aprovechar el día, signifique lo que eso signifique, pero tenía sueño y mi yo no tuvo problema en caer en la trampa de “solo 5 minutos más”, pero la volqueta se fue al río y fueron 2 horas.
Menos mal que algo, un ruido, una corriente de aire, un espíritu, qué sé yo, me despertó, porque ya no tenía configurada ninguna alarma para esa hora.
El punto es que hacen faltan horas. Horas para leer, escribir, para mirar pal techo, a las montañas, para tomarse un café y ver pasar la gente, faltan horas para bajarle las revoluciones de esta vida que va tan rápido, ¿no creen?
Si no me quieren dar horas para eso, me conformo con más horas para dormir.
Me absorbió ese aparato del demonio y no vi nada importante. Lo mismo de siempre. Pero uno se queda ahí, haciendo scroll down, como a la espera de alguna noticia que le va a cambiar la vida.
Imagino que mirar el celular con compulsión le drena un poco la vida a uno, que el tiempo que desperdiciamos en él equivale a X cantidad menos de vida, pero ni modo, no todos podemos ser monjes budistas ni seres iluminados, ni ninguna de esas jodas. Así que ya está, no hay que darse tanto palo e intentar vivir lo mejor que cada uno pueda con o sin celular, con o sin templo budista, con o sin inserte aquí algo de su preferencia bien sea objeto u emoción.
Cuando por fin decidí dormir, programé 1000 alarmas en mi celular. Al final o al otro día, mejor dicho, pasó lo que muchas veces pasa, me desperté temprano antes de que sonara cualquier maldita alarma.
No sé por qué ocurre eso.
¡Claro!, debí haberme puesto de pie e irme directo a duchar para aprovechar el día, signifique lo que eso signifique, pero tenía sueño y mi yo no tuvo problema en caer en la trampa de “solo 5 minutos más”, pero la volqueta se fue al río y fueron 2 horas.
Menos mal que algo, un ruido, una corriente de aire, un espíritu, qué sé yo, me despertó, porque ya no tenía configurada ninguna alarma para esa hora.
El punto es que hacen faltan horas. Horas para leer, escribir, para mirar pal techo, a las montañas, para tomarse un café y ver pasar la gente, faltan horas para bajarle las revoluciones de esta vida que va tan rápido, ¿no creen?
Si no me quieren dar horas para eso, me conformo con más horas para dormir.
lunes, 5 de septiembre de 2022
Arte y letra
Hace muchos años visitaba con frecuencia el barrio Quinta Camacho. Los miércoles, cada 15 días, me reunía con mi grupo de escritura en la librería Authors. siempre llegaba antes y aprovechaba para leer en algún café o a veces visitaba la librería Arte y Letra.
Hace poco volví a pasar por ese sector y quién sabe hace cuánto no lo visitaba o si lo había hecho de forma distraída, pues no me había fijado que había desaparecido esa librería. Siempre me pareció un lugar muy acogedor. Me agradaba su “desorden”, por decirlo de alguna manera. Sentirme rodeado de libros, como amenazado por ellos.
Entonces el “vértigo” que sentía al entrar a al local era más pronunciado que en otras librerías, porque ahí sí que no sabía por dónde ni qué empezar a mirar; me atragantaba de libros con cada paso que daba.
Siempre caminaba con cuidado por para no estrellarme con las torres de libros, pues pensaba que tumbar una podía desencadenar una reacción en cadena que los llevaría todos al piso. Seguro tenían su orden, solo que uno no lo tenía claro, pero pero imagino que solo bastaba con pedirle un libro a su librera para que ella lo ubicara sin ningún inconveniente. El desorden también tiene su gracia.
Al final era algo que mejoraba la experiencia porque no quedaba más remedio que tomarse las cosas con calma, ir tomando los libros que le llamaran a uno la atención y comenzar a hojearlos con calma, leer un párrafo aquí otro allá, pasar unas cuantas hojas, volver a hacer lo mismo, moverse–con cuidado– a otro sector de la librería y repetir la operación, hasta creer haber dado con el o los libros adecuados. Como siempre, ejerciendo ese papel de pescador de libros lo mejor que se puede.
Hace poco volví a pasar por ese sector y quién sabe hace cuánto no lo visitaba o si lo había hecho de forma distraída, pues no me había fijado que había desaparecido esa librería. Siempre me pareció un lugar muy acogedor. Me agradaba su “desorden”, por decirlo de alguna manera. Sentirme rodeado de libros, como amenazado por ellos.
Entonces el “vértigo” que sentía al entrar a al local era más pronunciado que en otras librerías, porque ahí sí que no sabía por dónde ni qué empezar a mirar; me atragantaba de libros con cada paso que daba.
Siempre caminaba con cuidado por para no estrellarme con las torres de libros, pues pensaba que tumbar una podía desencadenar una reacción en cadena que los llevaría todos al piso. Seguro tenían su orden, solo que uno no lo tenía claro, pero pero imagino que solo bastaba con pedirle un libro a su librera para que ella lo ubicara sin ningún inconveniente. El desorden también tiene su gracia.
Al final era algo que mejoraba la experiencia porque no quedaba más remedio que tomarse las cosas con calma, ir tomando los libros que le llamaran a uno la atención y comenzar a hojearlos con calma, leer un párrafo aquí otro allá, pasar unas cuantas hojas, volver a hacer lo mismo, moverse–con cuidado– a otro sector de la librería y repetir la operación, hasta creer haber dado con el o los libros adecuados. Como siempre, ejerciendo ese papel de pescador de libros lo mejor que se puede.
sábado, 3 de septiembre de 2022
Leer solo un libro
Un hombre, llamémoslo el consejero, pues tiene publicados puros videos en los que les da consejos a su audiencia de más de 100.000 seguidores, habla sobre leer libros.
“Te voy a decir porque no es bueno leer más de un libro a la vez”, es una de las frases con las que comienza una de sus cápsulas de sabiduría, pero a mí me pierde de inmediato con ella. Hace unos años, cuando leía de esa manera, tal vez les habría prestado atención a sus palabras, pero hoy, pienso, lo único que importa es leer, y la forma en que decidan hacerlo las personas es lo de menos. Por eso su predica me parece barata, por más cordial y buena onda que quiera mostrarse.
Ahora, por ejemplo, estoy leyendo tres libros base, digamos, y tengo mordisqueados otros cuantos, pero ahí voy, lento pero seguro, leyendo hojas, capítulos, o incluso solo unos cuantos párrafos cada día. Quién sabe cuanto tiempo me va a tomar leerlos, quizá mucho más que si los leyera por separado, pero me da pereza ser tan psicorigido con la lectura. Además, como escribí alguna vez hay veces que uno quiere leer distintos tipos tipos de libros o géneros, y tener que ir al mismo libro solo porque es bueno leer uno a la vez, pues que pereza tan infinita, ¿acaso no?
Le escritora Margarita García Robayo, por ejemplo, cuenta que en su mesa de noche tiene una torre de los libros que está leyendo, qué sé yo, digamos 5 o 6, de todo: poesía, ensayo, ficción, no-ficción. Muchas veces durante la semana escucha cómo sus hijos pequeños entran a su cuarto y de repente comienzan a reír. Ella les pregunta qué pasa y escucha cómo le responden que nada. Al poco tiempo salen de su habitación y siguen con sus juegos.
Luego por la noche, cuando se va a acostar, Robayo se da cuenta que su torre de libros fue uno de los motivos de la risa de sus hijos, pues la habían tumbado, y para que su madre no los regañara , la habían acomodado a su manera, sin tener en cuenta el orden en el que estaba. A Robayo no le importaba eso en lo más mínimo y simplemente tomaba el libro que había quedado encima y lo empezaba a leer.
Así, tal vez, deberíamos leer, lo que nos caiga en las manos y ya está. Sin tantas reglas, sin tanta parafernalia.
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